La Guerra Fría, uno de los períodos más tensos y significativos del siglo XX, marcó un punto de inflexión en la historia mundial. El término se refiere a la confrontación ideológica, política y militar que se produjo después de la Segunda Guerra Mundial entre dos superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética. Mientras que la Segunda Guerra Mundial había unido a estas naciones contra un enemigo común, las diferencias ideológicas y los intereses divergentes rápidamente las convirtieron en rivales.
Origen y desarrollo de la Guerra Fría
La confrontación ideológica entre Estados Unidos y la Unión Soviética
El comienzo de la Guerra Fría se remonta a los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. A medida que las potencias aliadas liberaban Europa del dominio nazi, surgieron tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Las diferencias ideológicas eran evidentes: el sistema capitalista y democrático de Estados Unidos se enfrentaba al sistema comunista y autoritario de la Unión Soviética. Estas diferencias se intensificaron a medida que ambos países buscaban expandir su influencia en el mundo y promover su propio modelo político y económico.
Las secuelas de la Segunda Guerra Mundial en el contexto de la Guerra Fría
La Segunda Guerra Mundial fue el mayor desastre humanitario de la historia. Abrió un periodo que se construiría desde las cenizas de la catástrofe. Las pérdidas humanas tuvieron una dimensión brutal, sin parangón en otros conflictos. Cálculos aproximados señalan entre 50 y 60 millones de muertos, aunque es muy difícil precisar por problemas de fuentes en algunos países. Las pérdidas calculadas para la Unión Soviética —el país con mayor mortandad— oscilan entre 21 y 27 millones, y las de China entre 9 y 20. Los más afectadas en términos relativos fueron China (quizás el 22% de la población), Polonia (20%), la URSS (14%), Yugoslavia (11%) y Alemania (10%). Japón (3%), Gran Bretaña (1,5%) y Francia (1,5%) sufrieron también grandes pérdidas y fueron varios los países que contaron los muertos por centenares de miles de personas.
La magnitud de estas cifras se debió a la ferocidad de los combates en el este de Europa y al concepto destructor de la invasión de Hitler. Las persecuciones sistemáticas, en particular el Holocausto, exterminaron entre 5 y 6 millones de judíos, y la conversión de la población civil en un objetivo de la maquinaria bélica fue un hecho novedoso que aportó en torno a la mitad de las bajas.
La tragedia fue aún mayor. El número de heridos superó los 35 millones, a los que hay que sumar la dramática experiencia de los deportados, evacuados y refugiados. Los movimientos migratorios en la zona central y oriental de Europa modificaron completamente el mapa étnico. En torno a 50 millones de personas perdieron sus hogares, algunas de forma permanente. Unos 10 millones de alemanes tuvieron que dejar Checoslovaquia, Hungría, Prusia Oriental, etc., lugares que desde el medievo habían recibido migraciones germánicas. El cambio del mapa de Polonia, con la pérdida de territorios a favor de la Unión Soviética y ocupación de otros que habían sido alemanes, llevó a trasvases demográficos. Algunas minorías no eslavas fueron desplazadas a Siberia, por la acusación estalinista de haber colaborado con los alemanes. Surgía un nuevo mapa europeo y los trasvases de población adquirieron dimensiones desconocidas.
Las consecuencias materiales de la guerra fueron también descomunales. Numerosas poblaciones quedaron destruidas. En Alemania y Japón buena parte de las ciudades eran en 1945 ruinas y cenizas. Las mayores pérdidas se registraron nuevamente en la Europa Central y Oriental (Polonia, Ucrania, Bielorrusia, Rusia, Alemania), aunque fueron ostensibles en todos los escenarios bélicos. Berlín quedó reducida a escombros, lo mismo que Dusseldorf y Dresde, así como Varsovia, Coventry, Birmingham o Rotterdam. Hiroshima y Nagasaki, destruidas por sendas bombas atómicas, inauguraban una nueva forma del horror.
