¿Por qué adolescentes y jóvenes asumen riesgos? Una mirada desde la psicología evolutiva

Peleas callejeras, retos extremos o decisiones que rozan lo temerario. ¿Irresponsabilidad juvenil o estrategias con sentido? Una nueva mirada desde la psicología evolutiva sugiere que muchas de estas conductas responden a necesidades profundas: destacar, pertenecer, sobrevivir.
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El precio del peligro... a cambio de un instante de gloria. Fuente: YouTube

Dos pandillas de barrio, un cruce de miradas que acaba en una pelea grupal; un grupo de amigos en un hotel, uno de ellos preparado para saltar desde un balcón a la piscina; una noche de fiesta, una persona yace inconsciente al borde del coma etílico; una carrera nocturna, dos coches a más de 100 km/h y un cruce transitado. ¿Imprudencia juvenil o algo más profundo? Estas escenas no son excepcionales: se repiten cada día en diferentes rincones del mundo, protagonizadas, en su mayoría, por adolescentes y jóvenes.

Como bien sabemos, en muchas ocasiones estas prácticas de riesgo acaban en tragedia, principalmente en lesiones y muertes por traumatismos, sobredosis o ahogamiento, ya sea de forma inintencionada, como un accidente de tráfico, o intencionada, como una agresión. Esto ha llevado tanto a la sociedad como al mundo académico a considerar la asunción de riesgo como una señal de inmadurez o incluso de trastornos mentales

Sin embargo, a pesar de las devastadoras consecuencias, ¿sería posible que las conductas de riesgo pudieran tener un sentido funcional? ¿Podrían ser estrategias que en ciertos contextos generen ventajas para la supervivencia y la reproducción?

¿Por qué adolescentes y jóvenes asumen riesgos?

La adolescencia y la juventud son etapas del ciclo vital con importantes cambios biológicos, psicológicos y sociales. En concreto, en el plano social, estas etapas se caracterizan por una fuerte necesidad de encajar en el grupo de iguales y por el interés en las relaciones sexuales. ¿Podría la asunción de riesgos ser una estrategia que facilite satisfacer estas necesidades sociales?

Según el enfoque evolutivo del comportamiento, el ser humano, a lo largo de su historia evolutiva, ha tenido que enfrentarse a una serie de retos, como son sobrevivir, formar vínculos sociales y reproducirse. Estos retos han dado lugar a lo que se conoce como motivos sociales fundamentales, que organizan nuestras necesidades de forma jerárquica. En la base, se sitúan los motivos de supervivencia (evitación de enfermedad y autoprotección), en un nivel medio, los de socialización (afiliación y búsqueda de estatus) y, por último, los motivos de reproducción (atracción y conservación de la pareja, y cuidado familiar).

Por tanto, desde una aproximación evolutiva, la asunción de riesgos puede actuar como una conducta adaptativa, al favorecer en determinadas situaciones las necesidades de supervivencia y reproducción.

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Pirámide de los motivos sociales fundamentales. Fuente Douglas T. Kenrick, Vladas Griskevicius, Steven L. Neuberg, & Mark Schaller

El papel del estatus social y de la familia

Un motivo social relevante en adolescentes y jóvenes es la búsqueda de estatus. Este motivo se caracteriza por la necesidad de respeto y reconocimiento de los demás, principalmente el grupo de iguales. Debido a su relevancia, la búsqueda de estatus puede llevar a asumir riesgos importantes, como consumir drogas para encajar en un grupo, hasta involucrarse en peleas o actos delictivos para ganarse el respeto.

Por el contrario, el motivo de cuidado familiar actúa como un freno frente a la asunción de riesgos. Los jóvenes que valoran las relaciones con sus seres queridos tienden a evitar conductas que puedan dañar o poner en peligro ese vínculo.

Costes, beneficios… y decisiones racionales

A menudo se dice que los jóvenes y, sobre todo, los adolescentes, no piensan en las consecuencias. Pero los estudios muestran que no es exactamente así. A la hora de tomar decisiones, adolescentes y jóvenes sopesan lo que pueden ganar (estatus, aceptación, atracción sexual), pero también cuáles son los costes (hacer el ridículo, sufrir daños físicos o consecuencias legales).

Curiosamente, adolescentes y jóvenes perciben como más beneficiosos los riesgos que implican el cuidado de seres queridos, como arriesgar la vida para salvar a un familiar o donar un órgano. Por el contrario, asumir riesgos para obtener estatus social, como mentir o usar la fuerza para parecer más dominante, no solo son percibidos como menos beneficiosos por adolescentes y jóvenes, sino también como altamente costosos. Esto sugiere que el proceso de toma de decisiones en adolescentes y jóvenes no es tan impulsivo o irracional como se suele pensar, sino que responde a un sistema lógico y funcional, aunque adaptado a sus prioridades evolutivas.

