Los Este de Ferrara: intrigas, alianzas y el legado de una poderosa familia renacentista

Desde la ciudad emiliana, este clan fue afianzando su posición y estableciendo una corte que nada tenía que envidiar a las de otras urbes italianas. Las intrigas y las alianzas caracterizaron a esta ambiciosa estirpe.
Catedral de Módena

No tenía el glamour de Florencia o Venecia –al fin y al cabo, era una ciudad de orígenes modestos– y sus iglesias y palacios no lucían el incomparable esplendor de otras ciudades-Estado italianas con más pedigrí y más recursos, pero Ferrara se convirtió, gracias al excepcional legado de los Este, en uno de los grandes centros políticos y culturales del Renacimiento italiano y europeo.

La urbe emiliana se ganó a pulso el respeto, la admiración y el temor de sus contemporáneos, y en ella floreció una de las dinastías más longevas, enérgicas y poderosas de la edad dorada del país transalpino. La historia de los Este arranca, según las crónicas, a finales del siglo X, cuando el emperador Otón I concedió como feudo el condado de Este al conde Azzo di Canossa, fundador de un clan al que sus más inmediatos sucesores supieron posicionar inmejorablemente en el delicado equilibrio de alianzas y ajedrez político de la Italia bajomedieval.

El monumento principal de Ferrara es el Castillo Estense, reconstruido en el siglo XV por Niccolò III de Este - AGE

Ferrara, preciada posesión

Los Este supieron sacar partido a las grandes virtudes diplomáticas de los herederos de Azzo, que situaron a la familia en la ambigüedad de un apoyo oscilante y oportunista, según recomendaran las circunstancias, al papa o al emperador, que por aquel tiempo de querellas entre güelfos y gibelinos se disputaban a sangre y fuego el control de buena parte del norte de Italia.

Los Este echaron raíces en Ferrara a principios del siglo XIII, y desde entonces ésta habría de convertirse en su seña de identidad, en la posesión más preciada de una dinastía que, ya para entonces, era la más vigorosa y fuerte de la región. Ferrara, por aquellos tiempos, era poco más que una modesta aldea, pero de gran valor por su posición estratégica, a caballo entre los tres grandes bloques del centro-norte de Italia: Milán, Florencia y los Estados Pontificios.

Ferrara era una suerte de bisagra, y los Este supieron sacar fruto de esta circunstancia acumulando riquezas, ampliando lenta pero progresivamente su espacio vital y aumentando sus dominios hasta convertirla en un enemigo incómodo para Roma.

No en vano, a comienzos del siglo XIV, el papa Clemente V intentó acabar de una vez por todas con su incómodo vecino, en un fallido empeño por expulsar a los Este de Ferrara.

Para entonces Ferrara y el apellido Este eran ya una misma cosa, y la urbe se levantó en armas rebelándose contra la intromisión del pontífice, que no tuvo otra alternativa que renunciar a sus pretensiones y rendirse a la evidencia de que los Este ya eran demasiado poderosos como para borrarlos de un plumazo del mapa político italiano.

En 1452, Borso de Este recibió de Federico III de Habsburgo el título de duque de Módena (en la foto, su catedral) y Reggio, y en 1471, del papa Pablo II el de duque de Ferrara. - AWL / Pilar Revilla

Epicentro comercial e industrial

Y aún estaban por llegar los mejores días de los señores de Ferrara. Fue el ascenso al “trono” de la ciudad emiliana de Niccolò III el punto de inflexión definitivo en la suerte y en la fortuna de los Este. Casi cincuenta años en el poder, entre 1393 y 1441, dieron inicio al período de mayor esplendor de la dinastía, pero también a décadas de intrigas, escándalos y traiciones en una corte en la que las luchas de poder se libraban a golpe de cuchillo.

Una hábil política fiscal, con una bajada general de impuestos, convirtió a Ferrara en uno de los epicentros comerciales e industriales de Italia, en dura competencia con Venecia y Milán. La urbe cuajó también entonces como uno de los centros neurálgicos del saber humanista gracias a la reapertura de la Universidad de Ferrara, convertida en un imán para los sabios más doctos de la época.

Niccolò era, por otro lado, el perfecto hedonista y, aunque fue un líder juicioso y notable, su desmedida afición por las mujeres acabó por marcar a fuego su gobierno. Ciegamente enamorado y obsesionado con una de sus amantes, Parisina Malatesta, veinte años más joven que él, no pudo perdonar las atenciones que a la mujer a la que amaba dedicaba su hijastro Ugo, y los favores que a cambio obtenía.

