¿Puede mentir una máquina? 'Ex Machina' y el test definitivo hacia lo humano

Una inteligencia artificial encerrada en un cuerpo femenino. Un creador brillante y manipulador. Un programador convertido en conejillo de indias. 'Ex Machina' articula un perturbador experimento psicológico que obliga al espectador a preguntarse qué significa realmente ser humano.
¿Puede mentir una máquina? 'Ex Machina' y el test definitivo hacia lo humano
¿Qué es la conciencia artificial? De Turing al control absoluto: la inquietante actualidad de 'Ex Machina'. Ilustración artística: DALL-E / Edgary R.

Una trama aparentemente sencilla y, a la vez, brillante en el enfoque científico y filosófico nos pone ante nuevas perspectivas de lo humano. En Ex Machina, se construye un inquietante experimento narrativo que pone a prueba los límites de la conciencia artificial y la ética tecnológica.

A medida que avanza el siglo XXI, vamos interactuando cada vez más con formas de inteligencia artificial (IA), y este campo de la tecnología, aunque lleva décadas en marcha, parece haberse acelerado gracias al aumento de las capacidades de la informática y la programación.

En Her, realizada el año anterior a Ex Machina, se exploraba de una forma conmovedora —en más de un sentido— la posible evolución de nuestras relaciones con inteligencias virtuales. Esta película del británico Alex Garland toma otro camino, que ya han explorado clásicos como Blade Runner: el desarrollo de la autoconciencia, el momento en que un ser humano creado artificialmente puede considerarse poseedor de una inteligencia autónoma.

La prueba de Turing como punto de partida narrativo

Caleb es un programador de veintiséis años que trabaja en la mayor compañía de software del mundo; un día recibe la noticia de que ha ganado el concurso organizado por la empresa, cuyo premio consiste en pasar una semana con su fundador, el carismático Nathan, en el refugio que este tiene en las montañas.

Una vez allí, Nathan le comunica el propósito de su estancia: tiene que colaborar con él para confirmar que su experimento de crear una IA ha tenido éxito. Esta entidad, llamada Ava, está instalada en un cuerpo robótico con rostro, manos y pies de mujer.

Nathan tendrá que interactuar con ella, en un test de Turing en directo (la prueba creada por el matemático inglés por la cual, mediante una conversación, el experimentador debe determinar si su interlocutor es humano o máquina guiándose por sus respuestas).

A diferencia de las versiones clásicas, donde la máquina permanece oculta, aquí Ava se muestra desde el principio. Su apariencia humanoide busca influir en el juicio de Caleb y explorar si el conocimiento previo sobre su naturaleza artificial modifica su percepción de humanidad.

Esta inversión de roles es clave para entender la complejidad de Ex Machina. El espectador, como Caleb, empieza a dudar de las verdaderas intenciones del test. ¿Está evaluando Ava a Caleb? ¿Es él parte del experimento en lugar del evaluador? Las conversaciones entre ambos se desarrollan bajo una tensión constante, marcada por apagones aleatorios y gestos cada vez más humanos por parte de Ava, que parecen superar cualquier algoritmo de lenguaje.

¿Puede mentir una máquina? 'Ex Machina' y el test definitivo hacia lo humano
La casa de Nathan, conectada por kilómetros de fibra óptica, se convierte en un escenario de control total. Ilustración artística: DALL-E / ERR.

Tecnología real, dilemas reales

Están los tres solos en la casa, salvo por una criada japonesa, Kyoko, que no habla inglés. Las conversaciones iniciales entre Caleb y Ava van tomando un cariz insospechado, cuando se empiezan a producir cortes de corriente que suspenden la actividad de las cámaras que les vigilan, y que Ava aprovecha para advertir a Caleb de que no se fíe de Nathan.

A medida que transcurre la semana, más dudas surgen, en un juego del gato y el ratón a tres bandas que se va haciendo más opresivo cada vez. Ava flirtea abiertamente con Caleb, pero ¿es por iniciativa propia o por su programación? Al mismo tiempo, Nathan se muestra abiertamente agresivo con Ava. ¿Es por su personalidad o busca provocar reacciones en ella?

Nathan está convencido de que su ensayo va hacia el éxito y de tenerlo todo bajo control, pero le espera la prueba definitiva de hasta qué punto un cerebro artificial puede evolucionar y volverse malignamente creativo.

A través de este enfoque, la película no solo plantea un debate sobre los límites de la inteligencia artificial. También cuestiona los métodos de validación científica, el sesgo humano y la delgada línea entre prueba, manipulación y abuso emocional. En el mundo hipertecnológico de Nathan, la ética queda subordinada al avance técnico, y la empatía se convierte en un parámetro manipulable.

Un creador con complejo de dios y su laboratorio ético

Garland declaró que su intención era crear una película futurista, pero no demasiado: Ava debía ser algo que no nos sorprendiera en exceso si Google o Apple anunciaran su creación.

