Redescubren el origen desconocido de los españoles que liberaron París en 1944: todo empezó en un campamento olvidado en Marruecos

Una base militar improvisada en Marruecos fue el punto de partida de los españoles exiliados que acabarían liberando París bajo mando francés en el año 1944.
Este fue el verdadero inicio de los héroes de La Nueve
Este fue el verdadero inicio de los héroes de La Nueve. Foto: Wikimedia

A finales de 1943, mientras Europa aún vivía bajo la sombra de la ocupación nazi, en una olvidada explanada polvorienta al sur de Rabat comenzaba a gestarse una de las historias menos conocidas —y a la vez más épicas— de la Segunda Guerra Mundial. No había entonces desfiles ni banderas. Solo un campamento improvisado junto a un viejo fortín marroquí y un puñado de hombres exiliados, endurecidos por años de guerra y derrota, que recibían con asombro enormes cajas con vehículos desmontados y armas recién llegadas del otro lado del Atlántico. Muchos de ellos no sabían aún que acabarían entrando con esos mismos blindados en el corazón de París, aclamados como héroes.

En el bordj de Skhirat, un punto aislado entre Temara y Casablanca, se formaba con esfuerzo, sudor y un arsenal de origen norteamericano la columna vertebral de la 2.ª División Blindada del general Leclerc. Allí, entre el caos logístico y la incertidumbre del destino, comenzó a organizarse el 3.er Batallón del Regimiento de Marcha del Chad. Y en su seno, una compañía que pasaría a la historia con nombre propio: La Nueve. Lo que aún nadie imaginaba era que ese grupo acabaría compuesto mayoritariamente por republicanos españoles que, tras perder su guerra en casa, se alistaban en la Francia Libre para seguir combatiendo el fascismo desde el exilio.

La escena no tenía nada de heroico: soldados sin botas, tiendas de campaña plagadas de insectos, fortificaciones improvisadas y un sinfín de manuales en inglés que nadie entendía. El teniente Amado Granell, veterano de la Guerra Civil y uno de los oficiales más respetados de la compañía, observaba a sus compañeros aprendiendo a montar half-tracks como quien ensambla un puzzle sin instrucciones. Las jornadas eran agotadoras, los recursos escasos, y el futuro incierto. Pero todos sabían que la siguiente vez que desplegaran ese material no sería en el desierto, sino en el corazón de Europa ocupada.

Entre ellos destacaba también un personaje singular, el capitán Raymond Dronne, un francés que acabaría siendo el comandante directo de La Nueve. Dronne no ocultaba su admiración por el general Leclerc, un aristócrata convertido en símbolo de la resistencia. Pero lo que realmente le impresionaba era la capacidad de sus soldados españoles para sobrevivir, adaptarse y aprender. Muchos venían de los campos de internamiento del norte de África o habían desertado de otras unidades. Lo habían perdido todo, salvo la voluntad de seguir luchando.

Durante semanas, los convoyes partían del puerto de Casablanca hacia el campamento de Skhirat cargados con piezas de vehículos, armas, uniformes y raciones. Lo que al principio era un caos de componentes sin ensamblar, pronto se convirtió en una unidad capaz de operar como una división moderna y mecanizada. El trabajo fue arduo, pero el resultado, decisivo. Esos hombres, cuya instrucción comenzó en Marruecos en condiciones casi precarias, acabarían siendo punta de lanza de las tropas aliadas en suelo francés.

Este capítulo olvidado de la historia comienza mucho antes del desembarco en Normandía y de la liberación de París. Comienza en las arenas africanas, entre soldados españoles marcados por el exilio, bajo el mando de un general francés que supo ver en ellos algo más que derrotados: vio combatientes con hambre de justicia. Y en ese rincón entre Rabat y el mar, comenzó a tomar forma la verdadera historia de La Nueve.

A continuación, te dejamos en exclusiva con un extracto del primer capítulo del libro Los españoles del general Leclerc, una obra rigurosa y apasionante del investigador y divulgador histórico Joaquín Mañes Postigo, publicada por la editorial Pinolia, que desvela con precisión documental y sensibilidad narrativa el camino real —y a menudo ignorado— de aquellos españoles que no solo participaron en la liberación de París, sino que cambiaron para siempre el rostro de la memoria europea.

