Mujeres sabias en la Edad Media: el poder de la espiritualidad femenina en la filosofía medieval

Las mujeres en la filosofía medieval exploraron la mística para expresar sus ideas en una era dominada por la teología y la escolástica masculina. A pesar de las barreras y las normas de su tiempo, figuras como Hildegarda de Bingen y Eloísa del Paráclito destacaron en el pensamiento y la espiritualidad.
Mujeres (y filósofas) en la Edad Media

La Edad Media esconde una brillante tradición filosófica femenina protagonizada principalmente por mujeres religiosas que hicieron de la mística una manera de expresar sus pensamientos. En esta época que les tocó vivir, la filosofía estuvo estrechamente vinculada con la teología, no en vano, uno de los primeros grandes filósofos medievales fue el santo Agustín de Hipona. La fe, Dios, estaban en el centro del pensamiento.

La escolástica tenía como principal objetivo afianzar los dogmas cristianos a partir de la razón; se pretendía, en definitiva, llegar a Dios a través de la fe y de la razón. En ese contexto, eran solo los hombres quienes podían hablar de estos aspectos. La teología, la filosofía, eran cuestiones reservadas a religiosos y eruditos, pero no a las mujeres.

Mujeres (y filósofas) en la Edad Media - Muy Interesante

Ellas no debían predicar, no podían razonar, les estaba vetado el acceso al más alto conocimiento. Esto nos lleva a concluir que las mujeres no existen en el mundo de la escolástica. Sin embargo, las encontraremos en otra corriente filosófica que tuvo su eclosión en los tiempos medievales, la mística. «Como movimiento opuesto a la escolástica —nos explica Ingeborn—, orientada a la razón, la mística se entendía como una filosofía del alma abierta».

La mística ofreció a las mujeres la posibilidad de alzar su propia voz y demostrar su valía intelectual. Porque muchas de ellas tenían un elevado conocimiento teológico y metafísico, a pesar de que, a priori, las mujeres no tenían acceso al saber. Cierto es que las universidades, surgidas al amparo de las primeras ciudades medievales, tenían sus puertas cerradas a las mujeres, pero esto no fue un problema para muchas de aquellas nobles que se introdujeron en las bibliotecas de sus palacios, o para las religiosas que tuvieron la oportunidad de hacer de su vida en clausura un oasis de sabiduría.

San Agustín meditando sobre la Trinidad (1636), por Guercino. Museo del Prado, Madrid. - Museo Nacional del Prado

Sus palabras, recogidas en sublimes versos o en ensayos iluminados a veces incluso por ellas mismas, eran reflexiones sobre la Divinidad, estableciendo una vinculación directa con el Amor de Dios. Fueron, sin duda, unas palabras que sobrevolaron a menudo la frágil línea que separa la doctrina ortodoxa de la peligrosa herejía. Estas mujeres, a menudo vigiladas y escrutadas por los hombres de la Iglesia, superaron las barreras misóginas de su tiempo, reflejadas en versos como estos del franciscano Lamberto de Ratisbona:

Me parece que esta es la razón / de que una mujer sea buena a los ojos de Dios: / en la simplicidad de su comprensión, / su corazón dulce, su espíritu más débil, / son más fácilmente iluminados en su interior, / de modo que en su deseo comprende mejor / la sabiduría que emana del cielo / que un hombre duro / que es en esto más torpe.

Así pues, amparados en el consuelo de la «simplicidad» y la «sensibilidad» femenina, teólogos y eruditos aceptaron a estas mujeres que en realidad eran figuras sabias, de profundo intelecto y conocimiento.

Hildegarda de Bingen, la gran mística alemana

Abadesa del monasterio alemán de Bingen, su figura fue largamente olvidada por la historia y por la Iglesia, que casi diez siglos después de su desaparición, no solo la elevó a los altares, sino que la incorporó a la escueta lista de Doctoras de la Iglesia. La historia de Hildegarda de Bingen (1098-1179) empezó como la de miles de mujeres, ingresando en un convento por voluntad paterna. 

Pero ella supo aprovechar ese destino impuesto y terminó convirtiéndose en una gran erudita. Escribió sobre ciencia, compuso piezas musicales, definió una lengua propia, asesoró a emperadores y papas, iluminó sus manuscritos y dejó una amplia producción mística. Las visiones de Hildegarda definían una extraordinaria conexión entre Dios, el cosmos y el ser humano en la que el hombre era infinitamente inferior a Dios.

Fue en sus obras Scivias Conoce los caminos, el Libro de los méritos de la vida y el Libro de las obras divinas en los que la abadesa de Bingen volcó sus pensamientos y visiones místicas. «En el centro del edificio del mundo está el ser humano. Pues él es más importante que todas las demás criaturas que dependen de esa estructura que es el mundo». Todo giraba alrededor de Dios, de la religión, la que daba sentido a todo.

Hildegarda de Bingen recibe una inspiración divina y se la pasa a su escriba. Miniatura del Códice Rupertsberg del Liber Scivias. - ASC

Junto con la vinculación entre Dios y el hombre, Hildegarda, cuyas visiones se inscriben dentro de la teología agustiniana, se ocupó también de la vinculación entre el cuerpo y el alma. «El alma da vida al cuerpo, de manera que el cuerpo necesita del alma, pero también el alma del cuerpo para poder actuar». 

Hildegarda fue una teóloga que desgranó en sus textos la esencia de Dios, el Verbo, el Cosmos y el papel que el hombre y la mujer ejercían en este mundo. En su visión del hombre y la mujer, Hildegarda rompía, en parte, con la misoginia medieval que ponía al hombre sometido a Dios y a la mujer sometida al hombre. Para ella, hombre y mujer, aun con naturalezas distintas, estaban unidos por un vínculo de fidelidad.

