Entre la ciencia ficción distópica, el wéstern y el género policíaco, esta saga cinematográfica cuenta la lucha por sobrevivir en una sociedad envilecida por la escasez.
Hay películas que marcan tendencia o que crean un subgénero. Las producciones que mostraban un futuro postapocalíptico no eran nada nuevo en 1981; no podían serlo después del pesimismo que dominó el género en los años 70 y que produjo un buen puñado de títulos, entre ellos su predecesor, "Mad Max, salvajes de autopista" (1979).

'Mad Max 2: el guerrero de la carretera'
Pero "El guerrero de la carretera" desató la locura y fue responsable de que los hoy desaparecidos videoclubs se llenaran de copias baratas que intentaban reproducir su estética, rodando en cualquier paraje desértico –Almería, incluida– con coches y camiones retumbando y extras vestidos con pieles de cabra y ropas de saldo.
Todas han quedado olvidadas, pero sorprende lo bien que aguanta "Mad Max 2".
Las cuatro películas que componen hasta ahora la saga han tenido el mismo director, George Miller, y cuando este decidió rodar la última en 2015 –treinta años después de la anterior–, lo hizo con tal coherencia en el estilo, el ambiente y los personajes que volvió a reventar las taquillas y a ganarse a los críticos, como si no hubieran pasado décadas, a pesar de que el actor protagonista, Mel Gibson, hubiera sido reemplazado por Tom Hardy por razones de edad.
El ritmo frenético, alternando secuencias de acción y tensión –en las que, por expreso deseo de Miller, no se utilizaron efectos digitales– y la estética que los fans esperaban del mundo de Mad Max permanecían intactos.
La involución social
"Mad Max 2" nos muestra cómo se ha completado la evolución –o involución– de la sociedad que habíamos atisbado en la primera parte.
Aquí, los escasos elementos del orden que aún quedaban se han derrumbado, y solo hay un mundo sin reglas ni ley, en el que la posesión más preciada es la gasolina.
Max Rockatansky, el antiguo policía que perdió a su familia en la película anterior, viaja sin rumbo en su Interceptor V8 en busca de combustible y algo que echarse a la boca.
Su deambular le lleva a un pequeño emplazamiento hostigado por la banda de motoristas liderada por Humungus, que quiere arrebatarles la gasolina que producen. A cambio de combustible, Max accede a ayudar a los lugareños a trasladarse a un lugar seguro, llevando el combustible con ellos.

Mundo postapocalíptico
La saga de Mad Max nos enseña lo fácil que resulta que un futuro mal gestionado nos devuelva al pasado, regresando a situaciones y comportamientos que la humanidad creía haber dejado atrás.
En este mundo postapocalíptico, sobre cuyo origen no se da ninguna explicación, se nos presenta un regreso a las épocas salvajes, en las que la tecnología no solo no ha avanzado, sino que ha retrocedido.
"El guerrero de la carretera" es ciencia ficción con estructura de wéstern: Max es el pistolero solitario; los habitantes del emplazamiento, los colonos; y las huestes de Humungus, los pieles rojas.
El emplazamiento recuerda no poco a un fuerte, así como la huida con el camión cisterna a tantas caravanas asediadas por las tribus indias.

Un mundo de escasez
Este retroceso queda reforzado por la sensación de escasez: en el mundo de Mad Max parece haber muy poco de todo.
Llama la atención que, aparte del revólver de Humungus y la recortada de Max, las armas de fuego estén ausentes de la historia y se recurra a machetes, flechas y bumeranes.
Los abundantes vehículos, casi las auténticas estrellas de la película, parecen conseguidos a base de juntar piezas obtenidas aquí y allá. Y las pocas casas que aparecían en la primera parte han desaparecido, con el escenario de rodaje trasladado a una de las zonas más aisladas de Australia.