La gula como pecado capital y lo que dice la neurociencia de esta pasión desatada por la voracidad

En el siglo VI, el papa Gregorio Magno confeccionó una lista con los siete pecados capitales: ira, envidia, gula, avaricia, pereza, soberbia y lujuria. En este artículo te contamos qué papel juegan nuestro cerebro y sus mecanismos neuronales en la gula.
La gula como pecado capital y lo que dice la neurociencia de esta pasión desatada por la voracidad
La gula como pecado capital y lo que dice la neurociencia de esta pasión desatada por la voracidad. Imagen de Richard Reid en Pixabay. - Chica comiendo un mundo de chocolate.

Comer con desenfreno se ha convertido en una práctica cotidiana común y universal que puede llegar a acarrearnos importantes problemas de salud. Así que cierra la nevera y abre MUY Interesante para descubrir el importante papel que el cerebro y sus mecanismos de control del apetito juegan en la gula.

Este es un pecado que nos obliga a ajustar cuentas con los médicos. Después de todo, acumular lorzas y michelines en nuestro cuerpo acarrea importantes problemas para la salud. La obesidad y el sobrepeso aumentan el riesgo de sufrir diabetes, hipertensión, cáncer de colon y de mama, problemas respiratorios, artrosis, enfermedades hepáticas, cardiopatías e ictus, entre otros males.

La adicción por las comidas procesadas

¿Sabías que una galleta Oreo es tan adictiva para tu cerebro como la cocaína? Por sorprendente que resulte, llevárnosla a la boca activa tantas neuronas en el núcleo accumbens –el centro cerebral del placer– que cuesta horrores no zamparse una tras otra. Y algo parecido sucede con las pizzas, las patatas fritas de bolsa, el chocolate y los helados. ¿Qué tienen todos ellos de especial?

Resulta que los alimentos que encontramos en la naturaleza pueden llevar ingentes cantidades de azúcar o de grasa, pero nunca ambas. Sin embargo, las comidas altamente procesadas sí combinan grasas y carbohidratos. Y es precisamente esta mezcla artificial la que saca al cerebro de sus casillas y logra desatar nuestro lado más glotón, según publicó en 2015 la revista PLOS ONE.

Gula
Las comidas altamente procesadas combinan grasas y carbohidratos lo que logra desatar nuestro lado más glotón. Gula. Imagen de Ryan McGuire en Pixabay.

Epidemia de obesidad mundial

Tanto es así que desde la Organización Mundial de la Salud (OMS), máxima autoridad sanitaria en el planeta, señalan a los alimentos procesados como principales responsables de la epidemia de obesidad mundial. “Generan deseos incontrolados de consumo que llegan a dominar los mecanismos innatos de control del apetito y hasta el deseo racional de dejar de comer”, sostiene el experto en nutrición Enrique Jacoby, asesor de la OMS.

La sede central del impulso glotón la encontraron científicos de la Universidad de Míchigan (EE. UU.) en el neoestriado, según un estudio publicado en 2012. No hace mucho que se relacionaba con el movimiento y los hábitos motores, pero nuevos análisis de los neurotransmisores de la zona han revelado que, cada vez que engullimos comida, sus neuronas producen encefalina, un opioide que envía señales placenteras al cuerpo.

Es más, en un experimento realizado con ratas, los investigadores descubrieron que cuanta más encefalina se liberaba en sus cabezas, más rápido se zampaban los M&M’s que les servían los investigadores. Si se inyectaban opioides artificiales en el estriado, la gula era tal que se daban un atracón equivalente a tres kilos de chocolate en una hora para un ser humano. Se volvían completamente insaciables. Y había que separarlas del plato por la fuerza para que no siguieran comiendo hasta explotar.

La glotonería en la evolución

Que el cerebro humano esté configurado para la glotonería tiene sentido. Hace un rato, en términos evolutivos, nuestros antepasados no disponían de supermercados a la vuelta de cada esquina ni frigoríficos repletos de comida en casa. Les tocaba salir en busca de alimento. Y estaban preparados para, una vez que daban con la comida, llevarse al buche tanta cantidad como les resultara posible.

En aquel momento era importante que el cerebro generase la sensación de euforia al darse un festín. No sabían cuándo llegaría la próxima oportunidad de hincar el diente, así que cuanto más engulleran de una tacada, mucho mejor. La voracidad sin límite era, por tanto, una bendición. Y las lorzas, una reserva de la que sentirse orgullosos, porque garantizaban la supervivencia. Nada que ver con lo que nos ocurre hoy.

