Durante casi un siglo, la apertura de la tumba de Tutankamón ha estado envuelta en un halo de misterio, tragedia y superstición. La muerte repentina de Lord Carnarvon, mecenas de la expedición de Howard Carter, seguida por el fallecimiento de varios miembros del equipo, avivó la leyenda de una maldición que caía sobre quienes osaban perturbar el descanso del faraón niño. Sin embargo, la ciencia ha ofrecido una explicación más terrenal: un hongo tóxico conocido como Aspergillus flavus, capaz de sobrevivir miles de años en ambientes cerrados y húmedos, podría haber sido el verdadero causante de aquellas muertes.
Ahora, lo que durante décadas fue visto como una amenaza oculta en los sarcófagos del antiguo Egipto, se presenta como una fuente inesperada de vida: investigadores acaban de transformar este peligroso microorganismo en una prometedora arma contra el cáncer.
Un enemigo milenario con posibles propiedades
El estudio, recientemente publicado en Nature Chemical Biology y encabezado por un equipo de bioingenieros de la Universidad de Pensilvania, demuestra que Aspergillus flavus, además de sus bien conocidas toxinas, produce una clase de moléculas extremadamente raras con una notable actividad contra las células cancerígenas. Estas sustancias, llamadas RiPPs (péptidos ribosomales sintetizados y modificados postraduccionalmente), habían sido identificadas en bacterias y plantas, pero apenas se habían explorado en hongos. Gracias a una combinación de técnicas genéticas y químicas, los científicos lograron aislar cuatro de estas moléculas a partir del hongo encontrado en las tumbas.
El hallazgo es doblemente significativo: por un lado, demuestra que los hongos siguen siendo un terreno fértil para la medicina del futuro; por otro, ofrece una nueva explicación racional para la misteriosa letalidad asociada a ciertas excavaciones arqueológicas.
En los ensayos de laboratorio, dos de los cuatro compuestos descubiertos mostraron una eficacia notable frente a células de leucemia humana. Y uno de ellos, tras ser modificado con un lípido –una molécula grasa que también está presente en la jalea real de las abejas–, logró igualar el rendimiento de medicamentos como la citarabina y la daunorrubicina, dos tratamientos clásicos contra este tipo de cáncer.

El misterio de las muertes en tumbas antiguas
Más allá del laboratorio, el protagonista de esta historia lleva siglos habitando nuestros temores. Aspergillus flavus es un hongo común en el ambiente, pero en ciertas condiciones –lugares cerrados, con materia orgánica y humedad persistente– puede liberar esporas extremadamente peligrosas para la salud humana. Los investigadores señalan que en los años 70, otro episodio inquietante tuvo lugar en Polonia: tras la apertura de la tumba del rey Casimiro IV, 10 de los 12 científicos que participaron murieron poco después. Las autopsias revelaron la presencia de este mismo hongo en la cámara funeraria, lo que refuerza la hipótesis de que A. flavus estuvo detrás de la llamada "maldición de los faraones".
Sin embargo, lejos de seguir alimentando teorías sobrenaturales, la comunidad científica ha decidido mirar al pasado desde otro ángulo: si la naturaleza ha permitido que este organismo sobreviva tanto tiempo en condiciones tan extremas, ¿no es lógico pensar que pueda contener secretos químicos igual de excepcionales?
Los investigadores han bautizado a las nuevas moléculas como “asperigimicinas”, en honor al hongo del que provienen. Lo más fascinante de estas sustancias es su estructura: una cadena de anillos entrelazados que les otorgan una capacidad de acción muy específica. A diferencia de otros agentes químicos que atacan indiscriminadamente, los asperigimicinas parecen dirigirse exclusivamente a las células de ciertos tipos de cáncer, como la leucemia, bloqueando su división celular sin dañar a otras células sanas. Esta especificidad es un avance fundamental en la lucha contra el cáncer, ya que reduce la toxicidad de los tratamientos y mejora la calidad de vida de los pacientes.
Además, el equipo descubrió que al añadir lípidos a la molécula, se facilita su entrada en las células malignas, multiplicando así su eficacia. Este hallazgo no solo es prometedor para los asperigimicinas, sino también para otros péptidos cíclicos con potencial terapéutico que hasta ahora no lograban penetrar adecuadamente en el interior celular.
Eso sí, el estudio no solo se limita al caso de A. flavus. El análisis genético del hongo reveló que otras especies fúngicas podrían producir compuestos similares. Esto abre la puerta a una nueva era de búsqueda de medicamentos en lugares tan inesperados como cavernas subterráneas, zonas volcánicas o, como en este caso, tumbas selladas por milenios. La historia se repite: al igual que la penicilina transformó la medicina moderna tras su descubrimiento accidental en un hongo, las asperigimicinas podrían convertirse en una nueva línea de defensa frente al cáncer.
Este avance nos recuerda que la medicina no solo se construye en laboratorios, sino también observando y comprendiendo los procesos naturales que nos rodean. En un tiempo donde la biotecnología y la inteligencia artificial copan los titulares, es la naturaleza –con su infinita capacidad de adaptación– la que vuelve a ofrecernos una lección de humildad y potencial.

De la leyenda a la ciencia: una historia con doble lectura
La transformación del “hongo maldito” en medicina de vanguardia tiene algo de poético. Donde antes se hablaba de castigos divinos y maldiciones eternas, hoy se encuentra una fuente inesperada de curación. Este giro en el relato, impulsado por décadas de investigación y tecnología avanzada, reescribe una parte del imaginario colectivo que durante mucho tiempo asoció a las antiguas civilizaciones con fuerzas oscuras e incontrolables.
Lejos de ser una amenaza sobrenatural, la tumba de Tutankamón podría acabar siendo recordada por haber contribuido –aunque de forma indirecta– a salvar vidas. Si los próximos ensayos en animales y humanos confirman la eficacia de estos compuestos, estaremos ante una revolución médica nacida de los ecos de la historia.
Porque, al final, incluso las leyendas más sombrías pueden esconder una promesa de luz.
Referencias
- Nie, Q., Zhao, F., Yu, X. et al. A class of benzofuranoindoline-bearing heptacyclic fungal RiPPs with anticancer activities. Nat Chem Biol (2025). doi:10.1038/s41589-025-01946-9