Aún más, el amor de Dios era un amor maternal, un amor que da vida, dando a su teología una fuerza femenina desconocida. «Cuando Adán miró a Eva, quedó lleno de toda sabiduría, pues vio a la madre por la que debía procrear los hijos. Y cuando Eva miró a Adán le vio como si mirara hacia el cielo, lo mismo que el alma que desea los bienes celestiales se vuelve hacia lo alto».

Eloísa del Paráclito, el alter ego de Pedro Abelardo

Motivo de inspiración de cuadros, películas y novelas fue, sin duda, la historia de amor entre Abelardo y Eloísa del Paráclito. Pero, más allá de su intensa y turbulenta relación, ambos fueron destacadas figuras del pensamiento medieval. Retirada ella al convento de El Paráclito, construido por orden del propio Abelardo, ambos permanecieron unidos a través de una intensa relación epistolar en la que afloró un rico y denso corpus filosófico. Eloísa conoció a Abelardo por su pasión por el saber.

Una mujer culta, algo poco común entre las mujeres que no habían abandonado el mundo y se habían recluido en un convento, Eloísa parecía querer dedicar su vida a la erudición.

Primera representación de Eloísa del Paráclito, junto a Pedro Abelardo, en una miniatura de una edición del siglo xiv del Roman de la Rose. - Getty Images

Así alababa Pedro el Venerable a Eloísa: «En un tiempo en que casi todo el mundo es indiferente y apático hacia tales ocupaciones —y en que la sabiduría se encuentra a ras de suelo, no solo entre las mujeres, que la han despreciado completamente, sino también en el ánimo de los hombres— tú te has adelantado a todas las mujeres realizando tu propósito y casi has ido más allá que los mismos varones».

Tras la dramática conclusión de su relación amorosa, se estableció entre ellos una densa relación epistolar en la que, además de continuar profesándose su amor, profundizaron sobre cuestiones teológicas y morales. «Todos los buenos cristianos están ocupados en la edificación del hombre interior, lo adornan con virtudes y lo purifican de sus vicios y, por lo mismo, apenas si se preocupan poco o nada del hombre exterior».

Las místicas de Helfta

Bajo la dirección de la abadesa Gertrudis de Hackeborn (1232-1292), el convento de Helfta, situado en Alemania, se convirtió en uno de los principales centros culturales y místicos de su tiempo. Fueron algunas de sus moradoras, Matilde de Hackeborn (1241-1299), Gertrudis la Magna (1256- 1302) o Matilde de Magdeburgo (1207-1282) quienes demostraron sus capacidades intelectuales y sus dotes para la filosofía.

Todas ellas dejaron sus pensamientos místicos escritos, siendo uno de los más destacados La luz que fluye de la divinidad, de Matilde de Magdeburgo. Esta intelectual habló de la visión cósmica del inicio de los tiempos en la misma línea que Hildegarda y situaba al Amor como medio necesario para huir del purgatorio y liberar a las almas que allí moran. «Cuando la pobre alma llega a la corte, se muestra prudente y cortés, y mira a su Dios con alegría. […] Ella calla, deseando inmensamente que Él la acoja».

Santa Gertrudis de Helfta, vidriera en la basílica del Sagrado Corazón en París, Francia. - Shutterstock

La maldita Margarita Porete

Si bien es cierto que, a pesar de ciertas reticencias y alguna que otra amonestación, la gran mayoría de místicas medievales escribieron sus pensamientos libremente, no fue este el caso de la beguina francesa Margarita Porete (1250-1310), cuya obra El espejo de las almas simples la llevó a ser quemada en la hoguera. Margarita hablaba de libertad para elevar el alma a Dios, algo que iba contra la doctrina de la Iglesia y la filosofía medieval que en ningún momento eliminó la importancia de la jerarquía eclesiástica en sus discursos.

En un diálogo entre Alma, Amor y Razón, las palabras de Margarita inquietaron profundamente a las autoridades eclesiásticas. «A esto os respondo, Razón, como os lo he dicho antes, y os repito una vez más: que ningún maestro del sentido de la Naturaleza (filósofos), ni ningún maestro en Escrituras, ni ninguno de aquellos que permanecen en el amor de la obediencia a las Virtudes, comprenden ni comprenderán lo que hay que comprender: estad segura, Razón, pues nadie lo comprende, exceptuando tan solo a aquel que busca a Sublime Amor».

Estigmatización de Santa Catalina de Siena, copia de Il Sodoma, realizado en 1862 por Eduardo Rosales, está en el Museo del Prado, Madrid - Museo Nacional del Prado

Una larga tradición de pensadoras

La filosofía medieval tuvo en las mujeres ejemplos de grandes pensadoras y teólogas. Mujeres brillantemente formadas que mostraron su sabiduría en visiones místicas y reflexiones teológicas que nos ayudan a entender todo el pensamiento de la Edad Media. Junto a las ya nombradas, hubo muchas otras, como la doctora de la Iglesia Santa Catalina de Siena, la beguina María de Oignies o la mística inglesa Juliana de Norwich, autora de Dieciséis Revelaciones del amor Divino. Todas ellas, algunas conocidas, otras aún por estudiar, completan el estudio de la filosofía medieval que tuvo, también, un destacado protagonismo femenino.

* Este artículo fue publicado originalmente en la edición impresa de Muy Historia.

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