A estas alturas, tenemos pruebas suficientes para afirmar, sin atisbo de duda, que el cambio climático está sucediendo y que está causado por la especie humana y por su actividad, especialmente en los últimos dos siglos, y más significativamente, en las últimas décadas.
Efectos globales del cambio climático
Actualmente, también está muy bien trazado el origen de las emisiones de gases de efecto invernadero —dióxido de carbono, metano, óxido nitroso…—, principales responsables del calentamiento de la atmósfera. Rastreando su procedencia, sabemos que más de la mitad de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero proceden exclusivamente de tres países: China, Estados Unidos e India. Y en cuanto a las emisiones individuales o personales, el estilo de vida de los ‘superricos’ está provocando emisiones cientos o incluso miles de veces superiores que el ciudadano medio. Según las estimaciones, se puede afirmar que el 1 % de la población mundial más rica ha contribuido al cambio climático más del doble que el 50 % de la población más pobre, que, por otro lado, es la que más sufre sus efectos.
El cambio climático, además, tiene abundantes impactos sobre múltiples aspectos de la vida, tanto a nivel cotidiano como a gran escala. Parte de la subida del precio del carrito de la compra radica en una pérdida en la productividad agrícola provocada por los cambios meteorológicos, en concreto por la sequía.

Los incendios forestales son cada vez más intensos y más frecuentes, y afectan negativamente a la vida rural, incluyendo ganadería y agricultura; la pérdida de la masa vegetal se suma a una frecuencia de lluvias que es cada vez más puntual y de mayor intensidad, lo que provoca la pérdida del suelo por erosión y escorrentía.
Las olas de calor en verano, cada vez más frecuentes e intensas, causan impactos significativos sobre la salud humana y, por tanto, sobre el sistema sanitario. El nuevo clima altera la distribución de los ecosistemas, las comunidades vegetales entran en nuevos territorios donde antes no estaban, propagando polen y causando nuevas alergias.
Y, aunque ante semejante panorama, hablar de dinero casi podría parecer obsceno, cuantificar monetariamente los impactos puede ayudar a comprender la magnitud del daño, pues estamos más acostumbrados a manejar euros o dólares, que a manejar temperaturas globales, gigatoneladas de carbono equivalente, u otras variables relacionadas con el cambio climático.
Así pues, ¿cuánto cuesta el cambio climático?
Calcular el precio del cambio climático es una tarea titánica, porque alcanza prácticamente a todos los sectores de la sociedad, y de forma global. No solo hay que contabilizar el dinero que se pierde con la reducción de la productividad de los cultivos y la ganadería, o el precio de los tratamientos médicos de las personas afectadas, también hay contabilizar, de algún modo, las pérdidas ecológicas, y eso es muy difícil.
Pero esto no ha frenado al profesor de geopolítica Marco Grasso, de la Universidad de Milan-Bicocca, Italia, y al investigador en servicios de mitigación climática Richard ‘Rick’ Heede, del Instituto de Responsabilidad Climática de Colorado, Estados Unidos. En una reciente investigación, publicada en la prestigiosa revista científica One Earth, han cuantificado el impacto que el cambio climático puede causar en los ecosistemas entre los años 2025 y 2050. Costes que, si nada cambia, pagaremos todos. Para elaborar el informe parten de un escenario de incremento de emisiones moderado, y con una predicción de incremento de 3 ºC para 2100, considerado como el escenario más probable dadas las circunstancias.
Si todo sigue como está, en el segundo cuarto del siglo XXI se acumulará un volumen de impactos ambientales igual a 23,2 billones de dólares. Una cantidad 16 veces superior al producto interior bruto (PIB) de toda España, y el 86 % del PIB de Estados Unidos.

¿Quién debería pagar todo esto?
Los investigadores lo tienen claro. Como dice el refrán, el que rompe, paga —e, idealmente, se lleva los pedazos, aunque este punto es más complicado—. En su estudio, Grasso y Heede han identificado las empresas que tienen un mayor peso en las emisiones, y les han asignado su porción del ‘pastel’. Todas son empresas relacionadas con los combustibles fósiles.
Las 21 empresas más importantes del sector están detrás del 36 % de las emisiones globales. Pero no a todas las compañías les corresponde la misma parte proporcional del pago. Las empresas han sido clasificadas por los investigadores según tres criterios.
- Alta exigencia (HR, por sus siglas en inglés: high requirement)
- Baja exigencia (LR; low requirement)
- Exentas (EX)
Esta clasificación se ha realizado en función de la política de cada empresa en su compromiso de no perjudicar, las indemnizaciones que ya pagan, y en la aplicación del principio moral de necesidad.
El ‘pastel’ de estas 21 empresas cuesta cerca de 5,5 billones de dólares, o lo que es lo mismo, 209 millones de dólares anuales durante los 26 años de previsión del estudio (desde 2025 hasta 2050, ambos incluidos). La empresa con la porción más grande del ‘pastel’ es Saudi Aramco, con un coste acumulativo de 1,11 billones (un 20 %), seguida de Gazprom (522 mil millones, casi un 10 %); ExxonMobil (478 mil millones, un 9 %), Shell (424 mil millones, un 8 %) y BP (377 mil millones, un 7 %).
El impacto de la empresa Saudi Aramco es tan enorme, que para compensar el daño económico debería pagar, de 2025 a 2050, la cantidad de 42 700 millones de dólares al año; pero por exagerada que pueda parecer esa cantidad, ese valor apenas representa el 25 % de sus ganancias netas del año 2022.
El resto de empresas tampoco son inocentes. Se estima que hasta un 55 % de las emisiones globales recaen sobre las 99 mayores empresas de combustibles fósiles del mundo.

Reparaciones para un mundo más justo
Este escenario muestra, una vez más, las increíbles injusticias sociales que el cambio climático está sacando a la luz. Un puñado de empresas están obteniendo pingües beneficios a costa de, casi literalmente, incinerar el planeta, y el resto de la humanidad paga las consecuencias.
Para los investigadores, la solución es evidente. Hay que considerar a estas empresas como agentes morales del sistema de cambio climático, y atribuirles reparaciones financieras, con el fin de equilibrar la distribución de cargas y beneficios. Tales reparaciones deberían, además, ser acordes con las políticas que implementen; las empresas que progresen en la reducción neta y global de sus emisiones podrían reducir sus cuotas, mientras que aquellas que traten de compensar los costes de reparación incrementando las emisiones, tendrían un incremento del coste, acorde a las nuevas circunstancias.
Por supuesto, esta medida, por sí sola, no mitigará los efectos del cambio climático, pero puede ser una forma de equilibrar, al menos parcialmente, la balanza, y de fomentar en las empresas una toma de decisiones verdaderamente dirigida a la reducción de las emisiones, y no solo de un greenwashing de apariencias sin efectos netos reales.
Referencias:
- Barros, B. et al. 2021. The outsized carbon footprints of the super-rich. Sustainability: Science, Practice and Policy, 17(1), 316-322. DOI: 10.1080/15487733.2021.1949847
- Grasso, M. et al. 2023. Time to pay the piper: Fossil fuel companies’ reparations for climate damages. One Earth, 6(5), 459-463. DOI: 10.1016/j.oneear.2023.04.012
- Heede, R. 2014. Tracing anthropogenic carbon dioxide and methane emissions to fossil fuel and cement producers, 1854–2010. Climatic Change, 122(1-2), 229-241. DOI: 10.1007/s10584-013-0986-y
- Moran, D. et al. 2018. Carbon footprints of 13 000 cities. Environmental Research Letters, 13(6), 064041. DOI: 10.1088/1748-9326/aac72a