Durante años, la lucha contra el envejecimiento se ha centrado en cremas, sérums y tratamientos estéticos de última generación. Sin embargo, la ciencia está dirigiendo su mirada hacia un territorio más profundo —literalmente—: el interior de nuestras células. Y ahí, una palabra empieza a resonar con fuerza en el ámbito de la dermatología y la biogerontología: glicación.
Este proceso, que ocurre de manera natural en el cuerpo, se intensifica cuando hay un exceso de azúcar circulando en la sangre. Lo que sucede es que esas moléculas de glucosa se adhieren a proteínas estructurales como el colágeno y la elastina, fundamentales para mantener la piel firme y elástica. Al hacerlo, generan unas sustancias llamadas productos finales de glicación avanzada, más conocidos por sus siglas en inglés: AGEs.
Los AGEs son responsables de deteriorar esas proteínas, volviéndolas rígidas y quebradizas. El resultado es una piel que pierde flexibilidad, gana flacidez y desarrolla arrugas de manera prematura. Pero esto no es solo una cuestión estética: este fenómeno ha captado la atención de investigadores porque también se relaciona con procesos inflamatorios, oxidación celular y envejecimiento sistémico.
Más allá del espejo: una edad que no se ve
Uno de los campos emergentes que está arrojando luz sobre esta conexión entre el azúcar y el envejecimiento es el de la epigenética. A través de los llamados "relojes epigenéticos", es posible estimar la edad biológica de una persona —es decir, el estado real de sus células—, que no siempre coincide con la edad cronológica.
Un estudio desarrollado por investigadoras de universidades estadounidenses, y publicado en JAMA Network Open, ha profundizado en esta idea. Analizando muestras de ADN salival de más de 300 mujeres de mediana edad, el equipo observó cómo el consumo de azúcares añadidos se asociaba a un aumento en la edad epigenética, medido a través de una herramienta conocida como GrimAge2.
Este reloj molecular se basa en patrones de metilación del ADN y ha sido diseñado para reflejar la exposición acumulada a factores como la inflamación y el estrés metabólico. En este contexto, la glicación aparece como un posible mediador entre el azúcar que ingerimos y los efectos visibles —y no tan visibles— del paso del tiempo.

La piel como indicador temprano
La piel, por su exposición al entorno y su función como barrera protectora, es también uno de los órganos más sensibles a estos cambios celulares. Y no se trata solo de una hipótesis teórica. En las últimas décadas, dermatólogos han comenzado a identificar ciertas características cutáneas que podrían estar relacionadas con la glicación: arrugas finas, pérdida de luminosidad, una textura más áspera e incluso manchas oscuras que aparecen antes de lo esperado.
Expertos en cosmética han señalado que algunas líneas faciales —especialmente las que aparecen alrededor de los labios o los ojos— podrían estar vinculadas a la acumulación de AGEs en el tejido dérmico. En paralelo, investigaciones bioquímicas han mostrado que la piel glicada es menos resistente, más propensa al daño y tarda más en regenerarse.
Una herencia que no es solo genética
Lo revelador de estas investigaciones es que no se centran únicamente en la herencia genética, sino en cómo el estilo de vida y el entorno afectan a la forma en que los genes se expresan. La glicación, al igual que otros mecanismos epigenéticos, parece responder de forma directa a ciertos estímulos externos. Y entre todos ellos, el azúcar aparece como un factor repetidamente implicado.
Un hallazgo llamativo del estudio es que incluso pequeñas cantidades adicionales de azúcar en la dieta diaria mostraron una relación con el incremento de la edad epigenética. Esto no significa necesariamente que ese azúcar sea el único responsable del envejecimiento, pero sí sugiere que actúa como un acelerador en un proceso ya de por sí complejo.
También se ha documentado que esta asociación no se limita a un grupo étnico específico, lo que refuerza la hipótesis de que la glicación inducida por azúcar puede ser un fenómeno transversal, con implicaciones globales.
Inflamación, azúcar y envejecimiento
Varios especialistas consultados por medios internacionales han coincidido en un punto clave: el azúcar no actúa solo. Su efecto en el cuerpo se entrelaza con otros procesos como la inflamación crónica, el estrés oxidativo y la resistencia a la insulina, todos ellos factores bien documentados en el campo del envejecimiento.
En palabras de una genetista molecular británica, el exceso de azúcar en sangre puede generar un entorno celular estresante que acelera la senescencia —el estado en el que las células dejan de dividirse y acumulan daño—. Es ahí donde los AGEs encuentran terreno fértil para desplegar sus efectos, tanto en la piel como en otros órganos.
Otra consecuencia señalada por expertos es la formación de radicales libres como respuesta a este estrés interno. Estos compuestos, altamente reactivos, dañan el ADN, las proteínas y las membranas celulares, lo que contribuye al deterioro general de los tejidos y al envejecimiento prematuro.

