Los 10 emperadores romanos más depravados

Roma se consideraba a sí misma un faro moral y cultural que iluminaba a los pueblos que conquistaba, pero algunos de sus gobernantes fueron más crueles y salvajes que cualquier bárbaro.
Emperadores romanos depravados


Hombre alto y fornido, aunque acomplejado por su calvicie y unas úlceras faciales que le afeaban el rostro, Tiberio –quien reinó entre los años 14 y 37 d. C.– fue un buen gobernante que consolidó el poder y la riqueza de Roma. Sin embargo, algunos historiadores romanos destacan también su carácter huraño, a la vez tímido y cruel.

Suetonio, por ejemplo, cuenta que, como estaba prohibido estrangular a las mujeres vírgenes, Tiberio ordenaba al verdugo que las violara primero. Y habla de las supuestas depravaciones sexuales –pedofilia, voyerismo y sadomasoquismo– a las que se entregaba en su villa de Capri. Según el cronista, Tiberio había adiestrado a niños de tierna edad, a quienes llamaba pececillos, para que jugaran entre sus piernas en el baño y lo excitaran con la boca.

Suetonio escribe también acerca de una roca escarpada en Capri desde donde el emperador arrojaba al mar a sus víctimas después de torturarlas. Al parecer, era una persona bastante creativa a la hora de infligir dolor. Por ejemplo, obligaba a los invitados a beber una gran cantidad de vino y les ataba con fuerza el pene para someterlos al doble suplicio de la presión de la cuerda y no poder orinar. Se dice que un pescador se acercó a él para regalarle un espléndido barbo que había capturado, pero lo hizo de manera tan repentina que asustó a Tiberio, así que este ordenó que le restregaran la cara con el pez. En medio del castigo, el pescador aún tuvo ánimo de bromear: “Menos mal que no le he ofrecido la langosta que he capturado esta mañana”. Tiberio, que oyó sus palabras, ordenó ir a buscar la langosta e hizo que le desgarraran la cara con ella.

Calígula el Insomne

Más allá de los excéntricos caprichos por los que es recordado hoy –como pretender nombrar cónsul a su caballo preferido, Incitatus–, Calígula, sucesor de Tiberio, fue retratado por los cronistas Suetonio y Dion Casio como un auténtico psicópata criminal, aunque hay que decir que ninguno de los dos fue coetáneo del monarca y es muy posible que sus narraciones fueran tendenciosas.

Emperador a los veinticuatro años, Calígula padecía insomnio. Según los relatos de Suetonio, apenas lograba dormir tres horas y se pasaba las noches recorriendo los pasillos de su palacio mientras invocaba la llegada de la luz diurna. Al poco de alcanzar el poder, cayó gravemente enfermo debido, dicen, a su vida de excesos, como sus famosas bacanales, donde las mujeres sufrían todo tipo de agresiones y perversiones sexuales. Logró recuperarse, pero, cuando lo hizo, su carácter había empeorado: una de su primeras órdenes fue la de ejecutar a una serie de personas que habían ofrecido sus vidas a los dioses si el emperador recobraba la salud –lo prometido es deuda, ¿no?–.

Calígula se consideraba a sí mismo una deidad, y construyó tres templos en su propio honor. Veía conspiraciones por todas partes y se deleitaba contemplando la tortura y la ejecución de aquellos a quienes, de modo preventivo, decidía señalar. Ejemplo de paranoia autocumplida, murió apuñalado por una conspiración de senadores y pretorianos sublevados contra su tiranía.

Puedes leer íntegramente el artículo "Los 10 emperadores romanos más depravados", escrito por Pedro Estrada, en el número 455 de Muy Interesante.

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