Los grabados japoneses ukiyo-e marcaron un antes y un después en el arte occidental. Figuras como Katsushika Hokusai, Kawanabe Kyosai y Utagawa Yoshitsuya transformaron esta tradición con escenas vibrantes, críticas sociales y diseños innovadores. Su influencia fue clave para los impresionistas europeos, que encontraron en sus estampas una nueva forma de representar el mundo.
El gran Hokusai
En serio, no debes faltar. Cualquiera que haya visto los grabados a color no podrá considerar que haya soñado jamás con algo más hermoso. Yo sueño con ellos, y no pienso en nada más que en crear grabados en cobre. Henry Fantin-Latour, que estaba allí el primer día que yo fui, estaba en éxtasis [...]. Debes ver a los japoneses: ven tan pronto como te sea posible”, escribió la artista impresionista Mary Cassatt a la también pintora Berthe Morisot.
Tal fue la “impresión” (y no usamos este término de forma gratuita) que le causó, en 1890, la muestra de los grabados de ukiyo-e celebrada en París. Su frase bien puede servir de ejemplo de lo que supusieron para los impresionistas. Entre esos grabados, destacaban los de Katsushika Hokusai (período Edo, 1760-1849), que realizó 36 vistas del Monte Fuji. Con apenas tres colores (azul, marrón y verde) y una simplicidad enorme, lograba una expresión máxima. El contraste de estas xilografías con los grandes óleos europeos, con su horror vacui de narrativas y mitologías clásicos, puede imaginarse.

La gran ola de Kanagawa pertenece a esas vistas del Monte Fuji. Ya se interprete como un símbolo del yin y el yang o de lo sublime romántico, la ola realiza una espiral perfecta, forma que obsesionó a artistas como Van Gogh (recordemos sus girasoles, por ejemplo) y otros muchos impresionistas que se estaban empezando a replantear el arte occidental.
El individualista Kyosai
Las estampas japonesas, denominadas ukiyo-e hanga –que literalmente significa “imágenes del mundo flotante”–, fueron un tipo de arte reservado a consumidores privilegiados. Surgió en el período Edo, antiguo nombre del actual Tokio, que abarca el gobierno de la dinastía de los Tokugawa (1603-1867).
A mediados del siglo XVII, el ilustrador Moronobu Hishikawa popularizó las grandes pinturas de su tiempo en formato de estampas o postales en relieve. La técnica para manufacturarlas era la xilografía, es decir, el grabado en madera. Al principio, los ukiyo-e recogían escenas cotidianas en blanco y negro sobre la vida en las ciudades, pero la demanda llevó a ampliar los temas (incluso se encuentra cierta crítica social) e introdujo la policromía.

Kawanabe Kyosai (1831-1889), considerado el último experto en la pintura tradicional japonesa, vivió la transición del período Tokugawa al período imperial y fue testigo de cómo el Japón feudal transitó a la Edad Moderna, un cambio que plasmó en sus caricaturas satíricas de carácter político como en Batalla de Nanba (1871-1889).
Yoshitsuya, el publicista
Apesar de la gran variedad de grabados, tres motivos resaltan por excelencia: los yakusha-e, retratos de actores del kabuki (tipo de teatro japonés); los bijin-ga, estampas de mujeres bellas, y los shun-ga, representaciones eróticas que, junto a las postales críticas, fueron perseguidas por la censura del gobierno.
Nacido con el nombre de Koko Mankichi, Utagawa Yoshitsuya (1822-1866) ingresó en el estudio de Utagawa Kuniyoshi (1798-1861) alrededor de los 15 años. Junto con Utagawa Sadahide (1807-1873), fue uno de sus estudiantes más destacados. Era famoso por sus diseños de tatuajes en las décadas de 1840 y 1850, junto con sus estampados de guerreros, de animales legendarios y las caricaturas de los eventos políticos.

Al igual que otros artistas que buscaban complementar sus ingresos, como el mismo Toulouse-Lautrec, Yoshitsuya también diseñó anuncios publicitarios (por ejemplo, de una pasta dental o de una medicina para una visión clara).