La Gran carrera del Suero: Héroes del Ártico que salvaban vidas en el hielo

En 1925, un grupo de perros de trineo enfrentó las gélidas tierras de Alaska en una carrera contrarreloj para llevar un suero vital a una ciudad aislada. Su valentía y resistencia salvaron cientos de vidas, convirtiéndose en héroes del Ártico.
Musher

Nueva York es uno de los lugares más poblados y caóticos del planeta. Su área urbana acoge a más de 24 millones de habitantes, de todas las etnias, culturas o religiones. Esta ciudad es conocida mundialmente por sus enormes rascacielos, cuya silueta dibuja un inconfundible skyline sobre el cielo de Manhattan; también por lugares emblemáticos como la Estatua de la Libertad, el World Trade Center, Broadway o Times Square. Incluso, aunque, seguramente, en menor medida, por los éxitos de sus equipos deportivos: los Yankees y los Mets, en béisbol; los Knicks, los Nets y las Liberty, en baloncesto; o los Giants en futbol americano.

Recreación de mushers con perros. Fuente: Midjourney / Eugenio Fdz.

Sin embargo, “la ciudad que nunca duerme” esconde otra infinidad de pequeños rincones, quizá menos conocidos, pero que, al ser descubiertos, recompensan generosamente al turista con historias asombrosas. Historias que merece la pena conservar en el recuerdo como muestra de respeto a los héroes y heroínas que las llevaron a cabo.

Balto, un héroe en Central Park

Uno de estos lugares se encuentra ubicado en el corazón del mítico Central Park. Muy cerca del cruce de East Drive con la calle 67, sobre un pedestal de esquisto, se erige la estatua en bronce de “Balto”, un ejemplar de husky siberiano, protagonista en 1925, junto a otros 149 compañeros, de una dramática carrera contrarreloj a través de las heladas tierras de Alaska. A diferencia de una competición deportiva al uso, cientos de vidas humanas dependían del éxito o el fracaso de esta arriesgada misión.

Estatua de Balto en Central Park. Fuente: Tony Hisgett / Wikipedia

Aquel año fue uno de los más duros que se recuerdan en este estado norteamericano y más concretamente en Nome, una pequeña y aislada población sur de la península de Seward en el mar de Bering. La ciudad, años atrás un próspero y prometedor enclave para los buscadores de oro, languidecía en esos momentos debido a las extremas condiciones climatológicas que sufría la región. Durante ese invierno los termómetros se desplomaron hasta temperaturas extremas de -46º C, las frecuentes tormentas de nieve y el gélido viento comprometían seriamente la subsistencia de los colonos. Por si esto no fuera suficiente castigo, un devastador brote de difteria comenzó a causar estragos entre la población.

La difteria es una enfermedad infecciosa ocasionada por la bacteria Corynebacterium diphtheria, un microorganismo que afecta a las vías respiratorias y produce una toxina que provoca daños severos en otros órganos importantes. Esta enfermedad puede llegar a ser incluso mortal si no se aplica un tratamiento adecuado. Aunque a principios del siglo XX llegó a ser considerada la décima causa de mortalidad en el mundo, en la actualidad el uso de antibióticos, sueros y un eficaz programa de vacunación infantil han conseguido prácticamente su erradicación en los países desarrollados. En algunas regiones de África, Oriente Medio, el Caribe y Asia persiste todavía como endémica, pudiendo ocasionar brotes esporádicos.

A pesar de que Nome no se había acabado de recuperar completamente de los estragos que la segunda ola de gripe española había ocasionado siete años atrás, una nueva enfermedad comenzaba a instalarse silenciosamente en la región. Tristemente, los niños serían los primeros en sufrir sus consecuencias. A las pocas semanas de la aparición de los síntomas ya habían fallecido cuatro. Cuando las autoridades identificaron la causa exacta de estas muertes la realidad alcanzó tintes dramáticos: todas las dosis disponibles del tratamiento contra la toxina diftérica estaban caducadas y las más cercanas se encontraban en la capital, Anchorage, un lugar prácticamente inaccesible desde Nome en ese momento del año. Sin este medicamento, la enfermedad podía ser letal para el 100% de la población.

Balto con su dueño, Gunnar Kaseen. Fuente: Wikipedia / Brown Brothers

Las penosas condiciones de aquel invierno, las peores sufridas en décadas, hacían imposible su traslado en barco o en avión; el transporte convencional por tierra resultaba demasiado lento, por lo que la única propuesta aparentemente viable en ese momento fue la de utilizar trineos tirados por perros para tratar de cubrir los 1085 km que separaban Nome de Nenana, localidad a la que podía acercarse con facilidad el suministro de antitoxina desde Anchorage. El proyecto era extremadamente arriesgado, por lo que se buscó al mejor conductor de trineos para tratar de llevar adelante esta gesta. El escogido fue Leonhard Seppala, un experimentado musher al que, con anterioridad, ya había acudido el mismísimo Roald Amundsen para preparar su conquista al Polo Norte.

Togo a la izquierda. Fuente: Wikipedia / Museo Carrie McLain / AlaskaStock

La Gran Carrera del Suero

El trayecto de ida y vuelta entre Nome y Nenana obligaba a superar más de 2100 km a través de las inhóspitas tierras heladas de Alaska. Lo normal para esta empresa sería dedicar unas 25 jornadas, pero la urgencia requería que se completase en un tiempo record de nueve, algo, sinceramente, imposible para un único relevo. La solución estaba en realizar una carrera por etapas, empleando varios equipos que pudieran avanzar tanto de día como de noche.

Dicho y hecho, la Gran Carrera de la Misericordia o Carrera del Suero a Nome acabó reclutando a 20 de los más aguerridos mushers y unos 150 perros de trineo. La noche del 27 de enero, el primer musher inició la primera de las postas en un trineo de 12 perros. Tres de ellos murieron antes de completar el relevo. El valioso paquete fue pasando de mano en mano hasta alcanzar las de Seppala, que junto a su valiente perro “Togo” sería el responsable de completar el tramo más largo y peligroso de la misión.

El honor de entregar el suero en Nome correspondió al noruego Gunnar Kaasen y a su equipo de trece perros, liderados por “Balto”, un mestizo de husky siberiano que pasaría a la posteridad como el héroe más reconocido de esta misión. Se habían empleado únicamente 127 horas y media en completar la entrega, todo un record que resultó clave para controlar la enfermedad.

Mapa de la carrera del suero. Fuente: Wikipedia

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