¿Por qué creemos cosas increíbles?

Nuestra civilización tecnológica convive con un mundo de hechiceros, adivinos y tarotistas que venden sus poderes para vislumbrar el futuro o limpiar casas de influencias malignas. Acudimos al médico para tener hijos pero también encendemos velas marrones para potenciar la fertilidad, y no vemos ninguna contradicción entre ambos hechos. ¿Por qué?
¿Por qué creemos cosas increíbles?

En 2012 un pequeño pueblecito de 189 habitantes del sudoeste francés, Bugarach, fue invadido por grupos de iluminados que creían que el pico cercano era una especie de garaje para extraterrestres. Según ellos, pronto excavarían el interior de la montaña cercana para alojar a unos pocos afortunados y salvarlos del fin del mundo que llegaría el 12 de diciembre de 2012. Como bien sabemos no pasó nada pero, ¿qué hizo creer a toda esa gente que eso iba a suceder?

En esta civilización del iPad, el móvil, el ADN recombinante y los satélites artificiales existe un mundo donde la magia está a la orden del día. Podemos verlo en los anuncios clasificados de los periódicos, en las televisiones locales y cuando se convocan las ferias del esoterismo. Augures, hechiceros, adivinos y tarotistas venden sus poderes para vislumbrar el futuro, limpiar casas de influencias malignas y eliminar ese mal de ojo que estás seguro que te echaron y está consiguiendo que seas un desgraciado. Nos ponemos en sus manos simplemente porque ellos dicen ser capaces de controlar un mundo oscuro y etérico que escapa a cualquier comprensión racional. Vivimos una época en que acudimos al médico para tener hijos pero también encendemos velas marrones para potenciar la fertilidad, y no vemos ninguna contradicción entre ambos hechos. ¿Por qué íbamos a encontrarla, si para la mayoría el acto de encender la luz es pura brujería? Para la mayoría de la sociedad la ciencia es indistinguible de la magia y el científico una especie de hechicero tecnológico. Lejos quedan los días de la filosofía positiva de Auguste Compte, cuando se creía que la ciencia y la educación acabarían con las creencias supersticiosas. Nunca hubo posibilidad de victoria.

La creencia (sin pruebas) en la astrología está firmemente arraigada en nuestra sociedad. Foto: Istock

Animales supersticiosos

Diferentes estudios han demostrado que el ser humano va de la mano de palomas, orangutanes y ratas  a la hora de desarrollar un comportamiento supersticioso. En un clásico experimento publicado en 1977, los investigadores canadienses Douglas Reberg, Barbara Mann y Nancy K. Innis demostraron este hecho con un ingenioso experimento. Colocaron una jaula con una rata de laboratorio frente a un espacio de unos 3 metros de longitud y medio metro de anchura. Al otro extremo de este espacio situaron un plato vacío. En un determinado momento se abría la jaula y 10 segundos después caía comida en el plato, siempre y cuando la rata tardase esa decena de segundos en llegar al recipiente. Si tardaba menos, el plato se quedaba vacío. Tras una serie de ensayos de prueba y error, la rata, un animalillo muy hábil a la hora de establecer interconexiones prácticas, creó una más que evidente relación entre la aparición de comida y el intervalo temporal. Como en condiciones normales solo invertía dos segundos en llegar hasta el plato, debía dejar transcurrir los ocho restantes de una forma contradictoria a lo que su instinto natural le pedía: dirigirse directamente a la comida.

¿Qué hacía la rata en ese tiempo de sobra? Se producía lo que los psicólogos llaman un proceso pseudocausal. Cualquier comportamiento actúa confirmando y reforzando las acciones que supone que son necesarias para conseguir el alimento. Un movimiento aleatorio, por nimio que sea, adquiere un significado decisivo para el animal y le indica que esa es la causa de que caiga la comida. En definitiva, nuestra querida rata presenta un comportamiento que en nosotros recibe el nombre de supersticioso. Evidentemente uno puede objetar que en la interpretación de este experimento estamos confiriendo a la rata una concepción el mundo muy humana, y eso es pura fantasía. Sin embargo, no puede dejar de sorprendernos ese su paralelismo.

El pensamiento supersticioso se sustenta en diversos (falsos) pilares. Uno de ellos es una errónea concepción del principio de autoridad. Asumimos que es de mal fario pasar debajo de una escalera o ser 13 comensales a una mesa por tradición, porque siempre ha sido así. Lo aceptamos sin más, del mismo modo que aceptamos sin dudar el significado de las cartas del tarot, de las líneas de la mano o de los sueños. ¿Nos hemos preguntado alguna vez por qué es así y no de otro modo? Nunca. Lo dicen videntes y libros y nos basta.