La economía de amplias zonas estaba al borde del colapso, tanto por el esfuerzo bélico como por la destrucción de infraestructuras de transporte, nudos de comunicaciones, redes ferroviarias y gran parte de la flota mercante. Las cifras son imprecisas, pero cabe estimar que la producción de alimentos se había reducido a la mitad y la industrial a un tercio, aparte de que la estructura productiva se había reconvertido para abastecer la guerra. Al llegar la paz, muchas industrias alemanas fueron desmanteladas y trasladadas al este como botín de guerra. El sistema bancario, por su parte, estaba completamente desarticulado. Cuentan las crónicas que, tras la llegada de los ejércitos victoriosos y el paso del frente, en la Europa del Este o en Alemania se apoderaba de las ciudades un silencio espeso, tras el estruendo agotador de los bombardeos, el traqueteo del ejército y los combates. Fuese liberación u ocupación, al silencio le acompañaba la incertidumbre del futuro y la amenaza del hambre, la escasez y el frío. Llegaba la paz, pero también una vida cotidiana en condiciones límite, con racionamiento de alimentos y frecuentemente a la espera de las ayudas que llegaran de los vencedores, si es que decidían darlas.

Fue trascendental asimismo la crisis de conciencia que se derivó de la contienda. La brutalidad de la guerra había hecho que se resquebrajaran las normas sociales. La cotidianidad de la muerte violenta y de los abusos sociales o étnicos, la incapacidad de los políticos que no lograron parar la tragedia y las ideologías que llevaron a la barbarie a sociedades avanzadas provocaron la desconfianza en la propia civilización humana. También saltó la suspicacia sobre muchas reglas a las que se ajustaban los gobiernos, a veces agresivos, otras altaneros, con frecuencia a espaldas de los ciudadanos, por mucho que invocaran al pueblo como respaldo de legitimidad. Los Estados-nación, la fórmula imperante, no desaparecerían, pero quedaban cuestionados algunos principios que los habían alentado. Una de las principales consecuencias ideológicas fue que quedaron totalmente desprestigiados el fascismo y el nazismo, los cuales habían movido masas y provocado la tragedia. Lo mismo sucedió con el militarismo autoritario de Japón. Dejaron de ser alternativas y su reivindicación podía identificarse posteriormente como una indecencia. La derrota militar fue el final de estas ideologías. El fenómeno no tenía precedentes. Se generalizó el deseo de que nunca se produjera otra catástrofe como la Segunda Guerra Mundial, y el ansia de evitarlo justificó medidas y alentó proyectos.
Eventos significativos: de la división de Alemania al bloqueo de Berlín
El arranque del periodo histórico que configura nuestro presente se sitúa en el final de la Segunda Guerra Mundial. La victoria de los aliados sobre Alemania y Japón constituye el acontecimiento fundacional de la nueva época. Los sucesos bélicos de los años 1939-1945 cambiaron el reparto internacional del poder. Surgieron dos superpotencias, un nuevo concepto que acabó con el predominio de las grandes potencias europeas. Además, la guerra indujo profundas transformaciones en el modelo político, social y económico. Tras la contienda se desmoronaron las estructuras imperiales europeas construidas durante el siglo XIX, comenzó la descolonización, surgió un mundo bipolar y apareció el llamado tercer mundo, que desempeñó un papel propio, distinto a la subordinación histórica de los países que lo formaban.
La Guerra Fría se caracterizó por una serie de conflictos indirectos y competencia por la hegemonía global. Uno de los primeros episodios significativos fue la división de Alemania y Berlín en sectores de ocupación controlados por las potencias vencedoras. El bloqueo de Berlín por parte de la Unión Soviética en 1948 y la subsiguiente respuesta de Estados Unidos y sus aliados con el puente aéreo de Berlín demostraron la tensión creciente entre las dos superpotencias. Pero no se limitó solo al ámbito militar. También se libró una batalla por la influencia política y económica en todo el mundo. Estados Unidos y la Unión Soviética competían por aliados y buscaban extender su esfera de influencia a través de ayuda económica, asistencia militar y propaganda. Esta lucha se manifestó en conflictos regionales y guerras por procuración en lugares como Corea, Vietnam, Afganistán y América Latina.
Como consecuencia de la conflagración, cambiaron radicalmente las relaciones internacionales. Terminó el dominio político de Europa sobre gran parte del mundo, un ciclo que duró casi cuatro siglos. Pasaba a ser cosa del pasado un sistema internacional basado en el equilibrio de poder entre las potencias europeas, y nacía uno nuevo, dominado por las dos superpotencias —Estados Unidos y la Unión Soviética—. Las antiguas potencias europeas quedaban desplazadas, pues no tomaban ya las principales decisiones.
En ese contexto estalló la Guerra Fría, poco después de terminar el conflicto mundial. Antes se habían tomado decisiones para abrir una era de paz. Algunas estuvieron mediatizadas por la contienda, pero formaron parte de la nueva época.
