Sí, efectivamente, tu cuerpo es radiactivo de forma natural. No podría ser de otra forma, pues estamos en contacto con sustancias radiactivas constantemente. Pero no tienes de qué preocuparte. La radiactividad es un proceso natural y ha formado parte de la naturaleza desde unos instantes después del Big Bang. Nuestros cuerpos han evolucionado para poder soportarla y han incorporado mecanismos moleculares para que, en bajas dosis, no nos afecte. Porque como ocurre con cualquier otra sustancia: el veneno está en la dosis. Si intentaras beber mil litros de agua en un solo día, acabarías sufriendo las consecuencias. El agua no es tóxica, ni venenosa, pero un exceso de agua puede sentarle mal a nuestro cuerpo. Somos más sensibles a la radiactividad que al agua, pero aún así existen niveles de radiación perfectamente aceptables, que son los que experimentamos la mayoría de personas cada día de nuestras vidas.
Cuando comemos, bebemos y respiramos, absorbemos sustancias diferentes, que más tarde se incorporan en nuestros tejidos, órganos y huesos. Este proceso nunca descansa, ya que constantemente estamos ingiriendo e inhalando nuevos aportes de estas sustancias. El aire que respiramos está compuesto de nitrógeno y oxígeno principalmente. La mayoría de los átomos que componen estos gases son estables, pero existe un pequeñísimo porcentaje de ellos que son radiactivos. También el hidrógeno del agua o el carbono de los alimentos que consumimos pueden aparecer como isótopos inestables. Pero por supuesto estos no son los únicos elementos radiactivos que contienen nuestros cuerpos.

Tal vez sea importante entender qué es la radiactividad. En un núcleo atómico hay una batalla constante entre diversas fuerzas. Por un lado está la interacción nuclear fuerte, que hace que neutrones y protones se atraigan mutuamente. Por el otro está la interacción electromagnética, que afecta a las partículas con carga eléctrica y por tanto hace que los protones se repelan entre sí. Del equilibrio de estas dos fuerzas surgen los núcleos atómicos. En general, un determinado núcleo atómico, con una cierta combinación de protones y neutrones, será estable. Es decir, energéticamente hablando, lo más favorable para este núcleo será quedarse como está. Pero en otras ocasiones, un núcleo podrá liberar energía con algún sencillo proceso. En estos casos, para el núcleo atómico será más fácil emitir una partícula, que no hacer nada. Concretamente es habitual que los núcleos atómicos sean inestables porque les sobra un protón o un neutrón, aunque a los núcleos más grandes a veces les sobran más componentes y emiten partículas más grandes.
Un isótopo no es más que una de las diferentes formas en que puede aparecer un determinado elemento químico. Cada elemento viene definido por la cantidad de protones en su núcleo. Todos los átomos con seis protones serán átomos de carbono y todos aquellos que tengan veintiséis serán de hierro. Por tanto un isótopo se diferencia del resto por la cantidad de neutrones que tiene. La forma de nombrarlos será indicando el nombre del elemento químico, seguido de un número, que hace referencia a la suma de protones y neutrones que contiene. No es la forma más intuitiva, pero es lo que se utiliza.

En nuestro cuerpo, estos isótopos radiactivos vienen de diferentes fuentes naturales. Por ejemplo, el potasio-40 y el carbono-14, ambos presentes en la naturaleza, son dos isótopos radiactivos que encontramos en el cuerpo humano. Están en los alimentos que consumimos y en el aire que respiramos.
La presencia de estos radioisótopos (o radionúclidos) en nuestro cuerpo hace que recibamos constantemente una dosis de radiación. Esta dosis se mide en una unidad llamada sievert (Sv). Sin embargo, la cantidad de radiación que recibimos de los radionúclidos naturales presentes en nuestro cuerpo es muy pequeña. Por ejemplo, se estima que una persona promedio en Estados Unidos recibe alrededor de 0.3 milisieverts (mSv) al año solo por estos radioisótopos, lo cual supone alrededor del 10 % de la dosis anual recibida por una persona media. Y esta dosis, por supuesto, no es peligrosa.
Pero nuestro cuerpo también contiene isótopos radiactivos de uranio, torio o rubidio, entre otras. Estos se encuentran en proporciones pequeñísimas y contribuyen a la dosis de radiación mencionada anteriormente. El uranio es un elemento metálico pesado que se encuentra de forma natural en muchos lugares de nuestro entorno como rocas, suelo, plantas y, también, en nuestros cuerpos. A diario, una persona promedio ingiere alrededor de 2 microgramos de uranio a través de alimentos y agua. Sin embargo, de esta cantidad, solo se absorbe una fracción muy pequeña, aproximadamente el 1 o 2 por ciento. Esto significa que casi todo el uranio que consumimos no se absorbe y se excreta a través de las heces.

De esa pequeña cantidad de uranio que sí se absorbe por el tracto digestivo, la mayoría se excreta rápidamente a través de la orina. Solo una cantidad ínfima se puede encontrar en el cabello. Es completamente normal encontrar diferentes cantidades de uranio en el cabello de distintas personas, o incluso en muestras del mismo individuo en distintos momentos. Estas variaciones dependen de la cantidad de uranio presente en el agua y alimentos consumidos. Pero insistimos: ni el uranio, ni ningún otro radioisótopo presente en tu cuerpo debería alarmarte. La radiación que emiten está muy por debajo de los niveles que las autoridades médicas consideran preocupantes. Solo necesitas preocuparte si vuelas entre continentes, recibes radiografías o manejas residuos radiactivos decenas de veces al año. O si planeas viajar a Marte o permanecer una larga temporada en la Luna. En esos casos, la dosis de radiación recibida sí puede ser un problema.
Referencias:
- Toohey RE, Keane AT, Rundo J. Measurement techniques for radium and the actinides in man at the Center for Human Radiobiology. Health Phys 44(1):323–341; 1983.
- Kerr, R. A. (31 May 2013). "Radiation Will Make Astronauts' Trip to Mars Even Riskier". Science. 340 (6136): 1031. doi:10.1126/science.340.6136.1031
- Grajewski, Barbara; Waters, Martha A.; Whelan, Elizabeth A.; Bloom, Thomas F. (2002). "Radiation dose estimation for epidemiologic studies of flight attendants". American Journal of Industrial Medicine. 41 (1): 27–37. doi:10.1002/ajim.10018