Lleno de ira al saberse víctima de tan ultrajante infidelidad, mandó decapitar a ambos para, a continuación, promulgar una ley que condenaba a muerte a todas las mujeres de Ferrara cuyo adulterio hubiera sido probado. A su muerte, a mediados del siglo XV, la República quedó en buenas manos. Los hijos de Niccolò, todos ellos ilegítimos, iban a revelarse como excelentes gobernantes.

Pandolfo IV fue señor de Rímini y Carlo Malatesta llegó a gobernar Milán. A la derecha, ambos representados en el Retablo de San Vicente Ferrer (1493), de Domenico Ghirlandaio - Álbum

El primero de ellos fue Leonello, prototipo de hombre del Renacimiento y de príncipe humanista, que supo mantener a Ferrara al margen de los conflictos incesantes entre las diferentes repúblicas italianas asumiendo un papel de árbitro, proponiéndose como un hábil diplomático que, además, tenía una exquisita sensibilidad en el terreno de las bellas artes; su hermano Borso no le fue a la zaga, aunque carecía de las virtuosas dotes diplomáticas del primogénito y, más aún, de su buen gusto para el arte. Borso, sin embargo, y a pesar de poseer un carácter autoritario y despótico, supo mantener el modesto “imperio” en su cénit.

Tras obtener un rotundo rechazo del pontífice a la posibilidad de ser ascendido a la posición de duque de Ferrara, Borso recurrió al emperador Federico III de Habsburgo para comprar el título de duque de Módena y Reggio en 1452; pero a pesar del enorme peso político de este gran logro familiar, Borso no cejó en el empeño y finalmente en 1471 el papa Pablo II cedió, otorgando a los Este el ansiado título de duques de Ferrara.

Tal era el poder acumulado por la dinastía, que a lo largo de los meses siguientes numerosos embajadores procedentes de países de toda Europa se desplazaron a la ciudad emiliana para rendir homenaje a Borso, al que saludaban como si de un rey se tratase.

Alianzas y apoyos

El tercero de los hermanos, Ercole, heredó el ducado ese mismo año, contrayendo matrimonio con Leonora, hija del rey de Nápoles, estableciendo lazos, de este modo, con una de las dinastías más poderosas de Europa. Pero no tardó en distanciarse de su suegro, Fernando I, cuando éste, con el apoyo del pontífice, declaró la guerra a Florencia.

Ercole optó por apoyar a los Médici en el conflicto, y en venganza el papa Sixto IV puso sitio a Ferrara aprovechando la debilidad del duque, que, víctima de la gota, asistía impotente a las acometidas del ejército pontificio.

Con todo, Ferrara resistió y, tras la Paz de Bagnolo, los Este lograron rehacerse y Ercole, obligado a subir sustancialmente los impuestos, decidió acometer un ambicioso plan de obras públicas que convirtió a la capital de la República en una de las ciudades más bellas de la península Itálica.

Entre tanto, el duque siguió cultivando el arte de la diplomacia a base de tejer alianzas dinásticas mediante el matrimonio de sus tres hijas con algunas de las figuras más influyentes del período.

La leyenda negra le atribuye a la instruida y atractiva Lucrecia Borgia numerosos crímenes, aunque hoy se la considera más una víctima de su padre y de su hermano. Foto: ASC

Lucrecia contrajo matrimonio con Annibale Bentivoglio, de Bolonia, Isabel hizo lo propio con Francesco Gonzaga, de Mantua, mientras Beatriz desposaba a Ludovico Sforza, señor de Milán. Por su parte Alfonso, el hijo menor del duque, se unió a Lucrecia Borgia, hija del papa Alejandro VI, situando a los Este definitivamente en el primer escalafón de las grandes familias italianas.

La Universidad de Ferrara, dirigida por Guarino, una de las mentes más privilegiadas de su época, atrajo durante este período a estudiantes de toda Italia y de las cortes más poderosas del viejo continente. Ferrara cuajó así como una de las capitales intelectuales del Renacimiento, posición que supo mantener durante el ducado de Alfonso, que cogió el testigo de su padre en 1505 y rigió los destinos de la casa de Este durante casi tres décadas completas.

Para mantenerse en el poder, hubo de sofocar las conspiraciones de dos de sus hermanos, Julio y Ferrante, que pagaron su traición con una sentencia de muerte. Fue un período especialmente tumultuoso para Ferrara, marcado por la guerra que estalló con Venecia en 1509, en la que los ejércitos estenses demostraron una excepcional pericia en el empleo de la artillería, conquistando victorias importantes, como la batalla naval de Polesella, que concedió a la República la posibilidad de ampliar ulteriormente sus dominios y lograr una expansión territorial sin precedentes.

