Los incendios forestales constituyen un fenómeno recurrente en gran parte de los ecosistemas, particularmente en regiones de clima mediterráneo, donde la combinación estacional de altas temperaturas, baja humedad relativa, sequías prolongadas y acumulación de biomasa combustible incrementa de forma significativa la probabilidad de ignición. En estas condiciones, basta una chispa, de origen natural o antrópico, para desencadenar en cuestión de minutos un frente de fuego de gran intensidad, capaz de modificar de manera drástica la estructura y el funcionamiento de los ecosistemas. Los impactos inmediatos incluyen afecciones a la vegetación, suelo, fauna y la amenaza directa a infraestructuras y asentamientos humanos.
Una vez extinguido el incendio y desaparecidos los últimos focos activos, el escenario predominante es el de un paisaje aparentemente devastado: árboles calcinados que permanecen en pie como esqueletos, suelos cubiertos por una capa de cenizas y un olor persistente a combustión que puede prolongarse durante semanas. A primera vista, la destrucción parece absoluta y la percepción común es que el ecosistema ha quedado reducido a un estado de muerte y esterilidad. No obstante, esta visión resulta incompleta. Tras el paso del fuego, se desencadenan procesos complejos a múltiples escalas. Bajo la capa de cenizas y en el interior del suelo, tienen lugar dinámicas biogeoquímicas y ecológicas que redefinen la disponibilidad de nutrientes, incluida la presencia de materia orgánica pirogénica que únicamente algunos procariotas pueden utilizar.
Las nuevas características del suelo alteran la estructura microbiana y abren nuevas trayectorias para la regeneración vegetal. La magnitud y dirección de estos cambios dependen de factores como la severidad del incendio, la recurrencia, las características del suelo y la composición previa de la vegetación. Estos mecanismos invisibles son los que determinarán si el ecosistema avanza hacia un proceso de recuperación y resiliencia, mediante la germinación o rebrote de las especies adaptadas al fuego, la recolonización de microorganismos beneficiosos y en definitiva la reorganización del paisaje, o, por el contrario, si entra en una fase de degradación progresiva que puede conducir a la pérdida de biodiversidad, erosión acelerada y colapso funcional.

Un mundo oculto bajo nuestros pies
El suelo de un bosque no es un simple soporte físico para la vegetación. Constituye un ecosistema en sí mismo, un microcosmos que alberga millones de bacterias, hongos, arqueas y otros microorganismos en cada gramo de tierra. Aunque invisibles a simple vista, estos organismos son esenciales para el funcionamiento del ecosistema: sin ellos, no existirían los árboles ni las comunidades animales que dependen de su productividad.
Las bacterias del suelo desempeñan funciones clave en los ciclos biogeoquímicos. Participan en la descomposición de la materia orgánica, reciclan nutrientes, fijan carbono y nitrógeno atmosférico, y contribuyen a mantener la fertilidad y estabilidad estructural del suelo. En definitiva, que garantizan que los recursos esenciales estén disponibles para las plantas y los organismos heterótrofos en el funcionamiento de la cadena trófica
La pregunta es inevitable: ¿qué ocurre con estas comunidades microbianas cuando un incendio afecta al ecosistema? Una serie de estudios liderados por investigadores de la Universidad de León —publicados principalmente en la revista Science of the Total Environment— utilizando técnicas de secuenciación de alto rendimiento a partir de DNA ambiental, mostraron que los incendios de alta severidad provocan una profunda alteración en la composición y diversidad bacteriana. Así, a corto plazo, dos meses después del incendio ocurrido en la Sierra de la Cabrera, se constató que la diversidad bacteriana del suelo se había reducido hasta en un 58 % en comparación con la encontrada en las áreas no quemadas. Esta pérdida implica no solo una disminución en el número de especies presentes, sino también una reducción en la funcionalidad ecológica del suelo.
Sin embargo, el fuego no significa un final absoluto. Tras la perturbación, aparecen grupos bacterianos resistentes que colonizan rápidamente el nuevo ambiente. Entre los más destacados se encuentran Massilia, Arthrobacter y Paenibacillus, géneros capaces de tolerar las altas temperaturas, aprovechar los cambios en la disponibilidad de nutrientes y establecerse en suelos profundamente alterados. Estos grupos de bacterias no solo aseguran cierta continuidad en las funciones ecológicas básicas, sino que también actúan como bioindicadores: su abundancia y persistencia permiten inferir la severidad del incendio y la trayectoria potencial de recuperación del ecosistema.

