El Reino visigodo de Tolosa (Toulouse en francés) vino a responder a un anhelo que los visigodos tenían al menos desde los tiempos de Alarico I allá por finales del siglo iv: un lugar con el que sentirse vinculados y un territorio al que considerar su patria.
Tras la triste muerte de Alarico I, la sucesión de su cuñado Ataúlfo y el peculiar reinado de una semana de Sigerico, entre los años 415 y 418 el rex de los visigodos fue Walia. Este firmó un tratado con el Imperio romano de Occidente que llevó a los visigodos a actuar en Hispania como federados, luchando exitosamente contra vándalos silingos y alanos, quienes habían entrado en la península ibérica junto a suevos y vándalos asdingos en el otoño del año 409.
Una vez concluida esta campaña militar, los visigodos quedaron asentados en la parte del sur de las Galias bajo el régimen de la hospitalitas y ocuparon ciudades como Tolosa, la cual se convirtió en sede de la corte y a la postre capital. Consecuentemente, nos encontramos ante lo que sería la auténtica configuración del Reino Visigodo de Tolosa, a pesar de que los romanos no reconocían dicho territorio como de propiedad visigoda.
Teodórico I: el poder que marcó una era en la España visigoda
En el año 418 llegó al trono Teodorico I, de quien el cronista godo del siglo vi Jordanes dice que era un «hombre de gran moderación y dotado de enorme fuerza física y moral». Su largo reinado se caracterizó por alguna intervención esporádica en Hispania, por asistir a los vaivenes políticos que se daban en el Imperio romano de Occidente y por los enfrentamientos contra los propios romanos en pos de ampliar y asentar los incipientes dominios tolosanos.
En estos choques hubo victorias romanas conseguidas por el magister militum Aecio, pero igualmente se dieron triunfos godos como la defensa de Tolosa. No obstante, en el año 439 las hostilidades cesaron, el foedus quedó revalidado y todo hace indicar que el emperador Valentiniano III aceptó las ocupaciones y el asentamiento en nuevos territorios realizados por Teodorico I.
La década de los años cuarenta suele ser considerada clave en la ratificación de la institución monárquica visigoda y del poder de Teodorico I. Todo ello se vio sustentado a consecuencia de la absorción de algún otro contingente bárbaro —algo característico entre los godos desde los tiempos de las migraciones en Europa Oriental—, de las buenas relaciones con la aristocracia galorromana y de la ausencia de roces con la Iglesia católica.

Asimismo, y a medida que se desarrollaban estos hechos, se iba produciendo una vinculación entre los visigodos y el territorio sobre el que estaban asentados.
La política de Teodorico I no solo se circunscribía a su área de control en el sur de las Galias, también tenía perspectiva internacional tal y como reflejan los matrimonios de dos hijas suyas; una de ellas con Hunerico, hijo del gran rey vándalo Genserico —que acabó muy mal para la princesa visigoda, que fue mutilada—, y otra de ellas con el rey suevo Requiario.
El año 451 marcó la Historia particular de los visigodos y la general de Europa. Un viejo enemigo de godos y de romanos se presentaba prácticamente en el corazón del imperio: los hunos. El emperador Valentiniano III y el magister militum Aecio movieron sus hilos para que los visigodos participasen en la batalla.
De hecho, Jordanes señala al respecto: «Romanos, habéis conseguido lo que deseabais: habéis convertido a Atila también en enemigo nuestro. Lo perseguiremos hasta cualquier lugar […]. Los nobles godos aplauden la respuesta de su jefe y el resto del pueblo los secunda con entusiasmo».
En junio de dicho año se produjo la gran batalla de los Campos Cataláunicos (cerca de Châlons) en la que la alianza romano- visigoda, que contó gracias al ardid político de Aecio con un grupo de alanos y auxiliares francos, entre otros, venció al azote de Dios, Atila, y a su hueste de hunos y de pueblos subyugados como los ostrogodos o los gépidos.
Sin embargo, la batalla también se cobró la vida del rey Teodorico I. Su funeral, que aconteció en un parón del lance, estuvo rodeado de cánticos ancestrales y de un ensordecedor choque de escudos que sirvió como proclamación del nuevo rey, su hijo Turismundo. El nuevo soberano godo tan solo reinó dos años, pero tuvo tiempo para volver a vencer a los hunos cuando estos lanzaron un ataque en la zona de Orleans.
Además, consiguió un cuantioso botín en su ataque sobre la estratégica urbe de Arlés, a la sazón capital de la Prefectura de las Galias. Turismundo fue asesinado en medio de una conspiración y el trono visigodo pasó en el año 453 a su hermano Teodorico II.
La evolución del Reino Visigodo en su camino hacia la estabilidad
El también hijo de Teodorico I fue favorable en el inicio de su reinado a una política prorromana y por ello los visigodos intervinieron en Hispania para aplastar una revuelta bagauda en la Tarraconense. Por su parte, el Imperio romano de Occidente asistió a un nuevo baile de emperadores tras el asesinato de Valentiniano III.

