El pensador y político irlandés del siglo XVIII, Edmund Burke, es ampliamente conocido por sus reflexiones sobre la sociedad y la política, especialmente en el contexto de su feroz crítica a la Revolución Francesa.
Burke veía la sociedad no como una simple colección de individuos, sino como una entidad orgánica y compleja, profundamente arraigada en la tradición, la moral y la religión. Pero ¿cuáles son los aspectos clave en su visión de la sociedad?

La sociedad es un contrato
Para Burke, la sociedad representa el bien común, un acuerdo sobre costumbres, normas y valores que rige la vida en comunidad. No obstante, su concepto de sociedad no se limitaba a las personas vivas en un momento dado, sino que incluía también a las generaciones pasadas y futuras. Burke veía la constitución política como parte de un «gran contrato primigenio de la sociedad eterna», donde incluso Dios desempeñaba el papel de garante supremo.
Burke describía la sociedad como una especie de contrato social, pero no en el sentido en que lo entendían pensadores como Rousseau o Hobbes. Para Burke, el contrato social era un pacto no solo entre los vivos, sino también con los muertos y los que aún no han nacido; lo cual implica una continuidad histórica y, lo que es más importante, una responsabilidad hacia las generaciones futuras.

La importancia de la tradición
En este sentido, Burke sostenía que las tradiciones y costumbres acumuladas a lo largo del tiempo tienen un valor intrínseco porque representan la sabiduría colectiva de generaciones pasadas. Creía que cambiar radicalmente estas tradiciones podría ser desastroso, ya que estas prácticas habían evolucionado para satisfacer las necesidades humanas de manera efectiva y estable.
Para Burke, la sociedad no era solo una agrupación de individuos con intereses económicos, sino una comunidad intergeneracional unida por valores y tradiciones compartidas. La tradición, según Burke, es el legado de la sabiduría acumulada a lo largo de generaciones, y debe ser respetada y preservada. Para él, esta tradición ofrece un marco moral y ético que guía tanto el comportamiento individual como el colectivo.

Además, Burke advertía contra los cambios políticos radicales que pudieran desarraigar estas tradiciones. Creía que la organización política debía evolucionar de manera natural y gradual, permitiendo que la sociedad se adaptara y creciera sin perder sus fundamentos. Esta perspectiva conservadora valoraba la estabilidad y la continuidad, viendo en las instituciones tradicionales una fuente de fortaleza y cohesión social.
El papel de la religión
Al mismo tiempo, para Burke, la religión jugaba un papel central en la sociedad, proporcionando un fundamento moral y un sentido de comunidad. Consideraba que la religión contribuía a mantener el orden social y la cohesión, y veía la secularización radical como una amenaza al tejido moral de la sociedad.
En este sentido, un pilar central en la filosofía de Burke es la doctrina del pecado original, que sostiene que los seres humanos nacen con una predisposición al pecado. Esta visión explica su falta de simpatía por quienes culpan a la sociedad de sus propios comportamientos.

Burke también rechazaba la idea de John Locke de que la educación podía transformar esencialmente a las personas, sugiriendo en cambio que la tradición y la moralidad heredada eran necesarias para guiar el comportamiento humano. Para Burke, la tradición proporcionaba los cimientos morales indispensables, en consonancia con la idea de David Hume de que el hábito es el gran guía de la vida humana.
La jerarquía y la desigualdad
Burke no veía la desigualdad social como un problema a ser corregido por medio de la revolución o la reforma radical. Argumentaba que las jerarquías naturales eran una parte integral de la sociedad y que cada clase social tenía un papel y una función que contribuía al bienestar general. La movilidad social debía ser gradual y basada en el mérito y el respeto a la tradición.
Aunque Burke era crítico del materialismo de la sociedad moderna, defendía fervientemente la propiedad privada. Consideraba que la propiedad privada no solo era un derecho económico, sino también un componente crucial para la libertad y la estabilidad social.

Además, miraba con optimismo el mercado libre, viendo en él una fuente de prosperidad y libertad económica. Esta visión ha llevado a que Burke sea considerado el padre del conservadurismo moderno, una filosofía que valora tanto la libertad económica como la tradición.
Burke era un crítico feroz de los cambios radicales y las revoluciones. En su obra más famosa, 'Reflexiones sobre la Revolución en Francia' (1790), argumentó que las revoluciones tienden a destruir el orden social y a llevar al caos y la tiranía. Creía que las reformas debían ser lentas y respetuosas de las instituciones existentes.
La sociedad como un organismo vivo
Burke veía la sociedad como un organismo vivo, en el que cada parte tiene un papel y está conectada con las demás. Este enfoque orgánico implicaba que los cambios en una parte de la sociedad afectarían inevitablemente a todo el conjunto, por lo que cualquier reforma debía ser considerada y cuidadosa.
Burke veía la sociedad como una estructura orgánica profundamente arraigada en la historia. Creía que la organización política de la sociedad debía evolucionar de manera natural a lo largo del tiempo, sin cambios abruptos que pudieran desestabilizar el orden social. Esta perspectiva lo llevó a oponerse firmemente a la Revolución Francesa de 1789, advirtiendo sobre sus peligros mucho antes de los eventos más violentos de la revolución, como la ejecución del rey y el Reinado del Terror.
Referencias:
- Burke, E. 'Reflexiones sobre la revolución en Francia'. Alianza Editorial (1790)
- VV.AA. 'El Libro de... La Filosofía'. Akal (2023)