En 1568, Guillermo de Orange se rebeló contra Felipe II con un ejército de mercenarios alemanes, dando comienzo a un largo conflicto conocido como la Guerra de los 80 años, un enfrentamiento que en 1572 devino en una guerra civil y de religión. Frente a la historiografía oficial holandesa que presenta esta cruenta y dilatada contienda como una guerra de liberación contra la tiranía española, los documentos muestran que el ejército de la Monarquía Católica, sus mandos y gobernadores, estuvieron compuestos mayoritariamente por flamencos. Junto a ellos combatieron los míticos Tercios españoles, unos 7500 soldados sobre un total de los 54 000 que en 1573 componían el ejército de Flandes, 30 000 flamencos, naturales de otros territorios de la Corona, como el Franco Condado o los territorios itálicos, y algunos contingentes extranjeros, entre los que destacaron los Tercios de irlandeses.
Entre los más activos defensores de la Monarquía se encontraban los corsarios de Dunkerque, enfrentados a los mendigos del mar, los corsarios protestantes, que con una veintena de galeoncetes y fragatas hicieron 1880 presas de todos los tamaños entre 1629 y 1638 y prácticamente aniquilaron la flota holandesa. Sus acciones tuvieron tanta repercusión que puede afirmarse que en ningún momento de la historia marítima de la Monarquía Hispánica encontramos una guerra comercial tan terriblemente efectiva. Dunkerque está situada en la parte más estrecha del Mar del Norte, por lo que era lugar de paso obligado para los navíos holandeses e ingleses, y está rodeada de peligrosos bancos de arena que solamente permiten la entrada a su puerto por rutas muy precisas. Ocupada por los rebeldes holandeses en 1577, fue retomada por Alejandro Farnesio junto al también importante puerto de Nieuport. Ambos fueron el lugar de acantonamiento de los Tercios que debían unirse a la Armada Invencible en 1588 y que finalmente no participaron en esta triste jornada.

La armada de Flandes
La importancia de este puerto como base de una flota de guerra permanente en Flandes se vio a comienzos del reinado de Felipe III, cuando en 1598 llegó desde España una flota comandada por Martín de Bertendona. Dos años después se botaron los primeros barcos construidos para la Armada en Dunkerque y Antonio de Borgoña, conde de Wacken, llevó a cabo con 14 naos de la Armada una expedición victoriosa contra la flota pesquera neerlandesa. Estos ataques llevaron a las Provincias Unidas al intento de conquista por tierra de los puertos flamencos en poder de la Monarquía, intento en el que el ejército de Mauricio de Nassau, tras una victoria pírrica en la primera Batalla de las Dunas, reembarcó sus tropas y puso fin a la campaña.
La flota se vio posteriormente incrementada con las galeras de Federico Espínola y los galeones del principal puerto del territorio, Ostende. La toma de este último tras un prolongado asedio relegó a Dunkerque a un papel secundario hasta que, tras el final de la Tregua de los doce años en 1621, por la Ordenanza de diciembre de este mismo año se legalizó el corso contra los tucos, moros y moriscos, así como contra los rebeldes de Holanda y Zelanda. Un año después se fortificó el complejo portuario Dunkerque- Mardick, trasladándose al mismo la escuadra principal de Flandes, y en 1633 se creó la escuadra del Norte, formada exclusivamente por particulares.
Los corsarios de Dunkerque
Las flotas de la Monarquía Española, presentes en prácticamente todos los mares del mundo, estaban bien equipadas y organizadas, a pesar de lo afirmado en muchas obras, influenciadas por la propaganda política del momento de sus enemigos, especialmente los propios holandeses. Ante la situación del embargo total y la guerra económica decretadas contra las Provincias Unidas, se optó de manera complementaria por la legalización del corso para estrangular el comercio holandés.
Permitir el corso suponía reforzar la armada real y el aumento del poder naval de la Monarquía sin costos adicionales. Las acciones de los corsarios, muy audaces, distraían a las fuerzas navales enemigas, por hacer necesaria la protección de sus navíos mercantes. No menos importante era su papel de protección de sus propias costas frente a las naves enemigas y posibles intentos de desembarco u ocupación. Estas prácticas no fueron exclusivas de la Corona española, sino que se daban en todas las naciones.
Los corsarios de Dunkerque cumplieron con creces los objetivos, mediante una metódica, audaz y valerosa campaña de destrucción cuajada de éxitos. Atacaban las naves de la Compañía holandesa de las Indias Orientales a su vuelta a Europa cargadas de especias, a los navíos mercantes que comerciaban entre Holanda y los puertos de Francia, Inglaterra, Escandinavia y las naciones bálticas, e incluso a las flotas pesqueras neerlandesas en el Mar del Norte. Su actividad fue simultánea con la del corso realizado por la armada de Flandes, colaborando en ocasiones o actuando cada uno por su propia cuenta y riesgo.

