En la Batalla de Inglaterra la mujer dio un paso adelante (o le dejaron darlo los políticos de turno en la sociedad patriarcal) porque la Historia universal se ha contado, lamentablemente, sin tener en cuenta a la mitad de la humanidad. Así nos encontramos con la participación activa, en la producción económica y en la contienda, de damas convertidas en obreras, en agricultoras, en ganaderas, en soldados o en artistas. También las mujeres de la familia real concedieron apoyo moral a la población bombardeada.

Lady Houston, la mecenas de la aviación británica
Nació en 1864 en la provincia de Lambeth. En el tardío Londres victoriano fue corista. Viajó por Europa y se casó hasta cuatro veces, recibiendo en los divorcios pensiones económicas, el apellido Houston y una suculenta herencia de 5,5 millones de libras al quedarse viuda de su última pareja.
Fue enfermera durante la Gran Guerra y participó en campañas para solicitar el voto femenino como derecho. Cuando estalló la Batalla de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial, ella estaba muerta. Había fallecido en 1936, sin embargo, sus inversiones filantrópicas fueron decisivas para la victoria aliada.
Lady Fanny Lucy Houston donó casi todo su dinero a la compañía de fabricación de aviones bélicos Supermarine. Este cuerpo militar producía los famosos aviones Spitfire. Quién sabe si, en el caso de que no se le hubiera ocurrido esta idea a lady Houston, hubieran podido tener los ingleses aviones mucho más rápidos que los alemanes. La velocidad de los cazas británicos fue uno de los factores que más influyeron en que el triunfo fuera para Reino Unido. Con aplomo lady Houston había expresado que: «Todo británico de verdad preferiría vender su última camisa antes de admitir que Inglaterra no puede defenderse por sí misma». ¿Temía la nefasta sombra de Hitler? En 1934 el criminal Adolf se había convertido en Führer.

Las mujeres en el frente
La inglesa Flora Sandes fue la única soldado de Reino Unido que se alistó y que luchó como miembro de un ejército regular en la Primera Guerra Mundial. La situación fue muy diferente en el segundo conflicto planetario. Cuando el combate estaba en su momento de máxima tensión, las fuerzas aéreas tenían más aviones que pilotos, por lo que se decidió reclutar a mujeres, que se mostraban voluntarias desde el inicio.
La Real Fuerza Aérea inglesa (RAF) hizo una llamada desesperada para que se apuntaran al programa mujeres que supieran pilotar y pudieran ayudar a trasladar los aviones militares de las fábricas a los hangares. Al principio, fueron tan solo ocho las mujeres que se inscribieron y, aunque el reclutamiento fue creciendo, Inglaterra solicitó ayuda a Estados Unidos. Fue amargo encontrarse con detractores de la entrada de las mujeres en las Fuerzas Armadas, de hecho el futuro presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, manifestó que estaba «absolutamente en contra» de que existiera una división formada por mujeres piloto, pues dudaba de «la capacidad de las mujeres para manejar aviones militares puesto que era una tarea muy poco femenina». Resulta sangrante leer estas declaraciones.
Sin embargo, las mujeres que comandaban la organización Wings for Britain (Alas para Gran Bretaña), encargada de enviar aviones estadounidenses a los británicos, no se arredraron. Jacqueline Cochran y Nancy Harkness Love, pioneras en la aviación norteamericana, enviaron una carta a Eleanor Roosevelt, primera dama del momento, para que las apoyara en fundar una división femenina dentro de las Fuerzas Aéreas.
Así nació el Servicio de Mujeres Piloto de la Fuerza Aérea (WASP), agrupación que tuvo a Cochran como líder. No obstante, los comentarios despectivos seguían en los corrillos y hubo coincidentes laborales que las apodaron «Woolteddies» («Ositos de felpa»).

Las condiciones de trabajo de las mujeres aviadores eran pésimas. El salario que cobraban estaba muy por debajo del de los varones y el importe de los cursos que recibían lo pagaban ellas mismas. No se les permitía pilotar durante los días que tuvieran la regla. No tenían derecho a sanidad ni a seguro de vida. Si morían en la contienda, eran enterradas en un féretro de pino y no en un ataúd de la madera de la mejor calidad, como sus colegas. Tampoco se les tributaban honores militares en el funeral.
El 28 de junio de 1939 se creó en Reino Unido la Women’s Auxiliary Air Force (Fuerza Aérea Auxiliar de Mujeres). En 1943 tenía 180.000 mujeres, pues se reclutaban más de 2.000 nuevas cada semana. El WAAF surgió mediante la fusión de las 48 empresas auxiliares específicas de la RAF (Royal Air Force). A partir del 12 de junio de 1941 se estableció el servicio militar obligatorio en la WAAF, aunque solo lo debían realizar las mujeres solteras de entre 20 y 30 años.

Las señoras fueron destinadas sobre todo a puestos de telefonía, telégrafo, radar y meteorología. Llevaron a cabo labores de inteligencia, descifrando códigos y su papel fue esencial en la Batalla de Inglaterra. Hubo chicas que fueron agentes secretos, estando integradas en el Special Operations Executive (SOE).
La fábrica, la granja y la propaganda
En la retaguardia, las mujeres desarrollaron en la industria las funciones que antes realizaban mayoritariamente los hombres. En 1939, al inicio de la contienda, el 17,8 % de las mujeres trabajaban en fábricas de metal, municiones, o productos químicos, y hacia 1943 lo hacía el 38,2 %. El Ministerio de Trabajo reclutó a mujeres para puestos de combate y funciones auxiliares. A pesar de las sátiras mordaces sobre la incorporación de la mujer al mundo laboral fuera de la casa, desde el gobierno se trató de alentar al ama de casa para que asumiera el rol de defensa de la nación, forjando la cartelería, la prensa, la radio y el cine el mito de la heroína de guerra. A través del propietario de una fábrica que trata de impedir a su hija que se salga de los estereotipos de la mujer, el cortometraje My Father’s Daugher se convirtió en una defensa a ultranza de la igualdad, pudiéndose resumir en el lema: «No hay nada que las mujeres no puedan hacer».

