La transformación de Roma: de la República al Imperio

El antiguo imperio romano es un ejemplo de transformación política y social. Descubre en este artículo cómo la República de Roma evolucionó hacia la estructura imperial y que diferencias surgieron entre ambos sistemas. Este cambio histórico dejó una huella indeleble en la historia de Roma y, en última instancia, moldeó el curso de las futuras civilizaciones occidentales.
El último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, enfureció a sus súbditos con su pésimo gobierno y tira

La historia de Roma tiene mucho de relato de transformación. De hecho, lo tiene todo. Inició como monarquía, mutó en República para, al final, engendrar un vasto imperio. Así fue la transformación de Roma.

El simbolismo de SPQR y la soberanía en la República romana

SPQR: significado y relevancia en la política romana

El Senado y el Pueblo Romano: eso mismo –Senatus Populusque Romanus– significa el acrónimo SPQR que, en la última etapa de la República (desde el año 80 a.C.) y hasta muchos años después de que desapareciera (la época de Constantino, en el siglo IV), blasonó las monedas, los documentos, las inscripciones en piedra o metal, los monumentos y los estandartes de las legiones como denominación legal de Roma. De origen incierto, pero probablemente de la etapa fundacional de la ciudad-Estado republicana (cuyo nombre oficial entonces era solo “Roma”), resulta irónico que la frase que designa al Senado y al pueblo como depositarios de la soberanía se institucionalizase, precisamente, cuando dicha soberanía agonizaba, próxima a extinguirse, entre otras cosas por la lucha entre ambos estamentos: la patricia clase senatorial y el pueblo (la plebe).

Esa contradicción de base, nunca resuelta, traería la decadencia de la República romana y, en último término, las guerras civiles, caldo de cultivo para la irrupción de diversos hombres providenciales o “salvapatrias”. Y serían los más exitosos de todos ellos –también los más inteligentes y cautivadores–, Julio César, y sobre todo su heredero, Octavio Augusto, quienes le dieran la puntilla a una forma de gobierno que parecía eterna pero que, en realidad, había nacido hacía menos de cinco siglos.

La agresión sexual a Lucrecia, patricia romana, por Sexto Tarquinio. La transformación de Roma. Foto: FITZWILLIAM MUSEUM

Contradicciones entre el Senado y el pueblo

Su nombre en latín, Res publica o “cosa pública” –o, como diríamos hoy, esfera pública–, englobaba todo el conjunto de asuntos que había que organizar para un armonioso funcionamiento de la sociedad romana. Así, para sustituir el liderazgo de los reyes, se creó el nuevo cargo de cónsul, asignado expresamente a dos senadores: los primeros fueron el propio Lucio Junio Bruto y Lucio Tarquinio Colatino.

El primer acto de Bruto –antepasado, por cierto, del Marco Junio Bruto que participaría siglos después en el asesinato de César– como cónsul fue obligar a Colatino a renunciar bajo el pretexto de que era un Tarquinio y de que Roma no sería libre hasta que todos los miembros de dicha familia dejaran la ciudad. Colatino se autoexilió, y el Senado decretó el mismo destino para todos los Tarquinios... con la salvedad del hábil Bruto, que aprovechó la ocasión para “colocar” como colega consular a su amigo Publio Valerio Publícola. Como vemos, la corrupción y el tráfico de influencias empezaron pronto a causar estragos.

Por ello, enseguida comenzaron las reformas. Las principales instituciones del nuevo régimen pasaron a ser el Senado, las magistraturas y los comicios. El Senado, pilar de la República y órgano político ante el que rendían cuentas los cónsules, estuvo originalmente constituido solo por patricios, pero a partir de la Lex Ovinia (312 a.C.) se permitía que los plebeyos formaran parte del mismo. La auctoritas del Senado daba validez a los acuerdos tomados en las asambleas populares o comicios; también resolvía las situaciones de interregnum o vacío de poder, que acontecían cuando moría un cónsul.

Fresco decimonónico Apio Claudio entra en el Senado romano en el año 312 a.C.). Foto: Album

De la monarquía a la república: el cambio de poder en Roma

El ocaso de la monarquía: un vistazo al último rey romano

Antes de la República, Roma era una monarquía de carácter electivo en la que el monarca era, por encima de todo, un jefe cívico-militar proveniente de las gens (agrupaciones familiares) más antiguas e ilustres. Lo que sabemos de esta etapa, lo mismo que del arranque de la subsiguiente era republicana, se lo debemos principalmente al muy posterior Tito Livio (59 a.C.-17), de modo que hay que hacer siempre salvedades respecto a la mezcla de historia y leyenda. Sea como fuere, parece que el séptimo rey de Roma –que también sería el último–, Tarquinio el Soberbio, del clan de los Tarquinios, utilizó en tal grado la violencia, el asesinato político y el terror para mantenerse en el poder, derogando además reformas y beneficios sociales establecidos por sus predecesores, que los romanos empezaron a denostar la monarquía.