Conflictos regionales y competencia global
La lucha por la influencia en Corea, Vietnam y Afganistán
Uno de los primeros y más significativos conflictos de Guerra Fría fue la Guerra de Corea (1950-1953). Tras la Segunda Guerra Mundial, Corea fue dividida en dos zonas de ocupación, con el norte bajo control soviético y el sur bajo control estadounidense. En 1950, Corea del Norte, respaldada por la Unión Soviética y China, invadió Corea del Sur, lo que llevó a una intervención militar de Estados Unidos y sus aliados bajo el mandato de las Naciones Unidas. La guerra terminó en un estancamiento, con la península coreana aún dividida en dos, pero subrayó la disposición de ambas superpotencias a intervenir militarmente para defender sus intereses.
La Guerra de Vietnam fue otro conflicto clave de la Guerra Fría. Tras la independencia de Vietnam de Francia, el país se dividió en dos, con el norte comunista apoyado por la Unión Soviética y China, y el sur respaldado por Estados Unidos. La intervención estadounidense en Vietnam estuvo motivada por la doctrina de la contención, que buscaba evitar la expansión del comunismo en el sudeste asiático. Sin embargo, la guerra se convirtió en un prolongado y costoso conflicto que provocó un profundo debate interno en Estados Unidos y dejó una huella duradera en la política y la sociedad estadounidense. La retirada de las tropas estadounidenses y la eventual reunificación de Vietnam bajo un gobierno comunista en 1975 marcaron un punto de inflexión en la Guerra Fría.
Afganistán se convirtió en otro campo de batalla de la Guerra Fría en 1979, cuando la Unión Soviética invadió el país para apoyar a un gobierno comunista amenazado por insurgentes islámicos. Estados Unidos, viendo la oportunidad de debilitar a su rival, proporcionó apoyo financiero y militar a los muyahidines afganos. La guerra en Afganistán se prolongó durante una década, durante la cual se minaron los recursos soviéticos.

El impacto de la Guerra Fría en las relaciones internacionales
La Guerra Fría transformó profundamente las relaciones internacionales al establecer un sistema bipolar en el que la política global estuvo dominada por la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Este periodo vio el surgimiento de alianzas militares como la OTAN y el Pacto de Varsovia, que formalizaron la división del mundo en dos bloques opuestos. Estas alianzas aumentaron las tensiones, ya que cualquier conflicto local podía escalar rápidamente hasta covertirse en un enfrentamiento global.
La carrera armamentística y la proliferación nuclear fueron otros aspectos clave de la Guerra Fría que influyeron en las relaciones internacionales. Ambos bloques invirtieron enormemente en el desarrollo de armas nucleares, lo que llevó a una situación de "destrucción mutua asegurada", donde cualquier ataque nuclear sería respondido con una represalia devastadora. Este equilibrio de terror, aunque prevenía un conflicto directo, también generaba una constante tensión y miedo a un posible error o malentendido que pudiera desencadenar una guerra nuclear.
La Guerra Fría también tuvo un impacto significativo en el Tercer Mundo, donde Estados Unidos y la Unión Soviética compitieron por la influencia a través de la ayuda económica, militar y política. Esta competencia a menudo exacerbó los conflictos locales y fomentó regímenes autoritarios que se alineaban con uno u otro bloque. En América Latina, África y Asia, la Guerra Fría dejó un legado de inestabilidad política y conflictos que persistieron mucho después del final del enfrentamiento entre las superpotencias.
Organización de la paz y reconstrucción de postguerra
Desde que la guerra se mundializó, las tres potencias aliadas —Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética— entablaron conversaciones con el objetivo de coordinar sus esfuerzos bélicos y preparar la paz que llegaría tras la derrota nazi, algo que se debía conseguir sin ningún acuerdo con los enemigos, tal y como se estableció desde el primer momento. Entre 1941 y 1945 hubo catorce conferencias internacionales de este tipo, a las que habría que añadir reuniones bilaterales (Churchill con Roosevelt, Churchill con Stalin). En conjunto establecieron principios sobre los que se quería organizar la paz y proyectaron políticas e instituciones que resultaron básicas durante la Guerra Fría.
Hubo que tomar decisiones políticas y económicas. Estas últimas concernieron fundamentalmente a los países occidentales —la dinámica soviética fue muy distinta—, aunque algunos organismos financieros alcanzaron importancia para todo el mundo.
