Exposición Aeronaútica de Farnborough (Inglaterra), 1952. Ante unos 100 000 espectadores un caza a reacción se desintegra durante un picado. Para la investigación las autoridades pidieron a los testigos oculares de la catástrofe que dieran su versión de los hechos. De los miles de informes recibidos sólo un testimonio fue de cierta utilidad, y únicamente media docena de personas vieron más o menos correctamente la secuencia de los hechos. La mayoría de los testigos vieron la secuencia del accidente al revés, llenaron el resto con su imaginación y prefirieron las teorías a los informes.
Lo que este suceso nos demuestra de modo indiscutible es que el ser humano recuerda muy mal lo que observa. Suceden demasiadas cosas de las cuales no se es totalmente consciente, simplemente porque no podemos estar atento a todo.

¿Recordamos o inventamos?
Aquí es donde surge el problema. Cuando a veces se señala la falibilidad de la memoria, muchos entienden que se está dudando de la palabra de los testigos, de su honorabilidad. No es eso. De lo que se está dudando no es de su observación, sino de la calidad de ésta y sobre todo de la interpretación que hace. Y es que, normalmente, a los testimonios de personas sinceras y honradas concedemos un valor que no tienen. Un viejo ilusionista y jesuita mexicano, Carlos María Heredia, lo expresó muy claramente: “el testimonio humano es criterio de verdad cuando el que lo da no sólo dice lo que cree que es verdad, sino cuando lo que cree que es cierto coincide con la verdad objetiva. Si una persona confunde la impresión que recibió con lo que pasó realmente, siendo cosa diversa, su testimonio no vale nada”.
La siguiente mistificación llega cuando debemos recordar lo ocurrido. La memoria humana no funciona como una grabadora; fabrica, inventa y adapta los recuerdos a nuestras creencias y deseos. Por eso, cualquier suceso insólito se hace más enigmático si pasa el tiempo necesario. El abogado y escritor Jake W. Ehrlich -conocido como El Maestro por sus sonadas victorias en los tribunales- dejó muy claro en su libro The Lost Art of Cross-Examination el valor del testimonio de los testigos oculares: “Su testimonio es un informe de sus creencias como resultado de su reacción a un suceso. La observación y la memoria no son procesos mecánicos. Un testigo ocular no reproduce necesariamente de manera correcta lo visto y oído... Llenamos los vacíos de nuestras observaciones. Nuestra imaginación inconsciente inserta cosas que no observamos”.

Nuestra memoria es poco fiable
Es necesario volver a recalcarlo: nuestra memoria no proporciona una representación verídica de los acontecimientos tal como se experimentan. Más bien, lo que se codifica en la memoria depende de muchos factores, como aquello a lo que estamos prestando atención en ese momento, lo que ya tenemos almacenado en la memoria, e incluso nuestras expectativas, necesidades y estado emocional. Después toda esta información se integra (consolida) con otras informaciones que ya se ha almacenado en la memoria autobiográfica a largo plazo de una persona. Lo que se recupera más tarde de ese recuerdo está determinado por los mismo factores que contribuyeron a su codificación en nuestro cerebro, así como por lo que nos impulsa a recordar ese evento. Dicho de otro modo, lo que volvemos a contar sobre algo que nos sucedió depende de con quién hablamos y por qué recordamos ese evento en particular (no es lo mismo contar cómo viste un asesinato a un amigo, que hacerlo a un terapeuta o a la policía que investiga el caso).
Además, lo que se recuerda se reconstruye a partir de los restos de lo que se almacenó originalmente; es decir, lo que recordamos se construye a partir de lo que queda en la memoria después de cualquier olvido o interferencia de nuevas experiencias que puedan haber ocurrido durante el tiempo que transcurre desde que almacenamos ese recuerdo y lo recuperamos por algún motivo. Debido a que el contenido de nuestros recuerdos implica la manipulación activa (durante la codificación), la integración con información preexistente (durante la consolidación) y la reconstrucción (durante la recuperación) de esa información, la memoria es, por definición, falible en el mejor de los casos y muy poco fiable en el peor de los casos.

Ilusiones de la memoria
Es llamativo que no solo la gente común sino personas que deberían tener un conocimiento más preciso de cómo funciona la memoria, como policías y jueces, tienen una serie de creencias ingenuas sobre la naturaleza de los recuerdos que contradicen la investigación científica. Una de estas creencias, muy extendida, es que cuanto más detalles específicos pueda recordar un denunciante (como conversaciones, la ropa que vestía, el día de la semana en que ocurrió el evento o qué desayunó ese día), más precisa es ese recuerdo. Pero lo que muestra el estudio científico de la memoria es que ese detallismo, en lugar de ser indicación de que está diciendo la verdad es un presagio de que hay que ser escéptico ante ese testimonio.
Así pues, la falibilidad de la memoria incluye no sólo la omisión de detalles de la experiencia original sino que se extiende a errores de comisión, incluida la creación de ilusiones mnémicas o falsos recuerdos. Estas ilusiones de la memoria pueden ser tan simples como recordar mal si uno vio una señal de alto o una señal de ceder el paso en una intersección, hasta recordar mal experiencias enteras, como perderse en un centro comercial cuando era niño o incluso ser secuestrado por extraterrestres. Y más importante, este tipo de ilusiones pueden surgir espontáneamente en el individuo o pueden aparecer debido a sugerencias sutiles de otra persona.
¿Se pueden implantar recuerdos falsos en nuestra mente?
La idea puede parecer la base de una historia distópica de ciencia ficción, pero las investigaciones sugieren que los recuerdos que ya tenemos pueden manipularse incluso mucho después de su codificación. Es más, incluso podemos vernos obligados a creer que relatos inventados de acontecimientos son ciertos, creando recuerdos falsos que luego aceptamos como propios.
La psicóloga cognitiva Elizabeth Loftus ha pasado gran parte de su vida investigando la fiabilidad de nuestros recuerdos, sobretodo en el caso de los testimonios de testigos presenciales en juicios penales. Loftus descubrió en una serie de ingeniosos experimentos que simplemente la forma en que se formulan las preguntas para hacer que una persona recuerde un evento puede llevar a que crear falsos recuerdos en esa persona.

En un experimento de 1974, Loftus mostró a un grupo de voluntarios un vídeo de una colisión automovilística, en la que un vehículo viajaba a diferentes velocidades. Después les preguntó la velocidad del coche usando una oración cuya descripción del choque se ajustó de leve a grave usando diferentes verbos. Loftus descubrió que cuando la pregunta sugería que el choque había sido grave, los participantes ignoraban lo que habían visto en el vídeo y afirmaban que el automóvil iba a mucha más velocidad de la que reflejaba el propio vídeo. Loftus había demostrado que las propias preguntas pueden interferir retroactivamente con recuerdos ya existentes, y cambiarlos.
En 1997, James Coan demostró que incluso se pueden inducir falsos recuerdos de acontecimientos completos. Para ello imprimió una serie de folletos que detallaban diversos acontecimientos supuestamente pasados hacía muchos años y se los dio a los miembros de su familia para que los leyeran. El folleto que le dio a su hermano contenía un relato falso de cómo se perdió en un centro comercial, y dio con un hombre mayor que le ayudó a encontrar a su familia. Cuando se le pidió que recordara los hechos, el hermano de Coan estaba convencido de que se había perdido en el centro comercial e incluso embelleció la historia añadiendo con sus propios detalles.