En el siglo XVIII, los médicos notaron un patrón inquietante: las monjas desarrollaban cáncer de mama con mayor frecuencia que el resto de las mujeres. Aquel detalle, que pasó de observación clínica a misterio médico, ha alimentado durante siglos la hipótesis de que el embarazo y la lactancia pueden ofrecer cierta protección natural contra este tipo de cáncer. Hoy, casi tres siglos después, un equipo internacional de científicos cree haber descubierto por qué.
Un estudio recién publicado en la prestigiosa revista Nature ofrece una posible respuesta que conecta embarazo, lactancia y una forma de inmunidad de largo plazo. El hallazgo, liderado por la oncóloga Sherene Loi del Peter MacCallum Cancer Centre en Melbourne, no solo ayuda a entender mejor cómo se protege el cuerpo femenino tras la maternidad, sino que podría abrir nuevas vías para prevenir o tratar el cáncer de mama, especialmente el triple negativo, uno de los más agresivos y difíciles de abordar.
Una defensa inmunitaria que persiste décadas
El equipo de investigadores analizó muestras de tejido mamario sano de más de 260 mujeres con distinto historial reproductivo. ¿La clave? Aquellas que habían tenido hijos y amamantado presentaban una cantidad significativamente mayor de células inmunes especializadas: los linfocitos T CD8⁺, un tipo de célula capaz de detectar y eliminar células anómalas antes de que se conviertan en tumores.
Más interesante aún, estas células no solo eran más numerosas, sino que mostraban un perfil específico: se comportaban como células de memoria residentes en el tejido mamario, capaces de permanecer allí por décadas. Algunas se habían detectado incluso hasta 50 años después del último parto.
Esto sugiere que la lactancia no solo alimenta al bebé, sino que también “entrena” al sistema inmunitario de la madre para vigilar el tejido mamario de por vida.

Pero los investigadores no se detuvieron en los datos humanos. Para confirmar el vínculo entre la lactancia y la protección inmunitaria, realizaron experimentos en ratones. Algunos animales fueron sometidos a un ciclo completo de embarazo, lactancia y recuperación mamaria; otros no tuvieron crías o fueron separados de ellas poco después del nacimiento.
El resultado fue contundente: solo los ratones que completaron todo el ciclo desarrollaron una acumulación significativa de células CD8⁺ T en sus glándulas mamarias. Cuando a todos se les implantaron células de un cáncer de mama muy agresivo, los tumores crecieron mucho más lento en los animales que habían lactado. Si se les eliminaban las células inmunes, la protección desaparecía.
Lo que demuestra este estudio es que no basta con el embarazo. La lactancia, y en concreto su finalización natural con el proceso de involución mamaria, parece ser la etapa clave que desencadena esta respuesta inmunitaria protectora.
Más inmunidad, mejor pronóstico
El paso final fue quizás el más revelador. Los científicos analizaron datos clínicos de más de 1.000 mujeres diagnosticadas con cáncer de mama triple negativo, todas con historial reproductivo documentado. Descubrieron que aquellas que habían amamantado no solo presentaban una mayor densidad de linfocitos T CD8⁺ en sus tumores, sino que también tendían a sobrevivir más tiempo tras el diagnóstico.
Estos resultados abren una nueva línea de investigación: ¿es posible replicar este efecto inmunitario en mujeres que no han tenido hijos o que no pudieron amamantar?
Hasta ahora, la mayoría de teorías que intentaban explicar el efecto protector de la maternidad frente al cáncer de mama se centraban en los cambios hormonales que ocurren durante el embarazo. Sin embargo, este nuevo estudio señala hacia el sistema inmunitario como protagonista, y en concreto hacia las células T como aliadas inesperadas.
Esto podría cambiar profundamente la forma en la que se diseñan estrategias de prevención. Si se logra comprender cómo se generan estas células durante la lactancia, podríamos desarrollar vacunas o terapias inmunológicas que simulen este efecto en mujeres sin historial reproductivo. Un avance especialmente relevante en un contexto donde cada vez más mujeres retrasan o descartan la maternidad.
Además, este conocimiento también podría ser útil para optimizar tratamientos ya existentes. Por ejemplo, si una paciente con cáncer de mama triple negativo presenta una gran cantidad de estas células T en el tumor, es posible que responda mejor a las inmunoterapias actuales.

El poder de lo cotidiano: lactar como acto inmunitario
Como señalan los autores, este estudio no pretende romantizar la maternidad ni presentar la lactancia como una obligación. Amamantar no garantiza que una mujer no desarrolle cáncer, y muchas mujeres no pueden o no desean hacerlo. Sin embargo, lo que sí demuestra es que este proceso natural tiene implicaciones médicas mucho más profundas de lo que creíamos.
Durante años, las células T han sido estudiadas principalmente en el contexto de infecciones o vacunas. Ahora, descubrimos que también pueden ser moldeadas por experiencias vitales como tener hijos y amamantar. Y que pueden permanecer activas durante décadas, ejerciendo una vigilancia silenciosa sobre tejidos vulnerables.
Como todo avance científico, este estudio plantea nuevas preguntas: ¿Qué antígenos activan estas células? ¿Podemos replicar su formación en laboratorio? ¿Por qué algunos tumores logran escapar de su vigilancia?
Lo que está claro es que entender el papel del sistema inmune en la prevención del cáncer, especialmente en tejidos tan dinámicos como el mamario, puede abrir una nueva era en la medicina preventiva. Una era donde el sistema inmunitario no solo se active frente a enfermedades, sino que se entrene para anticiparlas.
En palabras de los propios investigadores, este hallazgo no solo mejora nuestra comprensión del cáncer de mama, sino que podría marcar un antes y un después en cómo entendemos la relación entre biología reproductiva e inmunidad.