Cada vez se necesita más

Una vez que hemos engordado mucho, recuperar el control sobre la voracidad resulta difícil. Sobre todo porque la obesidad nos vuelve insensibles a los efectos de la dopamina, la hormona del placer, un neurotransmisor liberado por el hipotálamo. Eso significa que cada vez necesitamos ingerir más cantidad de comida para lograr la misma sensación agradable que experimenta una persona delgada cuando se lleva una ración saludable a la boca. Idéntico a lo que les ocurre a los toxicómanos con la adicción a las drogas.

Glotonería
Gula: la glotonería puede venir escrita en los genes. Imagen de Nika Akin en Pixabay.

Las grasas en exceso

La cosa se agrava aún más cuando nos atiborramos de grasas. Una dieta rica en manteca, tocino y bollería industrial hace que aumente el número de células de la microglía en la zona del hipotálamo. Resulta que estas células activan una respuesta inflamatoria que nos influye a la hora de llenar el estómago.

Concretamente, un estudio de la Universidad de Washington (EE. UU.) reveló que la inflamación de la microglía puede provocar que comamos un 33 % más; a la vez que reduce en un 12 % la quema de calorías. Como resultado, el aumento de peso se multiplica hasta por cuatro. La buena noticia es que existe un fármaco llamado PLX3977 que actúa sobre estas células inmunes del cerebro y podría poner freno a la voracidad y el sobrepeso en estos casos.

Además, evitando las grasas también combatimos el hastío. La glotonería crónica aumenta el riesgo de sufrir depresión y ansiedad, sobre todo cuando es a costa de engullir comida basura. Según un estudio de 2016, consumir grasas en exceso interfiere en la actividad de la mTOR, enzima que media en la síntesis de proteínas necesarias para crear nuevas conexiones sinápticas. Y eso afecta seriamente a nuestro estado de ánimo. Controlando la gula y librándonos de esos kilos de más, le quitamos un peso de encima a nuestro cerebro.

Échale la culpa de tu gula a...

Múltiples factores pueden influir en que estés ingiriendo demasiada comida. Toma nota de estos seis. 

Tus genes

La glotonería puede venir escrita en los genes. Científicos australianos identificaron hace poco una mutación en el gen FTO asociada con una predisposición un 30 % superior a comer de manera compulsiva. Al parecer, dicha alteración del ADN provoca que esas personas necesiten consumir más alimentos para sentirse saciados.

Tus familiares y amigos

No solo se contagian el resfriado y la gripe: también la obesidad. Un estudio de tres décadas de duración basado en datos de doce mil adultos reveló que compartir mesa con familiares y amigos con sobrepeso hace que engullamos más de la cuenta. En cambio, comer en compañía de gente delgada invita a que controlemos las calorías que nos llevamos a la boca.

La variedad

Las evidencias científicas dicen que comemos más cantidad cuando nos sentamos ante un plato que combina distintos sabores –por ejemplo, una paella o una ensalada de pasta con verduras, pollo, queso, frutos secos y manzana–. Hasta tal punto es así que cuanto más variada es la dieta de un individuo, más calorías consume a diario y más grasa acumula en su cuerpo.

La gula como pecado capital y lo que dice la neurociencia de esta pasión desatada por la voracidad
La gula como pecado capital y lo que dice la neurociencia de esta pasión desatada por la voracidad. Imagen de Richard Reid en Pixabay.

La publicidad

¿Qué despierta más el apetito, el olor a pan recién hecho o una foto de una hamburguesa con patatas fritas? De acuerdo con un estudio neurocientífico de la Universidad de Yale (EE. UU.), los anuncios suponen uno de los mayores estímulos para la voracidad, sobre todo para el público infantil. Es más: la exposición constante a vídeos e imágenes de comida tiene un efecto directo sobre la ganancia de peso.

El estrés

A corto plazo, quita el hambre. Como respuesta a las tensiones, el hipotálamo produce la hormona liberadora de corticotropina, que causa inapetencia, y también epinefrina, que nos pone en modo lucha o huida –y comer deja de ser importante–. En cambio, si el estrés persiste, una cascada de cortisol inunda el cerebro, lo que aumenta el apetito y el deseo de engullir alimentos ricos en azúcares y grasas.

Las prisas

Si comemos a toda pastilla, al estómago no le da tiempo a producir suficiente péptido YY y GLP-1, dos hormonas responsables de la sensación de saciedad. Debido a eso, nos cuesta más saber cuándo parar.

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