La aventura de unos españoles, escrito por Joaquín Mañes Postigo

En aquella mañana de un día cualquiera de finales de noviembre de 1943, la actividad en el campamento del bordj de Skhirat era intensa, casi frenética. Se hallaba observando a los hombres de su compañía, todos de diversas nacionalidades, pero la inmensa mayoría de origen español, y él, el capitán Raymond Dronne, aún no sabía qué pensar de ellos, aunque reconocía que eran combatientes experimentados. Casi todos estaban afanados en descubrir y manejar los vehículos y el armamento de origen estadounidense que, embalados en grandes cajas, se iban desembarcando a un ritmo constante en el puerto de Casablanca desde los grandes barcos tipo Liberty.

La localidad de Skhirat, en cuyos aledaños estaban acantonados, era un pequeño poblado integrado en el término de la localidad de Temara, que se encontraba situado a tan solo treinta kilómetros de Rabat y a sesenta y ocho de Casablanca. Skhirat estaba muy cerca de la costa, era un recinto amurallado de forma cuadrangular; las pequeñas construcciones del interior del fuerte estaban llenas de chinches. Los hombres del capitán Dronne se aplicaron en limpiarlas de estos bichos, pero estos siempre volvían por mucho que se esforzaran en el aseo, así que, finalmente, se decidió que la compañía se instalaría en tiendas de campaña montadas dentro de su gran patio.

En aquel lugar, muy próximo de la costa, los hombres de la 2.ª División Blindada (DB) deberían pasar el tiempo necesario para conocer y acostumbrarse al armamento estadounidense. Dronne seguía a cierta distancia al general Leclerc, para que este se encontrara cómodo con sus propios pensamientos y sacando sus conclusiones acerca de lo que él mismo iba observando de la base militar.

La población parisina celebra con entusiasmo la llegada de las tropas de la 2.ª División Blindada, entre ellas los combatientes españoles de La Nueve
La población parisina celebra con entusiasmo la llegada de las tropas de la 2.ª División Blindada, entre ellas los combatientes españoles de La Nueve. Foto: Library of the congress

El capitán Raymond Dronne creía que existían hombres predeterminados por su sino para tener su papel en la historia, y el general Philippe François Marie de Hauteclocque, alias Leclerc, era uno de ellos. El general nació el 22 de noviembre de 1902 en el castillo de Belloy-Saint Leonard, en el seno de una familia aristocrática, muy tradicional y profundamente católica. Era el segundo de seis hermanos y, como casi todos sus antepasados, había elegido la carrera militar, por lo que ingresó en la Academia Militar de Saint-Cyr para destacarse como uno de los alumnos más brillantes de su promoción y continuar su formación dentro del arma de caballería en Saumur.

Philippe de Hauteclocque obtuvo el número uno de su promoción como oficial de caballería, el número uno en la Escuela de Aplicación de Caballería y el número uno en la Escuela Superior de Guerra. Con su formación, sus antecedentes personales y familiares, a Raymond Dronne no le cabía la menor duda de que, como tantas veces había pasado en la historia de Francia, su general era un hombre enviado por la providencia para que su patria pudiera recuperar el orgullo y su dignidad, tan maltrecha y pisoteada en 1940; y el propio Dronne lo había constatado personalmente, tras más de cuatro años y miles de kilómetros compartiendo con él calamidades, penurias y combates.

El general Leclerc conocía bien Marruecos, había sido su primer destino tras graduarse en Saint-Cyr, y había sido nombrado teniente el 1 de octubre de 1926. Su primera función como oficial de carrera fue la de instructor de oficiales marroquíes en Dar El Beïda y posteriormente resultó adscrito al mando de una unidad de operaciones en el Atlas. En una escaramuza —así constaba en su historial—, se adentró tanto en las montañas, tras las líneas enemigas, que su unidad, de regreso a sus posiciones, tuvo que andar más de doce horas sin descanso; el joven oficial Philippe de Hauteclocque dejó su caballo a sus dos suboficiales ya que estos se hallaban exhaustos.

