La fascinación por el Antiguo Egipto no es algo nuevo ni consecuencia de los grandes hallazgos del siglo XX como el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón por Howard Carter en el año 1922. Ya Heródoto en el siglo V a. C. se interesó por esta civilización y recopiló un tratado sobre la historia de Egipto.
Más tarde, los árabes de la Edad Media también se interesaron por la cultura faraónica y en la Edad Moderna numerosos viajeros europeos mostraron su fascinación por la civilización egipcia, llegando a desarrollar sus propias conclusiones. Sin embargo, no será hasta finales del siglo XVIII cuando se lleve a cabo la primera exploración sistemática, realizada por un grupo de estudiosos franceses.

A partir de este momento, la vieja Europa volverá sus ojos hacia Oriente para contemplar, estudiar y apoderarse de una cultura hasta ese momento poco conocida, pero con una riqueza espectacular. Estas primeras investigaciones francesas iban asociadas a la campaña militar que las tropas de Napoleón llevaron a cabo en Egipto.
Bonaparte era el general más popular de Francia, pero aún no veía el momento de asaltar el poder con un golpe de Estado ya que consideraba fundamental realizar una gran campaña cuyo triunfo consolidara su imagen como el único candidato capacitado para salvar a la República. Sin embargo, la opción de atacar a Inglaterra no era la más adecuada, de ahí que pusiera sus miras en otros puntos.
En estos momentos algunos franceses veían con buenos ojos el crear nuevas colonias, recuperándose la vieja propuesta de que Egipto fuera cedida a Francia. Además, con la conquista de Egipto se pretendía cerrar a los británicos el camino a la India.
Una expedición germinal
La campaña militar dio comienzo el 19 de mayo de 1798 partiendo desde el puerto de Toulon con una flota de 200 navíos y cerca de 40 000 soldados, concluyendo tan solo un año después, el 22 de agosto de 1799, con el retorno apresurado de Bonaparte y el abandono de su ejército en manos del general Kléber a su propia suerte en Egipto.
La idea inicial de la incursión francesa era establecer contactos comerciales con el Levante, y una vez que Egipto fuera anexionado a la República, partir destino a la India. De hecho, las tropas de Napoleón llegaron hasta San Juan de Acre, pero tras ser derrotado tuvo que retroceder.

La campaña militar resultó todo un fracaso, en el que la flota naval fue prácticamente arrasada por los navíos británicos, mientras que los soldados fueron dejados a su suerte dado el repentino regreso a Francia del general.
Dejando a un lado las connotaciones políticas de esta campaña, las consecuencias que esta expedición tuvo para la egiptología resultan fundamentales ya que supusieron el germen de los estudios sobre la antigua civilización. Y es que el ejército napoleónico estuvo acompañado en su expedición por un grupo de sabios formado por ingenieros civiles, matemáticos, astrónomos, naturalistas, dibujantes, pintores, poetas, etc.
Fruto de la participación de estos sabios fue la publicación, en 1802, de la obra escrita por Vivant Denon Voyage dans la Basse et la Haute Égypte, donde se incluyen una gran cantidad de láminas de monumentos egipcios dibujadas por él mismo durante la campaña efectuada. Fue tal la repercusión que tuvo esta obra, que Napoleón lo nombró posteriormente Director General de Museos, poniéndolo al frente del Museo Napoleón Bonaparte, que en la actualidad recibe el nombre de Museo del Louvre.
Esta obra hizo que en Europa se comenzara a conocer la riqueza y antigüedad de las construcciones egipcias, despertando el interés en el viejo continente por esta cultura tan desconocida hasta el momento.

