Veintiocho grados bajo cero. Me siento en la bicicleta de grava y trato de mover los pedales a un ritmo constante. A eso se le llama pedalear en redondo. Pero aquí no se trata exactamente de eso. El hielo hace tiempo que se ha instalado en todos los rincones del mecanismo, que cruje con cada giro. El aliento aún se congela en mis labios y cuelga en forma de extraños cristales de mi barba. Mis grandes gafas de esquí están completamente empañadas. El sudor se acumula en el forro de la gruesa chaqueta funcional que llevo y supone un poco de refresco para mi piel. Pero sé que sudar a esas temperaturas es una amenaza para mi vida. Llevo horas luchando contra este dilema: no dejar de pedalear, pero tampoco sudar.
Estoy constantemente en la cuerda floja: no me puedo esforzar demasiado, pasarme ni quedarme corto. Todo esto está resultando muy exigente. Pero hoy no tengo nada que perder, todavía no. Cuando me baje de la bici más tarde y empuje la pesada puerta de acero, me encontraré con un día de verano. Más de cincuenta grados de diferencia a pocos metros de distancia. Me encuentro en la cámara climática de Deutsche Bahn, en Minden, y estamos a mediados de julio. En el contenedor, de setenta y cinco metros de largo, se prueban normalmente los prototipos de los nuevos trenes en condiciones árticas. Hoy yo estoy siendo otro prototipo.
Dentro de unas semanas emprenderé mi mayor reto, el triatlón más grande jamás realizado, una prueba de natación, ciclismo y carrera que me llevará a dar la vuelta al mundo.
"Dentro de unas semanas emprenderé mi mayor reto, el triatlón más grande jamás realizado."
Recorreré ciento veinte distancias de triatlón, lo que equivale a un total de veintisiete kilómetros, veintiún mil de ellos en bicicleta. De ellos no son pocos los que haré en Siberia y en alta montaña, donde en los meses de invierno puede hacer hasta cuarenta grados bajo cero. Y como no quiero morir congelado en una carretera helada de la tundra ártica, me voy a preparar bien y pasaré este día junto al cineasta Markus Weinberg en el que es actualmente el lugar más frío de Alemania. Debe ser el peor lugar para entrenar para cualquier ciclista. Mi bici, a la que he bautizado cariñosamente como Esposa, está siendo puesta a prueba sin piedad desde primera hora de la mañana. A cambio, hemos obtenido conclusiones muy valiosas: el lubricante comercial que se ha usado durante años es completamente inútil aquí; la cadena salta y la palanca de cambios se queda colgada, y para extraer un neumático pinchado de su llanta casi tengo que romper la rueda de carbono...
Así que tendré que mejorar mucho a Esposa para evitar encontrarme con graves problemas cuando recorra Siberia. Y todo esto, solo mi bici. ¿Cómo reaccionarán mi mente y mi cuerpo en tales condiciones? De momento no puedo ni imaginármelo, todo eso me merece el mayor de los respetos. Eso sí, me siento bien preparado. Acabo de terminar el ensayo general: un triatlón de treinta y tres días alrededor de toda Alemania. Nadé sesenta kilómetros en el lago Constanza, con una balsa roja anaranjada a cuestas y todo lo que necesitaba: una muda de ropa, un saco de dormir y comida.
Tras aquellos cuatro días el sol me provocó una dolorosa quemadura en el cuello y tenía innumerables rozaduras en el cuerpo. Cambié el traje de neopreno por la bicicleta de carretera y recorrí el Rin hacia el norte, en dirección a Frisia. Luego hacia la frontera con Polonia y pasé interminables días bajo una lluvia constante, buscando desesperadamente comida en pueblos cerrados por la pandemia y dejando atrás las tortuosas subidas por el Erzgebirge.
El día 18, después de casi tres mil kilómetros en bici, por fin pude ponerme las zapatillas de correr. Con ellas atravesé Baviera en dirección a Königssee y finalmente volví a Lindau por Füssen. En el recorrido tuve altibajos, y aprendí mucho sobre mí y lo que me proponía, en especial que aquel triatlón por el mundo iba a ser más complicada e imprevisible que todo lo que había hecho hasta ahora.
He completado dieciséis distancias de triatlón, pero en la acogedora Alemania, con sus perfectas infraestructuras... ¿Podré conseguir hacer ciento veinte, las que me llevarán a cruzar tres continentes? Me limpio el hielo de la barba con mis guantes de invierno. Pensar en las condiciones que me esperan allí me deja impactado. Esto promete ser un gran reto que exigirá que saque lo mejor que llevo dentro. Sé que todavía me queda mucho trabajo por delante antes de estar realmente preparado. Esta es sin duda la mayor aventura en la que me he embarcado en mi vida. Por el momento solo tengo un objetivo: patear y patear, no tener frío y no sudar. Todo lo demás pronto se verá. Cuando comience en septiembre descubriré de lo que soy realmente capaz. De una forma u otra.