La recuperación lenta de las comunidades invisibles
Una segunda investigación en la que se analizan los cambios en el tiempo, realizada también en la Sierra de Cabrera, se ofrece un resultado revelador: la mayoría de las comunidades bacterianas logran recuperarse. Es decir, el suelo demuestra una capacidad de resiliencia notable, especialmente en aquellos ecosistemas que están adaptados a perturbaciones frecuentes y que representan etapas menos maduras de la sucesión, como los brezales y aulagares. De tal forma que los ciclos rápidos de regeneración de la vegetación se sincronizan con la recuperación de la comunidad microbiana y prácticamente esta se complete en solo dos años, incluso en aquellas áreas afectadas por alta severidad. Sin embargo, en comunidades arboladas mucho más maduras, como son los robledales, los cambios de la microbiota del suelo son más profundos, mostrando un ritmo de recuperación más lento, y al cabo de dos años la recuperación es parcial. Es decir, que el suelo en estas comunidades demuestra tener unas cicatrices profundas en la composición bacteriana, reflejando una menor capacidad de respuesta frente a perturbaciones extremas.
En todos los ecosistemas analizados, otro hallazgo especialmente interesante fue el papel del azar en la dinámica de las comunidades microbianas. La recuperación no sigue un patrón único ni predecible: algunas especies bacterianas reaparecen con fuerza, otras desaparecen definitivamente y, en ocasiones, surgen nuevas especies que antes no estaban presentes. Estos cambios demuestran que son procesos estocásticos y, por lo tanto, convierten al suelo en un verdadero laboratorio de sucesión ecológica tras el incendio, donde cada comunidad microbiana sigue trayectorias de reorganización únicas e irrepetibles.

Lecciones desde las cenizas
Los estudios llevados a cabo por el equipo de la Universidad de León llevan a tres lecciones importantes desde las cenizas:
- (i) Lo invisible importa tanto como lo visible. Tras un incendio, no basta con considerar el efecto sobre la vegetación, el futuro del bosque depende también de la vida microscópica que habita en el suelo.
- (ii) La severidad o grado de daño ocasionado por el fuego es una de las propiedades clave a considerar, ya que una alta severidad podría afectar a la multifuncionalidad del ecosistema y, por lo tanto, condicionar su funcionamiento por años.
- (iii) No todos los ecosistemas son igual de resilientes. Las comunidades de matorral, como los brezales y aulagares, adaptados a perturbaciones frecuentes, muestran una recuperación rápida de las comunidades microbianas y de la vegetación. En cambio, los robledales maduros son más vulnerables a los incendios y corren mayor riesgo de sufrir cambios irreversibles.

¿Qué hacemos con esta información?
En las zonas de clima mediterráneo, la característica sequía estival se está intensificando: los veranos son cada vez más cálidos y secos, lo que favorece que los incendios forestales se propaguen con mayor frecuencia y virulencia. Estos hallazgos constituyen una llamada de atención y señalan la urgencia de adoptar medidas que refuercen la resiliencia de los ecosistemas:
- Gestión del combustible. Retomar prácticas tradicionales como el pastoreo, la resinación o la recogida de leña contribuye a reducir la carga de material inflamable en los montes, disminuyendo así el riesgo y la intensidad de los incendios.
- Diversificación del paisaje. La creación de mosaicos que combinen pinares, robledales, matorrales y áreas agrícolas genera paisajes más resistentes, en contraste con las extensas masas continuas de una sola especie, más vulnerables a incendios catastróficos.
- Políticas adaptativas. No se trata solo de apagar fuegos, sino de planificar a largo plazo qué bosques, con qué especies y bajo qué condiciones serán capaces de resistir mejor los incendios futuros, asegurando la conservación de sus funciones ecológicas y los beneficios que aportan a la sociedad.

Verde entre cenizas
La naturaleza tiene una capacidad de resiliencia impresionante, pero no infinita. Si los incendios se multiplican y los paisajes se gestionan de manera inadecuada, podemos llegar a un punto de no retorno. Quizás la metáfora más precisa sea esta: los incendios son exámenes implacables para los ecosistemas. Algunos los aprueban con esfuerzo, otros suspenden, y otros solo podrán recuperarse si les damos tiempo y cuidado. La lección es evidente: proteger y gestionar bien nuestros bosques es la única manera de asegurar que puedan afrontar los exámenes del futuro.

Referencias
- Sáenz de Miera, L. E. Pinto, R., Gutierrez-Gonzalez, J. J., Calvo, L., & Ansola, G. (2020). Wildfire effects on diversity and composition in soil bacterial communities. Science of The Total Environment, 726, 138636. doi: 10.1016/j.scitotenv.2020.138636
- Pinto, R., Ansola, G., Calvo, L., & Sáenz de Miera, L. E. (2023). High resilience of soil bacterial communities to large wildfires with an important stochastic component. Science of The Total Environment, 899, 165719. doi: 10.1016/j.scitotenv.2023.165719

Luis E. Sáenz de Miera
Dr. en Biología por la Universidad de León


Rayo Pinto Prieto
Biólogo. Investigador predoctoral del Área de Ecología. Universidad de León.


Leonor Calvo Galván
Doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad de León


Gemma Ansola
Dra. en Biología