El principio de autoridad funciona en la creencia en el tarot. Foto: Istock

La diferencia entre magia y ciencia

Otro pilar, quizá el más importante, es lo que le sucede a la rata: confundimos correlación con causalidad. Esta es una de las características fundamentales del pensamiento mágico, ya apuntada a principios del siglo XX por el gran antropólogo James Frazer en su libro La rama dorada. Lo bautizó como el principio de similaridad o de asociación de ideas: si una acción sucede después de otra, entonces la primera es causa de la segunda. Un ejemplo clásico es el del gallo y el amanecer; el Sol sale porque el ave canta. De este modo el mago acaba creyendo que puede controlar la salida del astro rey si hace lo propio con el canto del gallo. Encontrar correlaciones, que es lo que hacen los estudios epidemiológicos en medicina, nos dice exactamente eso, que dos sucesos están relacionados, no que uno sea causa del otro. Que los egipcios utilizaran su calendario astronómico para predecir la siguiente crecida del Nilo no implica que la causa al desbordamiento del río se encuentre en las estrellas.

Hay una diferencia entre conocer qué y conocer por qué. Determinar los porqués implica cuidadosos razonamientos y exquisitas observaciones de la naturaleza, que es donde la magia falla estrepitosamente. No es de extrañar que quienes practiquen la magia tengan una concepción errónea de la ciencia. Un ejemplo diáfano es el del gran ocultista francés del siglo XIX Eliphas Lévi, pseudónimo de Alphonse Louis Constant. En su clásica obra Dogma y ritual de alta magia afirma: "la ciencia es la posesión absoluta y completa de la verdad".

Para el antropólogo francés Marcel Mauss existen paralelismos entre magia y ciencia pues la primera “es un arte funcional que ofrece resultados tangibles". La magia se basa en el ritual para obtener ventajas sobre el mundo, y en este aspecto se separa de la religión (con la que comparte los mismos principios y los mismos instrumentos como ritos e invocaciones) y se acerca a la ciencia. Pero su objetivo es distinto: en los cimientos de la magia están en el yo y la emoción. Como apunta Mauss, una diferencia fundamental es que la ciencia se basa en la experimentación mientras que la magia es un sistema de creencias a priori. En ella, añade el antropólogo inglés Bronislav Malinowski, es el poder del individuo lo que cuenta: "La magia proporciona una serie de rituales y creencias que sirven para superar momentos peligrosos o situaciones críticas".

El poder de la angustia

Este punto es muy importante para entender la pervivencia de la magia y la superstición. Una de las fuentes de angustia del ser humano es la pérdida de control; pensar que dominamos los acontecimientos proporciona felicidad. Numerosos psicólogos afirman que la sensación de control, ya sea real o ficticia, proporciona salud mental; creer haberla perdido hace que nos sintamos tristes, indefensos y deprimidos.

Vamos a los videntes porque necesitamos certezas en la vida. Foto: Istock

Solo tenemos que fijarnos en nuestra vida. Por ejemplo, a la hora de jugar a la lotería. Si hemos buscado afanosamente un determinado número estaremos más seguros de que tocará que si jugamos uno cualquiera comprado al lotero. En los casinos, quien tira los dados está más seguro de sacar la jugada que busca que el mero espectador. Y algo todavía más curioso: la gente apuesta más dinero antes de lanzarse los dados que una vez tirados y todavía no se conoce el resultado: por alguna misteriosa magia pensamos que somos capaces de influir en la tirada. ¿Y la emoción de ver un partido en la tele? Los gritos típicos de verlo en directo desaparecen si el partido se emite en diferido y desconocemos el resultado final. Esa emoción que destila el cuerpo del aficionado es debida a que inconscientemente cree que sus gritos se van a colar por la antena y llegar al campo. Es pensamiento mágico en acción.

¿Necesitamos la superstición para sobrevivir?

Gustav Jahoda, en su libro Psicología de la superstición, abunda en este punto: la sensación de controlar la situación, aunque sea ilusoria, "puede contribuir a preservar la integridad del conjunto de la personalidad". Según cuenta el propio Jahoda, en 1955, cuando se produjo una erupción volcánica en Hawaii, "hasta los individuos de mayor cultura tomaron parte en actividades como la de arrojar ofrendas a la diosa del volcán a la corriente de lava". La superstición, lejos de constituir algo extraño y anormal, está íntimamente enlazada en nuestros modos fundamentales de pensar, sentir y, en general, de responder a nuestro medio ambiente. "Sin el pensamiento supersticioso quizá la humanidad sería incapaz de sobrevivir", apostilla Jahoda.

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