Tras este hecho, participó en una acción de combate en la que mostró su valor, pues, cuando fue atacado por un enemigo muy superior en efectivos, ordenó, pese a ello, un ataque a la bayoneta marchando al frente de sus hombres sable en mano, por lo que pudo recuperar así el cadáver de su asistente y a varios de sus hombres que acababan de caer prisioneros del enemigo en el fragor del combate. Este hecho de armas le valió ser citado en la orden del día, en la que se le mencionó como un «oficial dotado de las más bellas cualidades morales».

Apenas habían transcurrido diecisiete años desde sus inicios en Marruecos y el ya general Leclerc estaba al frente, en el mismo país donde había comenzado su carrera militar, de una división blindada, la 2.ª DB, para liberar a su patria, a Francia. La 2.ª División Blindada estaba compuesta de algo menos de 16 000 soldados; era una división mecanizada y totalmente equipada por los estadounidenses. Esta división se hallaba integrada por tres regimientos o grupos de artillería (3.er RAC, 64.º RADB y 40.º RANA), un grupo de artillería antiaérea, un regimiento de infantería de reconocimiento, tres regimientos de carros de combate, un regimiento de anticarros, un batallón de ingenieros y diversas unidades auxiliares, siendo, por antonomasia, el regimiento de infantería de la división el Regimiento de Marcha del Chad (RMT). En el 3.er Batallón del citado regimiento se encontraba la casi totalidad de los españoles que sirvieron a las órdenes del general Leclerc.

Casi todos los días, soldados de la propia División Blindada se dirigían al puerto de Casablanca para recoger el material estadounidense y los vehículos desmontados y cuyas piezas iban transportadas en grandes cajas, por lo que, tras su oportuno ensamblaje, los miembros del 3.er Batallón del Regimiento de Marcha del Chad comenzaban el aprendizaje de la conducción de los vehículos semiorugas, los half-tracks, así como el de los todoterreno Jeep. El teniente Granell, mientras limpiaba su arma, vio a los dos franceses, al general y a su capitán, a Dronne, moviéndose ambos entre los soldados y deteniéndose ante las distintas piezas del novísimo material estadounidense; ello hizo que Granell se acordara, de forma súbita, de la llegada de toda la compañía a aquel territorio de Marruecos, aún con sus uniformes y equipos de procedencia francesa y británica, y de la precariedad con la que sobrevivieron el primer mes, casi de vivaqueo, hasta que un buen día recibieron las órdenes pertinentes para organizar sus propios convoyes y dirigirse al puerto de Casablanca a recoger absolutamente de todo, grandes cajas y contenedores con las piezas de vehículos desmontados, armamento medio y ligero, uniformes y todo tipo de utensilios que constituirían los efectos personales de cada soldado para la que, a partir de entonces, sería una flamante división mecanizada del Ejército francés.

El español Manuel Fernández, alias Belmonte, adscrito a la 11.ª Compañía, añoraba el ambiente y la alegría que daba el estar rodeado de compatriotas, de esa atmósfera tan propia que se gozaba en la 9.ª Compañía, y ello pese a que en su compañía casi la mitad de sus integrantes era también de origen español. Cuando Manuel llegó a Skhirat, a finales de octubre de ese año de 1943, lo primero que le llamó la atención fue un antiguo fortín situado al borde de una vasta playa dentro de una bahía muy pequeña. Las murallas del fortín eran altas y gruesas con sus troneras correspondientes. Alrededor de estas murallas se extendía una gran superficie plana sobre cuyo terreno se realizó la acampada del 3.er Batallón asignándole su espacio correspondiente a cada compañía. Las tiendas de campaña se instalaron marcando un alineamiento simétrico casi perfecto. El comandante Joseph Putz y su adjunto, el capitán Florentin, un francés libre de la primera hora, de 1940, instalaron el puesto de mando del batallón en lo alto del propio fortín. El capitán de la compañía de Manuel, Dupont, era otro veterano de las campañas de Fezzan, Tripolitania y Túnez.

Los pensamientos de Manuel Fernández lo llevaron al recuerdo del mes de noviembre que había pasado casi por completo en Casablanca para la recepción de todo el material estadounidense y su posterior montaje como si de un puzle se tratara; fue un mes en el que todos los miembros de su compañía se mostraban exultantes.