Abolición de la monarquía y establecimiento de la República

Por si esto fuera poco, Tarquinio acabó de enfurecer al pueblo al destruir todos los santuarios y altares sabinos de la Roca Tarpeya y aún más cuando permitió que su hijo Sexto violara a Lucrecia, una patricia romana. Llegado este punto, un pariente de esta –y también de Tarquinio–, Lucio Junio Bruto, convocó al Senado y, con el apoyo de la plebe, se decidió el destierro del rey y la abolición del sistema monárquico. Corría el año 510 a.C. Evidentemente, había que sustituir lo abolido con algo. Y el Senado, hasta entonces un órgano consultivo esporádico, se hizo permanente y se convirtió, ya entrado el año 509 a.C., en la clave de la nueva forma de gobierno: la República de Roma.

El rol del cónsul como contrapeso al poder monárquico

Inicialmente, a los cónsules se les transfirieron todos los poderes que antaño tenía el rey, pero con la esperanza de que el hecho de que tuvieran que compartirlos actuara de contrapeso e impidiese la tiranía. Se estableció que sus mandatos fueran anuales y cada cónsul, además, podía vetar las actuaciones o decisiones de su colega consular (intercessio). Esta medida pronto se reveló insuficiente para evitar el abuso de poder.

Roma en expansión: la conquista de la Península Itálica

Guerras latinas y samnitas: claves en la dominación de Italia

Para limitar el mando de estos, además, se crearon las restantes magistraturas, cargos absolutamente originales de la República romana que estaban por debajo de los cónsules y dividían sus atribuciones. Las primeras –con el tiempo surgirían muchas otras– fueron la de pretor, que asumía las potestades judiciales otorgadas a los cónsules, y la de censor, que tenía la potestad de controlar el censo.

Con este sólido andamiaje administrativo y político, y debilitados los otrora poderosos etruscos, la ciudad-Estado de Roma se convirtió rápidamente en la nueva potencia hegemónica de la península itálica. Así, los primeros siglos de la República (V-III a.C.) vieron la progresiva conquista de prácticamente toda la Italia peninsular por parte de los romanos.

Primero vinieron las llamadas guerras latinas, dos conflictos acaecidos en siglos sucesivos –498 a 493 a.C. y 340 a 338 a.C.– que enfrentaron a la República con los pueblos del Lacio (latinos y faliscos). La victoria final de Roma le dio el dominio sobre dicho territorio y, casi al mismo tiempo, en 343 a.C., se inició la primera de las tres guerras samnitas, que culminaron en 290 a.C. con el completo sometimiento de la Italia central.

Para el primer cuarto del siglo III a.C., los romanos habían vencido imparablemente a todos sus rivales itálicos: etruscos, galos del Po, brutios, lucanos, sabinos, umbros, celtas del norte y, entre 280 y 275 a.C., a los habitantes del sur. Era el momento de expandirse más allá de sus fronteras peninsulares.

El papel de las legiones romanas en la expansión territorial

Las legiones, instrumento de dicha conquista, se componían de ciudadanos reclutados en tiempos de guerra e identificados con su objetivo, frente al carácter mercenario de los ejércitos rivales, lo que junto a su disciplina y entrenamiento las convirtió casi en invencibles. Además, a medida que avanzaba por el mapa itálico, Roma reclutaba asimismo como tropas auxiliares a los contingentes de las ciudades dominadas: una inteligentísima medida que fue dando cuerpo a unas formidables fuerzas armadas y tejiendo una tupida red de alianzas.

Cuadro del siglo XVIII se recrea la muerte en 121 a.C. de Cayo Sempronio Graco, político reformista. Foto: AGE

Los conflictos que definieron a Roma: las Guerras Púnicas

Victoria sobre Cartago y dominio del Mediterráneo

Porque, claro, el problema que lleva aparejado el crecimiento territorial es que hay que seguir creciendo constantemente, para poder abastecer lo conquistado y protegerlo de agresiones externas: el eterno dilema histórico del colonialismo, que llevó a la República a la contradicción de crear un imperio de facto, de proporciones cada vez más gigantescas, que acabaría por devorar las instituciones republicanas pensadas para la eficaz administración de una ciudad-Estado.

Así las cosas, Roma inició una larguísima escalada bélica que, a la postre, la convertiría en la primera potencia del mundo mediterráneo. Las guerras púnicas marcaron la primera etapa de esta expansión.