Hubo señoras que se dedicaron al transporte de carbón y municiones en barcazas. Fueron conocidas como las «Idle Women», al principio era un insulto que derivaba de los términos ingleses que refieren las «vías navegables interiores», pero luego adoptaron el término las propias jornaleras.
También trabajaron en las granjas. Fueron las llamadas «chicas de campo». En 1944 fueron reclutadas unas 80.000 para conseguir que el campo produjera y que el país estuviera alimentado. Hubo que esperar al siglo XXI para que tuvieran un reconocimiento. En 2011 el Departamento de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales del Reino Unido agradeció a más de 34.000 mujeres los servicios prestados en el sector agropecuario durante la Segunda Guerra Mundial.
Previamente, el 9 de julio de 2005 la reina Isabel II inauguró el Monumento a las Mujeres de la Segunda Guerra Mundial. Está situado en la calle Whitehall, de Londres. Fue esculpido por John W. Mills (nacido en Londres en 1933). La patrocinadora del monumento fue la baronesa Boothroyd (nacida en Dewsbury en 1929, es la primera y única mujer que ha desempeñado hasta el momento la Presidencia de los Comunes).
La familia real que confundió a Hitler
Durante la Segunda Guerra Mundial la reina consorte de Inglaterra era Isabel Bowes-Lyon. La menor de los 9 hijos del conde de Strathmore dio muestras de coraje desde su llegada al mundo. Nació en una ambulancia tirada por caballos camino del hospital, aunque se la inscribió en la localidad de Hertfordshire, al este de Inglaterra y pasó su infancia en el castillo de Glamis, en Escocia.
Tenía experiencia en ayuda sanitaria en contextos bélicos. En el transcurso de la Primera Guerra Mundial murió un hermano suyo, y otro fue conducido a un campo de prisioneros. Isabel atendió heridos en su castillo de Glamis, que pasó a ser un hospital de guerra. Tras la contienda, Alberto, «Bertie», segundo hijo de Jorge V y de la reina María, un chico tímido que tartamudeaba al hablar y era amigo de sus hermanos, le pidió matrimonio. Sin embargo, Isabel lo rechazó dos veces porque temía que si entraba en la familia real, perdería su «libertad».
A la tercera propuesta le dijo sí. Se casaron sin esperar ser reyes en la abadía de Westminster el 26 de abril de 1923. Tuvieron dos hijas: Isabel (apodada Lilibet) y Margarita. Al padre de Jorge VI su hijo mayor no lo tenía contento por ser mujeriego: «Ruego a Dios que mi hijo mayor nunca se case ni tenga hijos, para que nada se interponga entre Bertie y Lilibet y el trono». Cuando Eduardo VIII tuvo que abdicar por su idilio y boda con Wallis Simpson, Jorge VI e Isabel se convirtieron en soberanos.
El matrimonio regio vivió en el palacio de Buckingham durante la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial, alejados de sus hijas, a quienes trasladaron al castillo de Windsor. Acompañadas de su niñera y sus preceptores, las dos niñas llevaron una vida de juegos y paseos en caballo. Incluso idearon funciones de teatro como la que representaron durante la Navidad de 1941, en la que Margarita era Cenicienta e Isabel II, su príncipe.
No obstante, la preocupación por la guerra estaba en sus mentes, ganándose el afecto del pueblo por compartir restricciones con la gente sencilla. Durante la estancia en Buckingham, la esposa del presidente de Estados Unidos, Eleanor Roosevelt pudo contemplar las privaciones: era «un palacio dañado y sin calefacción», afirmó más adelante.
Jorge VI, lejos de encerrarse en su espacio áulico, pasó largas horas conversando con el primer ministro de Reino Unido, Winston Churchill. Visitó a las tropas y pronunció el discurso en el que pedía a su pueblo que se mantuviera firme «ante los oscuros días venideros».

Cuando todo había pasado, durante los festejos por el Día de la Victoria en Europa, la multitud gritó: «¡Queremos al rey!». Jorge VI permaneció en el balcón y pidió a Churchill que lo acompañara en el saludo.
Desde 1945 hasta hoy ha permanecido viva la encomiable labor que la familia real británica desarrolló en la Segunda Guerra Mundial a favor de sus ciudadanos. Pero hay nuevos aspectos en la crónica de los hechos. En 2019 la cadena británica Channel 4 emitió un documental en el que se aseguraba que tanto Isabel Bowes-Lyon como su hija Elizabeth fueron partícipes del engaño que sufrieron los alemanes sobre en qué lugar de la costa europea iban a desembarcar las tropas aliadas. En ese sentido, Jorge VI habría colaborado tan eficazmente con los servicios de inteligencia que logró engañar a Hitler, confundiendo totalmente a los nazis. Isabel Bowes- Lyon falleció en el castillo de Windsor el 30 de marzo de 2002. En ese momento era el miembro más longevo de la historia de la Familia Real Británica y una persona muy querida para los británicos y para el resto del mundo.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.