Desde sus primeros lances, la guerra se decantó lentamente del lado de los insurgentes hasta que la derrota de las tropas republicanas en la batalla del Ebro apuntilló la esperanza de la España constitucional.
Aquel último intento por revertir el curso de las hostilidades, definitivamente fracasado en noviembre de 1938, dictó un juicio inapelable que fue derribando los últimos bastiones de la legalidad durante los meses siguientes.
Barcelona cayó el 26 de enero de 1939 sin que los vencedores encontraran ninguna resistencia. Madrid lo hizo el 28 de marzo de ese mismo año, después de haber soportado un asedio que comenzó a los pocos meses de iniciado el conflicto cuando las tropas del general Varela se plantaron a las puertas de la ciudad y que exigió a las autoridades republicanas enfrentar súbitamente una situación de emergencia e incierto resultado.

Fue así como el 6 de noviembre de 1936 se constituyó la denominada Junta de Defensa de Madrid para coordinar la resistencia de la capital de España, después de que el Gobierno legítimo presidido por Largo Caballero abandonara la ciudad rumbo a Valencia.
La Junta, presidida por el general Miajay formada por representantes de todos los partidos políticos leales a la República, nació como un organismo plenipotenciario para evitar la caída de la ciudad a cualquier precio, y por expresa voluntad de su presidente se instaló en los sótanos del Ministerio de Hacienda del que por aquellos días era titular Juan Negrín.

Los laberínticos sótanos del Ministerio
La Junta se emplaza así en el edificio de la calle de Alcalá que todavía hoy mantiene la sede del ministerio y que en 1769 se erigió para establecer la Real Casa de Aduana en el marco de una España ilustrada donde la arquitectura jugó un papel esencial en el fortalecimiento institucional de la Corona, siempre de la mano de grandes arquitectos de Estado como Francisco Sabatini, autor del inmueble que nos ocupa.
Su localización, la amplitud e idoneidad de los espacios que ofrecía y, sobre todo, la robustez de sus muros hicieron del edificio el lugar ideal para alojar el cuartel general de quienes quedaban encargados desde entonces de impedir la ocupación de la ciudad por las tropas sublevadas, de hacer valer aquel icónico «¡No pasarán!».

La sede ministerial se convirtió así en el mismísimo centro de las operaciones militares para la defensa de Madrid y vació sus sótanos de archivos y enseres de todo orden para alojar a los miembros de la Junta, incluido el general Miaja que habitó el edificio mientras se mantuvo en esas altas responsabilidades que le encomendó el Gobierno de la República.
Durante los años de la contienda el edificio asistió a una intensa actividad cuajada de numerosos episodios reseñables que nos recuerdan el valor de las pequeñas historias de cada día para construir esa otra Historia con mayúsculas.
Entre esos acontecimientos, bien puede rescatarse el papel que cumplieron aquellos sótanos para encarcelar transitoriamente a algunos prisioneros italianos capturados en la Batalla de Guadalajara de abril de 1937 a fin de poner en evidencia, mediante su presentación a la prensa, el apoyo internacional que recibía el ejército franquista.
O la cena ofrecida en los sótanos del ministerio por el general Miaja al Presidente de la República el 17 de noviembre de aquel año en una de sus visitas al frente de batalla, y que el propio Manuel Azaña refiere haciendo mención al laberíntico entramado de aquellos sótanos y donde el propio general Miaja llegó a preguntarse qué habría dicho Carlos III de haber sabido que en aquel edificio construido por él cenaría un día el Presidente de la República.

El edificio de la Hacienda Pública se adaptó durante aquellos años de la Guerra Civil a la evolución de un conflicto que exigió continuas transformaciones institucionales de los órganos de gobierno y de sus estructuras de gestión, de manera que albergó a los distintos centros de mando con los que las autoridades republicanas intentaron frenar la ofensiva de los sublevados.
Entre sus muros trabajaron algunas de las personalidades más significadas de aquella legítima Administración y una legión de colaboradores al servicio de una causa común que, sin embargo, enfrentaron desde posiciones ideológicas y planteamientos vitales muy diferentes que a la postre contribuyeron a un nefasto desenlace para el país.
Contradicciones debilitantes
En su seno se desarrollaron acontecimientos notables entre los que, no cabe duda, ha pasado a la Historia de España, esta sí, con todas las mayúsculas, la alocución radiofónica que en la noche del 5 de marzo de 1939 dio paso al final a un conflicto que por entonces tenía ya sus días contados.
La guerra ya estaba prácticamente resuelta a favor de las tropas del general Franco y el Gobierno de la República se debatía en un sinfín de contradicciones y una descoordinación general, sin recursos ni apoyos inequívocos entre los países de nuestro entorno y con una acentuada descomposición de una estructura confederal de mando que ahora ofrecía su peor cara.