El entrenamiento militar en Temara se hacía, en muchos casos, con fuego real, habida cuenta que todos los soldados de la división irían directamente a la guerra, a combatir. De esta forma, la 9.ª Compañía del 3.er Batallón del Regimiento de Marcha del Chad, La Nueve, se constituyó como una unidad de infantería mecanizada dividida en tres secciones de combate, una de mando y otra de suministro. Su instrucción giraba en el desarrollo del concepto estadounidense, como forma de combatir, del combat command, la combinación, en la batalla de grupos mixtos en perfecta coordinación de las unidades de carros de combate y de las de infantería.

Para hacerse con la pericia necesaria en la conducción de estos vehículos, los españoles de La Nueve hicieron su rodaje a través de Marruecos. De esta forma, Luis Royo se recreaba en lo que para él era Marruecos: un país magnífico. Los conductores del 3.er Batallón iban en convoyes de veinte o veinticinco vehículos. Y tardaban, de media, tres días en llegar a su destino. Solían parar cuatro veces. La primera en Tajda, cerca de Ouarzazate, la siguiente en Meknes, después en Fez y la última en Oujda. Luego los conductores regresaban en un camión Dodge de seis ruedas. Como no había apenas circulación por aquellas rutas, podían rodar a una velocidad de 140 kilómetros por hora, la máxima rapidez que daban de sí los vehículos. Las carreteras marroquíes eran estrechas, pero aceptablemente buenas.

El entrenamiento, manejo del nuevo material y la conducción de los vehículos no resultaron fáciles para los españoles del 3.er Batallón, dado el absoluto desconocimiento que tal material representaba para ellos y sus carencias de formación y preparación para la correcta comprensión del funcionamiento de todas esas piezas provenientes del Ejército de Estados Unidos. Luis Royo reconocía en su fuero interno que aquello no estaba resultando fácil, así que a los españoles no les quedó otra alternativa que emplearse a fondo para saber utilizar ese material, y se aplicaron tanto en el rodaje de los vehículos que durante su estancia en Skhirat, ya en el mes de marzo, muchos de estos carros habían realizado tal cantidad de kilómetros que incluso el capitán Florentin, que se hallaba al frente de la Sección de Mando del 3.er Batallón, temió que, de seguir con ese ritmo de circulación, muchos vehículos pudieran ser declarados no aptos para operar en campaña.

El capitán Dronne presentó al teniente Amado Granell ante el general Leclerc como uno de los oficiales del Estado Mayor del 3.er Batallón, al mismo tiempo que este continuaba escudriñando, con gesto serio, el movimiento de los hombres a lo largo de toda la base. Tras un breve y cortés, pero gélido saludo, el general reanudó su deambular acompañado de su capitán, quien sí tuvo un interés expreso en presentarle al teniente Antonio van Baumberghen Clarasó, su oficial adjunto en la Sección de Mando de la compañía, conocido por el apodo de Bamba, para simplificar de esta forma su apellido de origen holandés. Este se hallaba no muy lejos de Granell, quien seguía dedicado a contemplar esa escena.

El oficial Antonio «Bamba» era un veterano del Cuerpo Franco de África, a quien el capitán Raymond Dronne valoraba por su formación, aunque Bamba había sido un estudiante de lo más normal, incluso mediocre durante su bachillerato, realizado en el Instituto Escuela entre los años de 1920 a 1925. Sin embargo, sí estaba muy dotado para los idiomas, por lo que Antonio, Bamba para sus compañeros de instituto, hablaba inglés con bastante soltura. Comenzó los estudios de Arquitectura, pero terminó como delineante; se casó y tuvo dos hijos. Durante la Guerra Civil formó parte del Cuerpo de Carabineros, participando en la defensa de Madrid y en las batallas de Jarama, Brunete y Teruel. Alcanzó el grado de capitán, ocupando el puesto de jefe del Estado Mayor de la 5.ª Brigada Mixta en el frente del Segre.

A principios de 1939 cruzó la frontera con Francia y fue internado en el campo de Saint-Cyprien. Tras varios meses de internamiento, consiguió, por sus propios medios, embarcar en el sur de Francia y llegar a Orán a mediados de 1940, donde sobrevivió como pudo, montando sucesivamente dos negocios, el primero de ellos dedicado a la fabricación casera de jabón, y el segundo, a la producción de paté de dátiles. Ambas actividades las desarrolló con desigual fortuna, en una situación personal muy parecida a la que vivió Amado Granell durante dos años hasta que, en diciembre de 1942, ambos se alistaron en el Corps Franc d'Afrique, el Cuerpo Franco de África, con el grado de sous-lieutenant.4 Sin embargo, Bamba no congeniaba con sus compatriotas, quizás, según el propio criterio del capitán Dronne, por el nivel intelectual y la formación elitista de su oficial, lo que hacía que muchas veces su comportamiento con sus propios hombres fuera tan distante como imperativo.

