Decenas de miles de personas en nuestro país se dedican a la venta al por menor de todo tipo de drogas: cocaína, heroína, grifa, hachís, LSD, anfetaminas, speed y éxtasis, entre otras. En el argot, quienes tienen como oficio esta actividad reciben el nombre de camellos, aunque también son llamados dílers, anchoas y burros (éste ultimo término se utiliza preferentemente en Méjico).
El empleo de camello como sinónimo de traficante de drogas a pequeña escala tiene su origen en una picaresca que se extendió entre los vendedores de los años veinte del siglo pasado. Cuando intuían una situación de peligro o la posibilidad de ser descubiertos por la policía, los traficantes escondían la mercancía debajo de sus ropas, generalmente en la espalda, a la altura de la cintura. De ahí que empezaran a ser conocidos como camellos, aunque quizás hubiera sido más correcta la denominación de dromedario, por lo de una única joroba.
Según lo mencionado, en el año 1926, se publicaron dos crónicas curiosas en el sensacionalista diario El escándalo. En una de ellas, el periodista Luis Urbano relata la detención en Barcelona de un vendedor de cocaína, conocida como Mademoiselle Cocó en aquel momento. Este traficante simulaba ser jorobado y escondía toda su mercancía en una enorme joroba de cartón que llevaba colocada en la espalda, debajo de su ropa. En la otra historia, Ángel Marsá hacía referencia al "camello metálico", al hacer referencia a la joroba de hojalata que llevaba cierto traficante.