El feminismo bajo la lupa de la ciencia: algunas normas básicas

¿Cómo aplicar el escepticismo científico a las afirmaciones del movimiento feminista? Te invitamos a leer un capítulo en exclusiva del libro ‘Contra el feminismo’ (Pinolia, 2023), de Teresa Giménez Barbat.
El feminismo bajo la lupa de la ciencia: algunas normas básicas
¿Cómo aplicar el escepticismo científico a las afirmaciones del movimiento feminista? Foto: Istock

El feminismo es un movimiento que busca que la sociedad y la política reconozcan y respeten los derechos de hombres y mujeres por igual. Sin embargo, en los últimos años, el feminismo hegemónico ha adoptado una ideología de género que niega la biología y la naturaleza humana, y que promueve una visión victimista y enfrentada de las mujeres y los hombres. ¿Es este el feminismo que necesitamos? ¿Es este el feminismo que representa a la mayoría de las mujeres? ¿Es este el feminismo que respeta la libertad y la diversidad?

En el libro ‘Contra el feminismo’, publicado por la editorial Pinolia, la antropóloga, escritora y política Teresa Giménez Barbat se rebela contra este feminismo dogmático y radical, y propone un feminismo libre basado en la razón, la ciencia y el sentido común.

En esta ocasión, te ofrecemos la lectura en exclusiva del capítulo “Algunas normas básicas”. Un capítulo que te hará reflexionar sobre los mitos y las falacias de la ideología de género, y que te invitará a cuestionar el discurso dominante.

Algunas normas básicas. Escrito por Teresa Giménez Barbat

«El escepticismo científico (o escepticismo racional) es una posición práctica, filosófica, científica y epistemológica en la que se cuestiona la veracidad de las afirmaciones que carecen de pruebas empíricas suficientes», según define la Wikipedia. Yo milité hace veinticinco años en ARP-SAPC, una asociación española que defiende la ciencia y lucha contra las afirmaciones que no se fundamentan en hechos comprobados. No lo están las afirmaciones de los videntes o los homeópatas; pero, cuidado, tampoco las del feminismo hegemónico o las de la ley trans. El escepticismo científico fue la razón de mi web Tercera Cultura y, más tarde, ya en el Parlamento Europeo, de la plataforma de debate Euromind. 

Este tipo de pensamiento es de gran utilidad para un político. De hecho, creo que es su arma principal e irrenunciable. En este libro será fundamental para cuestionar las afirmaciones más desbocadas del feminismo y sus spin-offs, precisamente porque van en contra del razonamiento lógico y del método científico. «El escepticismo científico se basa en el pensamiento crítico y se opone a afirmaciones que carezcan de prueba empírica verificable y contrastada», sigue la Wikipedia. Viene a decir que cualquier afirmación (como la dichosa «los hombres matan a las mujeres por el mero hecho de serlo», por ejemplo) es solo una frase mientras no pueda corroborarse con métodos científicos (y digo «métodos» porque varían según las disciplinas, respetando siempre unos principios) y se tengan pruebas. Ya ven por dónde voy. 

La ciencia no solo construye teorías que expliquen fenómenos generales. Trata también, y principalmente, de distinguir las buenas explicaciones de las malas. «Las creencias falsas no son insignificantes porque conducen a soluciones falsas», afirma el gran Thomas Sowell. No atañe únicamente a lo que conocemos como ciencias duras: física, química, matemáticas…, sino que es fundamental para comprender los fenómenos sociales. El naturalismo científico desconfía de las interpretaciones esotéricas o de la afirmación de que existen causas ocultas. Entes invisibles que mueven los hilos, por ejemplo. Lo utilizaremos cuando nos vengan con cosas como que el sexo se le asigna a la gente al nacer (¡¿quién, por todos los santos?!). 

La ciencia aporta conclusiones sobre la realidad, pero siempre dejando abierta la posibilidad de mejora en las teorías o incluso de rectificarlas si aparecen nuevas evidencias que lo exijan. Por eso me defino como una liberal escéptica, pues, sin tocar mis principios (razón, libertad y humanismo), si me ofrecen pruebas concluyentes de un error, cambio muy agradecida cualquier opinión. La ciencia no ofrece verdades con mayúscula, pero se mueve en el terreno de lo verificable, de lo comprobado en cada momento. En lo que respecta al tema de este libro, todo lo relacionado con el sexo y la pareja cae dentro de su ámbito, aunque su investigación siempre haya sido controvertida en ambos lados del espectro político. 

Nada que queramos abordar puede situarse más allá de sus límites. Sin embargo, los movimientos nacidos del posestructuralismo, influenciados por filósofos franceses, pero abonados y crecidos en los campus americanos, si tienen una característica destacable es su ignorancia deliberada del funcionamiento de la ciencia. Opiniones y sentimientos los tenemos todos y muy variados. Solo podemos ponernos de acuerdo en lo objetivo, en lo medible. Es bonito que su nuevo jefe le diga: «Te pagaré bien», pero no comprenderá de qué va el asunto hasta que no le dé una cifra concreta. Y en el caso de esos nuevos movimientos es lo contrario. Lo que alguien siente, su experiencia vivida es lo que cuenta y las pruebas y los datos pueden decir misa. Las cosas son lo que son porque lo dicen ellos. Y punto. Han venido para anunciar que las reglas han cambiado (más bien que han desaparecido) y que ellos son los árbitros. Hay facultades de educación en Estados Unidos en las que los aspirantes a profesores reciben cursos donde se les enseña que el pluralismo, la objetividad, el mérito o la diversidad de opiniones son paridas del supremacismo blanco.