Sin embargo, el perfil y recorrido vital de Amado Granell, adscrito a la CHR —Compagnie Hors Rang—,5 era radicalmente distinto al de su compatriota Bamba, al que más adelante sustituiría como oficial adjunto de La Nueve. En aquel otoño de 1943, el teniente Granell rondaba los cuarenta y cinco años, era ya un hombre de cierta edad para aquel mundo de soldados jóvenes, algunos casi imberbes, aunque su experiencia bélica resultaba realmente destacable. Había luchado en la guerra del Rif, en la década de los veinte, alistado en el Tercio de Extranjeros y posteriormente combatió en la Guerra Civil. Su madurez personal y su experiencia en la Guerra Civil le hacía un oficial con vocación conciliadora y flexible con los requerimientos y necesidades de los hombres que estaban bajo su mando, aunque también había un pequeño grupo de detractores entre sus compatriotas que lo rechazaba.

Amado Granell había nacido en Burriana en 1898, hijo de María Francisca Mesado y de Juan Bautista Granell; su familia se dedicaba a la explotación de la madera. En 1921, se alistó en el Tercio de Extranjeros —la Legión española—, casi un año después de que se fundara este cuerpo militar. Fue destinado a la 18.ª Compañía de la V Bandera, donde obtuvo los galones de sargento en un brevísimo periodo de tiempo. Cuando se enteró del naufragio del barco de su padre, regresó a su pueblo, Burriana, para marcharse posteriormente a Valencia, donde se colocó como empleado de una tienda de lámparas. Allí conoció a la que sería su mujer, Aurora Monzó Caldera, con la que tuvo tres hijos.

A principios de la década de los treinta, Amado Granell se instaló, junto con su familia, en Orihuela para trabajar como electricista profesional en la empresa Eléctrica Balaguer. Con el cierre de esa sociedad, el matrimonio Granell Monzó tuvo una tienda de bicicletas y de material eléctrico. Granell se afilió a Izquierda Republicana y en marzo de 1936 fue elegido segundo teniente de alcalde de Orihuela, cargo que abandonó en julio para integrarse en las milicias de Alicante.

Durante la Guerra Civil, Granell estuvo en el Batallón de Hierro del 5.º Regimiento de las Milicias Populares, batallón convertido posteriormente en el Regimiento Motorizado de Ametralladoras tras la militarización de las milicias, y, por último, en la 49.ª Brigada Mixta del Ejército Popular, unidad de unos mil doscientos efectivos en la que estuvo al frente de la misma en la defensa de la ciudad de Castellón, ostentando entonces el grado de comandante.

Partió de España embarcado en el buque inglés Stanbrook el 28 de marzo de 1939, justo tres días antes del fin de la guerra. Tras desembarcar en Orán, estuvo recluido en un campo de internamiento varios meses. Cuando fue liberado del mismo, se instaló como un simple civil en la ciudad de Orán, un periodo de su vida en el que sobrevivió a duras penas trabajando en diversos menesteres durante más de dos años y medio.

El 14 de diciembre de 1942, Amado Granell se alistó en el Cuerpo Franco de África, sirviendo en la 9.ª Compañía del 3.er Batallón, con la que hizo toda la campaña de Túnez. El 24 de julio se pasó a las Fuerzas de la Francia Libre, siendo incorporado al 3.er Batallón de la aún Brigada de Marcha del Tchad; de hecho, el ochenta y siete por ciento de los españoles del general Leclerc estuvieron destinados en este regimiento y concretamente, casi todos, en su 3.er Batallón, en el que sirvieron el setenta y siete por ciento de los españoles de la 2.ª División Blindada.

El español de Burriana continuó observando con interés al general Leclerc, al que profesaba verdadera admiración desde que lo conoció en Djidjelli, Argelia. Un militar brillante que en algo podría compensar —eso pensaba el propio Granell— todo el desastre de lo que había sido el Ejército francés frente a la Alemania de Hitler en la campaña de 1940 y, por ende, su deteriorada imagen ante sus propios aliados.