Las decisiones fueron tomadas por las tres potencias mencionadas, sin posteriores modificaciones significativas por parte de otros países, los cuales tuvieron que asumirlas. Se diseñaron para la paz, pero algunas estuvieron condicionadas por la guerra. Combinaban la necesidad de mantener el esfuerzo bélico, principios ideológicos y algunas exigencias de sus promotores. En conjunto, reflejaban la nueva relación de fuerzas que se gestaba durante la Segunda Guerra Mundial.
La Carta del Atlántico, de agosto de 1941, fue el punto de partida. Se acordó en una reunión entre Churchill y Roosevelt —en un barco, frente a las costas de Terranova— antes de la entrada de Estados Unidos en la guerra. No era un tratado, sino la proclamación de unos principios comunes que tuvieron influencia posterior. Afirmaba la necesidad de un nuevo sistema de seguridad colectiva, que presagiaba la Organización de Naciones Unidas. En la declaración, muy genérica, se encuentran postulados idealistas similares a los 14 puntos de Wilson, tales como la renuncia a ocupaciones territoriales, el llamamiento a la autodeterminación, la libertad de navegación o la necesidad de una colaboración internacional para el progreso económico, social y laboral.

Conferencias de Yalta y Potsdam: principios para la paz
Las sucesivas conferencias fueron esbozando la paz que seguiría al enfrentamiento, pero dos fueron decisivas: las de Yalta y Potsdam, ambas celebradas en 1945, en febrero y en agosto respectivamente. Las separaron solo unos meses, pero las circunstancias fueron muy distintas.
En febrero de 1945 se reunieron en Yalta (Crimea) los tres líderes: Churchill, primer ministro británico, Roosevelt, presidente de Estados Unidos, y Stalin, que sin el título de jefe de Estado de la URSS hacía las veces de tal. Los aliados vislumbraban la victoria, pero la guerra continuaba. Los avances soviéticos habían ocupado buena parte de la Europa oriental y central, logrando la primacía bélica y gran influencia de los partidos comunistas en la zona. Aun así, reinaba un clima de confianza. Los tres líderes llegaron con sus propios objetivos, sin una postura común entre Roosevelt y Churchill, pese a sus frecuentes contactos.
Stalin buscaba afianzar a la Unión Soviética, que había sido cuestionada desde su nacimiento. Quería mantener los territorios ocupados durante la crisis bélica (la parte oriental de Polonia que le había otorgado el pacto con Hitler y los países bálticos, que invadió en 1940 con la cobertura del mismo acuerdo), así como un cordón de seguridad, formado por los países limítrofes, que quedarían en su esfera de influencia.

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Estados Unidos tenía el objetivo de lograr la colaboración de la Unión Soviética en su guerra con Japón, además del compromiso de desarrollar un nuevo sistema de seguridad. Para Roosevelt resultaba imprescindible el entendimiento con la URSS para organizar el mundo de la posguerra.
A Churchill, por su parte, le preocupaba el orden europeo que saliese de la guerra. Siguiendo los criterios tradicionales de la diplomacia británica, creía que era fundamental un equilibrio continental, y por tanto para contrarrestar el poder que estaba alcanzando la Unión Soviética, proponía dar a Francia la consideración de potencia, pese a su papel secundario durante la guerra.
En agosto de 1945, la reunión de Potsdam, junto a Berlín, fue muy diferente. Había terminado la guerra en Europa y comenzaban las suspicacias entre los vencedores, pues sus intereses políticos no coincidían. Asistió Stalin, pero sus interlocutores habían cambiado. Roosevelt había fallecido y Churchill perdió las elecciones. Sus sucesores, Truman y Attlee, tenían menos experiencia exterior y estaban volcados en los problemas internos de la posguerra.
Fundación de la ONU y las iniciativas económicas
Las expectativas cambiaron entre febrero y agosto, pero se pueden resumir las decisiones tomadas en Yalta y Potsdam.
Se fundó la Organización de Naciones Unidas, para lo que se convocó la Conferencia de San Francisco.
Alemania quedó dividida en cuatro zonas, repartidas entre gobiernos militares de las que se consideraron las potencias vencedoras de la guerra: la Unión Soviética, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, incorporada así al protagonismo internacional. Berlín quedaba dentro de la zona soviética, pero también sería repartida entre las cuatro potencias.
La defensa de Polonia había sido la causa inmediata de la guerra, pero no se restableció su situación anterior. Quedó reconocida la ocupación soviética de su parte oriental y, como compensación, recibió la región limítrofe de Alemania y parte de lo que había sido la Prusia Oriental (Rusia obtuvo el este de esta región, con la que no tiene continuidad territorial). Polonia quedaba desplazada unos doscientos kilómetros hacia el oeste en sus dos fronteras. Esto implicó, a su vez, el trasvase de unos tres millones de polacos y otros tantos alemanes.