Mientras los romanos se afianzaban en Italia, la ciudad de Cartago, en la costa norteafricana, había puesto en pie un enorme imperio marítimo que dominaba todo el Mediterráneo occidental, con colonias estables en Hispania, Baleares y Sicilia, de donde había logrado expulsar incluso a los griegos.

En 264 a.C., la República decidió ocupar las colonias cartaginesas sicilianas. Tras armar una poderosa flota de guerra, los enfrentamientos de distinto signo se sucedieron hasta que en 241 a.C. Cartago capituló: fue el fin de la primera guerra púnica, merced a la cual Roma se apoderó asimismo de Córcega y Cerdeña y penetró en la Galia transalpina, y en la que sobresaldría –pese a su derrota– el célebre general y estadista cartaginés Amílcar Barca.

El último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, enfureció a sus súbditos con su pésimo gobierno. Foto: ALBUM

Su hijo, Aníbal, sería el protagonista en el bando cartaginés de la segunda guerra púnica (218-201 a.C.), enfrentado a Publio Cornelio Escipión el Africano, general y político romano que se alzó con la victoria en la batalla de Zama. En esta ocasión se dirimía la conquista de Hispania, que los romanos codiciaban por su riqueza en yacimientos de plata. Y todavía habría una tercera guerra púnica (149-146 a.C.), centrada en gran parte en el asedio y batalla de Cartago, que se saldó con el saqueo y la completa destrucción de la ciudad mediterránea. Su población fue exterminada o esclavizada y su territorio pasó a convertirse en la provincia romana de África.

El dominio romano del Mediterráneo: dueños del Mare Nostrum

Paralelamente, en el Mediterráneo oriental, la insaciable República de Roma se enfrentó a los monarcas de los Estados helenos surgidos tras la desmembración del imperio de Alejandro Magno: a los reyes macedonios Filipo V (197 a.C.) y Perseo (168 a.C.) en las llamadas guerras macedónicas y a Antíoco III en la guerra romano-siria (189 a.C.). Con sus sucesivas victorias sobre todos ellos, Macedonia, Acaya y Epiro se convertirían igualmente en provincias romanas.

Roma consolidó este dominio absoluto del Mare Nostrum con el establecimiento de numerosas colonias en la Galia Cisalpina y la definitiva ocupación de Hispania (toma de Numancia en 133 a.C.) y de la Galia del sur, que, convertida en la provincia Narbonense, permitió la unión terrestre de Hispania con la metrópoli a través de la Vía Domitia, una fabulosa calzada que discurría en paralelo al mar desde los Alpes a los Pirineos.

Todas estas conquistas conllevaron una revolución económica: Roma, diríamos hoy, pegó un auténtico pelotazo. Los botines e indemnizaciones de guerra, más los tributos pagados por las provincias, enriquecieron al Estado de manera colosal, y sobre todo a muchos particulares. De este modo, los miembros de la clase senatorial acapararon las tierras que la República se había reservado (el ager publicus) y administraron la explotación de dichos bienes públicos –de ahí su nombre de publicanos– entregados a una febril y alocada especulación.

Del sistema republicano al Principado: el ascenso del Imperio

Julio César y Octavio Augusto: líderes de la transformación

La transición de Roma de una República a un Imperio fue un proceso complejo que impulsaron dos líderes carismáticos y ambiciosos: Julio César y Octavio Augusto. Julio César, un general y estadista excepcional, desafió las normas republicanas al acumular un poder sin precedentes. Su asesinato en el 44 a.C. desencadenó una serie de guerras civiles que culminarían con el ascenso de su heredero, Octavio, más tarde conocido como Augusto.

Octavio Augusto fue el arquitecto del Imperio Romano. Tras derrotar a sus rivales en la batalla de Actium en el 31 a.C., consolidó su poder y estableció el Principado, una forma de gobierno que mantenía la fachada de la República mientras concentraba el poder en sus manos. Augusto se presentó como el restaurador de la paz y el orden, y bajo su liderazgo, Roma entró en una era de prosperidad y estabilidad conocida como la Pax Romana. La transición al Principado permitió a Roma adaptarse a los nuevos equilibrios, pero también marcó el fin de la participación política directa de los ciudadanos romanos y el comienzo de una era de autocracia.

La revolución económica y sus repercusiones sociales

El último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, enfureció a sus súbditos con su pésimo gobierno. Foto: ALBUM

La expansión territorial de Roma trajo consigo una revolución económica que transformó la sociedad romana. Las conquistas proporcionaron enormes botines de guerra, tierras y recursos que enriquecieron al Estado y a la élite senatorial. Sin embargo, esta riqueza también exacerbó las desigualdades sociales entre los ricos y los pobres.

