El 14 de junio de 1940 la Wehrmacht entró en París. La ciudad estaba desierta y acongojada; miles de sus ciudadanos vagaban por las carreteras en un gran éxodo. ¿Cómo era la vida diaria? Extrema, no podía ser de otra forma. Golpeada duramente por el hambre y la escasez, si por un lado hasta las personas de clase media rebuscaban en la basura para hacerse con las sobras, por otro la vida cultural seguía efervescente, “por muchas razones, incluida la francofilia de muchos alemanes. Sartre, Camus, Picasso y muchos otros pasaron toda la guerra allí y las fiestas que hacían acababan en inmensas borracheras. Lo cuenta muy bien Simone de Beauvoir: como había toque de queda, se quedaban toda la noche bebiendo”, explica Alan Riding.

Una tras otra, las ciudades fueron arrasadas, sus habitantes huyeron y el hambre hizo estragos. Incluso Gran Bretaña, que había logrado evitar la invasión alemana, acusó un duro golpe; especialmente el sur del país, con Londres convertido en el principal blanco de las bombas V2 alemanas. Quienes podían evacuaban a sus hijos para enviarlos a localidades más al norte, fuera del alcance de Hitler.
Trabajo y ocio
Muchos hombres jóvenes estaban ausentes, bien luchando en el frente o bien recluidos en campos de trabajo alemanes. Eso condujo en Gran Bretaña a que las mujeres entrasen en las fábricas y se encargasen de manufacturar toda clase de equipamientos bélicos, mientras que en Francia fueron ellas y los ancianos quienes hubieron de sacar adelante las cosechas.
El racionamiento y el frío (era un invierno de grandes heladas) asolaban la Ciudad de la Luz. No obstante, tampoco la creatividad de las firmas de moda parisinas se detuvo con la guerra, ni la tentación –incluso en el verano de 1944– de marcharse de vacaciones o a la playa, exactamente igual que en tiempos de paz.

Rebelión y venganza
A lo largo de 1944, creció la presión contra las fuerzas de ocupación alemanas en Francia y en Bélgica, y los civiles –tanto los resistentes como los colaboracionistas– quedaron atrapados entre dos fuegos. En ese mismo año, aumentó la Resistencia en Francia. Para atajarla, la propaganda del gobierno de ocupación daba cuenta de las ejecuciones de los guerrilleros.
Pero, una vez que los alemanes se fueron, se volvieron las tornas y aquellos que habían colaborado con el enemigo se convirtieron en el blanco de la venganza de los franceses. La traición se pagaba con la muerte. A las mujeres que habían mantenido relaciones con soldados alemanes se les afeitó la cabeza para humillarlas y, en algunos lugares, se las desnudó en público para avergonzarlas.

¡Viva París!
El 25 de agosto de 1944 todas las tropas alemanas habían evacuado París o habían sido detenidas. Así que los alemanes no tuvieron otra opción que rendirse. El general Dietrich von Choltitz firmó la rendición en la estación de Montparnasse donde estuvieron presentes el general Leclerc y el coronel Rol Tanguy.
El mismo día, en el Hotel de Ville, el general Charles de Gaulle se dirigió a los franceses y dijo: “¡Deseo simplemente desde el fondo de mi corazón decirles: Viva París! (...). Estamos aquí en París – París, que se levantó para liberarse. París oprimida, pisoteada y martirizada, pero sigue siendo París – libre ahora, liberada por las manos de los franceses, la capital de la lucha francesa, Francia la gran eterna”.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.