¿Qué hace que la vida tenga sentido? Una nueva teoría lo compara con explorar una montaña

Cuando sufrimos una pérdida, caemos en el vacío o nos preguntamos para qué vivimos, lo que sentimos no es filosofía abstracta: es una conversación silenciosa con nuestra propia vida. Un nuevo enfoque fenomenológico intenta cartografiar ese territorio emocional.
¿Qué hace que la vida tenga sentido? Una nueva teoría lo compara con explorar una montaña
El sentido de la vida no se encuentra como una respuesta: se vive como una experiencia. Fuente: iStock (composición ERR)

El sentido no se encuentra: se vive. Hay momentos en los que la pregunta golpea sin aviso: ¿tiene sentido seguir? Puede surgir tras perder a alguien, enfrentar una enfermedad o simplemente despertarse con una sensación de vacío. Para el filósofo japonés Masahiro Morioka, estas crisis no solo son psicológicas, sino oportunidades de diálogo con nuestra propia existencia. En su nuevo estudio, propone que el sentido de la vida no es un concepto que se define en libros, sino algo que se experimenta desde dentro, cuando respondemos a los desafíos que nos lanza nuestra historia personal.

Este enfoque, publicado en Philosophia, parte de una rama filosófica llamada fenomenología, centrada en cómo vivimos las cosas en primera persona. En lugar de preguntar “¿qué es el sentido de la vida?” como si fuera una fórmula universal, Morioka se enfoca en cómo se siente una vida significativa o vacía, y qué papel juegan nuestras decisiones, emociones y acciones cotidianas en esa percepción.

En su propuesta, el autor introduce una noción clave: no hay una única forma de vivir con sentido, sino múltiples “paisajes” posibles, que se despliegan dependiendo de cómo miramos y nos movemos dentro de nuestra vida. Como si estuviéramos en la cima de una montaña, la vista cambia según hacia dónde giremos.

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Cada actitud ante una dificultad revela un paisaje distinto de nuestra biografía. Fuente: Pixabay.

Cuando la vida nos habla

Morioka describe momentos en los que sentimos que nuestra vida nos lanza una pregunta difícil. Lo llama “solicitación vital”: un tipo de llamado interno que surge en situaciones límite, como una ruptura, el duelo, la enfermedad o el agotamiento existencial.

Ante ese llamado, no podemos evitar responder, aunque sea con silencio, con rabia o con resignación. Es la vida preguntándonos por su propio valor, y nosotros intentando contestar, a tientas.

No se trata de voces literales, sino de sensaciones profundas: la urgencia de tomar una decisión, el impulso de cambiar, la duda sobre si seguir adelante. Esta interacción, según el autor, funciona como una especie de diálogo entre la persona y su biografía. La vida no es solo lo que ocurre, sino lo que sentimos que ocurre, y cómo respondemos a eso. En ese sentido, el sentido de la vida no viene dado: se construye desde la respuesta a estas solicitaciones.

El estudio identifica tres formas comunes de solicitación: el deseo de rendirse o sobrevivir, la necesidad de mejorar la calidad de vida, y la pregunta directa por el significado de todo. Cada una nos empuja a actuar, pensar o cambiar, y con ello, colorea la forma en que vivimos nuestro presente.

Lo que la vida nos ofrece (y lo que no)

Para entender estas interacciones, Morioka toma prestado un concepto de la psicología perceptual: el “affordance”. En términos simples, es lo que el entorno nos permite hacer. Un suelo firme nos permite caminar; una taza, sostener café. El autor traslada esta idea a la vida misma: nuestra vida también nos ofrece ciertas posibilidades —amar, llorar, cambiar, recordar— y nos niega otras, como retroceder en el tiempo o ver nuestra historia completa desde fuera.

Esta noción, llamada en el estudio “life affordance”, implica que nuestras decisiones y emociones emergen de las oportunidades que la vida concreta nos ofrece, aquí y ahora. No todas las vidas permiten lo mismo, y no todos los momentos vitales nos presentan las mismas salidas.

