Mientras algunas voces afirman que 3I/ATLAS es una nave extraterrestre que llegará a la Tierra en noviembre con fines bélicos, es un buen momento para preguntarnos si podríamos entendernos con extraterrestres. Miguel Ángel Sabadell, astrofísico y divulgador científico, ha publicado recientemente el libro En busca de vida fuera de la Tierra (Pinolia, 2025), una lectura espectacular para este verano. Para celebrarlo, liberamos en exclusiva para los lectores de Muy Interesante un capítulo completo. Por cierto, no hay pruebas contundentes de que 3I/ATLAS sea una nave peligrosa... puedes descansar.
A medio camino entre la astrofísica y la filosofía, En busca de vida fuera de la Tierra no se limita a divulgar, sino que plantea una pregunta tan provocadora como fundamental: ¿somos una rareza afortunada o la vida es una consecuencia inevitable del cosmos? Con mirada crítica, Miguel Ángel Sabadell revisa hipótesis como la panspermia, examina con cautela las llamadas tecnofirmas y pone en duda si estamos buscando vida inteligente en el lugar correcto. Con décadas de experiencia en divulgación científica y un profundo conocimiento en astrobiología, ofrece un libro que informa, cuestiona y descoloca. Una lectura tan necesaria como incómoda para quienes creen tener las respuestas.
¿Nos entenderemos con los extraterrestres? (Miguel Ángel Sabadell)
En febrero de 1992 dos equipos se dispusieron a participar en un peculiar juego de rol: simular el primer contacto entre seres humanos y extraterrestres. El juego había sido diseñado por una organización sin ánimo de lucro llamada Contact, y el planteamiento era bien simple: dos equipos, uno humano y otro extraterrestre, en el que el objetivo del primer equipo consistía en interpretar el mensaje del equipo extraterrestre, para lo que había estado trabajando duramente durante un año.
El equipo humano, compuesto por unas dieciséis personas, estaba, además, unido vía correo electrónico con un gran número de consultores. Todo parecía listo, pero la primera transmisión, el primer contacto con una raza alienígena, se fue al traste. ¿El motivo? Los extraterrestres habían usado ordenadores PC mientras que los humanos usaban MacIntosh. A nadie se le ocurrió incorporar el software necesario para poder pasar de un tipo de ordenador a otro. Todos aprendieron la moraleja: si nuestros computadores ya presentan problemas para comunicarse entre sí, ¿qué otros inimaginables aparecerán cuando intentemos comunicarnos con extraterrestres?
El zoólogo Arik Kershenbaum se plantea que, si los pájaros pudieran hablar, tal vez no nos daríamos cuenta. «Nos parece obvio que los humanos tienen lenguaje y el resto de los animales no, pero ¿cómo sabemos con certeza que esto no es así?». Esta es la principal cuestión a la que nos debemos enfrentar cuando nos planteamos la búsqueda de vida civilizada en el universo. ¿Realmente seremos capaces de identificar como tal un mensaje extraterrestre? Y no solo eso, ¿llegaremos a entenderlo?
Pero empecemos por el principio. Esto es un mensaje, un mensaje dirigido a usted, querido lector, construido en un sistema de códigos llamado español y marcado con letras romanas en tinta sobre hojas de celulosa o como cristal líquido en la pantalla. Evidentemente, al utilizar este sistema de códigos espero hacerme entender, despertar en su mente pensamientos e ideas similares a los que tengo cuando formulo este mensaje. En última instancia, más allá de la mera cuestión de habilidades lingüísticas, esta esperanza mía surge del hecho fundamental de que compartimos capacidades cognitivas humanas debido a nuestra historia evolutiva común.
Pero, si extendemos esta situación más allá de la Tierra, surge la pregunta: ¿cómo podría ser posible la comunicación entre seres inteligentes de diferentes entornos, que difieren física, biológica y culturalmente, y que se han desarrollado a través de líneas evolutivas absolutamente dispares y separadas? Este es el problema de la comunicación interestelar.

