Marchitará la rosa el viento helado,
Todo lo mudará la edad ligera
Por no hace mudanza en su costumbre.
Fragmento del soneto XXIII de Garcilaso de la Vega (1498 – 1536)
Si alguna vez has escuchado a alguien justificar una acción o hecho, de cualquier tipo eso da igual ahora mismo, afirmando que “de toda la vida se ha hecho así”, “que así han sido siempre las cosas” y que eso justifica que sigan siendo así, in saecula saeculorum, seguramente te estés enfrentando a una falacia lógica a la que llamamos “argumento ad antiquitatem” o también “apelación a la tradición”. Demasiado latín para el párrafo de inicio ¿no te parece?
Que durante la mayor parte de la historia humana la esclavitud estuviera presente de manera continua en nuestra realidad no justifica que hoy esté bien, ¿o sí? Seguro que para ciertos casos lo tenemos muy claro y para otros ya no tanto, a ver. ¿Piensas que la festividad del día de Todos los Santos, nuestra tradición centenaria de ir a los cementerios a llevar flores a los nuestros, está en peligro por la irrupción de Halloween? No hace falta que contestes, solo pretendo hacerte ver que hay algo relativo a las tradiciones y costumbres que quizá tenga más fuerza de lo pudieras imaginarte.
Como recordarás, la palabra costumbre en griego es la raíz de ética y en latín de moral, ahí es nada. ¿Algo tendrán entonces que ver las costumbres y las tradiciones con la ética? Pues quizá más de lo que a simple vista podrías imaginarte.
Las morales no solo son la reglamentación del modo de relación de los animales humanos, esto ya lo hemos visto antes. También dotan de un sentido simbólico a nuestro día a día. Ordenan el tiempo y priorizan ciertas acciones en determinado momento concreto, marcando así el año completo, ordenándonos la vida. Te lo explico.
Convendrás conmigo que, por lo menos en esta parte del mundo, la navidad es el gran festejo anual por antonomasia. “La natividad del Señor” es la celebración del nacimiento del hijo de Dios, y en estas fechas la reivindicación de la familia, los buenos deseos, la solidaridad, la caridad, el agasajo a los niños y más desfavorecidos, la alegría y el compartir en general, son los sentimientos que pretendemos honrar en esta festividad. Además, la navidad marca el fin y el inicio del año. El nacimiento de un año nuevo al que aspiramos llegar limpios de vicios y malos hábitos para arrancar con nuevos y mejores propósitos. ¿No te suena arrebatadamente moral? Podrás pensar que estando de por medio la cuestión religiosa es normal que estas fiestas tengan esa tendencia moralista, pero y ¿si no es “tan así” como te imaginas?
El peso de la costumbre trasciende lo religioso, porque esto es advenedizo y transitorio. Es cierto que con el cristianismo llevamos dos mil años mal contados, y no parece tan pasajero. ¿Pero qué pensarías si te digo que si mañana desapareciera el cristianismo seguiríamos festejando más o menos las mimas fiestas bajo cualquier otro nombre? ¿Y si ya lo hemos hecho antes del cristianismo?

Podría ser el año 217 a.C. cuando los romanos comenzaron a festejar la Saturnalia o las Saturnales, esto es, las fiestas en honor al dios Saturno. Durante los días 17 a 23 de diciembre decoraban sus casas con velas y plantas ornamentales y entre amigos y familiares se hacían regalos y se festejaban unos a otros con banquetes y algún que otro revolcón. Las festividades tuvieron tanto éxito que fueron cambiando y ampliándose con el tiempo y se alargaron hasta el día 25 de diciembre. Cuando se introdujo la festividad de la “Natividad del Sol Invicto” que según ellos era de origen persa. Algunos historiadores reconocen en este Sol victorioso al dios solar Mithra del que tenemos noticias desde el año 1.400 a.C. y lo podemos situar en las mitologías persa e indoirania.
Sea como fuere, festejar el nacimiento del Sol en estas fechas tiene todo el sentido del mundo porque, como sabrás, en el hemisferio norte el día 21 de diciembre se produce el solsticio de invierno, esto es, la noche más larga del año y el día más corto. A partir de esa fecha los periodos de luz solar se van ampliando hasta el 20 o 21 de junio que es el solsticio de verano, el día más largo del año y, por ende, la noche más corta… y sí, también se celebra en medio mundo, con las famosas fiestas relacionadas con el fuego.

Algunos historiadores afirman que el ser humano lleva algo más de 12.200 años celebrando el solsticio de invierno. Pues para la cultura neolítica, eminentemente agricultora, esta fecha era fundamental porque marcaba el fin de las pocas siembras de invierno, allí donde se podían dar, y el esperado inicio de un nuevo ciclo, del nuevo año. La fecha del solsticio de invierno era tan importante que numerosos monumentos megalíticos en todo el hemisferio norte están alineados con la salida del Sol en esta fecha tan astronómicamente relevante. Y me niego a creer que las algunas culturas paleolíticas no hubieran identificado también esta fecha del calendario, pues es vital para saber cuándo renace el Sol, cuando reaparece la vida y podemos respirar aliviados. Por supuesto que es una fecha alegre en la que festejar haber sobrevivido a un invierno que ya tiene los días contados, claro que hay que favorecer a los más débiles y los niños por haber conseguido permanecer entre los vivos, claro que es momento de compartir. ¿No ves que cómo animales sociales lo que más nos gusta es comer y beber juntos, y más si hay un motivo justificado para hacerlo? ¿No lo seguimos haciendo hoy?
La fuerza de la costumbre, por tanto, es fundamental en nuestra construcción social y en la forma de ordenarnos la vida, darnos sentido de pertenencia y justificar el porqué de que las cosas sean como deben ser. Y esta es una acción que recae en la moral, en cómo debemos hacer las cosas entre nosotros.
Por cierto, ¿sabías que Halloween es una festividad de origen celta que tiene más de 3.000 años?

En esta fecha los celtas se disfrazaban y hacían hogueras para ahuyentar a los malos espíritus del frío y del invierno que ya llegaban. Llamaban a esta noche de disfraces Samhain, que viene a significar “fin del verano”, para así dar paso a la oscuridad del invierno. Lo que quizá no sabías es que Halloween, o Hallowe’en (según fuentes consultadas) es la contracción de All Hallows’ Eve, que vendría a ser “the evening before All Saints' (or All Hallows') Day”, o lo que es igual en la lengua de Cervantes a “la víspera del Día de Todos los Santos”. Día que en su origen se celebraba el 13 de mayo y honraba a los primeros mártires del cristianismo. Fue el Papa Gregorio IV en el año 835 quien estableció el 1 de noviembre como el Día de Todos los Santos.
Fíjate qué curioso, pues escogió esta fecha porque coincidía con una festividad de los pueblos germánicos, ya que en aquella época el objetivo de la Iglesia era ir eliminando las fiestas paganas del calendario y asimilándolas en su orden de celebraciones propio. Y claro, la fiesta a la que nos referimos era, obviamente, el Samaín o Samhain, esa tradición de origen celta (que todavía se celebra en algunas partes de Galicia) y que es el origen del actual Halloween. ¿Y ahora qué? ¿Está desplazando esta festividad tan “gringa” al Día de Todos los Santos o simplemente está reivindicando su primogenitura? Continuará…