Reconstruir la vida privada de las poblaciones del pasado es una de las tareas más complejas a las que se enfrentan los historiadores. La religiosidad doméstica, por su dimensión íntima, suele resistirse al examen minucioso de los investigadores. Ahora, un reciente estudio, firmado por el historiador Francisco J. Moreno Díaz del Campo y centrado en la ciudad de Ciudad Real entre 1570 y 1610, ha permitido reconstruir con notable precisión cómo practicaban su fe los cristianos viejos y los moriscos en el ámbito del hogar. A través del análisis detallado de las fuentes notariales —principalmente contratos matrimoniales, cartas de dote y donaciones propter nuptias—, por fin podemos asomarnos a las prácticas religiosas de la Castilla postridentina.
Religión y cultura material: una exploración de lo doméstico
La investigación de Moreno Díaz del Campo parte de una premisa metodológica innovadora: estudiar las devociones religiosas a través de los objetos que las materializaban en el hogar. En lugar de centrarse en las manifestaciones institucionales de la fe, el estudio propone explorar cómo la religiosidad se plasmaba en los enseres domésticos. Para ello, el autor se ha centrado en una muestra representativa de 586 hogares ciudadrealeños, de los cuales 271 (46,2 %) registraban la presencia de algún objeto devocional. Entre los moriscos, sin embargo, este porcentaje desciende hasta el 9 %, frente al 54,6 % en el caso de los cristianos viejos.
Esta diferencia numérica tiene implicaciones significativas. Aunque puede explicarse, en parte, por la desigual capacidad económica entre ambos grupos, también apunta a una expresión distinta de la religiosidad en el espacio doméstico, en un contexto histórico caracterizado por la vigilancia inquisitorial y las tensiones que siguieron a los procesos de conversión.

La devoción como expresión material
La investigación permitió documentar un total de 745 objetos devocionales por un valor medio de 38,8 reales. Aunque esta cifra resulta engañosa por la gran disparidad entre piezas modestas y otras de gran lujo, lo que en verdad importa es el significado simbólico y funcional de estos objetos. En su mayoría, se trataba de elementos de mobiliario, joyería o textiles que, además de su valor religioso, cumplían funciones decorativas, identitarias o incluso sociales.
En las dotes más ricas era común encontrar esculturas, pinturas, tapices y adornos de temática religiosa concebidos no solo para la oración, sino también para demostrar públicamente la piedad y el estatus social de la familia. Así lo ilustra el caso de doña Constanza Suárez de Figueroa, cuya dote incluía una talla de San Roque, varios cuadros, agnusdéis (discos o láminas de cera sobe las que se imprimía la imagen del Cordero de Dios o de algún santo) y un libro sobre San Francisco.

Una fe vestida de oro, coral y tafetán
Entre los objetos más frecuentes citados en los textos, destacan los agnusdéis, los rosarios, las medallas, las cruces, los cuadros y las pequeñas esculturas. Los agnusdéis, en particular, fueron el objeto de devoción personal más extendido, aunque, a finales del siglo XVI, su forma y uso ya habían cambiado notablemente. Muchas de estas piezas, de hecho, ya no conservaban la cera bendecida original: se habían transformado en meros relicarios decorativos que conservaban su simbolismo, pero no su esencia sacramental.
Los rosarios, por su parte, reflejan una devoción popular en auge tras la batalla de Lepanto, que consolidó su uso como emblema de la ortodoxia católica. Elaborados con materiales nobles como el coral, el oro, el nácar o el azabache, los rosarios fueron un vehículo tanto de oración como de distinción social. Algunos ejemplares podían alcanzar hasta los 150 reales de valor.
Entre las esculturas, las más comunes representaban a Cristo, la Virgen, la Verónica, la Magdalena y el Niño Jesús. Las figuras sacras a menudo se vestían con ropajes de tejidos finos y se las dotaba de bases ornamentadas que evidenciaban su carácter mixto, es decir, religioso y decorativo.

El género en la religiosidad doméstica: ¿una cuestión femenina?
Aunque tradicionalmente se ha vinculado la devoción doméstica al mundo femenino, el estudio cuestiona este estereotipo. Muchos objetos devocionales aparecen mencionados en las cartas de dote, lo que ha llevado a considerar que solo las mujeres los utilizaban.
Sin embargo, un análisis más detallado demuestra que los varones aportaban una parte significativa de estos bienes a través de cartas de dona. Esto hace pensar en un uso compartido y una religiosidad familiar más que individual. La práctica devocional no era, por tanto, un reducto femenino, sino una actividad intergeneracional compartida por todos los miembros del hogar.
Espiritualidad y ostentación en el hogar cristiano viejo
Entre los cristianos viejos más acaudalados, la devoción doméstica se convirtió en una forma de prestigio y visibilidad pública. Así lo demuestra el enorme paño de pared con la historia de Salomón, propiedad de la familia Fúnez y Ramírez, valorado en 1.140 reales. Este tipo de piezas, además de representar escenas bíblicas edificantes, funcionaban como indicadores tanto de estatus social como de piedad.
La presencia de santos como san Francisco, santa Casilda, san Jerónimo o san Roque también revela la diversidad de devociones personales y familiares. En algunos casos, estos santos actuaban como protectores de los gremios o como intercesores en situaciones específicas, lo que refuerza la idea de una religiosidad adaptada a las circunstancias vitales de cada grupo doméstico.
Moriscos en Ciudad Real: entre la integración material y la singularidad devocional
La minoría morisca de Ciudad Real, que, en su mayoría, procedía de Granada tras la rebelión de las Alpujarras, vivió un proceso desigual de integración. Aunque los moriscos formaban parte e los circuitos económicos de la ciudad, su asimilación religiosa resultó más compleja y menos homogénea. En lo que respecta a los objetos devocionales, su presencia fue mucho más reducida que entre los cristianos viejos, tanto en número como en variedad.
No obstante, algunos hogares moriscos poseían piezas de notable valor simbólico, como el cabestrillo de oro con agnusdéi y coral de Isabel Hernández. Otros preferían optar por representaciones relacionadas con figuras como san Alejo o santa Casilda, musulmana conversa, lo que podría interpretarse como un intento de conciliar el marco impuesto por la ortodoxia católica con ciertos elementos de la identidad cultural heredada.
Resulta revelador que muchas de estas piezas fuesen discretas, fáciles de ocultar y transportar. Esta portabilidad material sugiere una vivencia más íntima y cautelosa de la fe. Tal religiosidad de bajo perfil contrasta con la exuberancia material de algunas casas de cristianos viejos.

Rezar con las cosas de la casa
El trabajo de Moreno Díaz del Campo arroja nueva luz sobre cómo se vivía la religión en el espacio más íntimo del mundo premoderno: la casa. A través de la cultura material, este estudio revela que la religiosidad combinaba los asunto del alma con los del cuerpo, los sentidos y los objetos. Las joyas, tapices, esculturas se convirtieron, así, en manifestaciones tangibles de una espiritualidad cotidiana.
Moriscos y cristianos viejos compartieron, cada uno a su modo, un universo simbólico en el que la fe convivía con la necesidad de pertenencia, de reconocimiento y de expresión. Y lo hicieron, como muestra este valioso estudio, rezando con las cosas de la casa.
Referencias
- Moreno Díaz del Campo, F. J. 2022. "Devociones domésticas y cultura material. Sobre la religiosidad cotidiana de cristianos viejos y moriscos en la Castilla postridentina". Hispania Sacra, 74.149: 119–130. DOI: https://doi.org/10.3989/hs.2022.09