Hostilidad pontificia

Sería, no obstante, un éxito pasajero. Alfonso se inclinó por el apoyo a la causa francesa en detrimento de los intereses del pontífice Julio II, que en venganza por el declarado apoyo a su enemigo le arrebató Módena y Reggio para, posteriormente, rematar las represalias con la excomunión. Ferrara, además, hubo de enfrentarse a la firme determinación de los dos papas Médici, León X y Clemente VII, por socavar el declinante poder de la casa de Este.

A pesar de todo, el enérgico Alfonso supo sobrevivir a la hostilidad pontificia, y ya al final de su agitado gobierno pudo recuperar ambas ciudades devolviendo fugazmente al pequeño “imperio” estense su integridad territorial.

Fue además uno de los grandes mecenas del clan, atrayendo a la urbe a artistas y literatos de primer orden como el escultor Antonio Lombardo, el pintor Dosso Dossi o el escritor Ludovico Ariosto, autor de uno de los grandes poemas épicos de las letras italianas: Orlando furioso, publicado en Ferrara en 1532. Ocasionalmente, también visitaron la corte de Alfonso genios de la talla de Tiziano, Rafael y Miguel Ángel.

Entrada del luteranismo

Muerto en 1534, Alfonso dejó la suerte del clan en manos de su primogénito Ercole II, que siguió la tradición de forjar alianzas de gran calado estratégico para el ducado contrayendo matrimonio con Renée, hija del rey Luis XII de Francia. Pero la princesa gala trajo consigo de la mano a Ferrara una revolución: Renée era una luterana convencida, y no escatimó esfuerzos por convertir a Ferrara en un punto de encuentro de adeptos a las tesis de Lutero.

Ercole, que no aspiraba bajo ninguna circunstancia a comprometer sus buenas relaciones con Roma, trató sin éxito de censurarla y frustrar sus ambiciones, pero no tuvo demasiado éxito. Para entonces, Ferrara había dejado atrás su período de máximo esplendor.

Poco a poco, el ducado estense fue perdiendo presencia y protagonismo en el cada vez más complejo mapa político italiano, atrapado en medio del agrio conflicto que en suelo transalpino libraban franceses y españoles. En 1559 le sucedió al frente de la dinastía Alfonso II, que se mantendría en el poder hasta 1597.

La última cena, obra de Leonardo da Vinci. - Wikimedia Commons

Fue el último duque de Ferrara, y como tal siguió tejiendo grandes e imposibles ambiciones. Intentó sin éxito apoderarse de la corona del reino de Polonia y, en exhibición de su celo católico y lealtad al papa, quiso liderar una Cruzada contra los turcos que nunca fue. Pero su mayor fracaso, con todo, fue su incapacidad, a pesar de encadenar tres matrimonios, de engendrar un heredero.

La solución habría sido recurrir a un vástago ilegítimo, pero en 1567 Pío V decretó la prohibición de dar visibilidad a cualquier hijo bastardo en territorios católicos. Consciente de la amenaza que se cernía sobre la casa de Este, Alfonso descuidó en exceso las tareas de gobierno y Ferrara fue cediendo terreno e importancia política progresivamente.

El ocaso de la dinastía

Antes de su muerte, en 1597, hizo un último intento de garantizar la sucesión proponiendo como nuevo duque a su primo Cesare. Pero Roma no estaba dispuesta a ceder, y Clemente VII no vaciló a la hora de señalar al nuevo líder del clan Este como un gobernante ilegítimo.

Sólo un año después, el ocaso de los Este terminó por consumarse cuando el pontífice dio el paso de absorber Ferrara de una vez por todas e incorporarla así a los Estados Pontificios. Era, con todo, el fin de la edad de oro de la dinastía, pero el apellido Este siguió resonando en los siglos siguientes, ya mermado, en las cortes italianas y europeas.

Con la muerte de Alfonso II, los Este perdieron Ferrara, pero lograron retener Módena y Reggio, territorios que supieron conservar hasta 1796, año en el que Napoleón se anexionó este ducado incorporándolo a la República Cisalpina. Los Este, a pesar de ello, no había dicho aún su última palabra, y tras el final de las Guerras Napoleónicas recuperaron fugazmente la ciudad de Módena a través de una nueva línea dinástica, los Austria-Este, resultado de la unión entre Beatriz de Este y el archiduque Fernando de Austria.

El resurgir de los Este, con todo, fue muy breve. Apenas medio siglo después de su regreso a Módena, la línea murió definitivamente con Francisco V, que perdió el ducado en 1859 cerrando el último capítulo de la historia de los poderosos señores de Ferrara.

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