La fe en la universalidad de la ciencia
Es cierto, como escribió el neurocientífico Michael Arbib, que «en este mismo momento estamos recibiendo mensajes de civilizaciones inteligentes, mensajes transmitidos hace cientos o incluso miles de años». Arbib se refiere a los escritos de Aristófanes, Newton, Euclides y otros. Aunque no contienen todo lo necesario para interpretarlos correctamente, los podemos entender porque compartimos la misma historia evolutiva y cognitiva. Esto es algo con lo que no podemos contar si nos comunicamos con un extraterrestre: no tenemos ningún parentesco (ni siquiera lejano), ni culturas similares ni realidades físicas parecidas.
La estrategia habitual para superar el problema de la comunicación interestelar ha sido intentar construir un mensaje que sea una transferencia de información independiente del contexto, el tiempo y la naturaleza humana. Así nacieron lenguajes como LINCOS (Lingua Cosmica), un idioma no oral que se basa en las matemáticas. La idea se le ocurrió en 1960 a Hans Freudenthal, profesor de Matemáticas de la Universidad de Utrecht, que decidió crear un código fácilmente comprensible, que evitase la gran cantidad de información implícita en nuestros lenguajes comunes.
Para crear un idioma así, cada símbolo se define mediante los símbolos que le preceden. Pero ¿cuáles deben ser los primeros? Freudenthal razonó que hay unos conceptos que no necesitan definición: los números naturales (o enteros positivos) y la aritmética básica. ¿Por qué? Porque todas las civilizaciones a lo largo de la historia aprendieron a contar y descubrieron las mismas propiedades numéricas. En particular, el conjunto 1, 2, 3, etc., es, o podría ser, conocido por cualquier raza inteligente. Contar es el único proceso del que podemos estar seguros que hacen los extraterrestres. Como dijo el matemático y experto en teoría de números Leopold Kronecker: «Dios hizo los números enteros positivos; todo lo demás es obra del hombre».
Este es el dogma de fe de los científicos de SETI desde sus inicios: si hay algo que compartimos con los extraterrestres son las matemáticas y la ciencia. Tanto el mensaje de Arecibo, enviado al cúmulo globular M13 en 1974, como los discos y placas que viajan en las sondas Pioneer 10 y 11 y Voyager 1 y 2, constituyen una prueba de esa creencia firme.
Ya hace más de medio siglo, el radioastrónomo Edward Purcell, en sus escritos sobre comunicación con extraterrestres, se hacía esta pregunta: «¿De qué podremos hablar con nuestros lejanos amigos?». Por supuesto, era retórica, pues sabía la respuesta: «Tenemos mucho en común. Tenemos las matemáticas, la física, la astronomía…».
Por eso los científicos de SETI no tienen ninguna duda de que podremos entendernos gracias a esa universalidad de la ciencia y las matemáticas: los extraterrestres escribirán 2 + 2 de diferentes maneras, pero el resultado siempre será 4, y la ley de la gravitación universal siempre dependerá del inverso del cuadrado de la distancia, sea cual sea el lenguaje empleado.
Abundando en este punto, cuando se lanzó el proyecto HRMS de la NASA en 1992, un periodista de la revista Scientific American le preguntó a Frank Drake cómo sería posible la comunicación con otras formas de vida en el universo. El radioastrónomo respondió que habrían desarrollado unas matemáticas, una física y una astronomía similares a las nuestras, y que la relatividad general, la teoría cuántica de campos y la de supercuerdas formarían parte de su ciencia. «Una innata curiosidad sobre la naturaleza y la necesidad de mejorar sus vidas los obliga a explicar los fenómenos físicos como nosotros». ¿O no es así?
Una creencia bastante discutible
Los pirahã son un pueblo de cazadores-recolectores que vive en las orillas del río Maici, un afluente del Amazonas, en Brasil. Se llaman a sí mismos los Hi’aiti’ihi, los erguidos, y su cultura y lenguaje representan todo un reto para los antropólogos.
Pero de todas sus peculiaridades, la que nos interesa es que son incapaces de contar más allá de dos. De hecho, en su lengua es imposible distinguir entre, por ejemplo, «un pez grande» y «muchos peces pequeños». Solo usan medidas aproximadas y son incapaces de distinguir con exactitud entre un grupo de cuatro objetos y otro de cinco.
