Durante décadas, los mastodontes han sido percibidos como una sola especie de elefantes peludos que vagaban por los vastos territorios de América del Norte, desde Alaska hasta México. Sin embargo, un reciente estudio publicado en la revista Science Advances ha sacudido los cimientos de esta narrativa. Gracias al análisis de ADN antiguo extraído de fósiles hallados en los márgenes más extremos de su distribución geográfica, los científicos han descubierto que los mastodontes no solo eran más diversos de lo que se pensaba, sino que su historia está marcada por migraciones repetidas, posibles hibridaciones y una respuesta asombrosamente sensible a los cambios climáticos del Pleistoceno.
Este nuevo trabajo, liderado por Emil Karpinski del Departamento de Genética de la Universidad de Harvard y Hendrik Poinar de la Universidad McMaster, se ha convertido en una pieza clave para entender cómo funcionaban las dinámicas evolutivas de estos colosos prehistóricos. Y, quizás más importante aún, plantea que no hubo una sola especie de mastodonte, sino al menos dos... y tal vez tres.
El mastodonte de Tualatin y un linaje perdido en México
Todo empezó con un esqueleto casi completo exhibido en la biblioteca pública de Tualatin, Oregón. Lo que parecía una simple curiosidad local terminó por convertirse en el primer mastodonte del Pacífico (Mammut pacificus) con identificación morfológica y genética. Hasta ahora, esta especie se pensaba limitada a California, pero el nuevo análisis del ADN mitocondrial situó a este ejemplar dentro de un linaje profundamente divergente, lo que amplía su rango geográfico hasta Oregón... e incluso Alberta, en Canadá.
Pero la historia no termina ahí. Otro fósil, hallado en México y secuenciado en investigaciones anteriores, muestra una divergencia genética tan notable que los autores del estudio lo consideran una incógnita taxonómica. Podría tratarse de un ejemplar particularmente antiguo del mastodonte del Pacífico o, de forma más intrigante, de una tercera especie aún sin nombre. Su aislamiento genético y su localización en zonas más cálidas y difíciles para la conservación fósil lo convierten en una pieza clave para futuras investigaciones.

Tres oleadas hacia el este: los secretos del Atlántico
Mientras tanto, en el otro extremo del continente, los hallazgos fueron igualmente sorprendentes. Seis ejemplares procedentes de la región de Nueva Escocia y del banco Georges, al este de Canadá, permitieron reconstruir genomas mitocondriales que evidencian al menos tres oleadas migratorias distintas hacia la costa atlántica. Cada grupo pertenece a un clado o linaje diferente, y algunos vivieron en la misma región pero en épocas separadas por cientos de miles de años.
Uno de estos fósiles, el llamado “mastodonte de Little Narrows”, ha sido datado con una antigüedad estimada de hasta 471.000 años, lo que lo convierte en el más antiguo secuenciado hasta la fecha. Además, su ADN pertenece a un linaje único que no aparece en ningún otro ejemplar conocido. Todo apunta a que esta parte de América del Norte fue ocupada y abandonada repetidamente por poblaciones de mastodontes que avanzaban y retrocedían al ritmo de los glaciares.
Un mapa en movimiento: mastodontes al compás del clima
Los investigadores han demostrado que las rutas de dispersión de los mastodontes estaban profundamente ligadas a los ciclos glaciares del Pleistoceno. Durante los periodos interglaciares, cuando el clima era más cálido y los glaciares retrocedían, estas criaturas aprovechaban para expandirse hacia el norte, colonizando nuevas regiones ricas en vegetación. Pero cuando el frío regresaba, se veían obligados a retirarse o desaparecían localmente, dejando huecos en el mapa hasta la siguiente expansión.
Este vaivén constante dio lugar a una notable diversidad genética y morfológica. En lugares como Alberta, se han encontrado fósiles de mastodontes del Pacífico y de los llamados americanos (Mammut americanum) en el mismo rango temporal y geográfico, lo que plantea una cuestión fascinante: ¿podrían haberse cruzado entre sí?
La posibilidad de hibridación entre especies no es descabellada. Estudios previos han demostrado que los mamuts también lo hicieron, y lo mismo ocurrió entre distintos linajes de bisontes. Si los mastodontes del Pacífico y los americanos coexistieron en zonas comunes, no es improbable que hayan intercambiado genes, lo que daría lugar a una “zona híbrida” en el centro del continente.

Más preguntas que respuestas
Pese a la claridad del análisis genético, aún hay muchas incógnitas por resolver. ¿Hasta qué punto se cruzaron las dos especies principales? ¿Cómo era realmente la ecología de ese México prehistórico que podría haber albergado un linaje exclusivo? ¿Qué papel jugó el ser humano en la desaparición final de estos gigantes?
Aunque el estudio no aborda directamente la extinción de los mastodontes, sí deja claro que su destino estuvo ligado al clima, y probablemente también al avance de nuestra especie, que compartió tiempo y espacio con ellos.
Los autores reconocen que más fósiles, especialmente del sur del continente, podrían dar nuevas pistas sobre la evolución de estos proboscidios. En regiones como Florida, Centroamérica o el altiplano mexicano —donde la conservación de ADN es más difícil— podría esconderse aún un mosaico aún más complejo de linajes perdidos.
En conjunto, el estudio de Karpinski y su equipo no solo reescribe la historia de los mastodontes, sino que refuerza una lección importante: los fósiles no son solo huesos, son fragmentos de una narrativa más amplia que apenas estamos empezando a descifrar gracias a los avances tecnológicos.
Gracias al ADN antiguo, hoy sabemos que los mastodontes no fueron una especie estática, sino un conjunto de poblaciones resilientes y dinámicas, que se adaptaron, se cruzaron, se extinguieron y regresaron, como olas marcadas por el ritmo glaciar.
Y aunque todos ellos desaparecieron al final del Pleistoceno, su huella genética nos habla hoy con una claridad inédita. En un mundo moderno donde las especies luchan por adaptarse al cambio climático, la historia de los mastodontes no solo es fascinante: es una advertencia.