Antes de que Will Smith y Tommy Lee Jones patrullaran la gran pantalla enfundados en trajes negros impecables y gafas oscuras, los Hombres de Negro ya habitaban en otro universo: el de las viñetas. En 1990, el guionista Lowell Cunningham publicó para Aircel Comics una serie breve y oscura, en la que una misteriosa organización vigilaba, manipulaba y, si era necesario, eliminaba cualquier rastro de actividad extraterrestre en la Tierra. Nada de chistes ni gadgets estrafalarios: en esas páginas, los agentes actuaban con un pragmatismo implacable y un tono cercano al thriller paranoico.
Fue Columbia Pictures quien vio el potencial de aquella premisa, aunque no del todo en la forma en que estaba planteada. El estudio apostó por mantener la base conspirativa y el aura de misterio, pero decidió envolverla en el dinamismo de una comedia de ciencia ficción. La razón era clara: atraer a un público masivo en una época en la que el género necesitaba frescura tras el exceso de tramas apocalípticas y la solemnidad de los noventa. Así nació la idea de combinar extraterrestres y acción con diálogos afilados, humor físico y un dúo protagonista con química inmediata.
Las primeras versiones del guion conservaban gran parte del tono serio del cómic, pero las reescrituras fueron suavizando la atmósfera. Se sustituyeron escenas sombrías por secuencias cómicas, se amplió la galería de alienígenas con diseños extravagantes y se introdujo un equilibrio entre misterio y sátira. El resultado fue un universo más accesible, irreverente y visualmente deslumbrante, que conservaba la intriga original, pero se permitía reírse de sí mismo… y de nosotros, los humanos, que ni sospechamos quién vigila de verdad nuestras noches estrelladas.

Un casting con química intergaláctica
Cuando Barry Sonnenfeld imaginó la pareja que lideraría Men in Black, tenía claro que necesitaba dos polos opuestos. Will Smith, en pleno ascenso gracias al éxito de Independence Day, aportaba frescura, desparpajo y un sentido del humor natural que encajaba con el agente J, el novato que mira el universo con asombro y sarcasmo. Frente a él, Tommy Lee Jones representaba la experiencia, el temple y una seriedad casi imperturbable, perfecta para el veterano agente K.
Sonnenfeld no buscaba simplemente dos buenos actores, sino una dinámica que funcionara tanto en los silencios como en los diálogos. Su idea era que el humor surgiera del contraste: Smith improvisando réplicas ingeniosas y Jones respondiendo con una sobriedad tan extrema que convertía cada escena en una especie de duelo cómico involuntario. Esa química no se construyó en una sala de ensayo, sino que se dejó crecer en el set, alimentada por la personalidad real de ambos.
Durante el rodaje, el director fomentó que Smith añadiera frases improvisadas, muchas de las cuales se colaron en el montaje final. Jones, fiel al guion, reaccionaba con expresiones mínimas, a veces apenas un movimiento de ceja, logrando que el contraste brillara aún más.
El resultado fue una de las parejas más icónicas de la ciencia ficción moderna, capaz de transmitir, entre persecuciones alienígenas y diálogos afilados, que ser diferentes no solo es compatible: es la clave para salvar el mundo.
Los alienígenas según Rick Baker
En Hombres de negro, los extraterrestres no eran simples figuras de fondo: cada uno tenía personalidad, historia y textura propia. El responsable de darles vida fue Rick Baker, leyenda del maquillaje prostético y seis veces ganador del Óscar.
Para Baker, el reto no era solo diseñar seres creíbles, sino integrarlos en un mundo donde lo extraordinario debía sentirse cotidiano. Su taller se convirtió en un laboratorio intergaláctico, repleto de bocetos, maquetas y piezas de látex que, poco a poco, se transformaban en personajes listos para cruzarse con los agentes K y J.
La clave del éxito estuvo en la combinación de efectos prácticos y CGI, algo poco común en los noventa. Baker diseñaba criaturas con prótesis, animatronics y trajes minuciosamente detallados, que luego se complementaban con animaciones digitales supervisadas por Industrial Light & Magic. Este híbrido permitió que los alienígenas se movieran, gesticularan y reaccionaran de forma orgánica, evitando la rigidez del CGI puro de la época. Así, el espectador podía creer que esos seres compartían plano con los actores, y no que eran añadidos artificiales en posproducción.
Dos ejemplos quedaron grabados en la memoria colectiva. Edgar el Bicho, interpretado por Vincent D’Onofrio, combinaba maquillaje prostético —que distorsionaba su cuerpo y endurecía sus facciones— con animaciones digitales para mostrar su verdadera forma insectoide. En contraste, Frank el pug, un alienígena escondido en un perro pequeño, requería un cuidadoso trabajo con un animal real, sincronizando sus movimientos con un elaborado efecto de animación facial. Entre la monstruosidad de Edgar y el carisma cómico de Frank, Baker demostró que el universo MIB podía albergar tanto lo inquietante como lo adorable… y que ambos podían convivir en la misma agencia.