Djidjelli, Argelia, el nacimiento de la 2.ª DB del Ejército Francés, julio de 1943

La base, la osatura, sobre la que se formó la 2.ª DB de Leclerc era la Fuerza L, constituida por el propio general sobre su grupo de combate que, partiendo desde Fort Lamy —hoy Yamena—, en el Chad, había conquistado el fuerte italiano de Kufra, en lo más profundo del desierto libio, para llegar a encontrarse con las fuerzas del VIII Ejército británico de Montgomery en Trípoli.

Esta fuerza francesa de la Francia Libre realizó bastantes misiones a lo largo de todo el desierto de Libia en colaboración con las fuerzas británicas del Long Range Desert Group (LRDG). El coronel Leclerc sería nombrado a mediados de 1942 comandante en jefe de todas las fuerzas francesas libres en ese territorio africano.

La Fuerza L se acantonó a partir del 10 de junio de 1943, tras la derrota de los alemanes en Túnez el mes anterior, en la localidad de Sabratha, en territorio libio, a unos sesenta kilómetros al oeste de Trípoli, integrada aún en las fuerzas británicas del Octavo Ejército británico de Montgomery.

El 16 de mayo de 1943 se constituyó oficialmente el grupo de divisiones ligeras de la Francia Libre; la 1.ª División Ligera de la Francia Libre al mando del general Koenig, el héroe de Bir Hakeim, y la 2.ª División Ligera de la Francia Libre al mando del general Leclerc. De esta forma, la Fuerza L del propio general pasó a denominarse como tal, la 2.º Division Légère Française Libre. Esta división estaba compuesta de una brigada blindada8 y de una brigada de infantería. La tropa de la brigada de infantería estaba compuesta de tropas chadianas y del Regimiento de los Tiradores Senegaleses del Chad (el RTST, Régiment de Tiralleurs Senegalais du Tchad).

Al cabo del transcurso de algo más de tres meses de permanencia en esa localidad libia, desde junio a mediados de agosto de 1943, la fuerza militar que sería el embrión de la 2.ª DB apenas superaba un contingente de cuatro mil efectivos, tras haber tenido que desembarazarse de casi un veinticinco por ciento de sus componentes, los Tiradores Senegaleses, justo antes de partir para Djidjelli.

Una vez que la Francia Libre del general De Gaulle y los partidarios del general Giraud —quien había sido apoyado inicialmente por los estadounidenses— se pusieron de acuerdo el 2 de agosto de 1943, la Fuerza L se desplazó a Argelia, a Djidjelli, el día 16 de ese mes para comenzar lo que sería su reconversión en la 2.ª División Blindada, aunque tuvo que dejar atrás a sus soldados chadianos y senegaleses por requerimiento de los mandos militares estadounidenses.

Cuando las tropas del general Leclerc dejaron el territorio libio para instalarse en Djidjelli, el capitán Dronne se sintió bastante aliviado; por fin se hallaba en territorio francés. De Sabratha, Raymond Dronne se había traído una enorme tienda, tomada a los italianos, donde montó su oficina de reclutamiento. Muchos de los voluntarios que se presentaron eran españoles; y, como él ya sabía, se convertiría en su capitán.

La unidad se instaló al borde del mar, en una pequeña bahía que les permitía, tanto a soldados como a oficiales, bañarse, aunque el capitán Dronne aún estaba convaleciente con su brazo en cabestrillo, por lo que sus hombres lo veían siempre nadar como podía, a duras penas y cerca de la orilla. En aquella bahía pescaban con «la bomba de mano», pues no les quedaba más remedio que mejorar su alimentación, muy reducida en cantidad. El capitán Dronne observaba cómo los españoles sabían aprovecharlo todo; las carencias padecidas por muchos de ellos hacían, por instinto de supervivencia, que supieran desenvolverse en cualquier circunstancia, y a Dronne, aun conociendo los avatares de muchos de sus hombres, no dejaba por ello de asombrarse y de admirarlos al mismo tiempo cuando observaba la forma en que se las arreglaban para superar tal pobreza de medios.