Al frente del Gobierno se situaba por entonces Juan Negrín, quien fuera Ministro de Hacienda cuando en su sede se alojó la Junta de Defensa de Madrid y firme defensor en aquel mes de marzo crepuscular de una resistencia a ultranza como la que sostenían algunos sectores del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) al que pertenecía y un Partido Comunista de España (PCE) monolítico en su férrea voluntad de mantener la lucha hasta el final.
Por el contrario, otras corrientes del PSOE y la práctica totalidad de los partidos políticos y sindicatos afines a la República apostaban abiertamente por acabar el conflicto cuanto antes.
Últimos estertores de la España legítima
Fue precisamente entre los muros de aquel viejo edificio del Ministerio de Hacienda donde cristalizó esta última convicción común por un final ordenado para aquellos tres años de contienda.
En sus sótanos se sucedieron aquella noche los discursos de destacados representantes civiles y militares de la República que reconocieron una situación insostenible; su pronunciamiento dio lugar a los últimos estertores de la España legítima mientras los principales dirigentes gubernamentales ya habían abandonado el país.
Aquel 5 de marzo acabaría por ser uno de los días más importantes de la Guerra Civil por cuanto las intervenciones ante el micrófono de los protagonistas de aquel acto de rebeldía dieron paso a la creación de un Consejo Nacional de Defensa para sustituir al Gobierno, y en el terreno militar condujeron al denominado golpe de Casado.
Alrededor de las nueve de la noche de aquel domingo llegaron los conjurados para encontrarse con el coronel Segismundo Casado en la sede del Ministerio de Hacienda: Julián Besteiro, reputado líder socialista que cogió el testigo de Pablo Iglesias en el PSOE para presidir el partido y que siempre mantuvo una posición contraria a compartir la acción de Gobierno con los comunistas; el socialista Wenceslao Carrillo; el representante de Izquierda Republicana Miguel San Andrés y en último lugar Cipriano Mera en nombre de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).

En el encuentro previo a la alocución y durante las horas venideras también estuvieron presentes Rafael Sánchez-Guerra, ayudante del coronel Casado, el general Toribio Martínez Cabrera, el coronel Adolfo Prada Vaquero y el comisario del Ejército del Centro Edmundo Domínguez.
Durante la reunión preliminar se concretaron los detalles de las intervenciones radiofónicas y se cerró la composición del Consejo Nacional de Defensa destinado a hacerse con las riendas de la República: se eligió presidente al general Miaja, quien desde Valencia aceptó el cargo, como responsable de Estado a Julián Besteiro, de Defensa al coronel Casado, de Gobernación a Wenceslao Carrillo, de Justicia y Propaganda a Miguel San Andrés, de Comunicaciones y Obras Públicas a Eduardo del Val, de Hacienda y Economía a José González Marín y de Instrucción Pública y Sanidad a José del Río.
A la hora del parte
Aunque se había acordado que la alocución se pronunciaría a las diez de la noche, la falta de noticias de la 70ª Brigada, encargada de hacerse con los principales edificios oficiales, retrasó los discursos hasta que se tuvo contacto con la unidad cuya participación en los hechos llegó a ser tan relevante que fue una de sus compañías quien se ocupó de proteger el propio Ministerio de Hacienda.
Por fin, cerca de la medianoche todo estaba listo para que los micrófonos de Unión Radio retrasmitieran los trascendentales discursos para la Historia en presencia de un puñado de periodistas nacionales e internacionales y del fotógrafo Alfonso, quien tomó algunas imágenes de aquellos momentos que han llegado hasta nuestros días como un testimonio extraordinario de los hechos, a pesar de que Besteiro rehusará inicialmente dejar registro en imágenes de lo que allí pasaba y pronunciara aquello de «Alfonso, hoy no estamos para fotos».Por fortuna para nosotros, el fotógrafo hizo caso omiso para dar cuenta de lo que allí pasaba.

