En 1963, España dio sus primeros pasos formales hacia la conquista del espacio con la creación de la Comisión Nacional de la Investigación del Espacio (CONIE), lanzando un ambicioso programa espacial que buscaba, con un modesto presupuesto de 100 millones de pesetas anuales, afianzar su desarrollo tecnológico con la fabricación de cohetes y satélites. El Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), con la experiencia adquirida desde 1942 y una colaboración ya en marcha con la NASA, se convirtió en el eje central de estos esfuerzos. Cabe destacar que estos primeros desarrollos españoles apostaron primero por el uso militar, quedando el objetivo científico en un segundo plano. Mientras tanto, en el escenario europeo, España también jugaba sus cartas, sumándose a las conversaciones que llevarían a la formación de la Agencia Espacial Europea (ESA), un gran salto hacia la independencia del viejo continente en el acceso al espacio, lejos de la sombra de Estados Unidos.

Años de colaboración
El comienzo de la CONIE fue intenso, más en cuanto a colaboración internacional que a desarrollo propio, con lanzamientos de cohetes desde la península como los Skua británicos y los Judy Dart estadounidenses, modestos en tamaño pero grandes en ambiciones. El primer cohete de la serie Skua, lanzado en 1966, rozó los cielos hasta los 70 km de altura, un precursor de lo que estaba por venir. Aunque durante esta época EEUU o la Unión Soviética ya hubieran puesto personas en órbita, es importante destacar que esta altura es superior a la conseguida por ejemplo en el primer lanzamiento del Miura 1 de PLD Space. Fuerteventura incluso fue contemplada como posible suelo de lanzamientos futuros, un sueño que bailaba en el horizonte.
Pronto, los cohetes se hicieron más avanzados, con los Nike norteamericanos que ascendían a 140 km de altura y los INTA 255, una obra de ingeniería nacional en colaboración con socios británicos, que alzaba 150 km sobre nuestras cabezas. Y así, paso a paso, España fue afianzándose en el espacio, culminando con el lanzamiento del satélite INTA SAT en 1974 desde California, un pequeño explorador que por casi dos años envió valiosas señales desde el vacío cósmico. A pesar de la emoción inicial y de los más de 300 cohetes de sondeo lanzados hasta 1975, el camino espacial español no estuvo exento de baches. Los recursos eran limitados y el apoyo político fluctuante. La CONIE enfrentaba la dura realidad de un presupuesto insuficiente, y aunque se anunciaron fases adicionales para el programa espacial, el dinero fluyó a cuentagotas. El INTA, tratando de mantener su estatus como centro de investigación, se las ingeniaba para sobrevivir financiera y científicamente.
A principios de los 70, España, con la chispa de la innovación centelleando, dio vida al INTA-300, un misil experimental de combustible sólido. Era más que un proyectil; era un coloso de más de once metros que prometía alcanzar los cielos con sus tres fases distintas. Pero el mundo, comprensiblemente, no veía con buenos ojos a un país bajo la sombra del dictador Franco jugando con tal tecnología. El tiempo pasó y, aunque el programa espacial español parecía haberse quedado dormido, nunca dejó de soñar. El Plan Nacional de Investigación y Desarrollo de 1988 fue como una alarma matutina. Nació entonces el Programa Nacional de Investigación Espacial, buscando hermanarse con iniciativas europeas, pero el retraso pesaba ya como una losa.
El programa Capricornio
Cuando por fin Hispasat, el satélite español, surcó los cielos en 1992, la huella de España en su construcción era solo de un 15%. Francia llevaba la voz cantante. No fue hasta 1997 cuando Hispasat mostró su faceta más marcial, abriendo las puertas al uso de las comunicaciones por satélite. A principios de esta década surge una idea audaz: crear un cohete espacial propio, el “Capricornio”. La aventura comienza con entusiasmo, sueños de grandeza espacial y un presupuesto de 3.000 millones de pesetas. El año de partida es 1991, con el objetivo de que el programa esté en marcha para 1996. Se preveía que este lanzador, de tres etapas, alcance los 15 metros de longitud y pueda llevar su carga al espacio.
Pero este viaje hacia las estrellas no es solo de tecnología y números. Está lleno de desafíos y colaboraciones, con motores sólidos y, más tarde, ideas de incorporar una etapa de combustible líquido que pueda encenderse repetidas veces. Las aletas dan estabilidad, y un ordenador de a bordo promete ser el cerebro que guíe el cohete hacia el firmamento. No obstante, la travesía espacial se topa con turbulencias. Voces críticas y preocupaciones ecológicas en El Hierro, donde se proyecta la base de lanzamiento, siembran dudas. A pesar de los esfuerzos por destacar los beneficios civiles y socioeconómicos, la resistencia crece.
Pero la esperanza choca contra una dura realidad. A pesar de los avances, el proyecto no parece ser lo suficientemente competitivo frente a las grandes potencias espaciales. Incluso Antonio Elías, un ingeniero de origen español, deja su marca en el mundo aeroespacial con el Pegasus en EE.UU., un recordatorio de lo que podría haber sido. La historia del Capricornio se vuelve más amarga cuando el satélite Minisat 01, en vez de ser lanzado por este cohete español, sube al espacio en un Pegasus norteamericano. El sueño de un lanzador español maduro y capaz se desvanece.
Los rumores de éxito y promesas de un futuro con cien mini-cohetes dan un giro dramático cuando la realidad económica y estratégica dicta otra cosa. El proyecto se enfrenta al veredicto final: o se une a un proyecto internacional, el Vega, o se convierte en un misil defensivo. La historia del Capricornio termina abruptamente, sin que el demostrador siquiera haya rozado el cielo. Un proyecto con potencial tanto civil como militar, se disuelve en el aire, dejando tras de sí preguntas y reflexiones sobre lo que podría haber sido si la historia hubiera tomado otro camino. Con suerte la posición de España en el espacio mejora, de la mano de figuras como Pablo Álvarez y Sara García, seleccionados en la última remesa de astronautas de la ESA y con la creación de la Agencia Espacial Española. También el sector privado deberá participar en este renovado impulso, como ya lo ha hecho al otro lado del Atlántico. El lanzamiento reciente del Miura 1 de PLD Space y el desarrollo del Miura 5, capaz de vuelos orbitales, hacen ver la luz al final del túnel.
Referencias:
- Los cohetes en el INTA, Ed. INTA, 2012.
- Wade, Mark (2008). «Capricornio» Rivera, Alicia (9 de abril de 1992). «'Capricornio' será el primer cohete español capaz de colocar satélites en órbita». via elpais.com.
- Los cohetes y misiles del INTA. El Programa Espacial español, 2021, defensa.com