Esto demuestra que no es necesario saber contar para construir una cultura: contar no es universal.
Volvamos a LINCOS. Hemos dicho que cada símbolo se define mediante los símbolos que le preceden. ¿Pero que le preceden cómo? El rongo rongo, el sistema de glifos de los antiguos habitantes de la isla de Pascua, que sigue sin descifrarse, se escribe en un sistema llamado bustrofedón inverso: de izquierda a derecha y de abajo arriba.
De este modo, el lector comienza en la esquina inferior izquierda de la tablilla, lee una línea hacia la derecha, rota la tablilla 180 grados, y continúa con la siguiente línea. Si las lenguas escritas de la Tierra tienen semejantes peculiaridades, ni podemos imaginarnos lo que puede ser la de un extraterrestre.
Ese optimismo rayano en la euforia por la ciencia que tienen los científicos de SETI no lo comparten aquellos que no provienen de las ciencias duras. A mediados de los años 60, el historiador de la Universidad de Chicago William MacNeill puso nerviosos a los defensores de SETI al dudar abiertamente de la capacidad de los seres humanos para descifrar cualquier señal de origen extraterrestre: «Nuestra inteligencia está muy aprisionada por las palabras, es una prisionera del lenguaje, y no veo que podamos imaginar el lenguaje de otra comunidad inteligente que no tenga muchos puntos de contacto con el nuestro».
Y cuando le respondieron ondeando la bandera de la universalidad de las leyes de la ciencia y las matemáticas, MacNeill contestó que dudaba de que sus matemáticas fueran conmensurables con las nuestras.
El problema de fondo es que, aunque quieran evitarlo, los científicos de SETI no pueden dejar de antropomorfizar a los extraterrestres. Eso hacen cuando proyectan nuestra cultura al resto del universo amparados en la universalidad de la ciencia.
Por ejemplo, el premio Nobel de Física Sheldon Glashow no hace distinción entre la ciencia que hacemos en la Tierra y la que harían otras civilizaciones. Otro Nobel, Steven Weinberg, afirma que al traducir las obras científicas de los extraterrestres a nuestras palabras veremos que nosotros y ellos habremos descubierto las mismas leyes.
Dicho de otro modo, seremos capaces de armonizar su ciencia con la nuestra.
Pero no nos dejemos llevar por el entusiasmo: esta creencia se basa en que, como los científicos de todas las naciones de la Tierra aceptan el mismo conjunto de leyes, extrapolan —sin demostrarlo— ese comportamiento al resto de los planetas habitados.
Los investigadores de SETI tienden a transferir la vida y cultura terrestres al resto del universo porque operan más allá de los límites de su conocimiento y competencia cuando discuten la universalidad de la ciencia, como apunta el historiador de la ciencia George Basalla.
La dificultad para aceptar esta idea está en algo mucho más profundo que la forma en que escriben el principio de incertidumbre de Heisenberg. Como continúa argumentando George Basalla, «¿cómo determinar si tienen un lenguaje y una práctica científicas?» Si ya es complicado distinguir lo que es ciencia de lo que no lo es en la práctica diaria aquí, en la Tierra —un problema que en filosofía se conoce como el criterio de demarcación de la ciencia—, ¿cómo hacerlo con una cultura con la que no tenemos nada en común?
Pero seamos optimistas e imaginemos que podemos resolver este problema y transformamos la ciencia alienígena en algo que podamos reconocer como nuestra ciencia. ¿Qué es lo que nos queda? Basalla lo deja muy claro: «El resultado de esta transformación no produce una ciencia universal, sino una forma de conocimiento hecha a imagen de la ciencia terrestre».
El psicólogo Douglas Vakoch, presidente de la organización Messaging Extraterrestrial Intelligence, advierte que cuando dos científicos difieren en su biología, cultura e historia, sus modelos de realidad pueden ser considerablemente distintos: «El meollo del asunto es que ninguna especie inteligente puede entender la realidad sin hacer ciertas elecciones metodológicas». Sus metáforas, símiles… pueden ser y serán muy diferentes. Y curiosamente, las metáforas desempeñan un papel destacado en la ciencia.
