Cuando escuchamos la palabra inflamación, solemos pensar en un tobillo hinchado o en una herida enrojecida. Síntomas visibles que desaparecen una vez el cuerpo se ha recuperado. Sin embargo, existe otro tipo de inflamación mucho más silenciosa y persistente: la inflamación crónica.
Un ciclo silencioso
A diferencia de su versión aguda, la inflamación crónica actúa a fuego lento. No da señales evidentes al principio, pero mantiene al sistema inmunitario en un estado de alerta constante.
Con el tiempo, esa activación prolongada desgasta las células de manera similar a la oxidación de un metal expuesto al aire libre. Este deterioro puede dañar tejidos y órganos, aumentando el riesgo de desarrollar enfermedades como diabetes, patologías cardiovasculares o incluso cáncer. Lo que empezó como un mecanismo de defensa, puede terminar siendo parte del problema.
Además, con el paso de los años, nuestras células dejan de funcionar como deberían y comienzan a liberar sustancias que promueven la inflamación. Por eso, a medida que envejecemos, partimos de un nivel inflamatorio más elevado. Aunque no podemos detener el paso del tiempo, sí existen otros factores que podemos cambiar y que nos permiten tener cierto control sobre la inflamación. Y eso es una buena noticia: si hay elementos modificables que influyen en la inflamación crónica, significa que tenemos herramientas para prevenirla.

Biomarcadores: las huellas de la inflamación
Para medir los niveles de inflamación en el cuerpo, los médicos y científicos recurren a ciertos indicadores conocidos como biomarcadores inflamatorios. Se trata de sustancias detectables a través de análisis de laboratorio, como la proteína C reactiva o las interleucinas (IL-6, IL-1β), entre otras. Estas son "huellas" o "cicatrices químicas" que, sin ser visibles a simple vista, están presentes en fluidos como la saliva, sangre u orina y pueden rastrearse.
Conocer los valores de estos biomarcadores no solo sirve para medir la inflamación, sino que también ayudan a predecir el riesgo de desarrollar enfermedades. Si los niveles de estos biomarcadores son elevados, es posible que se necesiten cambios en el estilo de vida o tratamientos para reducir la inflamación y evitar daños mayores.
Nuestros hábitos a la mesa y su impacto en salud
El Fondo Mundial y el Instituto Americano para la Investigación del Cáncer (WCRF/AICR, por sus siglas en inglés) advierte de que una mala alimentación puede alterar el equilibrio interno del cuerpo (homeostasis) favoreciendo la acumulación de daños en el ADN que aumentan el riesgo de desarrollar cáncer. Para prevenirlo, el WCRF/AICR recomienda una dieta rica en alimentos de vegetales (frutas, verduras y legumbres), optar por fuentes saludables de proteína animal como huevos, pescados y carnes blancas, y limitar el consumo de carnes rojas y procesadas. También aconseja evitar el alcohol, la comida rápida, los ultraprocesados y los productos con alto contenido en azúcar, como bollería o refrescos.
Además, numerosos estudios han demostrado que seguir una dieta rica en alimentos vegetales y moderada en opciones saludables de origen animal no solo ayuda a reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y cáncer, sino que también podría favorecer un envejecimiento más saludable.
Por ejemplo, investigadores de Harvard analizaron cómo distintos patrones alimentarios influían en el riesgo de enfermedades crónicas como la diabetes, el cáncer o los problemas cardiovasculares. Dietas como la mediterránea, las orientadas al control glucémico y otras basadas en alimentos vegetales mostraron una reducción del riesgo de entre un 20 % y un 42 %, en comparación con quienes no seguían estos patrones.

¿Qué patrones alimentarios combaten mejor la inflamación?
Gracias a la investigación científica sabemos que algunos alimentos como algunas especias, el té o productos ricos en vitaminas y minerales pueden tener un impacto positivo en nuestro equilibrio inflamatorio.
Sin embargo, la dieta es algo mucho más global que el consumo de un puñado de alimentos. Por ello, es importante explorar la relación entre la inflamación y los patrones dietéticos que representan los hábitos alimentarios de la población. La relación de la dieta mediterránea y las dietas vegetales con la inflamación es de las más estudiadas. Aunque los resultados parecen indicar que este tipo de dietas podrían tener potencial antinflamatorio, la evidencia aún no es firme. Algunos estudios sostienen que el potencial antiinflamatorio de la dieta mediterránea es limitado en comparación con el de las dietas vegetarianas, otros trabajos destacan lo contrario, atribuyendo a la dieta mediterránea un mayor efecto antiinflamatorio que a las dietas vegetarianas.
Es posible que estas diferencias en los resultados se deban a que muchos estudios analizan la relación entre la dieta y biomarcadores inflamatorios de forma individual —esas “huellas” inflamatorias de las que hablábamos al principio. Sin embargo, algunos de estos biomarcadores son muy sensibles y pueden alterarse fácilmente por factores externos, como un pico de estrés o haber bebido alcohol el día anterior a la analítica. Por ello, algunos científicos proponen ir un paso más allá y centrarse en lo que llaman firmas biológicas de inflamación. Estas firmas permiten observar cómo se comportan varios biomarcadores al mismo tiempo, de forma conjunta y sincronizada, ofreciendo así una imagen más sólida y representativa del estado inflamatorio real del organismo.
En resumen, los resultados existentes parecen indicar que la alimentación tiene algo que decir sobre nuestra salud y sobre nuestro estado inflamatorio. Sin embargo, es necesario seguir estudiando el papel mediador de la inflamación entre la dieta y la salud.

Nutrir la salud
En cualquier caso, mientras siguen las investigaciones en esta línea, parece claro que la dieta ayuda a prevenir numerosas enfermedades crónicas. Mantener hábitos alimentarios saludables desde edades tempranas contribuye a vivir más años y a vivirlos mejor.
Aristóteles decía que somos el reflejo de lo que hacemos día a día, y que la excelencia se alcanza a través de la práctica repetida y la formación de hábitos. Y lo mismo podríamos decir de la salud.
Referencias
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- L. Koelman, C. Egea Rodrigues, and K. Aleksandrova. Effects of Dietary Patterns on Biomarkers of Inflammation and Immune Responses: A Systematic Review and Meta-Analysis of Randomized Controlled Trials. Adv. Nutr., vol. 13, no. 1, pp. 101–115, Jan. 2022, doi: 10.1093/advances/nmab086

Cristina Barahona López
Bióloga. Técnica Superior Especializada de OPIs. Centro Nacional de Epidemiología, Instituto de Salud Carlos III. Centro de Investigación Biomédica en Red en Epidemiología y Salud Pública.


Gary Sánchez Gordón
Nutricionista Dietista. Máster en Epidemiología. Becario predoctoral en Epidemiología y Salud Pública (CNE|ISCIII – UAM).


Adela Castelló Pastor
Doctora en Epidemiología. Científica Titular de OPIs. Centro Nacional de Epidemiología, Instituto de Salud Carlos III. Centro de Investigación Biomédica en Red en Epidemiología y Salud Pública.