El gobierno de su sucesor, Petronio Máximo —quien sufrió el saqueo vándalo de Roma del año 455—, fue efímero, y desde las Galias llegó un nuevo ocupante del trono imperial, Avito. La buena relación previa mantenida entre Avito y Teodorico II ayudó al primero a obtener el objetivo imperial, dado que fue proclamado emperador en Tolosa y posteriormente en Arlés.
Otra buena muestra del entendimiento entre el rex Gothorum y el emperador fue la intervención visigoda en Hispania frente a los suevos a mediados de la década de los años cincuenta. Es más, Teodorico II llegó a abandonar personalmente esta campaña al enterarse que Avito fue depuesto y a no reconocer al nuevo emperador Mayoriano. Mientras continuaban las acciones de los ejércitos godos en suelo hispano, en el año 459 Teodorico II acabó por reconocer a Mayoriano.
A la par que el Imperio romano de Occidente se debilitaba cada vez más y su área de control efectivo se seguía reduciendo, el Reino visigodo de Tolosa estaba cada día más asentado y su conexión con parte de la aristocracia galorromana era un hecho, como demuestra la entrega de Narbona, que supuso para el reino tolosano la salida al mar Mediterráneo. Al norte la frontera del Regnum Tolosanum quedó marcada por el río Loira, aunque su defensa llegó a cobrarse la vida de Frederico, hermano del rey.
En el año 466 Teodorico II fue asesinado por su hermano Eurico, quien asumió el trono visigodo. Con el nuevo soberano el reino tolosano quedó definitivamente asentado y cimentado, además de ampliado gracias a sus campañas de expansión en las Galias y en Hispania. El éxito en estas acciones militares y sus acertadas decisiones geopolíticas le respaldaron en el poder hasta su muerte en el año 484.
Siguiendo la espada de Eurico, el Reino visigodo de Tolosa pasó de aumentar su autonomía con respecto al gobierno de Rávena —capital imperial— a actuar con verdadera soberanía sobre su territorio al ser depuesto el último emperador de Occidente. Esto tuvo su reflejo a nivel administrativo, judicial —se compuso el Edicto de Eurico— y de recaudación de impuestos al quedar los provinciales romanos bajo su autoridad y al participar distintos miembros de la aristocracia galorromana en la estructura del reino.
La trágica destrucción del reino en la España medieval
Con Alarico II, hijo de la princesa burgundia Ragnahilda y Eurico, se produjo la destrucción del Regnum Tolosanum. A finales del siglo V el Reino visigodo de Tolosa era mucho más que una realidad, y es que nos encontramos ante una inmensa entidad política que se extendía por un vasto territorio que incluía a población de fe católica —galorromanos e hispanorromanos— y a población de fe arriana —godos—.

Además, ganaba presencia en Hispania tal y como informa la Chronica Caesaraugustuna al referirse a una penetración goda en el año 494 y a la rebelión en el valle del Ebro de un tirano llamado Burdunelo, que acabó metido en un toro de bronce puesto al fuego y viendo su revuelta aplastada. Empero, también había un fiero enemigo: los francos.
El reyezuelo Clodoveo tenía como objetivo ser el líder único de los francos y extender hacia el sur de las Galias sus dominios. Esto suponía inevitablemente el choque con los visigodos. Tras la conquista del llamado «reino» romano de Siagrio y las victorias sobre otros pueblos germanos, Clodoveo, que se había convertido del paganismo al catolicismo, puso sus ojos en la frontera visigoda.
Así, se sucedieron enfrentamientos en ciudades como Saintes, Nantes o Burdeos con victorias tanto para unos como para otros. La guerra civil burgundia fue otro escenario en el que Alarico II y Clodoveo chocaron al apoyar cada uno a un respectivo bando, resultando vencedor el respaldado por el godo.
En verdad, Alarico II y su corte de Tolosa no estaban interesados en una guerra abierta con los francos, por eso se procuró una paz que resultó fugaz. Clodoveo solo quiso ganar tiempo para preparar su asalto final. Poco antes de la batalla definitiva entre visigodos y francos, Alarico II tuvo que hacer frente a una nueva rebelión en Hispania donde un tal Pedro, también denominado por las fuentes como tirano, se rebeló en la zona de Tortosa.
La revuelta fue igualmente aplastada y la cabeza del rebelde expuesta en Zaragoza, ciudad simbólica tal y como refleja la celebración de juegos de circo en el año 504. También unos meses antes del ataque franco se promulgó un famoso compendio de leyes basado en el código Teodosiano pero adaptado, el Breviario de Alarico o la Lex Romana Visigothorum, y se reunió un concilio en Agde que fue presidido por el obispo Cesáreo de Arlés.
Habitualmente, se suelen considerar estas dos acciones como sendos guiños de Alarico II hacia la aristocracia galorromana y la Iglesia católica perteneciente a su reino para que estuviesen plenamente de su lado en caso de guerra.
El año 507 es una de esas fechas grabadas a hierro y fuego en las respectivas Historias de Francia y de España. La batalla de Vouillé supuso la victoria para los francos y con ello su predominio en casi todo el suelo galo —los visigodos mantuvieron bajo su control una franja de territorio al sur en torno a ciudades como Narbona— y la mirada definitiva de los visigodos hacia Hispania.
Alarico II murió en la batalla seguramente frente al propio Clodoveo y la Chronica Caesaraugustuna señala que el «Regnum Tolosanum destructum est». Los francos no consiguieron reducir a toda la resistencia visigoda y hacerse con el tesoro real, en el que se incluía la mítica mesa del rey Salomón, gracias a la salvadora intervención de Teodorico el Grande o el Amalo.

Este, que había casado con una hermana de Clodoveo y matrimoniado a una de sus hijas con Alarico II, no pudo evitar la gran batalla ni intervenir en la misma a favor de sus hermanos godos porque Anastasio, emperador oriental y aliado de los francos, amenazaba su frontera sur. Ya en el año 508 las fuerzas ostrogodas acometieron una ofensiva contra los francos.
Una vez que se puso fin al conflicto franco-gótico y que los ostrogodos derrotaron al noble Gesaleico, que había sido proclamado rey por un parte de la nobleza visigoda en contra de los derechos del jovencísimo Amalarico, hijo de Alarico II, Teodorico el Grande, quien en el marco de la poesía épica medieval está a la altura ni más ni menos que de Carlomagno, pasó a ser el regente del reino visigodo. Pero esa ya es otra historia.