Hablamos de un trastorno psíquico que induce una desconfianza continua hacia el mundo y que lleva al afectado a verse cada vez más abrumado por el efecto de las creencias anormales, tengan o no que ver con sus temores.
En su libro La paranoia, el psiquiatra Enrique González Duro indica que “el pensamiento paranoide es rígido e incorregible: no tiene en cuenta las razones contrarias, solo recoge datos o signos que le confirmen el prejuicio para convertirlo en convicción”.
Es un estado delirante que puede manifestarse de formas diversas (ideas persecutorias, síntomas psicosomáticos, celotipia o celos enfermizos…), aunque la idea de fondo siempre es la misma: que algo o alguien te persigue o te ataca.
Nancy C. Andreasen, neuropsiquiatra de la Universidad de Iowa, cree que la propensión a padecer paranoia no depende de una sola anomalía, sino de trastornos en varias regiones cerebrales y sus conexiones.
En escáneres cerebrales de afectados aparece actividad más baja de lo normal en los lóbulos frontales, funcionamiento anormal en el tálamo (sobre todo cuando se tienen alucinaciones) y atrofia en el tejido cerebral. Por otra parte, algunos estudios la relacionan con complicaciones en el parto, falta de oxígeno o el bajo peso del bebé.