Lo podemos experimentar en una nave industrial, en una calle o, como suele ser habitual, durante una excursión por la montaña. Sea como fuere, el tiempo que vamos a tardar en escucharlo va a depender, obviamente, de la distancia a la que se halla el obstáculo que va a reflejar nuestro grito. Cuanto más lejos esté, más tiempo necesitará el sonido en recorrer la distancia de ida y vuelta y, por tanto, más tiempo también vamos a tardar en escuchar ese “¡Hola!”.
Ahora bien, existe una distancia mínima a la que debemos encontrarnos para que se produzca el eco. No tiene que ver con la física del sonido, sino con la fisiología de nuestro oído: somos incapaces de distinguir dos sonidos si la diferencia de tiempo de llegada entre uno y otro no es mayor de 50 milisegundos. Más concretamente, el cerebro necesita un intervalo de tiempo de 0,1 segundos para discernir entre dos sonidos musicales y de 0,067 si se trata de dos sonidos secos, como una palabra o un aplauso. Esto quiere decir que no escucharemos eco si la distancia a la que estamos del objeto es menor de 17 metros, pues en este caso solo percibimos una molesta reverberación, la pesadilla de quienes diseñan auditorios y salas de concierto.
Por otro lado, la duración de un eco, esto es, el tiempo que vamos a poder escucharlo, depende de dos variables: el número de reflexiones que se produzcan y el decaimiento natural de la intensidad sonora. Si hay diferentes obstáculos situados a distintas distancias, vamos a poder escuchar varios ecos e, incluso, ecos del eco. Eso sí, debemos tener unos potentes pulmones, porque la intensidad del sonido cae seis decibelios si duplicamos la distancia: un eco contra una montaña situada a 800 metros es seis decibelios más débil que si estuviera a 400 metros.