¿Es buena idea ‘limpiar’ las riberas y canalizar los ríos?

¿Son los ríos canalizados una solución, o representan un nuevo problema?
¿Es buena idea ‘limpiar’ las riberas y canalizar los ríos?

El Manzanares en Madrid, el Guadalquivir en Sevilla, el Turia en Valencia, el Bernesga en León, el Huerva y el Ebro en Zaragoza, la Esgueva en Valladolid… son muchos los ejemplos de ríos españoles que están canalizados de forma más o menos drástica a su paso por núcleos urbanos. Por supuesto, hay también ríos que mantienen su trazado natural: el Duero a su paso por Zamora, el Tajo en Toledo, el Júcar en Cuenca o el Pisuerga en Valladolid, aunque sus orillas, en general, lejos de mantener la vegetación de ribera original, se encuentran profundamente transformadas y convertidas en áreas de recreo, parques, jardines, con largos paseos y, con frecuencia, muros para evitar daños en caso de grandes avenidas.

Manzanares a su paso por Madrid. — Ayuntamiento de Madrid.

Algunas ventajas de canalizar y limpiar cauces

Efectivamente, el objetivo principal de canalizar un río era prevenir la acción destructora de una gran riada y controlar por dónde iba, cuánto y cómo crecía y a qué entornos afectaría en caso de hacerlo.

Un ejemplo destacado es el río Esgueva a su paso por Valladolid. Antiguamente atravesaba la ciudad por dos ramales. Esta configuración, sumada a un régimen de inundaciones muy irregular y, en ocasiones, repentino, convertía a la Esgueva —el único río español con nombre femenino— en un río peligroso e impredecible. Esto se refleja en numerosos registros de inundaciones destructivas del centro de la ciudad —más devastadoras que las del Pisuerga, con un cauce mucho más grande y caudaloso—. A mediados del siglo XIX, fue soterrado el ramal norte, y finalmente, a principios del siglo XX, ambos se canalizaron hacia las afueras de la ciudad, por el norte.

Durante mucho tiempo se pensó que un cauce delimitado y bien canalizado traería ventajas a las ciudades. Ciertamente, al eliminar la vegetación de los márgenes, el agua fluye más fácilmente, y sin obstáculos tales como troncos de árboles flotando en sus aguas que provoquen atascos en los puentes y acaben en posibles inundaciones. Además, un río canalizado permite disponer de orillas limpias destinadas a actividades de ocio para la población.

A partir de cierto momento, el afán por canalizar cauces llegó también al ámbito rural, y en algunos conos aluviales se canalizaron los cauces, en procesos llamados ‘restauraciones hidrológico-forestales’ para destinar los suelos fértiles de las orillas a la agricultura, o su atractiva orografía para áreas de acampada, por ejemplo.

Plano de Valladolid de 1852, con los dos ramales de la Esgueva. — Wikimedia.

Las riadas, un riesgo poco calculado

Hay un refrán español que dice ‘el agua siempre vuelve a su cauce’. Ese es uno de los problemas de canalizar un río. Que hagamos lo que hagamos, el río tratará siempre de regresar a su camino original. En Valladolid, cada cierto tiempo, hay que reparar algunas bóvedas porque, a pesar de haber sido colmatadas con tierra, el agua sigue infiltrándose en la zona soterrada.

Pero el verdadero peligro se presenta durante las crecidas. Los ríos, como cualquier sistema natural, siguen ciclos, y los muros y márgenes artificiales de un cauce pueden soportar cierto volumen de agua. La mayoría de las crecidas, ya sean anuales o con períodos de retorno de años o décadas, tal vez no superen los límites de la canalización. Pero, al considerar tiempos de retorno medidos en siglos, el panorama cambia.

