La leyenda de la maldición de Tutankamón: las extrañas muertes que rodearon su descubrimiento

Tras el sorprendente descubrimiento de la tumba del Faraón Tutankhamón por Howard Carter, se produjeron una serie de eventos trágicos que han alimentado la creencia de la existencia de una maldición que persigue a quienes perturbaron el descanso del 'Rey Niño'. ¿Es real o simplemente una serie de coincidencias?
Equipo descubriendo momia

Tras siete años excavando en el Valle de los Reyes, la larga y hasta entonces estéril expedición de Howard Carter estaba a punto de colmar la paciencia de su mecenas, Lord Carnarvon. Pero el milagro sucedió y esa asociación de talento y dinero que comenzara en 1908 dio fruto el 4 de noviembre de 1922, cuando el arqueólogo británico descubrió la tumba de Tutankhamon (designada como KV62), el mausoleo faraónico mejor conservado e intacto jamás encontrado allí.

El hallazgo provocó la fiebre por la egiptología a comienzos del siglo XX e hizo correr ríos de tinta. Y por esas aguas negras de la prensa navegó también la sensacionalista noticia de que la tumba cargaba con una terrible maldición que caería sobre quien osara profanarla.

Interrumpiendo el descanso eterno

Carter se llevó todos los honores, pero lo cierto es que quien descubrió realmente la tumba fue un niño de 10 años, llamado Husein. Aguador oficial de la misión, él fue quien el 4 de noviembre de 1922, al escarbar con las manos en la arena para acomodar las vasijas de barro, encontró de manera fortuita el primer peldaño de una escalera tallada en la piedra (13 pies por debajo del acceso a la tumba de Ramsés VI). Cuando esto ocurrió, el tozudo y solitario Carter tenía 47 años y llevaba 30 buscando algo así en las arenas de Egipto sin éxito.

Howard Carter estudiando la momia de Tutankhamon. Foto: GETTY

Las puertas exteriores de las capillas habían sido abiertas y saqueadas dos veces en la Antigüedad, pero las de la tercera capilla –recubierta de oro– que contenía el sarcófago real todavía estaban selladas, lo que permitía suponer que su contenido estaría intacto. Fue el propio Carter quien rompió el sello de entrada. Al fondo de un corredor, en un segundo muro hicieron una pequeña brecha y el inglés introdujo una luz. Aunque su mecenas Lord Carnarvon y la hija de este, Evelyn, estaban a su lado, fue el egiptólogo el primero en ver el sarcófago de Tutankhamón. Sus ojos contemplaron en directo, por primera vez, los restos milenarios del faraón Tut y todo su ajuar funerario completo.

Descubrimiento maldito

Dos meses después, cuando los trabajos en la tumba apenas habían comenzado, Lord Carnarvon falleció en El Cairo de manera inesperada. Su muerte prematura a los 56 años se atribuyó oficialmente a “una neumonía sobrevenida de erisipelas”, infecciones de la piel causadas por estreptococos. Se dijo que se había cortado una picadura de mosquito mientras se afeitaba y que la infección se extendió y culminó en una neumonía demoledora (algo que, por otra parte, el sexto conde de Carnarvon, hijo de este, relató a la egiptóloga Christiane Desroches).

El conde tenía una salud delicada a raíz de un accidente de automóvil que estuvo a punto de costarle la vida, y a menudo sufría infecciones pulmonares, pero pronto comenzó a forjarse una versión muy distinta que hizo crecer la ya nacida leyenda de la maldición de la momia, a la que contribuyeron otras muertes extrañas además de la del propio Carnarvon: la de Arthur Mace, que abrió la tumba junto a Carter y murió antes de que se hubiese vaciado; la del hermano de Lord Carnarvon, Aubrey, que falleció repentinamente el mismo año que él; la de sir Archibald Douglas Reid, que había radiografiado la momia; la del magnate norteamericano de los ferrocarriles George Jay Gould, quien falleció de neumonía tras visitar la tumba, y la de Richar Bethell, secretario de Carter, que murió de forma extraña también en 1929.

Lo cierto es que los estudios posteriores revelaron que, de las 58 personas que estuvieron presentes durante la apertura de la tumba y del sarcófago, solo ocho murieron, y que además sucedió a lo largo de 12 años, pero estos acontecimientos no hacían más que avivar la imaginación de la prensa, que transmitió la idea de que las extrañas muertes eran consecuencia de la profanación de la tumba (los periódicos ingleses llegaron a atribuir 30 muertes a la maldición).

La cólera del faraón

Howard Carter nunca creyó en la maldición y, de hecho, decía: “Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas”. Su propia muerte 17 años después del descubrimiento, en Londres, a una edad avanzada para la época, 64 años, y por la enfermedad de Hodgkin, es el mejor argumento para los detractores de la maldición. Pero varias cosas alimentaron la fantasía popular: la seguridad (lo más probable es que ese mito tuviera como objetivo asustar a algunos ladrones de tumbas para que se mantuvieran lejos de la KV62) y la prensa.

La historia de la maldición fue estimulada por los rotativos de la época, quizás por el propio Times de Londres que había logrado la exclusiva del hallazgo. Personajes como el escritor escocés Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, y la popular novelista británica Marie Corelli pusieron también su granito de arena

Lord Carnarvon, Lady Evelyn Herbert y Carter, en la entrada a la tumba de Tutankhamon. Foto: GETTY

El primero, según publicó la prensa de entonces, achacó la muerte de Carnarvon a un “mal elemental” que guardaba la tumba y que se había vengado de sus profanadores; y la segunda escribió una carta al periódico New York World en la que afirmaba conocer ciertos textos antiguos árabes que mencionaban una antigua maldición (“La muerte extenderá sus alas sobre todo aquel que se atreva a entrar en la tumba sellada de un faraón”) y que hablaban de venenos depositados en las tumbas egipcias para aniquilar a quienes las profanaran. Y aunque tanto egiptólogos como médicos desdeñaron la teoría del veneno, aportaron otra hipótesis: gérmenes que habrían causado una infección fatal.

¿Leyenda o realidad?

La teoría de que Lord Carnarvon murió por una infección causada por unos hongos que durmieron durante siglos en la tumba de Tutankhamon ha perdurado porque ha llamado la atención de la ciencia. Son muchos los científicos que se han embarcado en la discusión de la versión infecciosa y revistas médicas –como The Lancet– han publicado estudios al respecto. El microbiólogo Raúl Rivas afirma en su libro La maldición de Tutankamón y otras historias de la microbiología (Ed. Guadalmazán) que algunos patógenos, como el Aspergillus niger, el Aspergillus terreus o el Aspergillus flavus, pudieron permanecer milenios encerrados en la cámara real y atacar a un inmunodeprimido Carnarvon.

El hecho de que las esporas de Aspergillus puedan permanecer latentes durante largos períodos de tiempo en los pulmones explicaría que no presentara síntomas de infección durante los cinco meses posteriores a su entrada en la tumba, y concuerda también con la infección que sufrió en los ojos y fosas nasales. Pero lo cierto es que, a día de hoy, la historia de la infección fúngica tiene también más de rumor que de hecho. Es una idea plausible como explicación de la muerte de Lord Carnarvon, pero la ciencia no puede afirmar con rotundidad que fuera la causa. 

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