Por ejemplo, alguien joven con apoyo emocional puede sentir que tiene más caminos abiertos que alguien solo y mayor. Pero eso no significa que uno tenga más sentido que otro: la clave está en cómo respondemos a esas posibilidades, por limitadas que sean.

Así, el sentido no está en lo que objetivamente ocurre, sino en la forma subjetiva en que percibimos nuestras posibilidades. Y esa percepción, según el estudio, se activa especialmente cuando sentimos que la vida nos exige una respuesta.

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Según Morioka, el sentido vital es una geografía subjetiva que se transforma con cada paso que damos. Fuente: Pixabay.

Enacción: percibir es actuar

El segundo concepto clave que introduce Morioka es “enacción”, proveniente de la neurociencia y la filosofía de la percepción. Su idea principal es que no vemos pasivamente el mundo: lo percibimos a través de nuestras acciones. Lo mismo aplica a la vida. No entendemos su valor desde afuera, como quien observa una película, sino desde dentro, a medida que actuamos en ella.

En este enfoque, cuando una persona se pregunta “¿vale la pena seguir viviendo?”, la respuesta no está en una idea abstracta, sino en lo que hace con esa pregunta.

Si decide resistir, buscar ayuda, transformar su rutina o simplemente respirar un día más, está encarnando una actitud que genera una experiencia de sentido. Pero si cae en la desesperación, y no logra responder, puede vivir su vida como un callejón sin salida. Ambos son paisajes posibles dentro de la misma biografía.

Así como un bastón permite a una persona ciega “ver” el mundo al tocarlo, nuestra forma de explorar la vida —con esperanza, resignación o curiosidad— determina qué significado emerge en el presente. El sentido, entonces, no es una meta: es una forma de caminar.

Una cartografía interior: el modelo geográfico del sentido

La idea más original del estudio es que la experiencia del sentido vital se parece a recorrer un territorio cambiante. Morioka propone un “modelo geográfico” del significado de la vida: una especie de mapa subjetivo formado por distintos paisajes emocionales, que se despliegan según la dirección desde la que observamos nuestra existencia.

Como quien gira sobre sí mismo en la cima de una montaña, cada actitud vital (esperanza, miedo, rebeldía, gratitud) revela una imagen distinta de la vida.

Ninguna es falsa, y todas son parciales. Solo vemos una a la vez, pero podemos imaginar las demás. Este conjunto de experiencias posibles —reales, pasadas, futuras o potenciales— conforman nuestra “geografía del sentido”.

En esa geografía interna, hay zonas soleadas y caminos oscuros. El valor de vivir no está solo en lo que tenemos frente a los ojos, sino en saber que hay otros senderos. Sentir que podríamos ver otra cosa, aunque hoy no podamos, ya es una forma de mantener el horizonte abierto.

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La filosofía fenomenológica propone una brújula interna para orientarnos en el caos emocional. Fuente: Pixabay.

Un modelo para tiempos difíciles

El mayor valor del enfoque de Morioka es que no promete certezas, sino comprensión. En lugar de ofrecer fórmulas sobre lo que “debería” dar sentido a la vida, nos invita a prestar atención a cómo experimentamos el mundo desde dentro, en cada gesto, emoción o decisión. Especialmente cuando todo parece derrumbarse.

Este modelo fenomenológico es útil para pensar en el sufrimiento, el duelo o la depresión. Reconoce que en esos momentos no se trata de encontrar grandes respuestas, sino de reconocer las pequeñas acciones que todavía nos conectan con la vida, como aceptar ayuda, expresar un sentimiento o simplemente seguir preguntando. Cada actitud, cada compromiso con uno mismo, abre un posible paisaje de sentido.

Más que un mapa externo, es una brújula interior. Y quizás, en tiempos de confusión existencial, esa sea la herramienta más honesta que la filosofía pueda ofrecer: un modo de caminar la vida con atención, aunque no sepamos hacia dónde vamos.

Referencias

  • Morioka, M. A Phenomenological Approach to the Philosophy of Meaning in Life.Philosophia. (2025). doi: 10.1007/s11406-025-00854-5

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