La obra de Denon se vio ampliada por la Description de l’Égypte, ou Recueil des observations et des recherches qui ont été faites en Égypte pendant l’expédition de l’armée française (Descripción de Egipto, o una colección de observaciones e investigaciones que fueron hechas en Egipto durante la expedición del Ejército francés) publicada por orden del emperador Napoleón entre 1809 y 1822 y que consta de veintitrés tomos cuya realización estuvo a cargo de la Comisión de Ciencias y Artes del Ejército de Oriente.
Saqueo del patrimonio egipcio
Sin embargo, asociado a esa fascinación por la cultura egipcia, se despertó un creciente deseo por hacerse con el material egipcio, lo que provocó importantes actos de saqueo y robo del legado faraónico ante la impasible mirada de las autoridades egipcias, quienes además alentaban estas actuaciones en busca de la modernización de su país sin proteger su pasado.
En este punto jugó un gran papel el cónsul francés Drovetti, quien se dedicaba a exhumar y adquirir cualquier objeto y monumento egipcio, convirtiéndose en un auténtico coleccionista de antigüedades. Este ofreció al rey francés Luis XVIII su colección para el Museo del Louvre, pero el rey se negó debido a su alto precio, siendo adquirida finalmente por el rey del Piemonte, quien tras pagar 400 000 liras consiguió que el Museo de Turín fuera el primer museo europeo en contar con una colección egipcia de importancia.
Drovetti siguió con su labor expoliadora, y consiguió vender al rey francés, Carlos X, su nueva colección por 200 000 francos, siendo expuestas las piezas en el Museo del Louvre. Drovetti llevó a cabo una tercera venta de sus piezas, esta vez al rey de Prusia, por 36 000 francos y que fueron a parar a las vitrinas del Museo de Berlín.

Siguiendo los pasos de Drovetti, el pintor inglés Henri Salt, tras ser nombrado cónsul de su país, juntó otras tres colecciones que fueron vendidas al Museo Británico de Londres en 1818 y 1827, y al rey francés Carlos X en 1824. Además, otros cónsules de diferentes nacionalidades se afanaron en dotar los museos de sus países de origen con grandes e importantes colecciones, provocando una continua hemorragia en el patrimonio de Egipto.
Descifrando la Piedra de Rosetta
En cuanto a las investigaciones efectuadas en este periodo, resulta fundamental para el conocimiento de la cultura egipcia el trabajo llevado a cabo por Jean-Françoise Champollion, quien en 1822 publicó «Carta a M. Dacier relativa al Alfabeto de los Jeroglíficos Fonéticos empleados por los egipcios». En ella presentaba sus estudios sobre la Piedra de Rosetta.
Esta famosa piedra tallada en basalto negro contenía un decreto del año 196 a. C. bajo el reinado de Ptolomeo V. En la piedra se presenta un único texto escrito en tres escrituras diferentes, el jeroglífico, demótico y el griego. El objeto recibió este nombre al aparecer durante unas obras de remodelación del fuerte francés de Jullien, en una zona aledaña a la villa de Rosetta, cerca de Alejandría.
Hasta ese momento, los jeroglíficos que aparecían en los monumentos y las inscripciones de los papiros realizadas en escritura hierática y demótica resultaban totalmente indescifrables. Los trabajos de Champollion resultaron cruciales para el desarrollo de la egiptología tal y como la conocemos en la actualidad ya que consiguió descifrar la antigua escritura.

Esta investigación fue llevada a cabo a través de varios calcos que se hicieron a la piedra, ya que, aunque fue descubierta por los franceses, cuando Alejandría se rindió a los británicos todos los objetos recolectados por los franceses que aún estaban en Egipto pasaron a manos inglesas, objetos entre los que se incluye la piedra Rosetta. De ahí que la Piedra Rosetta se encuentre actualmente conservada y expuesta en el Museo Británico de Londres.
A partir del desciframiento de la Piedra Rosetta surgió una fiebre por el Antiguo Egipto, poniéndose de moda entre los estudiosos y viajeros europeos del siglo XIX, y surgiendo nuevas expediciones e investigaciones que tenían como objetivo estudiar los miles de jeroglíficos que aparecen en gran cantidad de monumentos y que nos cuentan la historia de una cultura apasionante.
Años más tarde, en 1837, la publicación de la obra del inglés Sir John Gardner Wilkinson compuesta por tres volúmenes y titulada Vida y costumbres de los Antiguos egipcios, supuso una novedad en todo el mundo, considerándose el primer trabajo exhaustivo y fiable en torno a las antigüedades egipcias.
Profesionalización de la egiptología
Será ya a finales del siglo xix y en adelante cuando los estudios en egiptología vayan convirtiéndose progresivamente en una cuestión más profesional, con un interés en preservar y anotar el mayor número de evidencias posibles, contra la práctica habitual centrada en la recuperación de los objetos de valor.
A partir de estos momentos se abandonaron los aires colonialistas de organizar campañas a Egipto con el propósito de llevarse los tesoros a los museos nacionales. Las excavaciones fueron evolucionando y se abandonó la tendencia de sacar de Egipto sus antigüedades, consiguiendo involucrar a la sociedad e investigadores egipcios en el estudio de su civilización.