 «Muchas veces el miedo a descubrir algo que no vaya a contar con el sello de aprobación del progresismo (progreísmo, para mí) se ha convertido en un importante factor que influencia el tipo de preguntas que un investigador elige desarrollar o evitar», dice la sexóloga Debra Soh. Pero entre cerebros que piensan, solo nos entenderemos sobre aquello que es comprensible por todos porque está fundamentado en la realidad probada o susceptible de verificación. Solo con la razón y con la empatía (ese «adhesivo social») —y su corolario más humano, la compasión— alcanzaremos el consenso.

Dígale que lo demuestre

Por desgracia el debate público ideologizado (¿hay otro?) discurre sin que nadie exija pruebas. Y la mayor parte de los problemas podrían analizarse con instrumentos tan útiles como, por ejemplo, el método científico, cuya noción básica es que para lanzar afirmaciones (que pueden acabar en la legislación), se deben utilizar técnicas específicas que prueben su validez, y ser reproducibles y susceptibles de ser verificadas por otros investigadores. Pero muchos políticos, opinadores o activistas se caracterizan por buscar lo que confirma sus prejuicios en lugar de pruebas rigurosas de su refutación, y su poca o nula disposición para aceptar evaluaciones externas de expertos. Se entregan a aseveraciones vagas, contradictorias, exageradas e infalsables. 

El falsacionismo o racionalismo crítico es una corriente epistemológica fundada por el filósofo austriaco Karl Popper que afirma que toda proposición científica válida debe ser susceptible de ser falsada o refutada. Simplificándolo mucho, una teoría es falsable cuando es posible realizar un experimento que demuestre su falsedad. «Dios creó el mundo» puede ser verdad o no, pero no puede diseñarse un experimento que demuestre ni siquiera que es falso porque está más allá de la capacidad de la ciencia (podría estar en un multiverso u otra dimensión desconocida). No es falsable y, por tanto, es no-ciencia. Para ilustrarlo con algo actual: alguien dice que es «una mujer en el cuerpo de un hombre». Como no pretende ser literal (no está diciendo que tiene un hembrúnculo en el neocórtex, que se podría descubrir con un escáner) y plantea el hecho de ser mujer u hombre como una especie de alma que circula, indetectable por la tecnología actual, es infalsable. Popper usó la astrología y el psicoanálisis como ejemplos de pseudociencias. La falsabilidad fue uno de los criterios utilizados por el juez William Overton para determinar que el creacionismo no era científico y que no debía enseñarse en los colegios de Arkansas. 

Y, ay, nuestra Policía Nacional bien que necesitaría de un juez Overton para zafarse de recibir una formación en materia de género que les obliga a escuchar que existen treinta y siete géneros y diez orientaciones sexuales. Entre ellas, la omnisexual, grisexual, poliamoroso, homorromántico o, antrosexual y muchas otras. Lo digo en serio.

Saque la navaja

La navaja de Ockham, también llamado principio de economía o principio de parsimonia, postula que una hipótesis es tanto mejor cuanto más explica con menos elementos teóricos. Es decir, las hipótesis deben ser sencillas y predecibles, y aquello que puede explicarse de forma llana no necesita hipótesis innecesariamente complejas y alambicadas. Lo claro es mejor que lo oscuro, lo diáfano suele ser más acertado que lo retorcido. Aquello que tiene mayores visos de verosimilitud es lo más probable y debe concedérsele más crédito que a las explicaciones más sobrecargadas. El tema trans, por ejemplo, es tan complicado y abigarrado, tan imposible de sistematizar y de sacar algo en claro, que necesitaría de entrada eliminar lo superfluo mediante la navaja de Ockham, que tiene por función cortar la cabeza a todo lo redundante e innecesario.

Las entidades no deben multiplicarse innecesariamente, las complicaciones conducen generalmente a situaciones extrañas, a falsos planteamientos y a soluciones equivocadas y perniciosas. Cuanto más sencilla sea una teoría, más probabilidad tiene de ser verdadera. Y con la navaja iremos por ahí a destajo.

Fíese de Darwin

Tenemos cuatro nuevas ciencias evolucionistas que estudian la naturaleza humana —la ciencia cognitiva, la genética del comportamiento, la neurociencia y la psicología evolucionista—. La psicología evolucionista (PE) está basada en la teoría de la evolución, y es una aproximación teórica que pretende explicar los rasgos psicológicos y mentales como adaptaciones, es decir, como productos funcionales de la selección natural o de la selección sexual. La psicología evolucionista es la que te explica por qué, por más que el feminismo de la liberación sexual diga que los celos son antiguallas, te mosqueas lo mismo cuando tu chico le mira el escote a la camarera. 

