Para ayudar a respirar a pacientes con graves lesiones pulmonares, como enfisemas, tuberculosis, bronquitis crónica y poliomielitis, los hermanos Philip y Cecil Drinker, de Boston, desarrollaron en 1929 el pulmón de acero. El equipo consta de una cámara metálica que, por la acción de un motor que mueve un pistón, genera a intervalos regulares una sobrepresión o una depresión de forma alternada. La presión y la frecuencia respiratoria es controlada por el médico desde el cuadro de mandos. Los pulmones reciben los efectos de la respiración artificial mediante el movimiento pasivo de las paredes de la caja torácica.
Salvo la cabeza, el cuerpo del paciente reposa en el interior del aparato en forma de tanque y está aislado herméticamente del exterior mediante un collar o manguito ajustado alrededor del cuello.
El "pulmón de acero" era un dispositivo que utilizaba presión negativa para ayudar en la respiración. En cambio, el ventilador de presión positiva, a través de su diseño más moderno, utiliza una presión positiva para suministrar aire u oxígeno a los pulmones del paciente. Este método resulta menos restrictivo y más cómodo para el paciente, ya que no requiere la colocación dentro de una cámara cerrada, como sucedía con el "pulmón de acero".