Más preguntas que respuestas (por ahora)
Aunque el vínculo entre el azúcar y el envejecimiento celular está respaldado por un número creciente de estudios, muchos investigadores insisten en que aún quedan preguntas importantes por responder. ¿Cuál es la cantidad exacta de azúcar que marca la diferencia? ¿Hay personas más susceptibles que otras? ¿Podemos revertir el daño una vez que se ha producido?
Por el momento, los relojes epigenéticos como GrimAge2 ofrecen una herramienta prometedora para seguir explorando estas cuestiones. Su capacidad para medir cambios a nivel molecular, incluso antes de que aparezcan síntomas visibles, abre la puerta a nuevas formas de entender —y quizás intervenir— en el proceso del envejecimiento.
En cualquier caso, lo que sí parece estar cambiando es nuestra manera de mirar el espejo. Hoy sabemos que las arrugas no solo se forman con el tiempo, sino también con cada decisión que tomamos. Y aunque no hay fórmulas mágicas, la ciencia empieza a revelar las huellas invisibles que dejamos en nuestra piel… incluso antes de notarlas.
Descubriendo el libro "Rejuvenece comiendo"
Al hilo del impacto que la alimentación tiene sobre la piel, merece una mención especial el libro Rejuvenece comiendo, de la nutricionista María José Cachafeiro, publicado por la editorial Hestia. No es solo un manual de recetas ni un listado de alimentos “buenos” y “malos”. Es una guía bien fundamentada, divulgativa y accesible que consigue hacer comprensibles conceptos complejos como la glicación, los AGEs o la inflamación de bajo grado, y conectar esas ideas con algo tan cotidiano como lo que ponemos en el plato.
Cachafeiro —más conocida como Teté, por su comunidad online— propone una mirada sensata y reconfortante sobre el envejecimiento: no se trata de una lucha contra el paso del tiempo, sino de aprender a envejecer bien. Su enfoque proaging se aleja del miedo a las arrugas y nos invita a entender el envejecimiento como un proceso natural que puede vivirse con salud, energía y belleza... siempre que cuidemos lo que comemos.
Uno de los grandes aciertos del libro es cómo aterriza la ciencia en estrategias concretas. Desde la conexión entre la microbiota intestinal y la piel, hasta el papel del ayuno intermitente en la activación de mecanismos de reparación celular, la autora combina conocimientos actualizados con consejos realistas. El resultado es una obra útil tanto para quien busca mejorar su piel, como para quien quiere optimizar su salud general sin caer en extremismos ni promesas vacías.
Además, el libro incluye propuestas culinarias apetecibles y fáciles de incorporar en la rutina diaria, lo que lo convierte en un recurso práctico más allá de la teoría. Rejuvenece comiendo no es una moda pasajera ni un recetario más: es una herramienta para comprender cómo la nutrición puede ser un aliado poderoso en el cuidado personal, desde dentro hacia fuera. Una lectura más que recomendable para quienes buscan resultados duraderos y una belleza con base científica.

Referencias
- Chiu DT, Hamlat EJ, Zhang J, Epel ES, Laraia BA. Essential Nutrients, Added Sugar Intake, and Epigenetic Age in Midlife Black and White Women: NIMHD Social Epigenomics Program. JAMA Netw Open. 2024;7(7):e2422749. DOI:10.1001/jamanetworkopen.2024.22749