Hispania: la tierra deseada por todos los pueblos

Hispania, la tierra deseada desde los fenicios hasta el dominio de Roma y más allá. Una península donde antiguas civilizaciones lucharon por su riqueza y estratégica ubicación. Descubre cómo los íberos, celtas y romanos dejaron una huella imborrable en la tierra que eventualmente se convertiría en la España que conocemos hoy.
Acueducto

Iberos, fenicios, griegos, púnicos y más tarde romanos hicieron de Hispania una tierra única, muy diferente al resto de los territorios mediterráneos. Desde finales del siglo VIII a.C. (Edad del Bronce), se había configurado un mosaico social complejo, de características diversas según las regiones, que se ha denominado pueblos prerromanos. Hacia el año 500 a.C., estas sociedades de la franja costera mediterránea estaban organizadas con peculiaridades comunes: estructura lingüística similar, costumbres funerarias, uso del hierro y del torno cerámico...

A partir del siglo IV a.C. esta cultura comenzó a extenderse por amplias zonas del interior peninsular y el Pirineo. En esencia, sobreviviría hasta bien entrado el siglo II a.C. y, aunque los romanos conquistaron la península ibérica imponiendo su lengua y leyes, la presencia y las costumbres de estos pueblos prerromanos perdurarían varios siglos más tras la conquista. Así lo demuestra la arqueología.

El sustrato indígena en Hispania: explorando sus raíces

Desde una perspectiva más antropológica, el territorio peninsular estaba dividido en una serie de zonas con características socioculturales diferentes; de hecho, se han realizado diversas divisiones regionales. Se distinguen dos grandes áreas, con organizaciones políticas, sociales y culturales distintas:

Área ibérica. Ocupaba la costa del Mediterráneo, todo el sur peninsular, la zona pirenaica, el valle del Ebro y el sur de las costas francesas. Fue sobre todo una cultura mediterránea, fuertemente influenciada primero por los fenicios, los griegos y los púnicos y por último por los romanos, que acabaron absorbiéndola.

Su organización social era compleja y jerarquizada, siguiendo un modelo aristocrático regional. Habitaban en emplazamientos fortificados ubicados en sitios estratégicos que dominaban valles, zonas fértiles, rutas y vías de comunicación, como por ejemplo el poblado fortificado (oppidum) de Puente Tablas en Jaén o el de Cástulo en tierras del alto Guadalquivir, que controlaba el río Guadalimar, que era navegable, tenía fértiles vegas, minas de plata y de cobre en Sierra Morena y una vía de acceso principal hacia el interior peninsular.

Guerrero ibero con armadura doble hallado en Cerrillo Blanco (Porcuna, Jaén). Foto: ALAMY

Generalizando, en esta área encontramos, de norte a sur, a indigetes, laietanos, lacetanos, ilergetes, edetanos, contestanos, mastienos, oretanos, bastetanos y turdetanos. La producción básica de esta sociedad fue la agricultura, la ganadería y los recursos minerales, gracias a los que establecieron fuertes relaciones comerciales con otros pueblos.

Área Celta. Ocupaba la meseta, el norte y el oeste de la península. Se corresponde con una mezcla de pueblos y tribus que parecen tener un origen común indoeuropeo. Existen varias teorías al respecto. Por un lado, la tesis de que, desde el primer milenio a.C., se produce un fenómeno migratorio de gentes procedentes del este de Europa que atraviesan los Pirineos y se asientan en las fértiles tierras de la península.

Otra teoría habla de una evolución mediante aculturación e influencias, favorecida por el efecto indirecto del comercio que llegaría a las élites celtas. En todo caso, no hubo invasiones: la arqueología está revelando que se trató de un fenómeno migratorio de carácter masivo y que se mantuvo durante siglos, configurándose con él la sociedad conocida como celta.

Una tercera teoría, más reciente, expone que el trasvase fue a la inversa y que el origen de la cultura celta estuvo en la península ibérica. Basándose en estudios de ADN y también lingüísticos, se afirma que el sustrato celta que conocemos en Centroeuropa tiene su origen en el siglo VII a.C. en nuestro territorio y se extiende hacia el resto del continente.

Generalizando también, en esta área encontramos a galaicos, cántabros, astures, belos, titos, pelendones, arévacos, vacceos, celtíberos, vettones, carpetanos y lusitanos. Por otro lado, la sociedad celta tiene una economía basada principalmente en la ganadería y la agricultura; sin embargo, desde el punto de vista socioeconómico, las diferencias entre regiones son notables y hay incluso formas de propiedad comunal.