Resueltos todos los detalles, y coincidiendo con la hora a la que cada día el capitán de carabineros Augusto Fernández Sastre retransmitía el parte de guerra diario, comenzaron a pronunciarse las trascendentales palabras de los conjurados.
Interviene en primer lugar Julián Besteiro, quien acudió sin representación orgánica de su partido, aunque avalado por la autoridad de sus muchos años de dirigencia en él. Su rostro denotaba toda la gravedad del momento y quedó iluminado violentamente para la posteridad con el dramatismo de una lamparita de mesa en una habitación por lo demás a oscuras.
Sus palabras recogieron fielmente el espíritu que alimentaba a los convocados y apelaba desde el principio al imperativo de conciencia que le había llevado a tomar la decisión de dar un paso como el que suponía rebelarse frente al Gobierno de la República.
Los manifiestos casadistas
Algunos fragmentos de su discurso no dejan lugar a dudas: «La verdad es, conciudadanos, que después de la batalla del Ebro, los Ejércitos Nacionalistas han ocupado totalmente Cataluña, y el Gobierno republicano ha andado errante durante largo tiempo en territorios franceses.
El Gobierno Negrín, con sus veladuras de la verdad, con sus verdades a medias y con sus propuestas capciosas, no puede aspirar a otra cosa que a ganar tiempo, tiempo que es perdido para el interés de la masa ciudadana, combatiente y no combatiente.

Y esta política de aplazamiento no puede tener otra finalidad que alimentar la morbosa creencia de que la complicación de la vida internacional permita desencadenar una catástrofe de proporciones universales, en la cual, juntamente con nosotros, perecerían las masas proletarias de muchas naciones del mundo».
Finalizado el discurso de Besteiro intervino el diputado de Izquierda Republicana Miguel San Andrés, que leyó una proclama en representación del Consejo que se constituyó en ese acto, y a continuación habló Cipriano Mera, el veterano líder anarcosindicalista que tuvo las palabras más contundentes contra Juan Negrín, alimentadas por años de enfrentamiento entre quienes pretendían primar la revolución social frente al esfuerzo bélico.
Por último, intervino el coronel Casado con un discurso dirigido fundamentalmente a quienes batallaban en el bando franquista en una suerte de combinación de reproches y apelaciones a la conciencia para poner fin a la contienda desde el acuerdo.
Combate y retirada
Al día siguiente de la alocución radiofónica comenzaron los combates en Madrid entre las tropas casadistas y los importantes efectivos del PCE en la capital que se negaron a acatar la propuesta de rendición para acabar con la guerra y que hasta el día 9 de marzo fueron ganando posiciones, lo que aventuraba un final de las hostilidades a su favor.
No fue así. La llegada de las fuerzas anarquistas de Mera desde el frente de Guadalajara desequilibró finalmente la balanza para la causa del coronel Casado y los suyos.
Tras alguna negociación entre los dos bandos, que de nuevo tuvo como protagonista el edificio del Ministerio de Hacienda, las fuerzas comunistas se retiraron de la ciudad dejando como último baluarte de su resistencia los edificios del complejo de Nuevos Ministerios situado en el Paseo de la Castellana.
Sofocada la resistencia comunista al golpe de Casado, la guerra quedó definitivamente vista para sentencia sin que llegaran a fructificar los intentos de una paz negociada y sin que aquellos miles de muertos que dejó la refriega tuvieran sentido alguno.
El 27 de marzo tuvo lugar la última reunión del Consejo Nacional de Defensa, y un día después, que fue el de la entrada de las tropas de Franco en Madrid, todos los miembros del organismo volaron para Valencia excepto Julián Besteiro, quien el día 29 de marzo fue detenido en el Ministerio de Hacienda, donde residía desde la noche de la alocución radiofónica.
Las otras guerras dentro de la Guerra Civil
Aquel último episodio militar del conflicto representa con perspectiva histórica como ningún otro uno de los aspectos esenciales para entender el desarrollo y desenlace de la contienda, porque no cabe ninguna duda hoy de que el compendio de guerras civiles latentes y manifiestas contenidas durante la Guerra Civil dentro del bando republicano diluyó un esfuerzo colectivo imprescindible frente a un enemigo absolutamente concentrado en alzarse con la victoria militar.
En el debe de aquella España legítima siempre quedará un alma cainita que debilitó las posibilidades de evitar en nuestro país un régimen totalitario durante casi cuatro décadas, por las que cualquier opción política distinta de la oficial transitó en la clandestinidad hasta que las primeras elecciones generales de la democracia celebradas el 15 de junio de 1977 les devolvieron el lugar que les corresponde como expresión de la voluntad de todos los españoles.
Aquel 5 de marzo de 1939 en los sótanos del Ministerio de Hacienda se cerró de facto el paréntesis abierto casi tres años antes en el que se encaja esa Guerra Civil sin apellidos que constituye uno de los grandes acontecimientos de la Historia de España.
Los escenarios de aquella memorable jornada, sus imágenes más relevantes y todos los pormenores de lo sucedido forman parte en la actualidad de la oferta expositiva que el Ministerio de Hacienda ofrece a todos los ciudadanos en su sede de la calle de Alcalá, como una manifestación más de la gobernanza abierta que exige la actuación de los poderes públicos en un régimen democrático.