La Unión Soviética declaró la guerra a Japón. A cambio recibía las islas Kuriles y la parte meridional de la isla de Sajalín, entre otras concesiones. No llegó a entrar en la guerra del Pacífico por la inmediata rendición de Japón (las bombas atómicas fueron arrojadas unos días después de Potsdam), pero sí se llevó a cabo esa ocupación territorial.
No quedó definido el régimen político a establecer en Europa Central y Oriental, que fue objeto de un ambiguo compromiso de establecer regímenes democráticos. Sin precisar la definición de la democracia, el desarrollo político de la Europa ocupada por la Unión Soviética quedaba al criterio de la potencia ocupante. Su ascendencia en la zona había quedado reconocida de forma imprecisa por un acuerdo informal entre Stalin y Churchill, que dividía Europa en esferas de influencia.
Las medidas políticas eran fruto de las nuevas relaciones de fuerza entre las potencias y de las cautelas sobre los equilibrios europeos, junto a principios idealistas que hablaban del autogobierno de los pueblos como principio rector y de un mecanismo de seguridad que evitase la guerra, en consonancia con el temor generalizado a la repetición de una tragedia comparable a la Segunda Guerra Mundial. Churchill quiso restablecer principios clásicos del ordenamiento europeo, pero el transcurso de las conferencias evidenció que la evolución de Europa y de sus dominios coloniales quedaban al albur de las dos nuevas superpotencias. El poder internacional había cambiado de manos.
Hubo también previsiones económicas, con particular importancia para el mundo occidental. Desarrollaban las tesis norteamericanas, que ya en 1944 sostenían que la estabilidad internacional exigía nuevas condiciones socioeconómicas, paralelas a las medidas políticas. Buscaban evitar un marasmo económico como el de las décadas anteriores. Asimismo, entendían que habían sido fatales los proteccionismos y que por tanto resultaba necesario volver al librecambio y generalizarlo, procediendo a derrumbar barreras arancelarias. La superación de las agresividades económicas nacionalistas se convirtió en el objetivo de los países occidentales.
La conferencia de Bretton Woods y el nuevo orden financiero
En la conferencia de Bretton Woods (New Hamsphire, Estados Unidos, julio de 1944) se fijaron reglas comerciales e industriales, desarrollando las nociones de mercados abiertos e institucionalizando normas para los intercambios comerciales. También se creó el Fondo Monetario Internacional para evitar desajustes monetarios, y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo, que ayudaría a las economías de posguerra, embrión del Banco Mundial. Se fijó el patrón oro y el dólar se convirtió en la principal referencia del nuevo orden financiero. Los acuerdos no fueron ratificados por la Unión Soviética, ni tampoco, en su momento, por los países del área comunista.
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La narrativa de la Guerra Fría y su influencia en el mundo contemporáneo
La Guerra Fría, con sus complejidades y tensiones, ha dejado una huella indeleble en la historia contemporánea y continúa influyendo en los acontecimientos actuales. La narrativa de este periodo se caracteriza por la constante amenaza de un conflicto nuclear, la lucha por la supremacía ideológica y la competencia por la influencia global. Aunque el enfrentamiento directo entre Estados Unidos y la Unión Soviética nunca se materializó, la Guerra Fría definió la política internacional durante más de cuatro décadas. De hecho, moldeó alianzas y rivalidades que persisten hasta hoy.
El fin de la Guerra Fría, simbolizado por la caída del Muro de Berlín en 1989 y el colapso de la Unión Soviética en 1991, marcó el inicio de una nueva era en la que Estados Unidos emergió como la única superpotencia global. Este periodo de unipolaridad trajo consigo nuevos desafíos, como la proliferación nuclear, el terrorismo internacional y las crisis económicas, que han redefinido las prioridades de la política internacional. Sin embargo, la sombra de la Guerra Fría sigue presente, con tensiones resurgentes entre Rusia y Occidente, y el ascenso de China como una nueva potencia global.
La Guerra Fría también ha dejado un legado en lo cultural y lo social. La desconfianza hacia las ideologías totalitarias, el valor de la libertad y los derechos humanos, así como la importancia de la cooperación internacional son principios que surgieron en este periodo.
Referencias
- Montero, Manuel. 2023. Historia del presente: de la Guerra Fría al mundo de hoy. Madrid: Pinolia.