Históricamente, muchas ciudades han sido marcadas por grandes riadas particularmente destructivas. Dos riadas consecutivas del Turia a su paso por Valencia, en octubre de 1957, dejaron tras de sí casi 100 fallecidos. En 1879, la ciudad de Murcia quedó inundada casi en su totalidad por una gran crecida del Segura. En 1636, el Pisuerga creció tanto que hundió 800 viviendas vallisoletanas, y diez años antes, la mayor riada que se conoce del río Tormes atascó el Puente Romano de Salamanca, que perdió diez de sus arcos.

Si aquellas riadas sucedieran en un río canalizado artificialmente, o en el que se hubiera retirado la vegetación de ribera —y en principio, no hay ningún motivo para pensar que no vuelvan a ocurrir—, sus consecuencias serían más graves.

Los bosques de ribera se desarrollan en bandas longitudinales. — cahitdemir/iStock

Las consecuencias de perder la ribera natural

La ribera de un río normalmente está poblada de vegetación abundante dispuesta a lo largo del cauce en capas verticales y horizontales, que en su estado óptimo recibe el nombre de bosque de ribera. Verticalmente, como todo bosque, está compuesto por una serie de estratos consecutivos, uno bajo, donde dominan las herbáceas, uno intermedio, con abundancia de arbustos, y uno alto, con dominancia de árboles.

En sentido horizontal, las poblaciones de plantas cambian a medida que se alejan del agua y el suelo gana altura. Estas poblaciones consecutivas se denominan bandas de vegetación riparia.

En la primera banda está el canal bajo, esa parte del terreno permanentemente inundada por el agua del río. En esta zona abundan las plantas rizomatosas —con tallos subterráneos— que rompen la superficie, como juncos, espádices o carrizos.

A continuación, ya en tierra firme, se encuentra lo que en ecología se denomina orilla, la zona que se inunda todos los años. En ella dominan plantas herbáceas, normalmente anuales, sobre todo los sauces, árboles de gran flexibilidad, que mantienen sus raíces permanentemente inundadas y pueden soportar los embistes de las crecidas.

Más arriba se desarrolla un talud, y desde ahí se extiende la llanura de inundación. Esta parte de la ribera no se inunda todos los años, pero sí puede ocurrir ocasionalmente. Caracteriza esta zona el arbolado más grande y robusto, con raíces más profundas que buscan alcanzar el agua del subsuelo, como el chopo, el fresno, el aliso, el olmo o el abedul.

Cuando sucede una riada —incluso una gran riada—, la vegetación, por un lado, sujeta el suelo y evita la erosión, y por otro lado, frena la fuerza del agua, haciendo que los efectos sean menos destructivos. Por el contrario, en ausencia de vegetación, y con una canalización artificial, la riada toma velocidad y circula libremente por el cauce limpio y el suelo será fácilmente erosionado. Y si la riada supera los límites del canal artificial, arrasará con todo lo que encuentre por delante.

En las peores condiciones, si se suman tres de los factores habituales: la canalización, la retirada de la vegetación natural y la disposición de zonas de ocio en la llanura de inundación, una gran riada puede tener consecuencias gravísimas. Es difícil olvidar la tragedia sucedida en Biescas (Huesca), en agosto de 1996.

Referencias:

  • Barth, N.-C. et al. 2016. Assessing the ecosystem service flood protection of a riparian forest by applying a cascade approach. Ecosystem Services, 21, 39-52. DOI: 10.1016/j.ecoser.2016.07.012
  • Broadmeadow, S. et al. 2004. The effects of riparian forest management on the freshwater environment: a literature review of best management practice. Hydrology and Earth System Sciences, 8(3), 286-305. DOI: 10.5194/hess-8-286-2004
  • Kozlowski, T. T. 2002. Physiological-ecological impacts of flooding on riparian forest ecosystems. Wetlands, 22(3), 550-561. DOI: 10.1672/0277-5212(2002)022[0550:PEIOFO]2.0.CO;2
  • Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. s. f. Caracterización de la vegetación de ribera.

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