La llegada de los romanos a Hispania: un capítulo fundamental en su Historia

La invasión romana de Hispania es compleja e históricamente abarca varios siglos, desde 218 a.C. hasta el final de las guerras cántabras en 19 a.C. Los cartagineses, tras la Primera Guerra Púnica, decidieron que la península ibérica era un lugar estratégico, con tierras fértiles y abundantes minerales, por lo que durante varias décadas extendieron sus dominios hacia ella a través de alianzas y pactos con las élites locales o mediante la fuerza.

Mapa con los hitos de las guerras púnicas - Rowanwindwhistler / Wikimedia

Las continuas luchas entre los romanos y los cartagineses, potencias que se disputaban desde hacía siglos el Mediterráneo, se trasladaron a partir de ese momento a la península. Diversas batallas tienen lugar en nuestro suelo desde el siglo III a.C., en lo que se ha venido a llamar la Segunda Guerra Púnica, hasta que se produce en el año 208 a.C. la batalla de Baecula en tierras del alto Guadalquivir, que supone la derrota definitiva de los cartagineses y el inicio de la dominación romana.

El control romano de Hispania se materializó progresivamente. En algunos casos los invasores encontraron aliados entre los indígenas, en otros las luchas y las guerras fueron continuas (incluso las propias disputas entre los romanos, en el seno de las guerras civiles de la República, se produjeron en tierras peninsulares). Durante el gobierno de Octavio Augusto se produjeron los enfrentamientos más cruentos contra los pueblos cántabros y astures. Finalmente, Roma impuso su victoria sobre todo el territorio en el año 19 a.C., con lo que terminaron los largos años de guerras y conquistas.

Hispania: la despensa vital para la Roma Antigua

Hispania era una tierra rica en recursos. Desde la época prehistórica circulaban leyendas por todo el Mediterráneo de que los barcos fenicios partían de ella cargados de plata. Lógicamente, estas historias eran conocidas por otros pueblos, que mostraban su interés por el territorio. Como la historia se repite una y otra vez, ya desde época prerromana todos los extranjeros que se adentraban en la península perseguían los metales (la plata, principalmente) con los que poder financiar sus guerras y batallas. Era sin duda un lugar estratégico: con sus minas de plata se podía sufragar una economía monetaria e imperial, y por ello las grandes civilizaciones mediterráneas la ansiaban.

Hispania, al parecer, proporcionó a Roma un beneficio de 26.400.000 denarios entre los años 206 y 169 a.C., o sea, alrededor de 695.000 denarios al año (son cifras recogidas por Tito Livio de archivos oficiales). En los diez años siguientes, los romanos sacaron de la península 734 libras de oro, 59.620 de plata y 173.200 denarios, lo que se puede considerar un auténtico negocio sin parangón hasta ese momento. Por otra parte, además de los recursos minerales, Roma obtuvo con la conquista de Hispania lo que ellos consideraban las mejores tierras de labor de todo el Imperio.

La economía agraria hispánica experimentó una enorme expansión, favorecida por las grandes obras hidráulicas (cisternas, acueductos y presas), las infraestructuras viarias (calzadas y puentes) y también por los amplios mercados, en los que se cerraban tratos comerciales con el resto del Imperio romano.

Mapa conquista romana de Hispania.

Una vez que las tierras eran conquistadas, se repartían entre los nuevos colonos y los terrenos se organizaban a través de centuriaciones: lotes de tierra de dimensiones determinadas e igualitarias. De este modo, la conquista de la península ibérica hizo que grandes extensiones de territorio pasaran a ser propiedad del Estado romano (ager publicus). En ellas se explotaba principalmente el cereal y el olivar y se desarrolló un importante comercio de trigo, harina y aceite.

Así, existe en Roma una colina artificial conocida como Monte Testaccio compuesta por los restos de unos 53 millones de ánforas, procedentes en su gran mayoría de la provincia hispánica de la Bética. Estas ánforas servían para transportar y contener aceite de oliva, el preciado oro líquido. Se puede deducir, por lo tanto, la gran magnitud del comercio generado por el cultivo del olivo en Hispania. Llegó a ser el producto estrella que más abundaba y que durante más tiempo se impuso en nuestro territorio. Después de 2.000 años, hoy sigue siendo un recurso importante para gran parte del sur de España. 

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