La vilca, una potente cerveza psicoactiva, pudo contribuir a que las elites del Imperio wari consolidasen su autoridad en los Andes

Según un reciente estudio, las élites andinas usaron la vilca, una potente planta alucinógena, para fortalecer la cohesión social y emocional entre los miembros de la sociedad.
Wari
Recreación fantasiosa. Fuente: Midjourney/Erica Couto - Consumo de vilca

La historia de los imperios andinos, de la formación y consolidación de su poder, no solo se explica a través de sus conquistas militares, sus redes de intercambio o su arquitectura monumental. Detrás del esplendor del poder wari —la civilización que precedió a los incas entre los años 600 y 1000 d.C.— se ocultaba también un sofisticado manejo de las emociones colectivas. En un reciente estudio publicado en la Revista de Arqueología Americana, Jacob Keer y Justin Jennings proponen que la cerveza psicodélica elaborada con la planta vilca (Anadenanthera colubrina) pudo haberse utilizado como un instrumento político clave para crear cohesión social y legitimar el poder de las elites. Según los autores, los efectos prolongados de esta bebida habrían contribuido a consolidar los sentimientos de empatía y unión en una sociedad marcada por la violencia de la expansión imperial.

De los chamanes a los emperadores: la larga historia del uso de sustancias psicodélicas en los Andes

Los arqueólogos llevan décadas documentando el uso ritual de sustancias alucinógenas en el mundo prehispánico. En el arte de Chavín de Huántar (ca. 750 a.C.), por ejemplo, ya se representan figuras sosteniendo cactus de San Pedro, ricos en mescalina, o esculturas cuyos rostros, según los investigadores, parecen transformados por visiones. Estas imágenes fundan una tradición que relacionaba los estados alterados de conciencia con el acceso al mundo espiritual.

Con todo, los estudios se han centrado, sobre todo, en los efectos inmediatos del “viaje”, mientras han dejado de lado las consecuencias psicológicas duraderas del consumo de drogas. Keer y Jennings insisten en que los psicodélicos, además de producir experiencias místicas momentáneas, también modificaban la estructura misma del cerebro, favoreciendo la neuroplasticidad y los comportamientos prosociales.

Al activar los receptores serotoninérgicos 5-HT2A, sustancias como la bufotenina y la DMT que están presentes en la vilca estimulan la formación de nuevas conexiones neuronales. Así, los usuarios no solo perciben el mundo de una manera distinta durante el trance, sino que también mantienen una mayor apertura y empatía durante semanas o incluso meses. Esta idea, que la neurociencia contemporánea avala, podría cambiar radicalmente la manera de entender el papel político de las drogas en el pasado.

Vilca
Flores de vilca. Fuente: Zimbres/Wikimedia.

El secreto del vilca

El Anadenanthera colubrina, conocido en los Andes como vilca o cebil, crece en las laderas orientales de la cordillera. Sus semillas contienen bufotenina y trazas de dimetiltriptanina (DMT), potentes alucinógenos tradicionalmente inhalados en forma de rapé. Sin embargo, los wari idearon una fórmula distinta para consumirlos: mezclaron el polvo de vilca con cerveza de molle (Schinus molle), una bebida fermentada de alta graduación elaborada con los frutos del árbol del mismo nombre.

El molle es rico en monoterpenos que actúan como inhibidores de la enzima monoaminooxidasa (MAO), lo que permite que los compuestos psicoactivos de la vilca no se destruyan en el aparato digestivo. Así, al beberla, los participantes experimentaban un efecto psicodélico más prolongado y menos violento que el que se obtiene inhalando rapé. Según los investigadores, la cerveza vilca habría sido una versión andina de la ayahuasca amazónica.

Los autores subrayan que este tipo de mezcla, además de provocar visiones, también creaba una sensación de comunión duradera, comparable al denominado afterglow o sentimiento positivo documentado en los estudios actuales sobre ayahuasca. Se tartaría, pues, de una combinación de apertura emocional, reducción de la ansiedad y fortalecimiento del vínculo con los demás.

