En un modesto rincón de la ciudad de Chilliwack, en la Columbia Británica, ocurrió algo que parece sacado de una novela de misterio arqueológico. Una tienda de segunda mano, gestionada por una organización benéfica local, recibió una donación tan insólita como desconcertante: once anillos y dos medallones antiguos, vendidos inicialmente por apenas 30 dólares canadienses la pieza. Nadie sabía su origen, ni quién los entregó, ni su verdadero valor. Pero alguien, con buen ojo y formación en arqueología, lo intuyó.
Gracias a esa intervención providencial, los objetos no terminaron perdidos en el mercado de segunda mano o, peor aún, revendidos sin control. En su lugar, fueron entregados al Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad Simon Fraser (SFU), donde hoy están siendo estudiados como parte de un proyecto académico que mezcla ciencia forense, historia antigua y profundas reflexiones sobre la ética del patrimonio cultural.
Un hallazgo que nadie esperaba en un lugar improbable
El descubrimiento se produjo en la primavera de 2024, cuando un cliente anónimo observó que ciertas joyas puestas a la venta por Thrifty Boutique no eran simples adornos antiguos. Reconoció patrones en su diseño, formas y acabados que sugerían una manufactura milenaria, y alertó a los voluntarios del local. El gesto cambió el destino de las piezas, que pasaron de estar a punto de ser vendidas por unos pocos billetes a convertirse en objeto de investigación universitaria.
Las piezas —que incluyen medallones decorados con símbolos religiosos y anillos con motivos florales— podrían datar del siglo IV o V de nuestra era, según las primeras observaciones. Eso las situaría justo en el ocaso del Imperio Romano Occidental o en los albores de la Edad Media. Algunas pistas apuntan a que podrían proceder de algún rincón del antiguo imperio, pero no se descarta que formen parte de contextos diferentes y hayan llegado al mismo lugar por azares todavía imposibles de rastrear.

Los investigadores de la SFU, liderados por especialistas en arqueología y humanidades globales, han comenzado a analizarlas con técnicas avanzadas de microscopía, espectrometría de masas y comparación estilística, en un curso universitario diseñado específicamente en torno a esta colección tan atípica. Pero el enigma no es solo cronológico o estilístico: es también profundamente ético.
La Universidad Simon Fraser no suele incorporar a sus colecciones objetos sin procedencia clara o documentación legal que garantice su adquisición legítima. Este tipo de donaciones entraña un riesgo: el de aceptar piezas saqueadas, traficadas o incluso falsificadas. Y sin conocer el contexto arqueológico del hallazgo —lugar, estrato, cultura, historia— la información científica pierde valor.
Por eso, antes de aceptar oficialmente las piezas, el museo mantuvo una prolongada deliberación interna. ¿Qué debía hacerse con unos objetos que, aunque potencialmente valiosos desde el punto de vista histórico, podrían haber llegado allí por vías ilegítimas? ¿Era mejor dejarlos al margen de la investigación y exponerlos a desaparecer en el mercado negro? ¿O acogerlos, darles un espacio de estudio y convertirlos en una oportunidad educativa sin precedentes?
Finalmente, se optó por lo segundo. No se trata de canonizar sin pruebas unos objetos de valor incierto, sino de tomarlos como punto de partida para una reflexión profunda. Los estudiantes que participarán en el curso no solo estudiarán las piezas desde el punto de vista técnico y material, sino que explorarán las implicaciones legales, políticas y morales de tratar con objetos sin contexto.

¿Tesoro auténtico o elaborada falsificación?
Uno de los aspectos más fascinantes del hallazgo es que, en realidad, todavía no se sabe con certeza si las piezas son auténticas. Y eso no les resta valor: incluso si se tratara de falsificaciones, su estudio permitiría analizar cómo circulan los objetos falsos en el mercado de antigüedades, qué técnicas se emplean para su elaboración y por qué siguen teniendo tanto poder simbólico y comercial.
Algunas pistas, sin embargo, sugieren autenticidad. Uno de los medallones, por ejemplo, parece mostrar un símbolo cristiano primitivo, el crismón, lo que indicaría una datación muy precisa. Los anillos, por su parte, presentan acabados que no suelen encontrarse en réplicas modernas, aunque aún falta someterlos a pruebas metalúrgicas y de carbono para obtener conclusiones más firmes.
Otra complicación es que las piezas podrían no formar parte de un único conjunto original. Es posible que provengan de distintas épocas y lugares, reunidas con el tiempo por alguna colección privada que, por razones desconocidas, terminó donada de forma anónima. Este detalle complica el análisis, pero también lo enriquece.

Cuando la historia antigua se encuentra con la vida cotidiana
Más allá de su origen y autenticidad, lo que hace de este hallazgo algo verdaderamente fascinante es la forma en que conecta dos mundos aparentemente opuestos: el de los objetos milenarios y el de la vida cotidiana contemporánea. Que un medallón posiblemente romano haya estado a punto de ser vendido como una curiosidad barata en una tienda de segunda mano revela lo frágil que es el hilo que conecta el pasado con el presente.
También plantea preguntas incómodas sobre la gestión del patrimonio cultural. En un mundo donde los objetos antiguos circulan con frecuencia fuera de los canales legales, muchas veces impulsados por la ignorancia, la codicia o la falta de control, este caso ofrece una rara oportunidad de hacer las cosas bien: estudiar, comprender, documentar y, eventualmente, devolver si corresponde.
Porque si se llegara a identificar la región exacta de donde provienen las piezas —algo que aún está por verse— y se demostrara que fueron extraídas de forma ilegal, Canadá, como firmante de los acuerdos internacionales sobre repatriación de bienes culturales, podría verse obligada a devolverlas a su país de origen.
El curso que se lanzará en otoño de 2026 en la SFU no será uno más en el catálogo académico. A través de estas trece piezas misteriosas, los alumnos se sumergirán en las complejidades de la arqueología moderna: desde las técnicas analíticas de laboratorio hasta los dilemas éticos del coleccionismo y la procedencia. La culminación del programa será una exposición en el propio museo de la universidad, donde no solo se mostrará lo aprendido sobre los objetos, sino también todo aquello que no se puede saber con certeza.
Porque, al final, este caso es menos una historia de certezas que de preguntas: ¿quién las hizo?, ¿para quién?, ¿cómo llegaron a Canadá?, ¿quién las donó?, ¿por qué? Y, sobre todo, ¿qué otros tesoros olvidados podrían estar escondidos en rincones igualmente insospechados?