Del latín al Tíbet: cómo el ‘aquí y ahora’ ha moldeado la ética, la filosofía y hasta la forma de enterrar a nuestros muertos

La filosofía del presente viaja entre templos griegos y monasterios tibetanos, mostrando cómo cada cultura convirtió el “aquí y ahora” en brújula de su vida y costumbres.
monasterio tibetano frente a un puerto griego clásico, dos mundos separados por la geografía pero unidos por la búsqueda del sentido
monasterio tibetano frente a un puerto griego clásico, dos mundos separados por la geografía pero unidos por la búsqueda del sentido. Representación artística. Foto: ChatGPT-4o/Christian Pérez

“Hic et nunc” suele ser el latinajo que usan los filósofos pedantes para referirse a algo tan común como trascendental, pues significa “aquí y ahora”. Decir que el aquí y el ahora son trascendentales puede parecer un oxímoron, ya que la definición literal de trascender es ir hacia arriba, para de alguna manera, alejarse del aquí y pretender un ahora universal. Pero tenme paciencia y deja que te explique un par de cosas.

Sumergirse en el presente y anclarse a un lugar concreto, es algo que no suele ser del agrado de la mayoría de los filósofos del método. Debemos pensar que la filosofía busca dar explicaciones amplias, generar metodologías abarcativas y principios universales solo sustituibles por otros principios igual de universales que los anteriores, por lo menos si hablamos de esas filosofías consideradas sistemáticas, o sistemas filosóficos; las de los grandes relatos.

Pero, y aquí viene el “pero”, si hablamos de ética y construcciones morales la cosa cambia dramáticamente. Porque donde la metafísica, por ejemplo, ve en el “aquí” un imposible y la lógica lo ve también en el “ahora”, la ética entiende que es precisamente esa una de sus necesidades constitutivas.

Si la ética es el modo de relación de los animales humanos, como ya te he contado unas mil veces, piénsalo un momento, no hay relación posible entre humanos si no coinciden estos en el aquí y en el ahora. ¿Fácil no? Casi parece una de esas explicaciones peregrinas de Coco en Barrio Sésamo. Si es que me lo estoy imaginando ya…

Coco, de Barrio Sésamo
Coco, de Barrio Sésamo. Foto: Wikimedia

Y aunque a simple vista pueda parecer una necesidad circunstancial, y poco más. El aquí y el ahora son tan determinantes para la constitución de las morales como lo pudieran ser las costumbres, como también hemos visto ya.

Que el pensamiento filosófico, como ahora lo entendemos, surgiera en una zona muy concreta del mediterráneo, en un tiempo también concreto ¿crees que fue casualidad? La casualidad fue que se dieran las circunstancias facilitadoras de esto, es cierto, y esto nos enraíza nuevamente con el aquí y el ahora. El mediterráneo oriental en ese periodo concreto de tiempo -aquel “ahora”- era una zona muy frecuentada por mercaderes y viajeros de todas las culturas del mundo conocido. Además, tener una lengua y una escritura común ayudaba muchísimo al entendimiento y a la creación de un sentimiento de pertenencia cultural y, a su vez, permitía mantener viva la herencia de las tradiciones y relatos fundacionales comunes, a los que llamamos mitología.

Hasta la climatología propia del lugar -del “aquí”- jugó un papel fundamental para que este florecimiento del logos, de la razón, ocurriera. No es lo mismo poder pasear, curiosear y charlar en sandalias la mayor parte del año por el puerto de Atenas o de Siracusa, que hacerlo en alguna de las islas del estrecho de Kattegat que comparten Dinamarca, Suecia y Noruega. Allí donde hablar es más facil y ayuda al desarrollo personal y colectivo será un valor a destacar dominar el arte de la retórica y la persuasión, y otras tantas habilidades sociales, frente a donde mejor es estar calladito para no perder calor interno o que un oso te descubra y se coma tu hígado de merienda. No es lo mismo hacer vida en la calle todo el año que escondido en una cueva, o refugiándote del calor abrasador en una jaima en mitad del Sahara.

