Captan desde el espacio un río de lava de 3 kilómetros durante la brutal erupción del Etna: ha sido la más explosiva en cuatro años

La reciente erupción del Etna captada desde el espacio dejó ver un río de lava, cenizas y gases tóxicos en uno de los eventos más extremos del volcán en los últimos años.
Captan desde el espacio el impresionante río de fuego del Etna
Captan desde el espacio el impresionante "río de fuego" del Etna. Foto: ESA/Istock/Christian Pérez

En la mañana del 2 de junio de 2025, el Etna volvió a rugir. Tal y como relatamos en su momento, el coloso de Sicilia, el volcán más activo de Europa, desató una de sus erupciones más violentas de los últimos años. Desde el espacio, los satélites captaron un espectáculo sobrecogedor: una lengua incandescente de lava descendiendo por su ladera oriental, mientras una columna de humo y gases tóxicos se elevaba más de seis kilómetros hacia el cielo mediterráneo.

Lo que a simple vista podría parecer un evento puntual es, en realidad, el reflejo de una maquinaria geológica que nunca descansa. El Etna lleva en erupción intermitente desde 2022, pero lo ocurrido este mes no tiene precedente reciente. Una avalancha piroclástica, probablemente provocada por el colapso de una parte de la caldera, descendió a una velocidad vertiginosa por su flanco occidental. Aunque no hubo víctimas, turistas y habitantes de la zona fueron testigos de una escena de ciencia ficción que duró poco más de seis horas.

El Etna desde el espacio: una imagen que congela el caos

Uno de los satélites del programa Copernicus, gestionado por la Agencia Espacial Europea, tuvo la fortuna —o la programación— de pasar justo sobre Sicilia durante el clímax de la erupción. La imagen obtenida muestra con claridad la llamada “río de fuego”: un flujo de lava que serpentea colina abajo, brillando como una herida abierta en la tierra. Al oeste, en sentido opuesto, puede intuirse el rastro dejado por la nube piroclástica, una mezcla mortal de cenizas, fragmentos de roca y gases a más de 700 °C.

Para los científicos, esta imagen es algo más que una curiosidad visual. Permite estudiar la dinámica de la erupción en tiempo real, identificar zonas de riesgo, y comprender mejor cómo interactúan los distintos tipos de emisión volcánica en un mismo evento: flujo de lava por un lado, avalancha piroclástica por otro, y sobre todo, una enorme columna de dióxido de azufre elevándose hasta perderse en la troposfera.

Un flujo de lava fue detectado desde satélites descendiendo por las laderas del Etna durante una violenta erupción el pasado 2 de junio, mientras en el lado opuesto del volcán se liberaba una potente avalancha piroclástica
Un flujo de lava fue detectado desde satélites descendiendo por las laderas del Etna durante una violenta erupción el pasado 2 de junio, mientras en el lado opuesto del volcán se liberaba una potente avalancha piroclástica. Fuente: ESA

Hay que tener en cuenta que el Etna no es un volcán cualquiera. Es un palimpsesto geológico que ha estado escribiendo su historia con magma desde hace más de 500.000 años. Su actividad constante se debe a su posición única en el límite entre las placas tectónicas africana y euroasiática. Aquí, el empuje de África hacia el norte genera una presión constante que alimenta su cámara magmática, rica en gases y sedimentos que buscan salida a la superficie.

A lo largo del último siglo, el Etna ha vivido más de 30 fases eruptivas importantes, acumulando más de 76 años de actividad. Esta frecuencia no solo lo convierte en uno de los volcanes más vigilados del mundo, sino también en uno de los más fotografiados desde el espacio. Imágenes satelitales de 2021 y 2022 ya mostraban erupciones menos intensas pero igualmente reveladoras, con columnas de ceniza visibles desde la Estación Espacial Internacional.

Durante su fase eruptiva más reciente, entre 2013 y 2022, el Etna llegó a crecer más de 30 metros en tan solo seis meses. Cada nueva erupción cambia su fisonomía, eleva su cráter, desplaza flujos de lava solidificada y deja nuevas cicatrices en su geografía.

Pero lo ocurrido en junio de 2025 va más allá de lo habitual. Es la primera vez desde 2021 que se combinan todos los elementos más extremos de una erupción volcánica: avalancha piroclástica, flujo de lava y emisión masiva de gases. Y aunque la población no resultó afectada directamente, los efectos en la atmósfera y el ecosistema local son aún difíciles de cuantificar.

¿Qué peligros esconde un volcán tan activo?

Aunque parezca paradójico, el mayor peligro del Etna no siempre está en sus erupciones más espectaculares. Son precisamente los eventos inesperados, como la ruptura súbita de la caldera o las emisiones silenciosas de gases tóxicos, los que generan mayor preocupación entre los vulcanólogos.

El dióxido de azufre, uno de los principales compuestos expulsados durante la erupción, puede generar lluvia ácida si se combina con el vapor de agua en la atmósfera. Además, puede afectar la calidad del aire en áreas urbanas cercanas como Catania, especialmente si la erupción coincide con determinadas condiciones meteorológicas.

Otro riesgo latente es la posibilidad de que nuevos colapsos estructurales abran grietas en otras zonas del volcán, liberando magma por lugares inesperados, más cercanos a zonas habitadas.

El volcán Etna en plena erupción el 2 de junio de 2025, expulsando una columna de cenizas y gases mientras la lava desciende por sus laderas en un espectáculo tan peligroso como sobrecogedor
El volcán Etna en plena erupción el 2 de junio de 2025, expulsando una columna de cenizas y gases mientras la lava desciende por sus laderas en un espectáculo tan peligroso como sobrecogedor. Foto: Istock/Christian Pérez

Más allá del riesgo, el Etna es también un inmenso laboratorio a cielo abierto. Su constante actividad permite probar tecnologías de monitoreo, desde drones térmicos hasta estaciones sísmicas automatizadas. También es un campo de pruebas ideal para observar cómo se forman las capas de lava, cómo evolucionan las cámaras magmáticas y cómo se propagan las ondas sísmicas en tiempo real.

De hecho, muchas de las herramientas hoy utilizadas para estudiar otros volcanes activos, como los de Islandia o Hawái, fueron perfeccionadas en las laderas del Etna.

Un recordatorio de lo frágil que es nuestro planeta

La imagen del Etna desde el espacio, con su río de fuego brillando entre la ceniza, es más que un fenómeno geológico. Es un recordatorio visual de que vivimos sobre una corteza delgada, flotando sobre un océano de roca fundida en constante ebullición. La violencia repentina del volcán contrasta con la aparente calma de los valles y pueblos que lo rodean. Y aunque esta vez no hubo daños mayores, el mensaje es claro: la Tierra sigue viva, y su pulso no se detiene.

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