Esta ciencia propone que la mente de los primates, incluido el hombre, está compuesta de muchos mecanismos funcionales, adaptaciones psicológicas o mecanismos psicológicos evolucionados (EPM) que se han desarrollado mediante selección natural por ser útiles para la supervivencia y reproducción del organismo. La mayoría de la gente piensa que la evolución es algo que únicamente los biólogos necesitan estudiar, pero la ciencia evolutiva es mucho más general. No se trata solo de cómo se adaptan los organismos y cómo cambian las frecuencias de los genes; también puede decirnos cómo evolucionan las sociedades y cómo cambian las frecuencias de los rasgos culturales.

Dado que la evolución de los homínidos (hasta llegar al Homo sapiens actual) se produjo en medios ancestrales totalmente diferentes al actual, los psicólogos evolucionistas toman como referencia las condiciones existentes en esos medios prehistóricos. 

Ah, pero tenemos un cerebro con capas muy antiguas y vivimos en sociedades muy modernas. ¿Qué pasa?

'Mismatch' (Desajuste)

Sí, las condiciones actuales son muy diferentes. Disponemos de comida en abundancia, por ejemplo, pero eso no fue a lo que nos acostumbramos durante centenares de miles de años. Y comemos más de la cuenta, tenemos diabetes y enfermamos. Es lo que los psicólogos evolucionistas llaman «desajuste» (mismatch) respecto a las tendencias ancestrales (también me referiré a sus señales de alarma como la traílla). Llevamos millones de años de historia humana, casi todos en el Pleistoceno —o, en lenguaje popular, la Edad de Piedra— y solo los últimos doce mil años en la era de la agricultura. Como dijo el antropólogo Mark van Vugt en la conferencia de Euromind llamada «Nacionalismos perpetuos» y como tiene escrito en un interesante libro, si tuviéramos que ver la evolución humana como una hora, sería la diferencia entre los primeros cincuenta y nueve minutos y cuarenta y tres segundos y los últimos diecisiete segundos. Este desajuste es el choque entre nuestra evolución biológica y la cultural: nuestras mentes y cuerpos están adaptados a la vida como cazadores-recolectores en las praderas abiertas, y tratamos de sobrevivir con nuestros cerebros primitivos en una sociedad de la información moderna que cambia drásticamente cada diez años.

Los seres humanos adquirimos gradualmente la capacidad de cambiar el entorno para adaptarnos a él con innovaciones culturales que mejoran la alimentación, seguridad y reproducción. Una buena idea puede propagarse entre la población mundial a gran velocidad (un smartphone o el alcantarillado, por ejemplo), mientras que a un cambio genético puede durarle muchas, muchas generaciones. Tardará cientos de miles de años en incrustarse en el ADN humano. 

Por ello, las nociones de «ajuste» y «desajuste» son conceptos evolutivos importantes. Hay un desajuste cuando, como resultado de un cambio en el medio ambiente o en la sociedad, se crea un malestar que dispara las alarmas profundas y el temor ancestral a que disminuyan las posibilidades de supervivencia y reproducción. 

Muchas de las reticencias expresadas ante el extremismo feminista, LGTBI o trans reflejan estas angustias.

Lo que ya trae "de serie"

El hombre no es una tabula rasa, no llegamos «en blanco», sino que pertenecemos a un acervo vivo antiquísimo, a una cadena ancestral. Darwin dijo: «La diferencia mental entre el hombre y los animales superiores por grande que sea es sin lugar a duda de grado y no de clase. Los sentimientos y las intuiciones, las diversas emociones y facultades, como el amor, la memoria, la atención, la curiosidad, la imitación, la razón etc. de las que el hombre se vanagloria pueden encontrarse en animales inferiores en estado incipiente y, a veces, bien desarrolladas».

Contra el feminismo

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 Las elaboraciones perceptivas e intelectuales de nuestros cerebros tienen que ver con códigos ancestrales incrustados en lo más profundo. Ignorar que el ser humano forma parte del mundo natural ha llevado a crear sistemas alienados, ajenos a lo más sustancial de la persona. Por ello fracasaron modelos como los comunistas, por ello trajeron la catástrofe y el terror ideologías falsas y totalitarias como el fascismo o el nazismo. 

No le faltan críticos a la idea de que imaginando los problemas adaptativos con los que se enfrentaron nuestros ancestros elaboremos hipótesis sobre los módulos mentales que evolucionaron para solventarlos. ¿A las mujeres nos va el hombre conquistador y dominante porque solía imponerse socialmente y tener más medios para sacar adelante a los hijos? Todo es discutible, desde luego. Pero no existe otra explicación, de momento, que cumpla suficientes requisitos para ser considerada científica. Con todos los matices que se quiera, es la teoría más generalizada en las ciencias evolucionistas. Hay gente que piensa que el ser humano es algo extraordinario porque lo creó Dios de una costilla. Otros, que la sociedad actual es resultado de las fuerzas de opresión de las clases capitalistas. Yo, como no estoy en el «centro», les hablaré desde otra dimensión.

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