El aumento de la riqueza concentrada en manos de unos pocos llevó a una especulación desenfrenada y al acaparamiento de tierras. Los pequeños campesinos, incapaces de competir con las grandes propiedades de los patricios, se vieron obligados a abandonar sus tierras y migrar a las ciudades en busca de oportunidades. Este éxodo rural alimentó el crecimiento de una plebe urbana empobrecida y descontenta, que se convirtió en un caldo de cultivo para la agitación social. Así, la creciente desigualdad y el descontento popular amenazaron la estabilidad de la República.

Inestabilidad social y política: origen de las guerras civiles

La inestabilidad social y política de la República romana fue un factor clave en el desencadenamiento de las guerras civiles que marcaron el final del sistema republicano. Las tensiones entre las clases sociales, exacerbadas por la desigualdad económica, crearon un entorno propicio para el surgimiento de líderes populistas que prometían reformas radicales. Sin embargo, estas promesas a menudo se traducían en luchas de poder que desestabilizaban aún más el Estado.

Las guerras civiles romanas fueron el resultado de una serie de conflictos internos que enfrentaron a diferentes facciones políticas y militares. Las luchas entre los partidarios de Julio César y Pompeyo, y más tarde entre los seguidores de Octavio y Marco Antonio, reflejaban las divisiones profundas en la sociedad romana. Estos conflictos no solo alteraron el equilibrio de poder, sino que también llevaron a la militarización de la política romana, donde los generales se convertirían en figuras clave en la toma de decisiones. La inestabilidad social y política de la República fue el catalizador para la transformación de Roma en un imperio.

Diferencias entre la República romana y el Imperio romano

Las diferencias entre la República romana y el Imperio romano son significativas y reflejan la evolución de las estructuras políticas y sociales de Roma. Durante la República, el poder estaba distribuido entre el Senado, las asambleas populares y los magistrados, lo que permitía una cierta participación ciudadana en la política. Sin embargo, esta estructura también era vulnerable a la corrupción y las luchas internas, que finalmente llevaron a su colapso.

En contraste, el Imperio romano, bajo el liderazgo de los emperadores, centralizó el poder en manos de una sola figura. Aunque las instituciones republicanas como el Senado continuaron existiendo, su influencia real se redujo significativamente. El emperador se convirtió en la autoridad suprema, con el poder de legislar, administrar y comandar las fuerzas armadas. Esta concentración de poder permitió una gobernanza más eficiente, pero también eliminó la participación política directa de los ciudadanos.

Los desafíos de la sociedad romana: injusticia e inestabilidad

Corrupción y tráfico de influencias en la política romana

La corrupción y el tráfico de influencias fueron problemas persistentes en la política romana, tanto durante la República como en el Imperio. Desde los primeros días de la República, la concentración de poder en manos de la élite senatorial creó un entorno propicio para el abuso de poder. Los cónsules y otros magistrados a menudo utilizaban sus posiciones para favorecer a amigos y aliados, lo que socavaba la confianza en las instituciones políticas.

La corrupción no solo afectaba a la política interna, sino que también tenía repercusiones en la administración de las provincias. Los gobernadores provinciales, a menudo seleccionados por sus conexiones políticas más que por su competencia, explotaban sus posiciones para enriquecerse a expensas de los habitantes locales. Este abuso de poder generaba resentimiento y descontento, y alimentó la inestabilidad en las regiones conquistadas.

Aumento de las desigualdades sociales y tensiones de clase

Semejante riqueza, al mismo tiempo, trastocó el ya frágil equilibrio social entre los siglos II y I a.C. Era aquella una sociedad basada en los estamentos, y la diferencia de estatus entre la nueva aristocracia –formada por miembros de la antigua clase patricia junto con nuevos ricos– y los patricios empobrecidos de la nobilitas y las masas populares (los plebeyos) aumentó hasta límites insostenibles. Paralelamente, muchos pequeños campesinos, arruinados por las constantes guerras, emigraron a Roma y engrosaron esa plebe urbana, muy susceptible de manipulación demagógica, al tiempo que los habitantes de los territorios ocupados estaban descontentos por la explotación a la que los sometían sus gobernantes y deseaban la igualdad con los romanos (ciudadanía).

Todo ello convivía con una desmedida afición de las clases pudientes al lujo y la opulencia. Y luego estaban los esclavos, un mero instrumento económico que podía comprarse y venderse; procedentes en su mayoría de los pueblos sometidos, se convirtieron en el siglo I a.C. en el estrato social más numeroso y protagonizaron las guerras serviles, una serie de levantamientos de los que el de Espartaco fue el único que puso en peligro real a la República.

Referencias

  • Knutsen, Torbjørn L. y Martin Hall. 2021. "Rome: Republic, monarchy and empire", en Routledge Handbook of Historical International Relations. Routledge, pp. 398-407.
  • Pastor, Bárbara. 2008. Breve historia de Roma: monarquía y república. Ediciones Nowtilus.

     

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