Nueva York como puerta al universo
Para Men in Black, Nueva York no era simplemente un telón de fondo: era un personaje más. Barry Sonnenfeld eligió esta ciudad porque encarnaba, como pocas, la mezcla de culturas, acentos y rostros que alimenta la premisa central de la saga: que los alienígenas ya están aquí, camuflados entre nosotros.
Si en algún lugar del planeta podía pasar desapercibido un ser de otro mundo, era en esta metrópolis donde la diversidad no solo es normal, sino esperada. La ciudad, con su ritmo frenético y su constante intercambio humano, funcionaba como un perfecto espejo de la “comunidad galáctica” que los Hombres de Negro vigilan.
Muchas de las escenas clave se rodaron en localizaciones reales, aunque adaptadas para encajar en el universo secreto de la película. Esta elección narrativa transmitía una idea fascinante: que lo extraordinario puede estar a la vuelta de la esquina, en el mismo vagón de metro o en la fila de una tienda.
El espectador no veía un decorado lejano, sino su propia ciudad —o una que creía conocer— impregnada de secretos. Nueva York se convirtió así en la perfecta “puerta al universo”: un lugar donde lo cotidiano y lo cósmico podían darse la mano sin que nadie, salvo los agentes K y J, lo notara.
Humor, ritmo y taquilla
El guion de Hombres de negro, firmado por Ed Solomon, fue el verdadero motor que mantuvo la nave en curso. Solomon tomó la premisa de un cómic oscuro y la convirtió en un juego de ingenio, donde los diálogos afilados y el humor situacional convivían con secuencias de acción precisas y sin exceso.
El contrapunto entre el sarcasmo seco de Tommy Lee Jones y la energía desenfadada de Will Smith no solo estaba en la actuación: estaba diseñado en las páginas desde el principio, con réplicas y pausas calculadas para que cada intercambio brillara. El resultado fue un equilibrio raro en la ciencia ficción de la época: inteligente, ágil y accesible para todos los públicos.
A esta mezcla se sumó la banda sonora de Danny Elfman, un compositor experto en dar personalidad musical a mundos extraños. Sus temas para la película alternaban secciones tensas, casi detectivescas, con pasajes rítmicos que abrazaban el absurdo y la comedia. Los golpes de percusión y las melodías inquietantes creaban un telón sonoro que elevaba cada persecución y cada momento cómico. Era música que guiaba la emoción del espectador, desde la intriga inicial hasta el clímax.
La fórmula funcionó: estrenada en julio de 1997, Hombres de negro recaudó más de 589 millones de dólares a nivel mundial, convirtiéndose en la película más taquillera de Columbia Pictures hasta ese momento. El público la adoptó como un fenómeno cultural inmediato, mientras que la crítica elogió su originalidad y su equilibrio entre espectáculo y humor. Ganó el Óscar a mejor maquillaje —mérito de Rick Baker— y recibió dos nominaciones adicionales, consolidando su lugar como un clásico moderno del cine de ciencia ficción y comedia.

El legado de 'Hombres de negro'
Cuando Men in Black aterrizó en cines en 1997, no solo conquistó la taquilla: abrió la puerta a un universo entero que Columbia Pictures no tardó en explorar. Dos secuelas cinematográficas —en 2002 y 2012— continuaron las aventuras de los agentes K y J, expandiendo el catálogo de criaturas y ahondando en la mitología de la organización.
Entre ambas, en 1997, llegó Men in Black: The Animated Series, una producción que durante cuatro temporadas mantuvo vivo el espíritu de la saga con nuevas misiones, tramas más amplias y la libertad creativa que permitía la animación. Décadas después, en 2019, la franquicia se renovó con Men in Black: International, un intento de reimaginar el concepto con nuevos agentes y localizaciones globales.
El impacto cultural de la película original se filtró rápidamente en la cultura pop. Series como Los Simpson o Padre de familia han parodiado a los hombres de negro, mientras que el esmoquin negro y las gafas de sol se convirtieron en un icono instantáneo del cine de finales de los noventa.
Pero quizá su legado más duradero fue redefinir para el gran público el subgénero de “invasión alienígena”. En lugar de apostar por la destrucción masiva o el terror, Hombres de negro presentó a los extraterrestres como vecinos excéntricos y, en muchos casos, entrañables, integrados en la vida cotidiana. La amenaza no era siempre un ejército interestelar, sino un individuo con malas intenciones, y la misión no consistía solo en salvar al planeta, sino en mantener la calma y el secreto. Ese giro cómico y humano cambió la forma en que el cine popular podía mirar a las estrellas… y preguntarse quién podría estar mirándonos de vuelta.