La gobernadora de Flandes, Isabel Clara Eugenia, emitió en 1622 una generosa legislación que fijaba el 10 % del botín para el Gobierno, y en 1625 la Ordenanza para repartir las presas. Los armadores particulares se mostraron rápidamente tan activos que los holandeses no tardaron en tomar represalias, tratando a los corsarios que capturaban como piratas y ejecutándoles, lo que fue contestado de igual manera.
El año 1625, el del inicio de la guerra con Inglaterra, se produjeron dos hechos de gran importancia: el descalabro de una flota inglesa frente a Cádiz y el desbaratamiento por una tormenta de la flota angloholandesa que sitiaba el puerto de Dunkerque. La armada de Flandes capturó una flota pesquera holandesa casi en su totalidad, mientras que los corsarios recorrieron las costas holandesas capturando o hundiendo todas las naves enemigas que encontraban a su paso, más de 150 barcos en 15 días, entre ellos 20 de guerra. El gran número de prisioneros tomado hizo que los holandeses dejasen de pasar a los corsarios cautivos por la borda para evitar una masacre en represalia.
En los siguientes años los corsarios capturaron numerosos mercantes holandeses e ingleses. Parte de su éxito se encontraba en un nuevo y revolucionario tipo de nave, la conocida como fragata dunkerquesa, con cubierta y de casco raso para poder sortear los bancos de arena de acceso a su propio puerto, y que por su tamaño permitía el uso de remos, que aunaba la potencia de fuego de las naos con la ligereza de las galeras. Junto a estas exitosas operaciones de los corsarios, destacó la más limitada pero también efectiva acción de la Armada de Flandes, así como la de la conocida como Escuadra de Ostende. De su valía da fe un episodio que sucedió la noche del 15 de junio de 1624, cuando seis de sus galeones intentaron burlar el bloqueo del puerto al mando del portugués Diego Luis de Oliveira. Al encallar uno de ellos, fueron interceptados por una escuadra de veintitrés barcos holandeses, y tras un combate que duró hasta las seis de la mañana, cuatro de ellos lograron salir y refugiarse en Kent, Inglaterra. Tras permanecer allí un mes, recibieron orden de partir, llegando finalmente a Mardick tres de ellas, tras un combate en el que perdieron una nave y echaron a pique la nao almiranta de Zelanda. Por esta acción, Oliveira recibió el nombramiento de gobernador de Brasil.
La edad de oro del corso
La Edad de Oro del corso en Dunkerque se produjo en la década de los años treinta de este siglo, con capturas que sobrepasaron con creces las previsiones más halagüeñas. Entre 1627 y 1634 la armada de Flandes capturó 269 barcos y hundió otros 217, sin tomar en cuenta los 55 que fueron rescatados por los holandeses. El corso privado capturó 1230 buques y hundió 119, a lo que habría de sumarse los 416 mercantes y pesqueros rescatados por el enemigo. En este mismo periodo, las presas holandesas fueron de 10 buques de la armada y 70 corsarios, y 5 naves de la armada y 31 de particulares encallaron. Las pérdidas humanas de las naves de la Monarquía fueron de solamente un centenar de hombres.

Esta metódica actividad puso en un grave aprieto a las flotas militares y mercantes neerlandesas, en un combate sin descanso que supuso para las Provincias Unidas la pérdida de prácticamente todos sus buques. Esta calamitosa situación habría hundido la economía de cualquier país, pero los holandeses se sobrepusieron a ella, lo que es clara muestra del poder y la riqueza adquiridos por las Provincias Unidas. La situación se complicó con la entrada de Francia en el conflicto en 1635, si bien el número de presas siguió siendo muy alto durante el resto de esta década. Con el estallido de las rebeliones en Portugal y Cataluña se requirió su asistencia en la península ibérica para acabar con las mismas, produciéndose su presencia masiva tras el final de la guerra con Holanda. Cuando en 1646 Dunkerque cayó en manos francesas, los restos de la Armada y los corsarios se establecieron en Ostende, desde donde siguieron operando hasta la recuperación de la plaza.
Tras el estallido de la guerra con la Inglaterra de Cromwell, motivada por el traicionero ataque de la República puritana, los corsarios flamencos, con el concurso de los ingleses legitimistas que apoyaban a Carlos II Estuardo, corsarios alemanes y los ahora aliados y antiguos enemigos holandeses se lanzaron contra el comercio inglés, causándole graves pérdidas. Imbatibles en el mar, Dunkerque finalmente cayó en 1658 por un ataque terrestre de un ejército combinado anglo-francés, tras la segunda Batalla de las Dunas. El puerto pasó a manos inglesas hasta que en 1662 el repuesto Carlos II se lo vendió a Luis XIV de Francia.
Los corsarios flamencos se trasladaron a Ostende, y tuvieron un importantísimo papel en el acoso y captura de los navíos holandeses, franceses e ingleses que comerciaban con los portugueses sublevados, desde sus bases en los puertos gallegos. Siguieron operativos durante todo el siglo, y no fue hasta la firma del tratado de Utrecht, en 1713, con la cesión de los Países Bajos españoles a Austria, cuando se acabó con la actividad de los corsarios flamencos al servicio de Su Majestad Católica. Mientras tanto, y desde que Dunkerque pasó a poder de Francia, algunos de sus corsarios, ahora al servicio del monarca galo, siguieron atacando implacablemente a las naves holandesas e inglesas.