Sin embargo, la base de Djidjelli estaba bastante aislada de cualquier núcleo urbano digno de tal nombre, muy distanciada de Buira, donde se hallaban instaladas tropas aliadas, lo que impedía que los hombres del Cuerpo Franco de África —instalado antes de la llegada de las tropas de Leclerc desde Sabratha— tuvieran otra distracción diferente a la de los baños en el mar; asimismo, ese aislamiento dificultaba enormemente el aprovisionamiento de la unidad. El comandante Joseph Putz elaboró un informe en el que exponía las graves carencias de mantas, ollas e incluso cubiertos, lo que obligaba a muchos de los soldados a comer con las manos en platos comunes unas cocinas pésimas, con la falta, incluso, de calzado, lo que suponía un grave problema para realizar la instrucción y efectuar las marchas correspondientes dentro de un plan de formación militar.

Por otra parte, la lejanía de una villa suficientemente poblada imposibilitaba que los soldados pudieran distraerse con los entretenimientos que resultaban propios y normales para cualquier hombre. Además, al haber pasado el CFA, a partir del 25 de mayo de ese año de 1943, bajo mando francés, abandonando su integración en la estructura del Primer Ejército británico, se quedaron sin suministros de cigarrillos, ginebra, whisky y productos de higiene.

Ya en Argelia, la que era la Brigada de Marcha del Chad pasó a transformarse en el Regimiento de Marcha del Chad. Esta unidad provenía inicialmente del Regimiento de Tiradores Senegaleses del Chad y estaba compuesta por tropas originarias de ese país. Una de las exigencias del mando aliado, especialmente de los estadounidenses, era que la unidad mecanizada francesa, la que sería la 2.ª DB, destinada a desembarcar con los aliados en Normandía, debería estar compuesta por europeos, por hombres blancos, para lo cual debían deshacerse de sus soldados negros del Senegal y alistar, en su lugar, a europeos. Las razones esgrimidas para ello por el mando estadounidense eran esencialmente tres: los africanos, a juicio de estos, no tenían capacidad para el armamento moderno ni para soportar el clima centroeuropeo, por lo que no podrían desenvolverse eficazmente; otra razón aducida fue que las tropas coloniales, una vez en Europa, se podrían volver contra sus mandos; y la tercera, la más plausible de todas ellas y la más verdadera, era de imagen, la unidad francesa que desembarcara en Francia para liberar a su país habría de estar compuesta por franceses o, al menos, por blancos que se pudieran asimilar, por raza y cultura, a estos.

Insignia de la 2.ª DB
Insignia de la 2.ª DB (numeradas). Fuente: Pinolia (2025)

Fue a principios del mes de agosto de ese año de 1943, cuando los voluntarios del ya extinto 3.er Batallón del Cuerpo Franco de África llegaron a Ain Sebti, un punto situado a 38 kilómetros de Djidjelli, para encontrarse, algunos días más tarde, con elementos europeos y también indígenas del 3.er Batallón de la Brigada de Marcha del Chad para terminar fundiéndose en una sola unidad, la que sería el 3.er Batallón del Regimiento de Marcha del Chad dentro del seno de la 2.ª Division Blindée, división que pasaría a denominarse como tal a partir del día 24 de agosto.

El capitán Dronne se acordó de sus soldados senegaleses que lo habían llevado hasta allí, en aquel campamento marroquí de Skhirat en el que todos sus hombres, ya blancos, estaban descubriendo el moderno material estadounidense. Él mismo tuvo que asumir, sin mucha convicción, que debían dejar atrás a los soldados africanos de raza negra, pues iban a combatir durante el invierno en Europa y no serían capaces de resistir las nevadas del continente europeo.

Con la orden dada de proceder a la europeización de la unidad, empezó una verdadera caza del soldado blanco para la formación de la 2.ª DB, aunque este estuviera alistado en otra unidad, así, la Brigada de Marcha del Chad, mientras permaneció en Djidjelli, se blanqueó con los combatientes del disuelto Corps Franc d'Afrique, cuyo contingente de origen español se enroló en esta unidad casi en su inmensa mayoría;12 también se alistaron algunos españoles que desertaron para ello de la Legión Extranjera y asimismo se nutrió de algunos liberados de los campos de internamiento del sur de Argelia.