¿Sabías que a los discípulos de Aristóteles los llamaban los peripatéticos y de dónde viene el nombre de estoicos, o que a la escuela de Epicuro la llamaban “el jardín”? Algunos traducen el termino peripatéticos por “los que caminan alrededor de un patio” porque a Aristóteles no le gustaba dar clase encerrado y prefería salir a pasear con sus alumnos. Los estoicos eran literalmente, los que se reunían en el pórtico. Y a Epicuro le gustaba citar a todos sus amigos y amigas en el jardín de su casa, que también era un huerto, donde si bien les iba podían quedarse por días disfrutando del placer de la compañía mutua. Pues imagínate hacer algo de esto en la zona que ahora ocupa la hermosa Finlandia, pero además hace dos mil trescientos años… claro, claro.

Podrás pensar que no deja de ser algo circunstancial, sí, una casualidad que obró de tal manera que unió espacio y tiempo, “aquí y ahora”, para que las cosas se dieran así, ¿y acaso no sucede esto con casi todas las cosas? Quizá no lo sepas, pero estamos flirteando con el concepto de “lo contingente” del que con suerte podremos charlar en otro momento, pero hasta entonces, te dejo con esta definición:

“Lo contingente es aquello que puede suceder, o no suceder, no habiendo necesidad de que nada de esto ocurra.”

Por tanto, lo contingente se opone frontalmente al determinismo. ¡Anda que no nos quedan cosas por hablar! El determinismo es la creencia de que todos los acontecimientos tienen una relación necesaria con los acontecimientos anteriores y así hasta el momento de “algún tipo de creación”, dejando fuera el azar y la casualidad. Por lo tanto, estirando el argumento, podríamos predecir el futuro desde el conocimiento exhaustivo del presente y de la cadena de acontecimientos pasados. Y sí, de aquí a los echadores de cartas, astrólogos y los rumpólogos hay una pestaña. De hecho, el paso del pensamiento determinista al contingente es tan relevante históricamente como el paso del mito al logos, e igual de arbitrario.

Y podría ir mucho más allá. El aquí y el ahora son tan importantes para la construcción moral que, si allí donde estás no puedes enterrar a tus muertos, porque el tipo de terreno lo impide y tampoco puedes quemarlo, porque el combustible necesario es un bien escaso y preciado, así como tampoco puedes hacerle un túmulo u otro tipo de enterramiento, la moral atenderá a esta peculiaridad circunstancial y encontrará una solución que, bien justificada e interiorizada por todos los miembros de la sociedad, perdure en el tiempo hasta que el aquí y ahora inicial cambien y con ellos las reglas del juego. ¿No encuentras ningún ejemplo? ¿Conoces los enterramientos celestiales del Tíbet?

Esta es una práctica funeraria, no apta para aprensivos occidentales, que consiste en desmembrar y destazar el cadáver del familiar fallecido para darlo de comer a las aves carroñeras de la zona. Una vez mondos los huesos más grandes estos se parten y mezclan con harina para que los buitres acaben de una vez con todo.

¿Te imaginas tener que hacer esto con un familiar? No, no quiero chistes de suegras.

Para las creencias de la zona el alma es lo realmente importante, no el cuerpo. Así que, una vez muertos, el cuerpo no es más que una cascara vacía que no representa nada pero que, bien manejado por una cultura que lo aprovecha todo, ya que las condiciones de supervivencia en el Tíbet son hostiles, permite alimentar a otros seres vivos, como las aves de carroña. ¿Habrían tenido que desarrollar una construcción moral así, que diera pie a esas creencias religiosas, si la tierra hubiera sido blanda y facil para cavar, si la madera sobrara, si el sitio fuera tan fértil y generoso que pudieran dedicar tiempo a construir tumbas de piedra y no a buscar alimento y calor? Claro que no y a las pruebas de nuestra cultura ibérica me remito.

Dolmen de Azután
Dolmen de Azután. Foto: Wikimedia

Continuará…

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