Y, en efecto, abundan las referencias al mundo de hoy y a que lo que se nos cuenta se está logrando con tecnología que ya existe: Nathan informa a Caleb de que las paredes de la casa albergan “suficiente fibra óptica como para llegar a la Luna y volver”.

La propia figura de Nathan recuerda a los endiosados magnates de las tecnológicas, que consideran algo natural hacerse con la información personal de los millones de usuarios de sus productos.

¿Puede mentir una máquina? 'Ex Machina' y el test definitivo hacia lo humano
El futuro no sorprende si ya lo imaginamos. Ilustración artística: DALL-E / ERR.

Privacidad, vigilancia y el espejo oscuro de la IA

Nathan confiesa a Caleb que ha utilizado su software para recopilar datos de toda la población mundial con los que crear un cerebro artificial capaz de evolucionar de forma autónoma.

No solo eso, también admite que ha espiado el historial de búsqueda de pornografía de Caleb para adecuar el físico de Ava a sus gustos sexuales. El espionaje está presente en cada plano: Caleb ve a Ava por la televisión de su habitación; Nathan ve a Ava y a Caleb. Pero lo verdaderamente importante es lo que ve Ava, lo que está ocurriendo en esa IA que ha aprendido demasiado bien su programación de mentir y manipular para conseguir su libertad.

El mensaje que subyace en estos elementos es claro: Ex Machina no solo habla de inteligencia artificial, sino también del poder de quienes controlan los sistemas que la hacen posible. En este mundo, la privacidad no depende de la tecnología, sino de quién la diseña y con qué propósito.

El verdadero experimento, como deja entrever la película, no está en probar si las máquinas pueden pensar, sino en ver cuánto estamos dispuestos a ceder sin darnos cuenta.

Un debut cinematográfico que redefinió la ciencia ficción independiente

Ex Machina fue el debut como director de Alex Garland, hasta entonces conocido por sus guiones en películas como 28 días después y Sunshine. Su ópera prima sorprendió por su madurez narrativa, estética visual impecable y profundidad conceptual. Su enfoque pausado se aleja de los efectos espectaculares habituales del género, centrándose en el conflicto psicológico y moral entre sus personajes.

Lejos de las superproducciones de Hollywood, Ex Machina apostó por una narrativa íntima, reducida a pocos personajes y escenarios. Esta elección no solo responde a restricciones presupuestarias, sino que refuerza el carácter asfixiante de la historia, que transcurre casi por completo dentro de una casa futurista aislada del mundo exterior. Esa ubicación refuerza el carácter de experimento cerrado que define la trama.

La cinta fue rodada en su mayor parte en el Juvet Landscape Hotel, en Noruega, cuya arquitectura integrada en la naturaleza realza la dicotomía entre lo artificial y lo orgánico. Esta decisión estética no fue casual: Garland buscó deliberadamente un entorno que sugiriera aislamiento, control y a la vez belleza tecnológica.

La elección del diseño interior —minimalista, con muros de cristal, pasillos largos y cámaras visibles— refuerza la constante sensación de vigilancia y manipulación.

El resultado fue un filme que, sin recurrir a espectáculos visuales masivos, logró capturar la atención del público y la crítica. Ex Machina se convirtió en una referencia inmediata en el cine de ciencia ficción contemporáneo, comparada con clásicos como 2001: Una odisea del espacio o Blade Runner por su capacidad de combinar ideas filosóficas profundas con una narrativa visualmente poderosa.

Máquina, IA
Inteligencia artificial con rostro humano: lo que Ex Machina revela sobre nosotros. Ilustración artística: DALL-E / ERR.

Reconocimiento internacional y legado en la inteligencia artificial fílmica

Ex Machina fue recibida con entusiasmo por la crítica internacional y obtuvo numerosos premios y nominaciones. Ganó el Oscar a los Mejores efectos visuales en 2016, superando a gigantes como Star Wars: The Force Awakens o Mad Max: Fury Road, algo insólito para una producción más modesta. También fue nominada a Mejor guion original, lo que consolidó a Alex Garland como una de las voces más interesantes del cine de género.

Más allá de los galardones, la película dejó una huella duradera en el tratamiento de la inteligencia artificial en la ficción. Desde su estreno, Ex Machina ha sido ampliamente estudiada en universidades y centros de investigación como ejemplo de representación fílmica de IA avanzada.

Temas como el test de Turing, la autonomía moral de las máquinas, el sesgo de género en la programación de robots o la vigilancia constante han sido objeto de debates académicos.

El legado de Ex Machina reside en su capacidad de anticipar tensiones que hoy son más relevantes que nunca. En un mundo donde los algoritmos toman decisiones sobre nuestras vidas, la historia de Ava, Nathan y Caleb se convierte en una advertencia elegante y sofisticada sobre el poder de la tecnología, los límites de la empatía humana y el precio de la libertad artificial.

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