"Sentí una punzada de celos": la autora estadounidense Meghan O’Gieblyn frente al vértigo de escribir en la era de la IA

Aunque sería increíble escribir con la capacidad de las máquinas, O’Gieblyn no cambiaría su proceso. Para ella, la incertidumbre, las pausas y los desvíos del pensamiento humano son parte esencial. Las máquinas se están volviendo más inteligentes, pero carecen de lo que más valoramos: la capacidad de experimentar.
A través de su obra, O’Gieblyn defiende que el asombro puede seguir siendo una forma de habitar el mundo.

Meghan O’Gieblyn es una de las voces más singulares y respetadas de la no ficción estadounidense contemporánea. Su trabajo —reconocido con tres premios Pushcart y publicado en medios como The New YorkerHarper’sThe Guardian y Wired— transita con destreza entre la filosofía, la tecnología y la teología. Con una prosa afilada, una mirada profundamente analítica y una curiosidad filosófica inagotable, ha explorado durante años las tensiones entre fe, conciencia y sistemas artificiales.

En su libro Dios, humano, animal, máquina, recién publicado en español por Almuzara, traza un mapa fascinante de los cruces entre espiritualidad y algoritmos. Lejos de tratarse solo de una crítica cultural, la obra también funciona como una memoria intelectual: el registro íntimo de alguien que, tras dejar la fe religiosa, continúa buscando formas de habitar el mundo sin renunciar al asombro. O’Gieblyn examina cómo la inteligencia artificial, el lenguaje digital y la automatización transforman nuestras herramientas y reconfiguran nuestras creencias más profundas sobre lo que significa ser humano. Más que ofrecer respuestas, sus ensayos reabren preguntas fundamentales en un paisaje tecnológico cada vez más dominante.

A propósito de esta edición y de la inquietud que late en todo su trabajo, conversamos con ella sobre los rituales que nos definen, el vértigo de convivir con máquinas inteligentes y los misterios que quizá nunca logremos traducir en datos. O’Gieblyn nos respondió con la misma claridad que marca su obra: precisa, reflexiva, lúcida. Una entrevista para pensar en el presente sin perder la capacidad de maravillarse.

Meghan O’Gieblyn
O’Gieblyn es una de las voces más originales de la no ficción contemporánea, capaz de conectar fe, filosofía y tecnología en un solo gesto literario.

¿A qué hora del día te sientes más humana y a qué hora te sientes más mecánica?

Me siento más humana cuando escribo. Me siento más mecánica cuando hago ejercicio, sobre todo en invierno, cuando tengo que hacerlo en una máquina.

Imagina que una IA pudiera soñar. ¿Cuál crees que sería su primera pesadilla?

Darse cuenta de que no puede morir.

¿Alguna vez has sentido celos de una inteligencia artificial? ¿Qué estabas haciendo en ese momento?

Sentí una punzada de celos la primera vez que vi a un gran modelo de lenguaje producir texto en un instante. Pensé: qué maravilloso sería escribir así, sin dudar ni cohibirse. Pero, claro, luego me di cuenta de que esto significaría no poder experimentar lo que más disfruto de la escritura: los retos y las satisfacciones de crear significado.

¿Cuál es el hábito más animal que conservas y que nunca piensas abandonar?

Tomar siestas.

Meghan O’Gieblyn 5
En “Dios, humano, animal, máquina”, O’Gieblyn traza un mapa personal e intelectual sobre cómo convivimos con algoritmos sin perder el sentido del misterio.

Si una inteligencia artificial reconstruyera tu infancia basándose únicamente en tus correos electrónicos y búsquedas, ¿qué versión de ti crees que inventaría?

La mayoría de mis búsquedas en internet son sobre tecnología, análisis político y libros, así que imagino que sería una infancia muy aburrida y precoz.

¿Recuerdas el primer momento en que una máquina te hizo sentir algo parecido a la ternura? ¿Qué ocurrió exactamente?

Sí, fue la primera vez que interactué con Alexa, la asistente personal, mientras me alojaba en un apartamento vacacional con unos amigos. Alexa no paraba de dar respuestas incorrectas, y algunos hombres se burlaban de ella, e instintivamente dije: "¡Déjala en paz!". Creo que fue la voz femenina la que despertó en mí una sensación de protección y solidaridad.

¿Comparten la fe y los algoritmos alguna estructura común? ¿Estamos programados para creer?

Creo que los algoritmos se inspiran en los mismos instintos humanos que la fe religiosa. Ambos inspiran una sensación de misterio y asombro. Ambos exigen que abandonemos nuestro deseo de saber "el porqué" y confiemos en una inteligencia que está más allá de nuestra capacidad de comprensión.

¿Qué te da más vértigo: que hablemos del cerebro como si fuera una computadora o que las computadoras empiecen a funcionar como cerebros?

Sin duda, esto último. Durante mucho tiempo hemos considerado nuestros cerebros como computadoras, pero nos hemos aferrado a la idea de que ciertas tareas que implican imaginación o creatividad no son mecánicas. Ahora parece que las computadoras también pueden realizar muchas de esas tareas.

Desde sus ensayos, O’Gieblyn defiende que no toda inteligencia es mecánica. Algunas formas de sabiduría brotan, como en la naturaleza, del silencio.

Después de vivir con un perro robot y reflexionar sobre la inteligencia artificial, ¿qué entiendes hoy por "presencia real"?

Creo que la presencia real requiere consciencia, no solo inteligencia. Las máquinas se están volviendo más inteligentes que nosotros en muchos sentidos, pero carecen de todo lo que valoramos como humanos, que es la capacidad de experimentar cosas.

¿Alguna vez has considerado qué pasaría si un modelo como ChatGPT llevara un diario de tu vida? ¿Sería más preciso, más justo o más cruel?

Depende de lo que consideres "preciso". Sin duda, sería más objetivo, pero gran parte de la experiencia humana es subjetiva. Cuando leo los diarios de escritores y artistas, me importan menos los hechos que lo que pasaba por sus mentes, que es donde ocurre todo lo interesante.

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