En relación con los españoles que desertaron de la Legión, en La Nueve se hallaban dos hombres muy respetados por su grupo de compatriotas: el sargento Martín Bernal y José Cortés, ambos veteranos de la 4.ª DBLE en Senegal, en donde habían coincidido con varios compatriotas más de La Nueve.

El teniente Granell, allí, en Skhirat, mientras observaba al capitán Dronne y al general Leclerc, que continuaban con su paseo sorteando a soldados y vehículos, rememoró precisamente el campamento de Djidjelli, en Argelia, acordándose de las sesiones deportivas que les resultaban tan necesarias; todos los españoles eran hombres duros, resistentes después de tantos años de sufrimientos y de escasez de toda índole, pero les faltaba la forma física que daba el ejercicio, y él mismo reconocía que, a pesar de su estancia en el Cuerpo Franco de África, tras un largo periodo malviviendo en Orán, le urgía igualmente correr y saltar, muscular algo sus magras carnes que, bien era verdad, le otorgaban una elegancia natural dentro de su uniforme estadounidense cubierto con su quepis francés. Un uniforme, el estadounidense, que suponía en su diseño una adaptación de prendas civiles al mundo militar, como el mono de trabajo, las cazadoras, el pantalón recto, las camisas de vestir; prendas que podían hacer elegante a aquella persona que supiera llevarlas, pero que carecían del estilo propio de lo que era el vestuario exclusivamente militar, tal y como estaba concebido en Europa.

Amado Granell se acordó también, con cierta amargura, de la penuria de uniformes y de la falta incluso de calzado para los soldados durante su estancia en Djidjelli, del material militar del que disponían, tan variado en calidad y procedencia, lo que resultaba poco eficaz en su manejo. Con igual desazón, el capitán Florentin anotaba en su carnet la dificultad de la instrucción de los soldados del batallón por lo heteróclito que era el material militar del que disponían; solo un recuerdo se le tornaba agradable cuando rememoraba que, gracias a que estaban aún en verano, disfrutaban de unos buenos baños en el mar. A su homólogo, el capitán Dronne, de La Novena, Florentin le reconocía que, entre los oficiales, era el que más destacaba disparando con el subfusil y el lanzagranadas.

Con la llegada del mes de octubre, en Djidjelli hicieron su aparición el frío y la lluvia; a los franceses les faltaban tiendas suficientes para todos sus efectivos, además de las enormes carencias de equipos individuales, calzados y uniformes. El capitán Florentin, de la compañía de mando del 3.er Batallón, recordaba en sus notas que la moral hubiese sido excelente de no haber sido por las moscas, que los tenían constante e implacablemente atosigados desde que amanecía hasta el anochecer. Por otra parte, las distracciones en Djidjelli eran casi inexistentes; a Djidjelli no se la podía considerar una ciudad como tal; solo algunas salidas en grupos a El Millia conseguían romper la rutina de la vida cuartelera en aquella base. Por otra parte, y a consecuencia de ese material tan dispar a la vez que obsoleto, los franceses sufrieron numerosos accidentes; en uno de ellos murió el capitán Bazelaire y el suboficial Possenot perdió una parte del pie al pisar una mina que se encontraba camuflada bajo la arena mientras paseaba por la playa.

Cuando quedaban pocos días para que terminara el mes de octubre de 1943, por fin llegó el embarque en tren en Bougie. Tras un viaje que al capitán Florentin le sorprendió por la regularidad con la que pudieron efectuar el trayecto, todo el batallón se acomodó en el bordj de Skhirat, en el campo de Temara, situado a unos veinticinco kilómetros al suroeste de Rabat, que sería el lugar donde realmente comenzaría la aventura de la 2.ª DB.

A Amado Granell le fue reconocido el grado de oficial, bajo el mando del capitán Miguel Buiza Fernández-Palacios,14 que estaba al frente de la 9.ª compañía del 3.er Batallón del Cuerpo Franco de África. Muchos de los que se hallaban con él en Skhirat provenían de su compañía, otros de la Legión Extranjera, y otros tantos de aquel infierno en vida que fueron los campos de internamiento en el sur de Argelia; un trasiego de alistados que le resultó realmente novedoso ante el cruce intenso, y a veces febril, de hombres con destinos tan duros como dispares.

Libro Los españoles del general Leclerc

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