Además, el camino de la ciencia no es único; nosotros hemos recorrido uno desarrollado dentro de la cultura judeocristiana, pero no tiene por qué coincidir con el de otras civilizaciones. Nuestra revolución científica, comenta David N. Livingstone, profesor de Geografía e Historia Intelectual de la Universidad Queens de Belfast, no fue un fenómeno uniforme, sino un proceso histórico muy complejo.
Fue un conocimiento local que, al circular, se hizo universal gracias a que se estandarizó, se protocolarizó, lo que impuso ciertas prácticas locales sobre otras. Pero eso no implica que esa forma de hacer ciencia sea universal.
Por ejemplo, en Mozambique, el pueblo Mbamba ha sido capaz de identificar, entre cientos de comportamientos del pájaro-miel, aquellos que el animal usa para llevarlos al lugar donde están los panales de abejas. Pero para ello no han realizado estudios científicos al estilo occidental, sino que han llegado a ese resultado por otro camino. Si eso ocurre en nuestro planeta, ¿cómo de extraño no será en otro?

La filosofía toma la palabra
Esta devoción casi religiosa de físicos e ingenieros por una ciencia universal suele oler a cuerno quemado a los filósofos de la ciencia, como al prestigioso Nicholas Rescher. Cuando le preguntaban sobre esta creencia, la despachaba afirmando que era algo profundamente provinciano creer que existe un único mundo natural y una única ciencia que lo explica.
Rescher consideraba que el universo es singular, pero sujeto a muchas y muy diversas interpretaciones. Identifica tres condiciones que deben cumplirse para poder afirmar que la ciencia alienígena es funcionalmente equivalente a la nuestra:
- Formulación: sus matemáticas tienen que ser como las nuestras.
- Orientación: deben estar interesados en el mismo tipo de problemas.
- Conceptualización: deben tener la misma perspectiva cognitiva de la naturaleza que nosotros.
Dicho de otra forma, la ciencia no es algo infuso, sino que está anclada en cómo percibimos el mundo, en nuestra herencia cultural, que determina lo que es interesante, y en nuestro nicho ecológico, que determina lo que es útil.
De ahí que incluso decir que una civilización extraterrestre es más avanzada que la nuestra es una boutade: para eso deben hacer un tipo de ciencia parecida a la nuestra. Es más, para Rescher, las ciencias naturales son una creación humana correlacionada con nuestra inteligencia. Lo que sabemos de la realidad física nace de nuestra biología, de nuestro desarrollo cognitivo, además de nuestra herencia social y cultural y de nuestras experiencias únicas como especie.
No tenemos ninguna razón para suponer que los extraterrestres posean nuestros atributos biológicos, nuestras tradiciones culturales o nuestra perspectiva social. Por tanto, la ciencia humana es inconmensurable con la ciencia alienígena. Si ellos la desarrollan, será su tipo de ciencia, no el nuestro: será una forma totalmente distinta de conocimiento.
Rescher no está hablando de relativismo; acepta el mundo real de los científicos y que la ciencia produce un conocimiento único sobre la estructura de la realidad, pero niega que podamos equiparar la ciencia humana con una ciencia creada por seres radicalmente distintos.
Los físicos Robert Rood y James Trefil lo explicaron con una analogía muy clara: «Un libro de ciencias extraterrestre sería tan incomprensible para nosotros como el diagrama de la circuitería de una radio lo sería para un aborigen».
El golpe de gracia a la ingenuidad de SETI lo da Basalla: «Lo que no son conscientes los científicos es de que la ciencia es una empresa joven, con solo cinco siglos de vida frente a los cinco millones de años de los homínidos. Nuestros antecesores sobrevivieron y se dispersaron por el planeta sin la ayuda de la ciencia… no es en absoluto una necesidad para la supervivencia de nuestra especie».
Y si la ciencia no ha impulsado la mayor parte de la historia de la humanidad, ¿por qué creemos que es una forma de conocimiento que podemos encontrar en cualquier lugar del universo?
