Desde que H. G. Wells imaginara una máquina del tiempo en su célebre novela “La máquina del tiempo” (1895), la humanidad ha fantaseado con la posibilidad de regresar al pasado. ¿Quién no ha soñado alguna vez en volver atrás para enmendar errores, revivir momentos o incluso alterar el curso de la historia?, sin embargo, a pesar de los muchos relatos de ciencia ficción, las leyes fundamentales del universo parecen poner un freno radical a este anhelo: la física cuántica nos dice que el pasado, tal como lo imaginamos podría no existir de forma fija e inmutable.
En este artículo vamos a ver por qué volver al pasado es imposible y cómo la física cuántica, principalmente el proceso de medir, establece una imposibilidad.
La extrañeza de observar
La física cuántica nos obliga a replantear algunas de las certezas más profundas que tenemos sobre el mundo. Una de ellas es la idea aparentemente simple de “observar algo”. ¿Qué significa ver, medir o registrar un evento en el mundo cuántico?
En nuestra vida diaria, ver algo parece una acción pasiva. Observamos un árbol, un coche, una persona y no sentimos que eso cambie nada. Pero en el mundo cuántico, observar es un acto de modificación. Cuando observamos algo muy pequeño, como una partícula subatómica, lo que hacemos no es simplemente “ver”, sino forzarla a elegir una realidad entre varias posibles.

¿Qué es un sistema cuántico?
Imagine el lector una partícula como el electrón. Si no la estamos observando, no está en un lugar definido, ni siquiera tiene una trayectoria clara. Lo que tiene es una nube de probabilidades que nos indica dónde podría encontrarse el electrón y cómo podría comportarse. Esa nube es lo que en física conocemos como densidad de probabilidad y viene determinada por la función de onda.
El electrón tiene delante de sí un menú completo de opciones. ¿Está aquí o allí? ¿Se mueve rápido o lento? ¿Tiene una cantidad determinada de energía? Mientras dicho electrón no este siendo observado, todas las opciones posibles se encuentran codificadas en la función de onda. La función de onda asigna una probabilidad a cada posibilidad, como si dijera: “hay un 30 % de que esté aquí, un 20 % allá, y un 50 % en otro sitio”.
Pero en cuanto miras, todas esas posibilidades desaparecen y obtenemos una certeza única, es lo que se denomina colapso de la función de onda, es decir, al realizar una medición hemos forzado a que el sistema cuántico tome una decisión de todas las posibles.
Observar es decidir… pero no del todo
Aquí viene la parte más extraña: no es que la partícula ya estuviera en un sitio oculto y tú la descubras. La medición crea el resultado. El acto de observar (interaccionar) obliga al sistema cuántico a “decidir” en qué estado estará, y esa decisión es impredecible, solo se puede hablar en términos de probabilidades.
Esto rompe con la intuición clásica. En el mundo macroscópico estamos acostumbrados a pensar que las cosas son, independientemente de si las miramos o no. Pero en el mundo cuántico, las cosas no están “definidas” hasta que interaccionamos con ellas.

¿Viajar al pasado? Imposible
Vamos a realizar un experimento mental. Imaginemos que estás participando en una lotería muy especial. Estamos ante una lotería cuántica, donde los números ganadores se generan mediante un proceso gobernado por la física cuántica, es decir, completamente aleatorio y no determinado hasta el momento de su medición.
El sorteo se realiza, pero por algún motivo no ves los números ganadores a tiempo. Afortunadamente, tienes un amigo físico que acaba de construir una máquina del tiempo. Emocionado, decides viajar unas horas al pasado, antes del sorteo, con la intención de comprar el boleto ganador.
Pero cuando se repite el sorteo … ¡Sorpresa! Los números ganadores no son los mismos. Algo ha cambiado. El pasado ya no es el mismo pasado. ¿Cómo es posible?
La trampa cuántica del tiempo
La clave está en cómo la mecánica cuántica describe la realidad. En un sistema cuántico, como el que genera los números de esta lotería, los resultados no existen de antemano.
Lo que existe es una función de onda, una especie de nube de posibilidades. Solo cuando se realiza una medición, la función de onda colapsa y se obtiene un resultado concreto. Ese número no estaba predestinado: fue elegido aleatoriamente entre todas las posibilidades.
Y aquí viene el punto crucial: si usas una máquina del tiempo para regresar al momento anterior al colapso, no recuperas la misma función de onda original. El universo ya ha evolucionado, ha cambiado. La medición cuántica del “futuro” ya ha interferido, ya ha dejado su huella.
Así que, aunque intentes repetir exactamente las mismas condiciones, al volver a preguntar “¿qué número es?”, la función de onda vuelve a colapsar… pero no necesariamente en la misma dirección. Te devuelve otro número, otro resultado. El proceso es irrepetible. El pasado, en términos cuánticos, no es un lugar al que puedas volver; es una consecuencia única e irreproducible de una medición que ya ha sucedido.

La flecha cuántica del tiempo
Por eso, desde la perspectiva de la física cuántica, viajar al pasado no tiene sentido físico. No se trata solo de limitaciones tecnológicas, sino de una imposibilidad más profunda: el universo no conserva una copia exacta de su estado anterior. Cada colapso de la función de onda elimina las demás posibilidades y define una realidad que no se puede “deshacer” ni repetir exactamente.
La dirección del tiempo —esa sensación de que el tiempo avanza y no retrocede— podría estar escrita en las reglas mismas del colapso cuántico. No porque el pasado esté prohibido, sino porque ya ha sido observado, y esa observación lo ha cambiado todo para siempre.