Jarra wari
Jarra wari. Fuente: Walters Art Museum/Wikimedia

El banquete sagrado: política, parentesco y transubstanciación

Esta cerveza se ingería durante los banquetes rituales organizados por las elites wari en los patios interiores de sus grandes residencias. Estas reuniones se celebraban, pues, en espacios íntimos, rodeados de muros altos, donde pocas decenas de personas —parientes, aliados y servidores— compartían comida y bebida ante las tumbas de los ancestros.

Los festines se celebraban de forma comunitaria. Las familias subalternas aportaban alimentos y molle fermentado, mientras los anfitriones ofrecían el recinto y los vasos decorados con símbolos imperiales. En estos contextos, el acto de beber adquiría un sentido tanto religioso como político. Las vasijas con rostros humanos, que representaban a los antepasados divinizados, contenían el líquido sagrado al beber de ellas. De este modo, según sugiere el estudio, el líquido consumido en común se convertía en un don de los ancestros.

Si, como sugiere la evidencia arqueológica, el vilca estaba presente en esta cerveza, el banquete se transformaba en una experiencia colectiva de comunión psicoactiva. Los participantes, al compartir un estado mental alterado primero y una sensación de bienestar y empatía después, internalizaban la jerarquía como fraternidad: se sentían parte de una gran casa imperial unida por lazos de parentesco espiritual.

Schinus molle
Anacahuita o falso pimentero (Schinus molle). Foto recortada. Fuente: Georges Jansoone/Wikimedia

Neuroquímica del poder: del temor a la lealtad

El Imperio wari nació de la práctica de la conquista y la violencia. En sus inicios, las comunidades sometidas se relacionaban de manera tensa y conflictiva con el dominio de Ayacucho. En este contexto y según la hipótesis de Keer y Jennings, la cerveza de vilca habría podido funcionar como un instrumento de pacificación.

Los autores sostienen que los efectos prolongados de la bebida, al fomentar la empatía y la apertura emocional, ayudaron a reconstruir el tejido social tras la guerra y a transformar a los antiguos enemigos en aliados. Las elites, guardianas del conocimiento sobre la preparación de la bebida y sus efectos, encarnaban el papel de mediadores entre lo humano y lo divino, capaces de transformar la cerveza común en una sustancia de comunión. Esa capacidad pudo reforzar su legitimidad y su aura de poder sagrado. En este sentido, la política wari no solo se sostuvo a través de la fuerza militar o la redistribución económica, sino también gracias a una forma de biopolítica emocional basada en la química de la mente.

Máscaras funerarias wari
Máscaras funerarias wari. Fuente: Museo de Pachacamac/ A.isa140/Wikimedia

Del Imperio wari al legado inca

Aunque el estudio se centra en el periodo del Horizonte Medio (600–1000 d.C.), los autores sugieren que los incas heredaron y adaptaron parte de esta tradición ceremonial de los wari. El uso de bebidas fermentadas en contextos políticos, como las ceremonias del intiraymi o las ofrendas de chicha a los dioses, parece remitir a la misma lógica de comunión y jerarquía. Si bien los incas probablemente no emplearon vilca en sus cervezas, el modelo wari de utilizar el banquete como instrumento de cohesión social sobrevivió en el Cusco imperial.

En ambos casos, el acto de beber se convirtió en un medio para reforzar la reciprocidad, la obediencia y la fe en el orden político. La historia del vilca muestra que, mucho antes de los laboratorios modernos, el poder supo servirse de la neuroquímica para modelar las emociones colectivas.

Referencias

  • Keer, Jacob y Justin Jennings. 2025. "Afterglow: Vilca Beer, Pro-Social Feelings, and Wari Geopolitics in the Ancient Andes". Revista de Arqueología Americana, 43: 205–243. DOI: 10.35424/rearam.i43.6051


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