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¿Vale la pena? El dilema de una elección con consecuencias. Fuente: Freepik

La infancia deja huellas: estrategias de vida

No todos los adolescentes y jóvenes asumen riesgos o, al menos, no lo hacen en la misma medida. Una variable clave para entender estas diferencias es la infancia. Se ha comprobado que haber crecido en entornos inseguros, con ausencia de figuras parentales, experiencias traumáticas o estrés constante, genera el desarrollo de lo que se conoce como estrategias de vida rápida.

Desde un punto de vista evolutivo, una estrategia de vida rápida consiste en priorizar el presente frente a un futuro incierto. Además, se manifiesta en la búsqueda inmediata de pareja, competición más intensa y, por tanto, mayor propensión al riesgo. En cambio, una estrategia de vida lenta, más típica de entornos seguros, se basa en planificar a largo plazo, invertir en el crecimiento personal y evitar comportamientos peligrosos.

Ninguna de estas estrategias es mejor en términos absolutos, cada una se adapta a su entorno. En contextos peligrosos e impredecibles, actuar rápido y asumir riesgos puede ser, paradójicamente, lo más sensato. Al menos desde un punto de vista evolutivo.

Cuando el entorno sexual cambia las reglas del juego

El contexto actual en el que se encuentra la persona también influye. Una contribución de la teoría evolutiva en el estudio de la asunción de riesgos es la proporción de sexos: el número de hombres y mujeres disponibles en un entorno concreto, por ejemplo, un aula. Estudios han demostrado que, en aulas donde hay más chicos que chicas, ellos tienden a asumir más riesgos. ¿La razón? La competencia por atraer pareja se intensifica y, con ella, la necesidad de destacar.

Entre chicas, el patrón es más complejo. Solo aquellas con estrategias de vida rápida muestran una mayor propensión al riesgo cuando hay más competencia femenina. Esto demuestra que el contexto y la historia individual interactúan en la configuración de las conductas. Es decir, la conducta, por tanto, no solo depende de quiénes somos, sino también de con quién estamos rodeados.

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Cuando el número pesa: la proporción de hombres y mujeres cambia nuestra forma de actuar. Fuente: Unsplash

¿Y las diferencias entre chicos y chicas?

En general, los chicos adolescentes y jóvenes asumen más riesgos que las chicas. Desde una perspectiva evolutiva, esto tiene sentido: los hombres, a lo largo de la historia, han estado más implicados en la competición reproductiva, lo que los ha llevado a asumir mayores desafíos, incluso con coste personal. Las mujeres, en cambio, han jugado un papel más directo en la supervivencia de la descendencia, lo que favorece estrategias más prudentes.

Estas diferencias no implican determinismo biológico ni que estemos “programados” para actuar de una manera fija. Si bien han tenido cierta lógica adaptativa a lo largo de nuestra historia evolutiva, no son inmutables. Al fin y al cabo, se trata de tendencias generales que pueden cambiar en función del entorno, las experiencias y las oportunidades disponibles. 

¿Y ahora qué? Implicaciones para la prevención

Comprender el origen funcional de las conductas de riesgo no significa justificarlas ni resignarse a ellas. Pero sí nos permite entender que, en muchos casos, los adolescentes no están fallando, sino adaptándose. Y esto es un aspecto fundamental que los programas de prevención deberían tener en cuenta.

Eliminar de raíz estos comportamientos, sin ofrecer alternativas, puede suponer privar al joven de un recurso, aunque imperfecto, para alcanzar metas legítimas. Es por ello que la clave está en ofrecer alternativas prosociales, canales seguros a través de los cuales adolescentes y jóvenes puedan lograr estatus, conexión social o reconocimiento sin poner en riesgo su bienestar.

Además, fomentar el vínculo familiar y trabajar desde los contextos cercanos puede ser una de las formas más efectivas de reducir los comportamientos de riesgo. Al fin y al cabo, incluso en sus decisiones más temerarias, los adolescentes están intentando encontrar su lugar en el mundo. Comprender no es lo mismo que justificar, pero sí es el primer paso para intervenir de forma eficaz y humana.

Referencias

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Javier_salas

Javier Salas Rodríguez

Licenciado en Psicología. Doctor por la Universidad de Málaga


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Luis Gómez Jacinto

Catedrático de Universidad. Doctor en Psicología por la Universidad de Málaga.


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Natalia del Pino Brunet

Graduada en Trabajo Social y Educación Social. Doctora por la Universidad de Málaga


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Isabel Hombrados Mendieta

Catedrática de Universidad. Doctora en Psicología por la Universidad de Málaga

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